Esta obra intenta reunir algunos ejemplos representativos de las relaciones entre distintas disciplinas históricas aplicadas al conocimiento del pasado en Oaxaca. Evidentemente que los editores han revisado el estado de los estudios a lo largo de más de veinte años, suficiente para mostrar un amplio panorama de la naturaleza de las investigaciones en Oaxaca. Aunque el volumen no es exhaustivo, los ejemplos seleccionados cubren de manera general la mayoría del territorio de Oaxaca. Los temas son un tanto disímiles, pues lo mismo presenta investigaciones arqueológicas, como estudios de códices, tecnología, historia oral o religiosidad, en todo caso se supone que el hilo conductor es el empleo de distintas metodologías complementarias para acercarse lo mejor posible a los intereses históricos o arqueológicos que cada autor propone.
El primer capítulo, de Danny Zvorober, hace un amplio recuento de la historia antigua de Oaxaca como es conocida actualmente, refiriéndose por supuesto a las relaciones entre las distintas disciplinas y su aplicación en diversas regiones y problemas. Es por tanto un buen resumen para quienes no estén al tanto de los temas que se han abordado en las últimas décadas acerca de la historia antigua de Oaxaca y sus cambiantes desarrollos políticos a través de los siglos. El resumen amplio es también referido a las aportaciones contenidas en este volumen y abarca desde las primeras aldeas hasta los problemas modernos donde destaca la perspectiva múltiple que incluye tanto a comunidades nativas, como a los grupos criollos, mestizos y extranjeros que han aportado importantes temas de reflexión en la historia de Oaxaca. Continúa el autor con la síntesis amplia de los problemas que se abordan en el presente volumen, haciendo un análisis de las distintas metodologías empleadas para abordar problemas culturales en Oaxaca. Un tema interesante es la opinión de los especialistas sobre los límites entre las metodologías empleadas por arqueólogos e historiadores y si tales límites se pueden borrar del todo, lo cual no parece ser el caso. Finalmente, se ofrecen algunos detalles de cómo fue concebido este texto en homenaje al desaparecido Bruce Byland.
El capítulo 2, presentado por Ronald Spores, es un resumen de las muy sabidas ventajas que tiene iniciar investigaciones mediante el uso de fuentes históricas conjuntamente con otros recursos como la arqueología, la lingüística histórica y la etnografía, muy al estilo de lo que Ignacio Bernal (1962) había señalado hace muchas décadas. En un tono de reproche, Spores se lamenta de que no exista en México una especialidad académica de arqueología histórica, siendo el caso de Oaxaca tan abundante en ejemplos de este tipo, sin embargo, el autor no aporta un ejemplo específico de este tipo de formación curricular. Por lo demás, se muestra orgulloso de sus ejemplos para ilustrar esta metodología, los cuales proceden del proyecto arqueológico Yucundaa, Pueblo Viejo de Teposcolula, donde el autor junto con otros investigadores, a quienes no menciona, participó en años recientes. Se indican rápidamente algunos hallazgos como reiteración de la importancia de relacionar la historia y la arqueología, y concluye haciendo apología del legado académico que aportaron los estudiosos que trabajaron en Oaxaca en el siglo pasado.
El capítulo 3 es una breve semblanza de Bruce Byland, realizada por su amigo y colega John Pohl. Aquí podemos enterarnos de algunas anécdotas de su trabajo de campo, la formación personal y académica del homenajeado, su trayectoria en la arqueología de Oaxaca, y algunas de sus publicaciones y actividades profesionales más representativas.
El capítulo 4, de la autoría de Viola König, también plantea la importancia del uso de varias metodologías en la interpretación del pasado cultural mixteco. Partiendo de una página del Códice Egerton o Sánchez Solís, y la identificación de “lugar del jaguar”, ella argumenta por qué ese sitio debe ser Santa María Cuquila en la Mixteca Alta de Oaxaca, y no el sitio de Cuyotepeji en la Mixteca Baja como fue identificado por Marteen Jansen. Este caso da pie para que König haga una reflexión acerca de la importancia de emplear fuentes arqueológicas, en este caso los glifos del periodo Clásico y Postclásico, así como pasar por la experiencia de visitar las comunidades, caminar por los alrededores, conversar con los pobladores, mostrarles los antiguas pictografías y considerar sus opiniones, sin dejar de ser críticos con cada tipo de información. Al señalar la relevancia de varias clases de fuentes informativas, algunas en campo y otras a larga distancia, concluye que los escenarios naturales donde aún habita la gente mixteca constituyen aún formas de vida con gran riqueza de información que deben ser registradas antes de perderse en la modernidad.
El capítulo 5 es nuevamente una remembranza de los trabajos arqueológicos conducidos en Tamazulapan por Bruce Byland en la década de los setenta, firmada por Geoffrey y Sharisse McCafferty, entonces estudiantes graduados. Esta evocación sirve de preámbulo para exponer un tema que ha sido parte central en sus investigaciones: la importancia religiosa de las tejedoras en el mundo prehispánico. El resto del artículo es una exposición sobre las diosas representadas en códice tales como Cihuacóatl y la dama “9 hierba”, y sus atributos más sobresalientes como son la lanzadera empleada en el tejido, y la mandíbula descarnada empleada como máscara bucal. De la presentación de estos elementos en documentos pictográficos se pasa a la evidencia arqueológica sobre todo de los ejemplos documentados en Oaxaca de mandíbulas humanas grabadas, y algunas ideas para su futura interpretación, con lo cual concluye la colaboración.
Continúa el capítulo 6 con la aportación póstuma de mismo Bruce Byland en donde presenta un caso de identificación de sitios mencionados en los códice de la región Mixteca: “Cerro del Bulto Rojo y Blanco”, y “Cerro de la Avispa”. No se trata solo de un ejercicio de identificación geográfica de estos antiguos lugares, sino de una reflexión más amplia sobre los argumentos divergentes entre este autor y Marteen Jansen, así como los elementos de error que pueden estar implícitos en las conclusiones de ambos. Con buena disposición a aceptar sus propias debilidades de método, pero a la vez confrontando este con los procedimientos de Jansen, Byland hace una detallada revisión de las identificaciones hechas por Jansen en varias publicaciones, sobre todo las concernientes a la ubicación en los códices del sitio de Monte Albán en relación con Zaachila y lugares cercanos. Sin dejar de reconocer que la identificación de Zaachila es correcta, Byland muestra con detalle las inconsistencias de Jansen para incluir en una misma historia lugares, personajes y hechos, a pesar de las insalvables dificultades en tiempo y espacio que esto implica. Los ejemplos revisados muestran la notoria tendencia de Jansen a incluir a Monte Albán y sus alrededores como los lugares donde ocurrieron los hechos de Códices como el Vindobonensis, el Nutall o el Bodley, indicando en todos los casos si esto se debe a un problema de cierre prematuro, o síntesis inadecuada, entre otros errores comunes. Finalmente pasa a la identificación geográfica de los sitios que el autor y John Pohl hicieron desde los noventa y que ha sido señalada por Jansen y otros como una interpretación de “miras muy cortas”. Reconociendo los límites que puede tener la identificación de tales lugares con sitios cercanos a las actuales poblaciones de Jaltepec y Tilantongo en el valle de Nochistlán, Byland concluye diciendo que un problema principal entre él y Jansen es que el campo intermedio entre la visión pan-mesoamericana y la “estrechez mental” que este le atribuye es ubicada por ambos en una escala muy diferente: Jansen considera que las relaciones políticas antiguas cubren territorios y periodos de tiempo mucho más amplios que los que Byland ve en los mismos documentos pictográficos. El planteamiento sin duda es muy interesante y la crítica aquí presentada seguirá siendo motivo de polémica.
El capítulo 7 consiste en un muy didáctico resumen sobre la naturaleza de las cerámicas polícromas en Cholula y la Mixteca. Este tema ha sido ampliamente estudiado antes por Michael Lind, y es él quien ha puesto en claro las diferencias y semejanzas entre estas vajillas del Postclásico (Lind, 1994). No obstante, en esta ocasión, el énfasis es puesto en preguntas claramente formuladas acerca de lo que los arqueólogos pueden responder sobre la temporalidad, origen y función de las vasijas polícromas. Luego de mostrar con claridad cuáles son los tipos más conocidos y su antigüedad, Lind pasa a responder la interrogante sobre la función de las mismas, apoyándose en los documentos pictográficos de los códices Mixtecas prehispánicos, y los códices del grupo Borgia. El resumen de las comparaciones es mostrado en dos tablas muy elocuentes, donde se muestra claramente cuáles formas son típicas de la Mixteca y sus alrededores y cuáles lo son de Cholula y sus cercanías. Esto le sirve como preámbulo para volver a poner en cuestión el viejo problema del origen de los códices del grupo Borgia (Sisson, 1983). A juzgar por lo que dicen las vasijas arqueológicas, parece ser que la presencia de ollas trípodes similares al tipo Pilitas de la Mixteca Oaxaqueña y valles centrales, sugiere que está allá el origen de estos documentos, o al menos en regiones cercanas a la Mixteca. Concluye con un problema interesante y correctamente planteado: aquellos que sugieren que los códices del grupo Borgia tienen un origen distinto a la Mixteca y al sur de Puebla (por ejemplo Uruñuela, Plunket, Hernández y Albaitero, 1997) deberán explicar por qué en ellos ocurren representaciones de ollas trípodes del tipo Pilitas en escenas de enlaces matrimoniales al estilo Mixteca. Obviamente, el mismo argumento puede ser planteado en sentido inverso, (vasijas o elementos presentes en Cholula y cercanías plasmados en los códices, que no se ven arqueológicamente en el sur de Puebla y la Mixteca), de modo que el problema está aún en pie.
El capítulo 8 es una extensa y puntual síntesis del desarrollo cultural en el Valle de Coixtlahuaca, de acuerdo a los estudios que por más de 30 años ha realizado en esta zona Carlos Rincón Mautner. El tema conductor de este resumen está centrado sobre la evidencia de que cada periodo cultural está representado de manera vigorosa en esta región durante un proceso ininterrumpido de larga duración cultural. El planteamiento de su investigación descansa sobre una revisión de los datos de distinta naturaleza para esta región; por un lado, su estudio cuidadoso de la geoarqueología del valle, y por otro lado, la información de tipo arqueológico, histórico y lingüístico, que sugieren una serie de adaptaciones a lo largo de muchos siglos con cambios de patrón de asentamiento, áreas de cultivo y estilo de artefactos. Una rápida revisión de la información arqueológica disponible sobre todo del vecino valle de Tehuacán sirve para reconocer los problemas más apremiantes en el estudio del pasado de Coixtlahuaca, y las áreas cercanas de Puebla y Oaxaca, entre ellas la falta de fechas y datos precisos para el periodo de 700 a 1100 d.C., y la tendencia a veces muy engañosa de relacionar estilos cerámicos con grupos étnicos o lingüísticos. A lo largo del artículo, Rincón Mautner hace una revisión por periodo de la evidencia histórica disponible. Al comenzar por el Clásico, se muestra cómo desde esa época existía una dinámica de interacción intensa entre la Mixteca, el centro de Oaxaca, la cuenca de Puebla, Teotihuacán, y la costa del Golfo, que tuvo por expresión una cultura material que combinaba todos estos orígenes y estilos. Conforme se pasa al Epiclásico y al Postclásico temprano, se integran datos lingüísticos y posteriormente documentos pictográficos con los cuales el autor va mostrando las adaptaciones culturales de la cuenca de Coixtlahuaca, hasta el periodo Colonial temprano. Destaca en la exposición la explicación de la homogeneidad de estilos arqueológicos hasta la época mexica, a pesar de la diversidad de grupos lingüísticos y étnicos, como una estrategia local de comunicación a través de la iconografía, que fue adoptada desde épocas muy tempranas. El trabajo está acompañado de fotos, dibujos y tablas que hacen más comprensible la integración de distintas clases de información necesarias para comprender un desarrollo cultural tan prolongado.
En el capítulo 9, Stephen Whittington y Andrew Workinger se enfocan en la región de Teozacoalco en la Mixteca Alta para, de nueva cuenta en este libro, presentar el reporte de algunos avances de su proyecto arqueológico en esta zona. Básicamente, lo que plantean es que Teozacoalco y su región han pasado a lo largo de los siglos por cuatro episodios de colonialismo por parte de zapotecos, mixtecos de Tilantongo, aztecas y periodo colonial, respectivamente. Tomando como punto de partida los documentos históricos como el mapa de Teozacoalco y la Relación Geográfica respectiva, proyectan hacia atrás en el tiempo un desarrollo cultural de muchos siglos que los lleva finalmente a los sitios arqueológicos que son objeto de su estudio: el sito de Iglesia Gentil y el sitio de Cerro del Fortín en Zapotitlán del Rio. Este último sitio tiene una profundidad histórica del periodo Cruz A y su transición al Cruz B, que es la adopción de los cánones olmecas en cerámica e iconografía. De acuerdo a sus fechas de radiocarbón, esto puede iniciar desde 1 000 años antes de la era cristiana, por lo cual el sitio puede ser adecuado para el estudio del origen de la complejidad cultural en Oaxaca, en comparación con otros lugares de temporalidad similar en la Mixteca Alta y valles centrales.
El capítulo 10, de la autoría de Bas Van Doesburg y Ronald Spores, está dedicado a la descripción del llamado Mapa San Vicente del Palmar, documento pictográfico del siglo xvi, y su temática. Los autores demuestran que las comunidades y personajes de este documento se refieren en realidad a dos poblaciones que eran poseedoras de parajes de salinas prehispánicas mismas que continuaron siendo explotadas durante la época colonial y hasta nuestros días. Estas poblaciones eran Ihualtepec y Atoyac, así como sus señores y descendientes, quienes mantuvieron disputas por la posesión de las salinas. Tanto la descripción como los pormenores de los litigios durante los siglos xvi a xviii son detalladamente referidos con datos de archivo y datos comparativos de otros documentos pictográficos. Lo anterior también da pie para que los autores muestren algunos detalles arqueológicos y etnográficos relacionados con la producción de sal en esta zona, y los futuros problemas que pueden ser abordados en relación con la temporalidad de estas comunidades productoras de sal y cerámica tradicionales, ya que durante la etapa colonial se produjo un importante cambio en la producción y funcionamiento de estas salinas, orientado sobre todo a la producción de plata y la alimentación de ganado.
En el capítulo 11, Liana Jiménez y Emmanuel Posselt nos muestran un caso bien documentado donde la convergencia de la tradición oral, el paisaje y la arqueología se complementan con el registro histórico. Más allá de lo específico de cada tipo de información, lo que se observa es cómo cada disciplina es en realidad parte de una visión más amplia que le da significado a las comunidades y su paisaje circundante. El ejemplo de San Miguel el Grande, comunidad de la Mixteca Alta al sur de Tilantongo y Tlaxiaco, sirve para ilustrar cómo se da este proceso dinámico de fusión de pasado y presente, mediante la identificación de los elementos materiales, geográficos y culturales que de acuerdo con la tradición local han moldeado desde tiempos antiguos hasta el día de hoy la identidad local. Un concepto particularmente interesante mostrado aquí es el del ndoso o gobernante sagrado, especie de héroe cultural que está presente en los periodos fundacionales importantes.
El capítulo 12 es uno de los más sólidos de este libro, pues su autor Danny Zborover se esmera en presentar un panorama de lo que se ha llamado “arqueología histórica”, revisando los antecedentes, y mostrando los problemas de los enfoques iniciales. De manera interesante, Zborover incluye los acercamientos desde la etnohistoria practicada en México, y por supuesto, el punto de vista de los mismos actores actuales en las comunidades bajo estudio, para vislumbrar una práctica menos colonizadora de la arqueología, que integra estudios históricos más incluyentes. El ejemplo para mostrar los avances de un enfoque integrativo es el Chontal Archaeological Project (CHAP), del cual selecciona algunos ejemplos. También presenta una síntesis de los distintos periodos considerados y el grado y tipo de conocimiento que se tiene en cada caso, para finalmente mostrar la experiencia con la comunidad actual de Zapotitlán, en la región Chontal de Oaxaca, y las reacciones de la población actual sobre su pasado.
El capítulo 13, presentado por Peter Kroefges, continúa con la temática del artículo anterior, pero más dirigido hacia la región de la costa donde el autor ha realizado sus investigaciones. A partir de los documentos disponibles para la región Chontal, muy poco conocida, pone a prueba la supuesta complementariedad de las fuentes históricas y arqueológicas, especialmente para los casos de dos poblaciones que son Huamelula y Aztata, representadas en el Lienzo de Teccisztlán y Tequatepec. Para esto, toma en consideración varios ejes temáticos posibles como son la identidad etnolingüística, el patrón demográfico, las divisiones territoriales, la diferenciación social, los recursos de explotación y subsistencia, las cosechas y bienes de intercambio, los sistemas de creencias, el gobierno e instituciones cívico-ceremoniales, y las alianzas y dominio político. La conclusión es muy interesante, ya que el autor no encuentra correlaciones entre datos históricos y arqueológicos, por lo cual considera que estas comparaciones son más un “acercamiento hermenéutico para el conocimiento de distintas fuentes que una comprobación de hipótesis” (p. 355).
Judith Zeitlin es autora del capítulo 14 donde expone su método de rastrear los testimonios ocultos de los registros escritos a partir de su experiencia en la historia de la región de Istmo de Tehuantepec. Tomando como referencia sus excavaciones en el sitio de Rancho Santa Cruz, la autora explora las posibilidades de ampliar la comprensión histórica empleando los textos de Burgoa y Manso de Contreras para el siglo xvii. Esto es complementado con las excavaciones para buscar, igual que en los capítulos anteriores, algunos temas que puedan ampliar la visión histórica hacia el pasado a partir de distintas disciplinas. En este caso, Zeitlin presenta su investigación de los datos públicos a los menos públicos, haciendo interpretaciones bien sustentadas; particularmente interesantes es su argumentación acerca del nuevo estilo cerámico detectado en Rancho Santa Cruz, que ella considera como una respuesta local al ambiente descrito por las fuentes escritas (la rebelión de 1660). Esta cerámica indígena decorada con motivos geométricos sería una alternativa a la presencia creciente de cerámicas mayólicas de influencia europea, como forma de reivindicar la identidad local, en un ambiente social de creciente presión sobre las comunidades locales por parte de los oficiales españoles de la época. De este modo, los registros escritos y arqueológicos mostrarían distintas facetas de una realidad social que se muestra parcialmente en cada caso, y que es necesario inferir de manera integral mediante un ejercicio interpretativo.
Finalmente, Viola König y Adam T. Sellen abordan el tema de las colecciones arqueológicas y de otros materiales relacionados con la historia, provenientes de Oaxaca, para iluminar una perspectiva menos trabajada de las relaciones entre documentos y el pasado remoto. Tomando como eje de referencia la obra y biografías de personajes que fueron viajeros, coleccionistas e investigadores, los autores ponen énfasis en una interesante vertiente de estudio que requiere sin duda de un trabajo más especializado. Se trata de recuperar hasta lo posible los intentos de sistematización de datos del pasado remoto y objetos recopilados por estos personajes, que contienen visiones del pasado desde el siglo xix hasta el xx, y que en gran parte están perdidos, pero en muchos casos aún son accesibles, constituyendo valiosos documentos para saber la proveniencia y la percepción que se tenía de tales piezas en los siglos anteriores. Se presentan los casos de seis personajes alemanes (Adolf Uhde, Edgar Mühlenpfordt, Eduard Harkort, Wilhem Bauer-Thoma, Oscar Schmeider y Leonhard Schultze-Jena) y tres mexicanos (Fernando Sologuren, Manuel Martínez Gracida y Francisco Belmar) que repercutieron fuertemente en colecciones actuales y acervos documentales. La propuesta de los autores urge a rescatar el conocimiento que esos autores, en especial los mexicanos, habían avanzado en la clasificación de objetos y culturas durante los siglos anteriores, como tarea necesaria para continuar este trabajo de clasificación en el presente, lo cual es una empresa muy amplia y necesaria.
Como todo trabajo colectivo, el libro aquí comentado tiene aportaciones de distinta calidad, desde aquellas que solo parecen haber sido incluidas por la amistad personal de los autores con el homenajeado Bruce Byland, pasando por otras que son avances de investigación, hasta aquellas que son síntesis de largas investigaciones y presentan resultados y propuestas sugerentes, o bien un aporte específico a problemas relevantes de la historia de Oaxaca; el lector identificará sin problemas estas diferencias de tal modo que puede hacer la lectura en el orden que mejor convenga a sus intereses.
Los capítulos signados por los autores Zborover, Kroefges, así como el mismo Byland, Rincón Mautner y Zeitlin, principalmente, son sin duda un ejercicio meticuloso sobre el viejo problema de las relaciones entre historia y arqueología, que exhiben los problemas más comunes de los arqueólogos: en muchos casos, sobre todo en Oaxaca, no coinciden unos métodos con otros, y esto plantea un problema que desborda la práctica arqueológica. En cada caso se presentan reflexiones sobre el problema y se hacen propuestas metodológicas sobre la integración de diversas disciplinas que confluyen en la historia regional. El análisis de los editores está hecho a un nivel mucho más cuidadoso que la mayoría de los colaboradores de este libro, y sin duda constituyen aportes metodológicos importantes para muchos proyectos arqueológicos en otras partes de México.