Las fuentes etnohistóricas sobre los olmecas xicalancas de los siglos XVI, XVII y XVIII fueron abundantemente usadas para explicar las interacciones culturales durante el Epiclásico (600 a 900 dC) en el altiplano central mexicano (Puebla-Tlaxcala) y especialmente con la costa del Golfo y el área maya. Sin embargo, la confrontación de estas fuentes entre ellas, y luego con algunos elementos de la cultura material de los sitios de Cacaxtla-Xochitécatl y Cholula, parece poner en cuestión la validez histórica de aquellos relatos. Este ensayo desea contribuir a una reflexión para enfrentar la problemática de la relación entre etnohistoria y arqueología. ¿Existe consenso acerca de este grupo, su procedencia, su trayectoria geográfica, su temporalidad, su composición lingüística, étnica? ¿Es factible asociarle una cultura material diagnóstica? La revisión sistemática de los datos disponibles orienta hacia una visión crítica de las fuentes. La estructura de los relatos y las incongruencias relevadas llevan a poner de relieve posibles arquetipos de retóricas de legitimización.
The ethnohistorical sources on Olmecas Xicalancas dating from the 16th, 17th and 18th centuries have frequently been used to explain cultural interactions during the Epiclassic period (600 to 900 AD) in the central Mexican altiplano (Puebla-Tlaxcala) and especially with the Gulf Coast and the Mayan area. However, comparing these sources to each other, and then to some elements of the material culture of Cacaxtla-Xochitecatl and Cholula seems to challenge the historical validity of these accounts. The purpose of this essay is to contribute to the ongoing examination of the relationship between ethnohistory and archaeology. Is there a consensus about the Olmecas Xicalancas people, where they came from, their geographical path, their temporality, linguistic and ethnic composition? Can we associate a material culture to this group? A systematic review of available data leads to a critical analysis of the sources. Both the structure of the accounts and the inconsistencies with the archaeological evidence lead to the identification of a possible archetypical rhetoric of legitimisation.
Una experiencia, vieja casi como la humanidad, nos los enseñó, más de un texto apela a otra procedencia de la que en realidad es: todos los relatos no son verídicos y las huellas materiales, [ellas] también, pueden ser amañadas (…) Ha venido el momento, para el historiador, de aprovechar los valiosos resultados de una nueva disciplina, que, desde algunas décadas, ha preparado la observación sobre el viviente: [la psicología del testimonio].
Para el historiador, las fuentes escritas son imprescindibles para la reconstrucción de las dinámicas históricas, sociales y políticas del pasado. El arqueólogo mesoamericanista, y en particular el que trabaja sobre el altiplano central, recurre frecuentemente a las crónicas etnohistóricas del periodo de contacto y colonial: son fuentes inagotables de información. Sin embargo, a veces las lecturas factuales de estas fuentes aumentan las interrogantes. El desfase entre las estrategias y las problemáticas propias de escritos redactados en un periodo tan complejo como el encuentro de dos civilizaciones, por cronistas españoles o mestizos; las concepciones émicas mesoamericanas acerca de la temporalidad, la transmisión y la fluctuación de eventos fueron globalmente aplanadas frente a las ansias por reconstruir la historia de civilizaciones anteriores. Este trabajo se concibe como un ensayo reflexivo enfocado en los olmecas xicalancas, pero desea también contribuir de forma más global a la discusión sobre la utilización de las fuentes etnohistóricas en la investigación arqueológica1. La historiografía epiclásica del altiplano central mexicano es inseparable de los olmecas xicalancas. Ligados a Cacaxtla-Xochitécatl y Cholula, llevan la responsabilidad de la adopción de tradiciones del Golfo y mayas en esta parte del altiplano mesoamericano; son, en breve, ineludibles de la problemática de la región, incluso para periodos posteriores (coloniales y hasta contemporáneos). En estudios anteriores (Testard, 2007; 2013) habíamos propuesto una estructura recurrente del relato sobre migración e instalación de los olmecas xicalancas en la región de Puebla-Tlaxcala, habiéndolas comparado con los famosos relatos de migración mexica. Habíamos entonces propuesto que podía tratarse de un relato arquetípico , por lo que la redacción de dichas fuentes tenía el objetivo de legitimar una ascendencia lejana y gloriosa, en el contexto competitivo del Posclásico tardío regional. El presente ensayo tiene como objetivo profundizar estas consideraciones haciendo dialogar la construcción y la composición del relato en las fuentes etnohistóricas, algunos elementos arqueológicos (cerámica, asentamiento, pinturas murales) y, por fin, un marco etnográfico y antropológico más amplio sobre relatos de migraciones en sociedades preindustriales y mesoamericanas.
El problema de la aplicación de las fuentes etnohistóricas a los contextos arqueológicos ya ha sido subrayado por Chase y Chase (1992, pp. 311-312), Kristan-Graham y Kowalski (2007, pp. 19-20) y Smith (2007, pp. 587-588). Estos autores subrayan que las fuentes etnohistóricas mesoamericanas nos informan más sobre símbolos, uso retórico del lenguaje, y legitimación política y dinástica, que sobre procesos históricos objetivos. Sin embargo, en la arqueología de Puebla-Tlaxcala se ha recurrido a las fuentes para caracterizar varios aspectos de las sociedades epiclásicas2.
Olmecas xicalancas en las fuentes etnohistóricasLa brevedad de los extractos referentes a olmecas xicalancas con respecto a las discusiones generadas por el grupo y su localización en las secciones destinadas al origen genérico de los pueblos, es desde ya relevante.
La revisión meticulosa y la confrontación de las referencias desglosadas en el Cuadro 1 permiten subrayar numerosas contradicciones entre las fuentes, y a veces en el interior de una misma obra (cf. Torquemada). La primera contradicción se refiere al grupo y su composición: se divide al menos en dos ramificaciones, independientes y que pueden haberse desplazado en periodos distintos (cf. Muñoz Camargo) “los ulmecas, chalmecas y xicalancas, unos en seguimiento de otros”. Motolinía, Ixtlilxóchitl, Clavijero y Chimalpahin reportan también esta dualidad: los olmecas xicalancas son asociados con otras poblaciones (anahuacas mixtecas, huixtotin mixtecas, chalmecas, zacatecas, xochtecas, quiyahuizteca y cucolcas). La segunda importante contradicción es que estos relatos son frecuentemente incorporados a otros sobre el origen de los mexicas, a los que los olmecas xicalancas se asocian: tienen ancestros comunes y hablan la misma lengua (vs. Sahagún). Según Muñoz Camargo, los olmecas xicalancas son ancestros de los chichimecas. Este origen común también es perceptible en la Historia Tolteca-Chichimeca (nonualca chichimeca). En cambio, las informaciones reportadas por Sahagún insisten precisamente en el hecho que los olmecas huixtotin no se definen como chichimecas. Pero, al mismo tiempo, el autor asimila los nonoalcas (citados con los olmecas huixtotin) a los chichimecas. Proceden del mismo lugar, con gran simbolismo mítico de emergencia, aunque aquí también haya divergencias: de Chicomoztoc, del Tamoanchan o del norte. Por otra parte, se asocian de forma frecuente con eras de civilizaciones (ancestro mítico, edad y soles), con brujos y con héroes civilizadores (Quetzalcóatl). Desde un punto de vista cronológico, varias fuentes concuerdan en que serían anteriores a los toltecas, pero la cuestión permanece nebulosa (cf. Torquemada). Dos fuentes presentan el siglo XIII como el periodo durante el cual habrían sido expulsados de Puebla-Tlaxcala (la región queda por definirse), pero aquí también la cuestión del conflicto contra los toltecas es compleja ya que las fuentes se contradicen. Por otra parte, los olmecas xicalancas son considerados como primeros habitantes de la región (cf. Muñoz Camargo y Torquemada), pero en otros casos, parecen haberse confrontado (de forma más o menos pacífica) a gigantes establecidos anteriormente (cf. Ixtlilxochitl y Veytia). De su dirección después de su expulsión del primer asentamiento, sólo dos fuentes (y Torquemada) proporcionan información y designan al este, Xicalango (directamente ligado a su etimología), pero más probablemente a Veracruz, aunque la mención “costa del norte” introduzca una duda, ya que se cita Coatzacoalcos. Las cuatro primeras fuentes (Motolinia, Historia Tolteca Chichimeca, Sahagún y Muñoz Camargo) son las que proporcionan más información, mientras que las que se redactaron más tarde son muy probablemente recuperaciones (más o menos parciales) y combinaciones de estos primeros textos, como lo demuestra la construcción de los relatos. De las cuatro primeras fuentes, tres mencionan una ocupación olmeca xicalanca (y de grupos emparentados) en Puebla-Tlaxcala. Ahora bien, hay que recordar que Motolinía fue designado guardián del convento de Tlaxcala en 1536 (Baudot, 2001), que la Historia Tolteca fue redactada en Cuauhtinchan (Puebla) (Kirchhoff, Odena Güemes y Reyes García, 1976, p. 6) y que Muñoz Camargo nació en Tlaxcala, criollo, y desarrolló una actitud ambivalente en cuanto a su origen mestizo (Merlo Juárez, 1998). La valoración de estos territorios, en una reivindicación “regional”, se relaciona con la biografía de sus autores y su contexto de escritura, en procesos de legitimización de élites indígenas locales. Las fuentes se contradicen en varios puntos y dejan entrever un esquema particularmente cercano a otros relatos migratorios y de legitimación conocidos en Mesoamérica.
Cronistas y autores mencionando los olmecas xicalancas (siglos XVI, XVII y XVIII)
Autor | Obra | Fecha | Referencias utilizadas |
---|---|---|---|
Benavente, Motolinía | Memoriales o Libro de las cosas de Nueva España y de los naturales de ella (Epístola Proemial) | 1549 | Párrafos 14 a 17; 1971, pp. 9-10 |
¿? | Historia Tolteca Chichimeca | 1560 | 88, 120, 125, 128, 129, 130 y 131 en la versión editada por Kirchhoff et al., 1976 |
Sahagún | Historia general de las cosas de Nueva España | 1577 | Último párrafo, capítulo 29 del libro X (2001, pp. 867-870) |
Códice Matritense | 1577 | Folios 191 y 192 | |
Muñoz Camargo | Historia de Tlaxcala | 1584 | 1998, pp. 71-74 |
Torquemada | Monarquía indiana | 1613 | 1975, pp. 49, 351, 353-354, 362 |
Alva Ixtlilxóchitl | Relaciones, Sumaria relación et Historia de la nación chichimeca | 1625 | Alva Ixtlilxóchitl, 1975, pp. 7-8 |
Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin | Memorial breve acerca de la fundación de Culhuacan | 1631 | Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, 1991, pp. 83, 89-101 |
Fernández de Echeverría y Veytia | Historia Antigua de México | 1779 | Fernández de Echeverría y Veytia, 1994, p. 101 |
Clavijero | Historia Antigua de México | 1780 | Clavijero, 2003 |
Algunas de las incongruencias cronológicas que emergen de la lectura de las fuentes etnohistóricas ponen en relieve la dificultad de adoptarlas (sin cuestionarlas) como referentes históricos: la mayoría de las fechas disponibles son las de la expulsión por los toltecas chichimecas. La fecha de 1224 dC propuesta en Muñoz de Camargo (1998, p. 72), es un agregado de los editores del texto (Reyes García y Lira Toledo). Ahora bien, la fecha de llegada de los toltecas chichimecas en Tlaxcala es para el autor 1284. Si son los toltecas chichimecas quienes expulsaron a los olmecas xicalancas de la región, ¿su fecha de arribo no debería ser anterior a la fecha de dispersión de estos últimos? De forma más global, las fechas proporcionadas para el siglo XII son problemáticas. Armillas, basándose en la Historia Tolteca Chichimeca, propone 1168 dC y Chadwick (1966, p. 14) reporta que se trata también de la fecha de expulsión de los nonualcas de Tula, que han sido frecuentemente superpuestos a los olmecas xicalancas. ¿Podrían entonces considerarse estas fechas de la segunda mitad del siglo XII como marcadores convencionales del arribo o del asentamiento de los toltecas chichimecas hacia el sur? (Cuadro 2).
Confrontación de los datos cronológicos asociados a los olmecas xicalancas en Puebla-Tlaxcala
Fecha de arribo | Fecha de expulsión | Periodo de asentamiento | Fuentes |
---|---|---|---|
¿? | Final del siglo XII | ¿? | Jiménez Moreno, 1942, p. 122 |
¿? | ¿1168 dC? | ¿? | Armillas, 1946, pp. 141-142; 1991 [1948] |
500 d.C. | 1100 dC | 600 años | López de Molina, 1995 [1979] |
300 d.C. | 850 dC | 550 años | García Cook, 1981, p. 269 |
Epiclásico | ¿? | ¿? | Lombardo de Ruiz et al., 1991 [1986], p. 238 |
Siglos VI/VIII | 1292 dC | ±692 años | Foncerrada de Molina, 1993, pp. 101, 107 |
600 d.C. | 850/900 dC | 300 años | García Cook y Merino Carrión, 1991 [1990], p. 392 |
668 d.C. | ¿? | ¿? | Mendoza, 1992, p. 152 |
650 d.C. | ¿850 dC? | 200 años | Piña Chan, 1998, p. 17 |
Final del Clásico | Principio del siglo XI | ±400 años | López Alonso et al., 2002, pp. 18-19 |
800/900 d.C. | ¿? | ¿? | Plunket Nagoda y Uruñuela y Ladrón de Guevara, 2001, p. 615 |
750/850 d.C. | 1200 dC | ±450 años | Mc Cafferty, 2003, pp. 223-224 |
650 d.C. | 1200 dC | 550 años | Castro Leal Espino, 2006, pp. 492-493 |
800 d.C. | 1292 dC | 492 años | Santana Sandoval, 2006, p. 63 |
700 d.C. | ¿? | 500 años | Mc Cafferty, 2007, p. 461 |
800 d.C. | ¿? | ¿? | Moreno Juárez, 2007, p. 27 |
800 d.C. | ¿? | ¿? | Mc Cafferty y Chiykowski, 2008, p. 8 |
700 d.C. | ¿? | ¿? | Chadwick, 2013, p. 57 |
400/500 d.C. | 900 dC | 400/500 años | García Cook, 2013, p. 10 |
Así, la fecha Ce Tecpatl, recurrente en numerosos relatos etnohistóricos (Torquemada, 1975, Libro I, Capítulo XIV, p. 5527) es, según Castro Leal Espino (1986, p. 202), una convención usada para marcar el principio de eventos importantes, idea que ya se había expresado en el estudio de Veytia sobre los calendarios mexicanos (capítulo II). Si estas fechas de expulsión se cuestionan, y la ocupación retrospectiva se calculó sobre estas bases, ¿cuál puede ser el valor de los periodos de ocupación que hasta ahora se asociaron a los olmecas xicalancas? Según Torquemada, y en este capítulo, los toltecas expulsaron a los gigantes, un evento que, en los relatos de Ixtlilxochitl y Veytia, se relacionó con los olmecas xicalancas. La mayoría de los autores se basa en las fechas de expulsión calculadas en la Historia Tolteca Chichimeca, Muñoz Camargo y Chimalpahin, y en la duración de 500 años proporcionada por Muñoz Camargo. En otros casos, como en García Cook (2013), la ocupación se relaciona con el final del periodo Epiclásico (900 dC). Para Plunket Nagoda y Uruñuela y Ladrón de Guevara (2001, p. 615), el arribo de los olmecas xicalancas a Cholula marca, el principio del periodo Posclásico, lo que excluye que hayan sido responsables de los programas iconográficos de Cacaxtla e incluso de la edificación del sitio anterior a 900 dC, idea que es particularmente vivaz en la literatura3.
La diversidad de las fechas proporcionadas representa una dificultad para acercarse al grupo. Ninguno de los periodos propuestos nos parece satisfactorio: (1) porque están basados en fechas aproximativas, derivadas de relatos que se escribieron más de 800 años (¿?) después de los eventos a los cuales se reportan; (2) porque el valor atribuido a las fechas por las sociedades del altiplano central poseen una fuerte dimensión simbólica, en parte desconectada de la concepción calendárica occidental del tiempo; (3) porque no corresponden a los datos cronológicos que proporciona la arqueología.
Los orígenes del grupo: elementos etimológicos y lingüísticosLa etimología del nombre olmecas xicalancas originó muchas complicaciones. Olmecatl se refiere en náhuatl a la gente de la región del hule (Olman o Ulman) (Jiménez Moreno, 1942, p. 119); xicalanca procede de xicalli (recipiente fabricado a partir de una calabaza) y se relacionaría con Xicalanco (Molina Feal, 1980, p. 44). Curiosamente los xicalli son los únicos recipientes que aparecen en la lista de tributos del Códice Mendoza, pero en realidad, según esta fuente, proceden de Oaxtepec y Cuernavaca (Morelos); 1600 xicaltecomatl (consumo de cacao) se mandaban desde el Soconusco y Tlapa (Guerrero) (Mohar Betancourt, 2013, p. 60). Esto nos lleva a considerar que estos recipientes no se relacionaban de forma privilegiada con la región de Xicalango durante el Posclásico.
Los nombres de las etnias americanas pueden variar considerablemente, incluso durante una generación (Castro Leal Espino, 2006, p. 492). Sin embargo, es precisamente la etimología que condujo a la mayoría de los autores a designar un origen oriental (chontal) para los olmecas xicalancas (Cuadro 3), aunque ningún cronista designa Xicalango como lugar de origen, sino más bien como el lugar de destino (en Motolinía y en Sahagún). Sólo Ixtlilxóchitl designa el “oriente” como origen. Coatzacoalcos, que aparece como segundo lugar de asentamiento en Motolinia y Torquemada, es también el destino hacia el cual Quetzalcóatl (cf. Ixtlilxóchitl) se dirige después de su encuentro con los olmecas xicalancas. De forma interesante, Carrasco y Monjarás Ruiz (1998, p. 42) citan Coatzacoalcos para fijar la extensión oriental del territorio de la Triple Alianza. Xicalango, por otra parte, fue identificado como lugar de origen (Chalchicueyehcan) en el Lienzo de Jucutato, documento colonial que relata los orígenes de los tarascos (Castro Leal Espino, 1986, p. 219). En el Rabinal Achi, Xicalango es una Tollan mítica, como Teotihuacan, Tula o Chichén Itzá (Breton, 1999, p. 33). En los códices mixtecos, Jansen (2010, p. 96) identificó un lugar correspondiente a la Laguna de Términos, en la epopeya del señor 4, jaguar, “equivalente local de Quetzalcóatl”.
Confrontación de los diferentes orígenes mencionados en las fuentes etnohistóricas y en la literatura contemporánea
Origen lejano (no fechado) | Origen inmediato sugerido | Fuentes |
---|---|---|
— | Cuenca de México | Muñoz Camargo |
— | Cuenca de México | Torquemada |
— | Oriente | Ixtliloxóchitl |
— | Norte y Mictlan | Chimalpahin |
Costa del Golfo | Teotihuacan | Lombardo de Ruiz et al., 1991 [1986], pp. 15-16. |
Costa del Golfo | Teotihuacan | Foncerrada de Molina, 1990, p. 188 |
Potonchan (Chontalpa) | Teotihuacan | Foncerrada de Molina, 1993, pp. 99-102 |
Costa del Golfo (Pánuco y Xicalango) | Xochicalco/Chalco Amecameca | Piña Chan, 1998, pp. 17, 101 |
— | Xicalango (Coatzacoalcos) | Mc Cafferty, 2000, p. 352 |
— | Xicalango (Laguna de Términos) | Mc Cafferty, 2003, p. 223; 2007, p. 461 |
— | Pánuco | Castro Leal Espino, 2006, p. 497 |
— | Quintana Roo | Cortés de Brasdefer, 2006, p. 404 |
— | Xicalango (Laguna de Términos) | Mc Cafferty y Chiykowski, 2008, p. 1 |
Sahagún y Landa designan Xicalango como una región (Anahuac Xicalango) (Ochoa y Vargas, 1987, p. 103; Gasco y Berdan, 2003, p. 113), mientras las crónicas españolas de viaje hablan de una ciudad. Estas últimas (anteriores a Motolinía), los relatos de Juan de Grijalva y de López de Gómara (capítulo LIV) indican que se trataba no sólo de un puerto de comercio sino también de un lugar de culto (Ochoa y Vargas, 1979, p. 79). Las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en la Laguna de Términos (Campeche) han documentado una cantidad importante de sitios (Santa Rita, el Aguatecal, la Veleta y Astata) fechados tentativamente alrededor del siglo IX (Ochoa y Vargas, 1979, pp. 74-76). Desde el principio de las investigaciones, se buscó el Xicalango del cual las fuentes hablaban. Scholes y Roys (1969, citados en Jiménez Valdez, 1987, p. 117) son los primeros en proponer Santa Rita (antiguamente Los Cerrillos-CAR 45) (ver también Ochoa y Vargas, 1979, pp. 83-84). La hipótesis se basa, en parte, en la información proporcionada por fray Tomás de la Torre y prospecciones. Sólo dos montículos se excavaron en Santa Rita; las fechas de radiocarbono no calibradas (228 d.C.±100) y la cerámica señalan una ocupación preclásica, clásica tardía y posclásica temprana (Jiménez Valdez, 1987, pp. 118-119).
Otro elemento decisivo influyó en la identificación de la zona como territorio olmeca xicalanca. Tozzer (1941), Barrera Vásquez y Morley (1949), y Berlin (1956) han sugerido, acerca de varias citaciones de Landa, que durante el Clásico terminal, la región hubiera sido ocupada por poblaciones toltequizadas o “mexicanizadas” (Ochoa y Vargas, 1987, p. 100). El único fundamento material que sostiene esta idea es el estilo híbrido de las esculturas de Astata. Sin embargo, la cuestión de la emergencia de un estilo posclásico que relaciona Tula y Chichen Itza, y la importancia de los intermediarios como la costa del Golfo es ahora bien conocida (Parsons, 1969; Machado, 2003; Koontz, 2008).
Jiménez Moreno (1942, p. 121) define una zona olmeca xicalanca localizada sobre una porción amplia del oriente mesoamericano: desde Cotaxtla, toda la franja costera extendiéndose entre Xicalanco (Boca del Río, en Veracruz) y Xicalanco, en Campeche. Para la mayoría de los autores, y en correlación con el carácter multiétnico del grupo que Jiménez Moreno (1942) es el primero en definir, habría un origen lejano y un origen más inmediato, justo anterior al asentamiento en Puebla-Tlaxcala, lo que habría permitido la incorporación al grupo de diferentes etnias (Cuadro 3).
Los estudios arqueológicos en la región de la Laguna de Términos son pocos numerosos y los datos disponibles no coinciden con las características asociadas con los olmeca xicalancas (grandes artesanos y constructores) en las fuentes. Los elementos cronológicos impiden afirmar una ocupación sustancial en el Clásico y Clásico terminal, ni tampoco en el Posclásico tardío. Considerando el carácter poco prestigioso de los vestigios que han llegado hasta nosotros, ¿por qué esta zona focalizó una atención tan peculiar?
Los componentes y las características del grupoComo lo recuerdan Chance y Stark (2001, pp. 236-237), los grupos étnicos son categorías de identificación empleadas por los actores sociales, en particular para definir su origen. La etnicidad es un concepto que se aplica a varios niveles de integración sociocultural y aparece principalmente en contextos de competición, marcados por diferencias lingüísticas, políticas y económicas. La identidad étnica es entonces muy relativa y comprende varios niveles de afiliación. Según Castro Leal Espino (1986, p. 181; 2006, p. 492) y Beekman y Christensen (2003, p. 123), los grupos pueden usar un nombre que corresponde al su lugar de origen, pero también pueden cambiarlo durante su migración y este es independiente de factores étnicos o lingüísticos. El lugar de origen también es significante simbólicamente, pero no está ligado necesariamente a una realidad geográfica (véase la discusión sobre Aztlán). De hecho “olmeca xicalanca” es el nombre náhuatl empleado para designar el grupo, lo que no constituye un criterio objetivo para determinar su origen.
Según Jiménez Moreno (1942, p. 123), Sahagún hace referencia a los olmeca uixtotin mixteca. Regresando a la primera fuente, el cronista habla de los olmecas, huixtotin, nonohualcas, y más tarde de los anahuacas mixtecas. Los olmecas huixtotin mixteca son citados juntos una sola vez (Sahagún, 2001, pp. 864-865), pero nunca son asociados en el cuerpo del texto. Tras el estudio de Jiménez Moreno, esta asociación entre olmecas huixtotin y mixtecas (vs.Cravioto Rubí, 2004, p. 122) va a generar una serie de interpretaciones. Así, según Piña Chan (1998, p. 17), los olmecas huixtotin constituyen la parte del grupo que migra hacia Xochicalco y que después toma el nombre de olmecas xicalancas. Según Chadwick (2013, p. 64), los dos grupos huixtotin mixteca y huixtotin nonoalca corresponden a los olmecas xicalancas epiclásicos de Cacaxtla-Xochitécatl y Cholula. Profundizando, según Jiménez Moreno (1942, pp. 121, 145), los olmecas xicalancas corresponden a popolocas mixtecos más o menos nahuatlizados. Según Chadwick (1966), el componente mayor de los olmecas xicalancas es mixteco (cuyo equivalente posclásico sería chocho popoloca): este pueblo habría desempeñado un papel determinante en Teotihuacan (en particular en la distribución de la cerámica naranja delgada). Después de la caída de Teotihuacan, los olmecas xicalancas habrían migrado hacia Puebla-Tlaxcala. En su análisis más reciente, Chadwick (2013, pp. 56, 60, 80, 84) propone que los olmecas xicalancas eran un grupo de lengua oto-mangue, nahua y chol. El carácter mixto de los olmecas xicalancas explicaría las influencias mayas en Teotihuacan (choles). El autor también documenta a los olmecas xicalancas en Michoacán, basándose en la información recolectada en el Lienzo de Jucutato.
Ahora bien, examinemos los componentes más importantes según estos autores, retomados posteriormente en la mayoría de los trabajos sobre el grupo. Según Jiménez Moreno, los olmecas xicalancas eran mixtecas popolocas. Pero si regresamos a las fuentes, en la Historia Tolteca Chichimeca, los mixtecas popolocas son claramente diferenciados de los olmecas xicalancas: el párrafo 322 indica la llegada de esta población, nueve años después de la instalación de los chichimecas en Cuauhtinchan, es decir, después de la expulsión de los olmecas xicalancas, por lo tanto, no puede tratarse del mismo grupo (ver también Olivera, 1970, p. 215). Regresemos a los nonoalcas citados en Sahagún y reemplazados por popolocas mixtecos por Jiménez Moreno y Chadwick. Los nonoalcas (etimológicamente “los mudos o los que no hablan náhuatl”) y los olmecas xicalancas son frecuentemente asociados e incluso confundidos (Jiménez Moreno, 1942, pp. 121-123; Chadwick, 1966, p. 11; Mc Cafferty, 2007, p. 449; Cravioto Rubí, 2004). Como mencionamos anteriormente, el año 1168 dC es la fecha de expulsión de los nonualcas de Tula, lo que asocia estos últimos con los toltecas. Si los olmecas xicalancas son asociados con los nonoalcas y a los popolocas, ¿cómo interpretar la afiliación entre olmecas xicalancas y toltecas? Jiménez Moreno (1942, pp. 136-137) subraya que las referencias a los nonoalcas han podido designar a cuatro pueblos, todos procedentes de la costa atlántica. Además de los nonoalcas del altiplano central, se distinguen también los del occidente (cf. Lienzo de Jucutato y documento de Santa Ana Tetlaman). Esta población habría llegado a Michoacán después de una migración desde la costa del Golfo, pasando por Tlaxcala y México (Castro Leal Espino, 1986, pp. 215, 218; Roskamp, 1998, pp. 119-121, 175-176). A los nonoalcas, se les atribuye cierto número de características, que componen, según Castro Leal Espino (1986, p. 217), el sustrato mesoamericano muy antiguo que perduró desde la Huaxteca, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Oaxaca, entre los totonacos, los mije-popolocas, los otomíes, y entre las sociedades centroamericanas como los pipiles4 y los nicaraos.
En realidad, los términos chocho, nonoalco y popoloca fueron globalmente usados para definir, en una visión despreciativa, a las poblaciones posclásicas del sureste de Puebla. Como lo reporta Cravioto Rubí (2004, p. 115-116) (ver también Echeverría García y López Hernández, 2012, pp. 190-191), tanto popoloca como nonoalca fue usado antes que nada para designar lo que no es nahua, el bárbaro o el extranjero, y chocho “el que sabe poco, el que sabe nada”. La hipótesis propuesta (Cravioto Rubí, 2004, p. 125) es que popoloca (de popolochic) haría referencia a “lo que se perdió”, por extensión “la parte del grupo que ha migrado”, para designar —durante el periodo de la Triple Alianza y colonial— la rama nonoalca de los chichimecas que hablaban náhuatl. ¿Qué es entonces lo que designa, en las fuentes, la lengua popoloca distinta del náhuatl? ¿Quiénes son estos chocho, popolocas y nonoalcas definidos antes que nada por el hecho de no ser nahuas, pero que pueden, en ciertas circunstancias, ligarse a ellos? Su omnipresencia, sin identificación con un grupo, en el territorio mesoamericano, esteriliza a nuestro juicio la pertinencia de su relación con los olmecas xicalancas.
En lo que concierne a su relación con la región maya (Foncerrada de Molina, 1982) por su asociación con Xicalango, ya pudimos ver que es problemática. En la región de Xicalango, en el momento de contacto con los españoles, la población hablaba chontal (Schumann, citado en Jiménez Valdez, 1984, p. 13) y la élite habría manejado el náhuatl (Scholes y Roys, 1948, citados en Villegas, 2004, p. 263). ¿Qué profundidad cronológica puede otorgarse a esta atribución lingüística?
Exisen versiones contradictorias sobre el porvenir de los olmecas xicalancas, después de la intrusión tolteca chichimeca. Según Torquemada (1975, Libro III, Capítulo XI, p. 362; Olivera, 1970, p. 214; López Alonso, Lagunas Rodríguez y Serrano Sánchez, 2002, p. 19; Suárez Cruz, 2006, p. 8), después del arribo de los toltecas chichimecas, los olmecas xicalancas se asimilan a estos y se quedan en Puebla-Tlaxcala. El argumento reside en el mantenimiento de su institución política doble en Cholula (San Andrés y San Pablo) hasta la llegada de los españoles. Según Armillas (1946, p. 137), después de su expulsión de Puebla-Tlaxcala, los olmecas xicalancas se separan en dos grupos: los olmecas se dirigen hacia el norte tomando el nombre de Zacatecas (de Zacatlan) (ver también Castro Leal Espino, 1986, p. 181) en Puebla (Jiménez Moreno, 1942, p. 126), y los Xicalancas se dirigen hacia el sureste. Lombardo de Ruiz, López de Molina, Molina Feal, Baus de Czitrom y Polaco (1991) agregan un destino: la zona mixteca. García Cook (2013, p. 10; ver también Merino Carrión, 1989, p. 95; García Cook y Merino Carrión, 1991, p. 389) sugiere que los olmecas xicalancas han desaparecido completamente de Puebla-Tlaxcala en el siglo XII: los otomíes los habrían remplazado en el sur y en el norte de Tlaxcala.
Foncerrada de Molina (1990) caracteriza socialmente el grupo, incorporando consideraciones propuestas en 1966 por Chadwick: los olmecas xicalancas son fundamentalmente artesanos y comerciantes; han desempeñado un papel significativo en la identidad cultural de las últimas fases clásicas de Cholula, y durante el periodo Posclásico, en Tula. Los mixtecos (asociándolos con olmecas xicalancas, véase párrafos anteriores) son los catalizadores de la expansión (comercial) de Teotihuacan en la parte meridional de Mesoamérica. En el Lienzo de Jucutato, se habla de artesanos orfebres que han migrado desde el Golfo, buscando minerales; su jefe aparece en las escenas del códice llevando un abanico5 (Castro Leal Espino, 1986, pp. 215, 218; Roskamp, 1998, pp. 105, 110, 170). Aquí la interrogante sería: ¿puede atribuirse a un grupo cultural, a lo largo de milenios, una característica social homogénea?
Esta revisión de las características lingüísticas, migratorias y sociales de los olmecas xicalancas revela fuertes contradicciones, lo que dificulta la interpretación factual de las fuentes etnohistóricas. A nuestro parecer, los olmecas xicalancas encarnan prototipos de extranjeros: “el que no habla náhuatl, el mudo, el bárbaro, el torpe” y se definen por negación, “el que no es uno”, es que es “otro”: siendo no nahua, este grupo puede corresponder a una multitud de pueblos, cubriendo una porción muy amplia de Mesoamérica. Simultáneamente, el grupo se relaciona por intermitencia con un origen común nahua (nonoalcas de Tula, etc.) así como con una peculiar posición social, artesanía y comercio, una “especialización de afuera” (Helms, 1988; 1993) con fuerte connotación prestigiosa. Frente a estas contradicciones, ¿es posible seguir considerando la información proporcionada como datos factuales y objetivos?
La cerámica como marcador cultural portableEs complejo postular que esquemas culturales distintos han necesariamente operado como marcadores de identidad étnica, en particular porque las variaciones estilísticas son frecuentemente usadas y manipuladas de forma consciente por los actores sociales (Lévi-Strauss, 1962; Kubler, 1969; Wobst, 1999; Demoule, 2005). ¿Qué criterios se emplean para asociar la cultura material (y en particular la cerámica en contexto arqueológico) con los olmecas xicalancas? (Cuadro 4).
Asociación de marcadores cerámicos con los olmecas xicalancas
Grupos, tipos y formas cerámicas | Temporalidad asignada | Procedencia | Fuentes |
---|---|---|---|
Teotihuacan III, IV y V | Paleo-olmeca (600 a 1000 dC) | ¿Local? | Jiménez Moreno, 1942, pp. 128, 145 |
Azteca I Cholulteca I | Neo-Olmeca (1000 y la llegada de los españoles) | ||
Cerro Montoso Isla de Sacrificios | ¿Isla de Sacrificios? | ||
Anaranjado delgado | 0 a 650 dC | San Juan Ixcaquixtla | Chadwick, 1966, p. 3, 10-11 |
Coyotlatelco | ¿? | Teotihuacan | |
Anaranjado fino | ¿? | Costa del Golfo | López de Molina y Molina Feal, 1978 |
Rojo sobre bayo | 600 a 850 dC | ¿Local? | López de Molina y Molina Feal (en Lombardo de Ruiz et al., 1991 [1986], p. 241) |
Anaranjado fino | ¿? | Tabasco y Champotón | Lombardo de Ruiz et al., 1991 [1986, p. 238] |
Tonos naranjas y rojos | 750 a 850 dC | ¿? | García Cook y Merino Carrión, 1991 [1988] Merino Carrión, 1989, pp. 89-90 |
Engobe ceroso Cajetes esféricos Platos de bordes divergentes | |||
Rojo con decoración en negro (líneas paralelas) | |||
Anaranjado fino | |||
Cocoyotla | 700 a 900 dC | Local | Mc Cafferty, 2000, pp. 352, 354-355 |
Tepontla fondo sellado | 700 a 900 dC | Local | |
Comales | 700 a 900 dC | Local | Mc Cafferty, 2001, p. 230 |
Lisa cholulteca | Posclásico temprano | Local | Suárez Cruz, 2001, p. 14; Suárez Cruz, 2006, p. 36 |
Tepontlas cafés, rojos y negros | Posclásico temprano | Local | |
Azteca I | A partir de 800 dC | Local | Santana Sandoval, 2006, pp. 76-79 |
Soportes zoomorfos | Local | ||
Platos con fondos sellados | Local | ||
Negro sobre color natural del barro | Epiclásico, Posclásico temprano | Local | Suárez Cruz, 2006, p. 36 |
Excepto Jiménez Moreno (1942), quien alarga el periodo de ocupación olmeca xicalanca desde el Clásico hasta el Posclásico en el altiplano central, los tipos cerámicos asociados son epiclásicos, todos o en parte (López de Molina y Molina Feal, 1978). Sólo se explicita la vinculación de una cerámica producida en la costa del Golfo (naranja fino cf. Forné, Alvarado y Torres, 2011, pp. 28-29; Pool, 2009, p. 4) con el supuesto origen del grupo. Ahora bien, en lo que concierne a las proporciones de naranja fino en el material de Cacaxtla-Xochitécatl y Cholula, un análisis sintético (Testard, 2014, pp. 699-700, 708-709) permitió resaltar valores muy bajos. Por otra parte, la cerámica Rojo Sobre bayo (o asimilada) es una tradición local, que pertenece a una esfera amplia de producción epiclásica conocida como “complejo Coyotlatelco” (Solar Valverde, 2006; Nichols, Neff y Cowgill, 2013); la identificación con los olmecas xicalancas es, desde entonces, poco reveladora o consistente. El estudio de Salomón Salazar (2011) sobre cerámica epiclásica de Puebla-Tlaxcala demuestra que las modificaciones funcionales se relacionan con factores ideológicos y no étnicos. Porque como mediadores (origen lejano, viajeros, comerciantes), los olmecas xicalancas también han sido asociados con el complejo fenómeno Mixteca Puebla (Nicholson y Quiñones Keber, 1994). Pero resulta que este encaja en procesos milenarios que corresponden a las interacciones entre el altiplano central y la zona oriental y sur de Mesoamérica. En correlación con la identificación Mixteca Puebla y los datos expuestos en las fuentes etnohistóricas sobre Quetzalcóatl, la iconografía de la serpiente emplumada en la cerámica policroma de Cholula, también fue relacionada con el grupo (Mc Cafferty, 2000, pp. 352, 354-355). Según Piña Chan (1998, p. 113), los olmecas xicalancas son responsables de la introducción del culto de Venus y de Quetzalcóatl en el altiplano central. Los trabajos epigráficos recientes de Lacadena (2010) y de Soto y Velázquez García (2012) proponen, en cambio, que estas prácticas rituales hayan sido introducidas desde el altiplano hacia el mundo maya y el Golfo, y no al contrario.
El asentamiento, la arquitectura y las pinturas muralesSegún García Cook y Merino Carrión (1991, p. 158), la crisis que experimentó Cholula hacia 600 dC condujo al empoderamiento de los olmecas xicalancas en el suroeste de Tlaxcala, con su capital en Cacaxtla-Xochitécatl. Mendoza (1992, p. 152) se adelanta y propone que este arribo llevó al abandono de Cholula y al asentamiento en el sitio de Cerro Zapotecas. Ahora bien, los últimos datos proporcionados por Salomón Salazar (2008) indican que Cerro Zapotecas no pudo constituir un repliegue para las poblaciones de Cholula, como se supuso anteriormente. Según Mc Cafferty (2000, p. 352; 2003, pp. 228-229), los olmecas xicalancas construyeron las últimas fases de la Gran Pirámide. Varios autores les atribuyen la edificación del Patio de los Altares, por la relación con la iconografía de las estelas y los altares (y su relación con Quetzalcóatl). Según López Alonso et al. (2002, p. 19), los olmecas xicalancas son los constructores de los nuevos teocallis en Cholula e instauran como deidad tutelar mexica a Yacatecuhtli (divinidad de los mercaderes). ¿Qué elementos les conducen a sugerir la introducción de un culto a esta deidad de los comerciantes?
El origen de la asociación de los olmecas xicalancas con Cacaxtla-Xochitécatl nace de los escritos de Muñoz Camargo. Como lo subrayan Santana Sandoval y Delgadillo Torres (1990) y Brittenham (2008, p. 255), el autor no menciona propiamente Cacaxtla, pero habla del cerro Xochitécatl haciendo referencia al sistema defensivo6. Es Armillas (1946, p. 138) quien relaciona topónimos proporcionados por Muñoz Camargo en el siglo XVI y los de sitios visibles en la primera mitad del siglo XX; y concluye que el grupo ocupó y fortificó Cacaxtla y Xochitécatl7. Kirchhoff et al. (1976), en la edición de la Historia Tolteca Chichimeca, localizan Tecazpan Tlatzintlan, asiento del tlaquiach olmeca xicalanca, en la zona de Cacaxtla-Xochitécatl, constituyendo así “un péndulo” con Cholula, donde reina el aquiach (citado en Mendoza, 1992, p. 143). Lombardo de Ruiz et al. (1991, p. 16; ver también Foncerrada de Molina, 1993, p. 103; Plunket Nagoda y Uruñuela y Ladrón de Guevara, 2012, p. 60) proponen una delimitación del territorio olmeca xicalanca con base en la información de Muñoz Camargo y la Historia Tolteca Chichimeca. Este territorio habría correspondido a un área amplia desde las faldas de la Sierra Nevada en Puebla hasta el este de Tepeaca, y desde Huaquechula y Tochtepec hasta Cacaxtla-Xochitécatl.
La propuesta según la cual los olmecas xicalancas habían sido los creadores de los programas pictóricos de Cacaxtla emergió así de forma natural. Según Foncerrada de Molina (1982), en la Escena de la Batalla (sub-edificio B), los guerreros jaguares (vencedores) son olmecas xicalancas teotihuacanizados. En su texto póstumo Cacaxtla, la iconografía de los olmecas xicalancas, la autora cambia ligeramente su opinión: los vencedores son una coalición de olmecas xicalancas teotihuacanizados y de Mayas de la metrópolis, afrontados a olmecas xicalancas del sur mesoamericano. Mc Vicker (1985) y Graulich (1990) proponen, por su parte, que los vencedores pudieran ser también los olmecas xicalancas, sin embargo, les atribuyen un origen diferente: Golfo, Teotihuacan o Xiuhtlan. Según Lombardo de Ruiz et al. (1991, p. 240) y Foncerrada de Molina (1993, p. 163), el estilo sincrético de las pinturas murales es la expresión de la identidad funcional de los olmecas xicalancas, cuyo sustento económico es la interrelación entre dos áreas (altiplano central y zona maya del Usumacinta); considerando su identidad bi (¿tri?) étnica y doble aculturación Teotihuacan/maya, son excelentes candidatos para explicar la tradición híbrida de los programas pictóricos. En el otro extremo del prisma, algunos autores emiten puntos de vista más matizados (Santana Sandoval, 2006, pp. 63-64; Palavicini Beltrán, 2006, pp. 239, 250; Brittenham, 2008, p. 255; Serra Puche y Lazcano, 2011, p. 161). A nuestro juicio, la asociación de los olmeca xicalanca con la tradición pictórica de Cacaxtla, correlacionando identidad étnica y artística, concibe el estilo como preexistente y niega las cuestiones fundamentales de agency (Gell, 1998; Brittenham, 2008).
¿Hacia una exégesis mítica? El extranjero como arquetipo de primer rey y la migración como alegoría civilizadoraLos diferentes estudios que han optado por la hipótesis olmeca xicalanca como vector fundamental de la ocupación epiclásica de Puebla-Tlaxcala muestran varias tendencias: (1) una interpretación “occidental” de las fechas proporcionadas por un sistema calendárico con dimensión simbólica, sin perspectiva crítica sobre su fiabilidad cronológica (en el sentido arqueológico); (2) una transposición geográfica de los recorridos descritos en las primeras fuentes, sin examinar las posibles referencias convencionales a las cuales estos lugares aluden (cuevas, montañas, lagos y manantiales); (3) un cruce de los diferentes trabajos contemporáneos, llevando, en la mayoría de los casos, a interpretaciones erróneas de trabajos anteriores; (4) de forma más general, una visión pasiva de la construcción de la identidad cultural que no corresponde a las discusiones contemporáneas en antropología (Leroi-Gourhan, 1971; Gruzinski, 1999).
Más allá de lo que acabamos de subrayar, existen varios problemas sin solución en el centro de la cuestión olmeca xicalanca. Así, la asociación de chochos, popolocas, nonoalcas a los olmecas xicalancas o huixtotin es actualmente inextricable: los datos disponibles y los trabajos más recientes muestran demasiadas contradicciones (nahuatlatohablantes, o no, aparentados o no a los toltecas). Recordemos que las fuentes etnohistóricas recogen datos primero de una época sumamente particular, de contacto y colonial; segundo, desde el punto de vista de narradores (e informantes) exteriores al grupo olmeca xicalanca. La realidad objetiva atribuida a relatos redactados con el fin de (re)presentación y legitimización tiene desde entonces que reconsiderarse.
La revisión de los datos sobre el origen de los olmecas xicalancas ha subrayado contradicciones entre los relatos (norte y este, Xicalango). Sin embargo, un aspecto fundamental es acertado: se trata de un grupo fundamentalmente presentado como alóctono. Según Carmarck (1981, citado en López Austin y López Lujan, 1999, pp. 116-117) y Breton (1999), los kichés también reclaman la Laguna de Términos. En el Popol Vuh, su lugar de origen se sitúa al este (López Austin y López Lujan, 1999, p. 118). Los itzás o los putunes son, según Ball y Taschek (1989, pp. 188-193), mayas choles, también originarios de la Laguna de Términos (guarixes); incluso los tarascos tendrían su origen en Xicalango (tal como nos lo reporta el Lienzo de Jucutato, véase página 145). El libro del Chilam Balam también cuenta una larga peregrinación, metáfora de los esfuerzos de un grupo para desplazar un corredor comercial establecido por Teotihuacan. Los soberanos teotihuacanos de Copán también proceden del este (Stuart, 2000). Desde luego, ¿este lugar donde convergen varios relatos de migración de orígenes diversos no podría entonces traducir una convención retórica y simbólica más que una información geográfica fidedigna?
Desde un marco antropológico más amplio, el origen extranjero de los individuos les da una característica sacra y de poder (Helms, 1993, p. 172). Existe una correlación entre la distancia geográfica y temporal, de tal forma que los viajes en largas distancias son (re)creaciones de viajes ancestrales. Las figuras más arquetípicas de este tipo de viaje son el Sol y la Luna; así la reproducción de tales trayectos identifica de forma simultánea sus actores con los astros y los ancestros (Helms, 1993, p. 110). Ahora bien, esta idea es particularmente pertinente para el origen oriental (donde emerge el sol cf. Sahagún) de los olmecas xicalancas, de los tarascos, de los kichés, de los itzás e incluso de los copanecos clásicos. Roskamp (1998, p. 110) ha señalado que el relato de poblaciones emergiendo de un recipiente (o de una cueva) es recurrente en las fuentes etnohistóricas. Si regresamos a la etimología privilegiada de Xicalango, xicalli (recipiente fabricado a partir de una calabaza) es plausible que se remita al arquetipo de una matriz original, que además se localiza al este, donde el astro solar emerge a la superficie terrestre.
Según Helms (1988, pp. 63, 81), la capacidad de desplazarse en amplias distancias geográficas se documenta en varias sociedades preindustriales como propia de los especialistas rituales. Se trata de viajes iniciáticos: como otros grupos mesoamericanos —tarascos, por ejemplo— es en el transcurso de su viaje que los olmecas xicalancas se acercan al calendario y a la escritura (Castro Leal Espino, 1986, p. 195). Las migraciones pueden entonces concebirse como alegorías de los trayectos hacia la civilización. Así, según Breton (1999, pp. 337-338): … la migración lleva a la instalación, la caza a la agricultura, la peregrinación y el vagabundaje en tierras hostiles a la adquisición de un territorio propio frecuentemente como beneficio para el grupo que lo narra, sin poder, en todos los casos, vincular los episodios y establecer el orden que guardan entre ellos […] apasionados por su propia historia que no para de reinventar, cada uno de estos grupos produce relatos que hacen el panegírico de sus propias hazañas, en detrimento de las acciones imputadas a los grupos vecinos (sean aliados o enemigos).
Según Beekman y Christensen (2003, p. 121), la migración es una constante mesoamericana, una herramienta eficaz de legitimización que sirve para demostrar la preeminencia de los narradores, presentándola como una actuación ritual de pasaje para la comunidad. Los héroes civilizadores se caracterizan por su capacidad de viajar, pero también por su excelencia en varios tipos de artesanía y sus conocimientos (Helms, 1993, p. 111). Estas características son las de Olmecatl Huixtoti (brujo) (cf. Sahagún) y de Quetzalcóatl (cf. Ixtlilxóchitl); ambos personajes se asocian con los olmecas xicalancas. Más de una docena de grupos ha reclamado el aprendizaje (y la descendencia) de Quetzalcóatl, y los olmecas xicalancas forman parte de estos grupos. Estas leyendas permiten contener la esencia de una historia social (a través de una alegoría) en un relato recolectado en el momento del contacto con los españoles.
En la Historia Tolteca Chichimeca, en Muñoz Camargo, en Torquemada y en Chimalpahin, los olmecas xicalancas son los primeros en llegar. Según Beekman y Christensen (2003, p. 123), el arribo a tierras vírgenes es una manera de reivindicar una primacía: es decir, presentarse como los primeros ancestros o primeros habitantes. Según Ixtlilxóchitl (véase también Veytia), los olmecas xicalancas se confrontan a gigantes (frecuentemente relacionados con Teotihuacanos cf.Mc Cafferty, 2000; Chadwick, 2013), de los cuales se deshacen de forma progresiva. El mismo esquema se ve entre los toltecas contra los olmecas xicalancas (cf. Historia Tolteca Chichimeca), entre los mexicas en el momento de su asentamiento en la cuenca de México o entre los tarascos en Pátzcuaro. Nótese que la disidencia o la persecución política es un motivo frecuente para explicar la emigración (Beekman y Christensen, 2011, p. 150), pero también para legitimar el asentamiento sobre el territorio así como el proceso que ha llevado a este.
Las diferentes etapas del relato de los olmecas xicalancas se superponen a otras “etapas estructurales” de las historias recolectadas en el periodo de contacto, colonial y hasta contemporáneo, en Mesoamérica.
Comentarios finales: historia y legitimación en MesoaméricaDesde un punto de vista diacrónico y a manera de conclusión, es interesante recordar que López Austin (1994, pp. 67-68, 71-72) explica como los mexicas han reescrito su propia historia, construyendo la legitimización de sus lugares de origen, presentándose como descendientes a la vez de locales y de extranjeros, en el contexto de la conquista. Castro Leal (1986, pp. 191-192) documenta mecanismos similares en la Relación de Michoacán. Estos mecanismos se reportan desde épocas remotas (cf. Veytia); la recuperación de un pasado atribuido a otros grupos culturales fue subrayada por Bancroft (1997, p. 145). En su artículo sobre la relación entre Tula y Chichén Itzá, Smith (2007) relaciona elementos con los cuales coincidimos: la concepción de la historia prehispánica émica como vector de legitimización de los soberanos y de sus entidades políticas; las problemática ligada a la compresión del tiempo en sociedades con tradiciones orales; la interrelación entre mito e historia, entre ancestros míticos y soberanos.
La suma de las evidencias aquí recolectadas nos lleva a proponer que las fuentes sobre olmecas xicalancas forman parte de un género literario o narrativo de posteridad milenaria entre los pueblos mesoamericanos8. En arqueología, una gran cantidad de cambios sistémicos, que dieron lugar a grandes delimitaciones cronológicas, se atribuyeron frecuentemente a intrusiones brutales de grupos alóctonos. Los estudios recientes (materiales, arqueométricos, antropológicos, epigráficos, iconográficos) tienden a matizar de forma sensible este panorama, dejando lugar a una visión más activa de los fenómenos históricos; este ensayo pretende contribuir a esta visión dinámica de las sociedades de Mesoamérica, e ir avanzado, paso a paso, en el conocimiento de sus pueblos.
Una situación similar a la que examinamos es bien conocida para el sur de Mesoamérica; pero, de hecho, la superposición de las culturas clásicas de Cotzumalguapa y de los pipiles del periodo de contacto se invalidó gracias a los recientes trabajos arqueológicos de Chinchilla (Chinchilla, 1998; Chinchilla, Bove y Genovés, 2009).
Existen diferentes grafías bajo las cuales aparece el grupo en las fuentes etnohistóricas y en los trabajos publicados a partir de 1940; optamos por olmecas xicalancas.
La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Una revisión bibliográfica de 70 obras (artículos, capítulos, libros) publicadas entre 1942 y 2013 sobre el Epiclásico en Puebla-Tlaxcala muestra que más del 78 % (n=55) de entre ellas elijen una lectura histórica factual de estas fuentes (pero divergen en temas como origen, cronología, marcadores); apenas el 4 % (n=3) de trabajos se oponen explícitamente a esta lectura; 17 % (n=12) muestran una tendencia matizada.
Nótese, sin embargo, que en las conclusiones del coloquio de 2006 sobre Cacaxtla (Gobierno de Tlaxcala, INAH y CONACULTA, 2006, p.565), hay unanimidad sobre la ausencia de correlación entre las fechas proporcionadas en las fuentes etnohistóricas y los materiales arqueológicos del sitio, lo que conduce a dudar de que los olmecas xicalancas hayan sido los responsables de las pinturas del sitio.
En Torquemada (Libro I), se menciona que los olmecas eran llamados pipiles en Nicaragua (citado en Cravioto Rubí, 2004, p.126).
Una parte de los túneles considerados defensivos son en realidad huellas de extracción de tepetate, utilizado en la construcción (Lazcano, 2012, p. 31).
El nombre de Cacaxtla en sí no aparece en ninguna fuente etnohistórica. Es proporcionado por primera vez por Seler (1904 citado en Armillas, 1946, p. 139) que sugiere la existencia del palacio del rey Cacaxtli sobre el cerro Xochitecatl. En el códice mixteco Bodley (folios 2 y 3) aparece un glifo toponímico (mecapal) que haría referencia al sitio (Mc Cafferty, 2007, pp. 461-462).
Véase por ejemplo los análisis sobre relatos de migración (y recorridos) en comunidades actuales mayas tzotziles de Chiapas (Alejos, 2016) o de Quintana Roo (Vapnarsky, 2003, 2009).