Como si fuera el corazón o la punta del iceberg, el pequeño cactus peyote (Lophophora williamsii), bien conocido entre el gran público por sus propiedades psicoactivas y popularizado por un buen número de obras literarias y especializadas, es el principio articulador y la parte visible de este libro que posee un propósito global —u holístico— y a la vez un estilo accesible que lo hace ágil de leer. Tal vez el resultado de integrar una serie de capítulos elaborados desde disciplinas como la antropología, la sociología, la historia, las ciencias políticas y la legislación, la ecología, la biología o los estudios religiosos implique, para superar la jerga particular de cada campo de estudio y su posible aislamiento, la adopción de un lenguaje común, de una lengua franca que propicie el diálogo entre ellos y al mismo tiempo permita a un lector no especializado leerlo de principio a fin obteniendo una visión de conjunto. Así pues, en primer lugar cabe destacar de este libro un tipo de estilo y de lenguaje que —con excepción de los necesarios tecnicismos— permiten a un especialista de algunas de las disciplinas involucradas sumergirse sin obstáculos en los demás capítulos, y a un lector más general emprender la lectura de una obra cuyo mayor valor y complejidad residen en la integración de facetas diversas del cactus peyote de una manera que se presenta a la vez como natural y como coherente.
A este respecto, desde el siglo pasado, e incluso antes, el peyote ha sido objeto de una amplia serie de estudios —científico-botánicos, químicos, etnográficos, etcétera— cuya característica principal era su talante monográfico y, cabría decir, “unidisciplinar”. La amplia bibliografía incluye, entre otros muchos, ensayos sobre sus principios psicoactivos, textos literarios —como el conocido de Aldous Huxley (2009 [1954]) centrado en sus efectos en la percepción—, obras etnológicas como la de Weston La Barre (2002 [1938]), y, entre otras más, registros y estudios etnográficos acerca, por ejemplo, de su preeminencia en el contexto mítico-ritual de los wixaritari o huicholes (véanse Nahmad Sittón, Klineberg, Furst y Myerhoff 1972; Schaefer y Furst, 1996, y el valioso estudio crítico de Neurath, 2006).
Frente a ellos, la novedad de este libro es precisamente su enfoque interdisciplinar, adoptado por las editoras, que explicita una intención metodológica en la propia concepción y configuración del volumen. A ella se aúna una intención sintética y a la vez omniabarcante. Entre los 12 capítulos del libro encontramos aproximaciones ecológico-biológicas o etnobotánicas, históricas, jurídicas y etnográficas, por destacar solo algunas. Como señalan las editoras en su introducción, el libro ofrece una contribución de carácter colectivo que reside en el esfuerzo por presentar “una descripción densa y de carácter antropológico” del cactus peyote, sumando voces tanto de académicos como de activistas, de expertos en cuestiones legales e, incluso, incluyendo la perspectiva de un nativo americano, un líder sicangu lakota de la denominada Iglesia Nativa Americana, que revela su preocupación por la necesidad de conservar y proteger los usos del peyote para las futuras generaciones y describe al cactus como un ser-planta capaz de comunicarse y relacionarse con los seres humanos (capítulo 7).
Este encuentro de voces y perspectivas analíticas sitúa al peyote en una serie de contextos históricos, culturales, ecológicos, políticos y legales de México, Estados Unidos de Norteamérica y Canadá, con líneas que recorren transversalmente el libro, mostrando a la vez un cambio de escala que abarca desde lo macro, entendido como procesos históricos y cuestiones climáticas o transnacionales, a lo micro, en forma de estudios de caso o de análisis de documentos y expedientes legales (desde casos de la Inquisición en el México colonial a procesos jurídicos en la Suprema Corte de los Estados Unidos). Así pues: encuentro de disciplinas, de voces de estudiosos y de actores sociales involucrados, de procesos de larga duración y de fenómenos de aparición más reciente tratados mediante un abordaje sincrónico, del nivel micro y local hasta los grandes procesos relacionados con políticas transnacionales y fenómenos culturales de amplia difusión. A la vez, el libro alberga un potencial comparativo implícito, pues, como señala Labate en varias ocasiones, algunos de los temas tratados en el volumen y de las situaciones que conciernen al uso indígena y no indígena, la legislación, la patrimonialización del peyote como “herencia cultural nacional” y los fenómenos de tipo New Age —como el neochamanismo o turismo espiritual en el contexto de Wirikuta y los conflictos que se desprenden de ello— podrían ser puestos en relación, por ejemplo, con aspectos análogos concernientes a la expansión del chamanismo de la ayuahuasca (Banisteriopsis caapi) en el contexto amazónico sudamericano y otros países, tal y como han sido abordados por la editora en diferentes trabajos anteriores (véase Labate, 2004; Labate y Jungaberle, 2011; Labate y Cavnar, 2014).
El libro incluye también, por otro lado, una suerte de perspectivismo cultural, es decir, un cruce de visiones culturales diferentes proyectadas sobre el mismo cactus. Encontramos visiones endógenas y exógenas del peyote, miradas hacia lo propio y hacia lo extraño, visiones desde lo vivido ancestralmente y visiones impregnadas de un contexto cultural ajeno y que por lo tanto tienen un alto componente de proyectado e inventado. Por ejemplo, en el capítulo 9, de Benciolini y Gutiérrez del Ángel, encontramos un análisis etnográfico contrastante de la percepción y el consumo del peyote entre los wixaritari (huicholes) y los náayeri (coyas), destacando, por ejemplo, pese a la cercanía geográfica y cultural de estos 2 grupos, y aun tratándose de un mismo contexto de análisis centrado en los rituales de Semana Santa, las divergencias en las visiones locales del peyote que presentan ambos: la relación visible y el carácter solar y diurno del cactus (jículi) entre los huicholes, quienes lo consumen fresco —y donde se concibe como una familia humana con miembros diversificados—, y la relación más silenciosa y nocturna que los coras, quienes lo consumen seco, establecen con el peyote (watari), así como el vínculo del cactus en este contexto con la oscuridad, las fuerzas acuáticas y la transgresión. Por su parte, en el capítulo 3, de Dawson, lo que se nos presenta es una imagen exógena, por así decir, del universo del peyote, tal y como era representado por la imaginación colonial. A través de un enfoque histórico y centrado en documentos y fuentes de cronistas de Indias, y procesos inquisitoriales, asistimos a la inserción del peyote en el universo ideológico y católico europeo, donde el cactus es visto como algo esencialmente peligroso, diabólico, irracional, suerte de “vino” cuya ingestión herética propicia en su consumo encuentros con el diablo, y a cuya erradicación deben abocarse los procesos de extirpación de la idolatría. Esta demonización del peyote en términos católicos y su lectura inscrita en la concepción del mundo de los religiosos españoles tiene algo que ver, en cuanto a su visión foránea, leída en un contexto ajeno al que pertenece el peyote —y salvando las distancias necesarias—, con el capítulo 10 de Basset relativo al turismo New Age en Wirikuta, donde se estudia cómo el peyote y el universo chamánico local es reapropiado —ya no estigmatizado y demonizado sino visto como algo deseable y redentor— por la imaginación europea contemporánea que lo vincula semánticamente con el mito del buen salvaje, el estado de comunión con la naturaleza, el culto ancestral y universal a la madre tierra, el chamán como hombre-medicina, los estados modificados de conciencia como acceso a una realidad superior y sagrada, y diversos valores asociados con las religiosidades a la carta, experimentables desde una dimensión individual —la guía y la experiencia interior— y sin la tiranía de un credo impuesto, vinculados de diferentes formas con el pensamiento de la posmodernidad. Tal y como ocurrió durante el periodo colonial, la visión exógena —antes católica, ahora New Age y neochamánica— presenta repercusiones en las propias comunidades locales, que no son ajenas a la visión proyectada desde el exterior y desde otros contextos culturales sobre sus propias concepciones y prácticas (acerca de la concepción en torno a los “neoindios”, véase Galinier y Molinie, 2006).
Además de todo lo anteriormente señalado, en el libro se habla, entre otras muchas cosas, de la historia natural del cactus; de su clasificación botánica y del ecosistema en el que habita, y de la compleja composición química del mismo. Vale la pena detenerse un momento en ello, dado que constituye uno de los aspectos popularmente asociados en el imaginario colectivo con el peyote. En su composición se han detectado más de 55 alcaloides, siendo considerado como el principal la mescalina, que actúa directamente sobre el sistema nervioso central y produce efectos similares a los del LSD, con alucinaciones visuales, táctiles, olfativas y auditivas. No obstante, un aspecto importante a este respecto que cabría destacar, como es bien conocido en el ámbito antropológico, es que dichas “alteraciones” tienen un alto componente cultural que modela y condiciona sus repercusiones o efectos neuropsicológicos. Aunque consumir peyote produce una experiencia de modificación de la conciencia tal vez en la mayoría de los individuos, no implica sin embargo que desencadene automáticamente el tipo de visiones chamánicas características de la cosmología de los huicholes o de otros pueblos indígenas. En una de las conocidas advertencias presentes en su estudio clásico sobre los hongos psicoactivos, dedicado a la obra de Gordon Wasson sobre el Soma, sostiene Lévi-Strauss (2001 [1973]: 220): “los alucinógenos no esconden un mensaje natural […]; son desencadenadores y amplificadores de un discurso latente que cada cultura tiene en reserva y del cual las drogas permiten o facilitan la elaboración”.
En el libro se habla igualmente de las distintas legislaciones para el uso y el comercio del peyote en Estados Unidos o Canadá, de la evolución histórica de las mismas en lo que respecta al consumo de drogas, de su presencia en la Iglesia Nativa Americana, cuyos miembros, así como el consumo del peyote, han experimentado un incremento sustancial en los últimos años; del futuro de la planta; de su protección por la convención de la cites, y de su consumo sostenido en el presente tanto por comunidades indígenas como por grupos no indígenas en los intersticios de la regulación y muchas veces como una herencia cultural procedente del pasado e inscrita en procesos de larga duración, pero también en reformulaciones rituales de génesis más reciente.
Quizá la mayoría de los ensayos del volumen, a pesar de la divergencia y la diversidad de sus perspectivas, coincidan en una serie de temáticas centrales y aspectos medulares. Uno de ellos, repetido y abordado de distintas formas, lo constituye la constatación de que las poblaciones silvestres del peyote se ven hoy disminuidas tanto en volumen como en extensión, debido a diversos factores que incluyen desde las formas incorrectas de recolección a la destrucción del ecosistema del cactus o las modificaciones climáticas a gran escala —siendo interesante la relación que, como se propone en el primer capítulo, de Trout y Terry, muestra la evolución del peyote como un producto de la relación entre los seres humanos y la planta—. Ante esta disminución del peyote surgen también, en los distintos capítulos, diversas sugerencias, estrategias o propuestas orientadas a su conservación. Así pues, la situación de riesgo en que se encuentra el peyote y cómo lograr su preservación en estado natural serían dos importantes cuestiones transversales y subyacentes de la obra.
Pero también, a un nivel más general, la tesis del libro podría ser formulada como un respeto a la biodiversidad y a los ecosistemas, así como a la riqueza y a la pluralidad cultural, a la variedad de los seres vivos en una vasta región americana y a la profundidad de la experiencia humana tanto entre culturas de orígenes antiguos como en tradiciones de gestación más reciente, siempre en torno a un pequeño cactus psicoactivo al que circundan diversas modalidades de vida ritual.