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Vol. 49. Núm. 1.
Páginas 283-293 (enero 2015)
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Blas Román Castellón Huerta
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Los procesos de difusión, adaptación y respuesta de elementos culturales a partir de un poderoso centro político y religioso son temas que han sido estudiados por disciplinas como la ciencia política, la historia y la antropología desde hace muchos años. Grandes ciudades imperiales, santuarios religiosos o mercados regionales, que alcanzaron preeminencia en la antigüedad, tuvieron relaciones, intercambios y conflictos muy desiguales con otras regiones más cercanas y lejanas, creando en su cultura material hibridaciones y yuxtaposiciones muy diversas de acuerdo con las circunstancias históricas de cada caso, lo cual tal vez es mucho más evidente en los estudios modernos sobre los procesos de colonización y sus consecuencias, como la migración, lo enclaves étnicos y las nuevas culturas creadas a partir de la expansión y hegemonía de las naciones industriales.

En el caso de la arqueología mesoamericana, estos temas son más complicados de tratar debido principalmente a la falta del contexto histórico donde tuvieron lugar estos hechos. Teotihuacan es el caso paradigmático de una ciudad bien reconocida por su gran organización e influencia en un radio de cientos de kilómetros durante un periodo que duró más de cinco siglos y de la cual, no obstante, sabemos muy poco sobre las formas en que su influjo se extendió por otros territorios y culturas.1 Es en esta situación que Agapi Filini, estudiosa de la arqueología de la cuenca de Cuitzeo en el occidente de Mexico, aborda el difícil problema de entender cómo ocurrió la presencia teotihuacana en esta región y cuál fue su impacto social e ideológico, para lo cual adopta la perspectiva, muy en boga en estos años, del sistema-mundo (world-system) como modelo explicativo de referencia.

Hay dos problemas amplios relacionados en este estudio arqueológico de la cuenca de Cuitzeo. Uno de ellos se refiere a la ya añeja actitud de considerar al occidente de México como una región marginal o periférica de Mesoamérica. El otro problema referido concierne a la naturaleza de la presencia teotihuacana en estas regiones, particularmente en la zona de Cuitzeo, durante el periodo Clásico pero, de hecho, esta obra aborda el tema de las relaciones de Teotihuacan hacia todo el territorio mesoamericano. La primera parte del estudio está dedicada a la revisión de modelo cada vez más empleado en la arqueología mesoamericana de sistema-mundo, postulado desde 1974 por Immanuel Wallerstein y desarrollado en múltiples estudios por arqueólogos, que desde el principio vieron en éste, una manera viable para ampliar los limitados marcos explicativos de las relaciones en un amplio territorio cultural, que solían ser afrontadas desde una prospectiva más “estática” y reducida a conceptos que sólo podían crear un cuadro descriptivo, limitado a un solo momento, como los conceptos de imperio y área de interacción (Wallerstein 1974);2 de ahí el interés de explorar otras propuestas teóricas que consideren las múltiples variaciones de cultura regionales y a la vez los cambios a través del tiempo. No son pocos los estudios que en este sentido se han producido desde el inicio de la década de los noventa, y algunas aproximaciones han establecido una pauta para continuar la comprensión de los contactos dentro de la macroárea llamada Mesoamérica (Dunn-Chase 1992, 1995).3 Este es el tema de la presente publicación que recurre a una amplia discusión introductoria sobre el concepto de sistema-mundo, así como su aplicabilidad en el caso de los sitios con influencia teotihuacana presentes en la Cuenca de Cuitzeo. Esta acercamiento de hecho se inserta en estudios previos de otras regiones de Occidente de México que han sido revisadas recientemente con bastante amplitud, y enfocadas hacia sus relaciones con la gran urbe del periodo Clásico (Carot 2001).4 El trabajo en cuestión ha echado mano de una amplia revisión de los estudios recientes sobre en esta misma perspectiva, y se ha nutrido ampliamente de la arqueología contextual simbólica británica (Hodder 1987, 1989), ya que es originalmente una disertación doctoral desarrollada en el University College London, pero que aborda prácticamente todos los problemas y planteamientos previos en la arqueología del occidente de México, para lo cual se entrevistó con casi todos los arqueólogos que tuvieron algo que aportar a su investigación.

La segunda parte ubica al lector en la región de estudio y da cuenta del conocimiento arqueológico, aún escaso de esta parte de Michoacán, a la vez que introduce al problema de la presencia teotihuacana. Es en la tercera parte donde la autora pone de manifiesto su posición sobre la naturaleza de los elementos iconográficos, al considerar que se trata de una simbolización, o sea, un acto de estructuración del conocimiento. Para esto, hace una exposición de lo que significa simbolizar, presentando un resumen de las pociones de estudiosos postprocesualistas que han abordado el tema (Johnson 1991; Chase 1999; Frake 1994). La naturaleza simbólica de las representaciones iconográficas y su relación con la cosmología y el conocimiento son muy amplios y complejos y tiene muchos referentes en la antropología moderna, a los cuales los arqueólogos son poco afectos, prefiriendo establecer sus propias posiciones, muy semejantes a las de los antropólogos decimonónicos. Por ejemplo, en la página 64 se menciona que los símbolos forman un metalenguaje que los arqueólogos intentan descifrar con dificultades, y enseguida cita a uno de ellos (Kowalewski 1996), quien considera que los símbolos pueden estar “distorsionados, mentir, exagerarse, inflados, desinflados, retorcidos, revueltos, sobrevalorados o ignorados y necesitan renovación, y reinterpretación”. Si tomamos esto al pie de la letra, entonces en un símbolo cabe absolutamente cualquier significado posible, y esto no parece muy útil para explicar el sentido del mismo y la lógica del “metalenguaje”. Ocurre lo mismo cuando se insiste en que los símbolos pueden cambiar su significado, asunto ampliamente tratado en el caso de la arqueología sobre todo entre entre épocas y regiones distintas. La continuidad de significados asignados a objetos semejantes es un sesgo pésimo, según se indica en la página 67, siguiendo a otro arqueólogo (Carmichael 1991), y por tanto las interpretaciones donde se considera la continuidad de creencias, utilizando datos de periodos más recientes hacia periodos más antiguos (López Austin et al. 1991), simplemente no tendrían validez. La autora termina esta parte con un inventario de los motivos iconográficos más representativos de los sitios estudiados en Cuitzeo, así como un resumen de lo que otros arqueólogos han inferido sobre el sentido de tales motivos.

En la cuarta parte del trabajo se presenta una amplia discusión sobre las formas en que los elementos teotihuacanos debieron ser adaptados a las necesidades de poder de las élites regionales en el caso de Cuitzeo y considerando el modelo mayor de sistema-mundo. Como el problema principal para demostrar los procesos de transmisión y adaptación de rasgos teotihuacanos hacia otras áreas depende de la información arqueológica disponible, este capítulo presenta un resumen amplio y más actualizado de los que otros arqueólogos ya han expuesto sobre las relaciones entre Teotihuacan y otras áreas. Se repasan nuevamente los casos conocidos de influencias lejanas, posibles enclaves y los barrios étnicos dentro de la ciudad. Al final, se considera el papel de la agencia a través de los artefactos, siguiendo en este caso a autores que tratan del papel activo de los objetos (Baudillard 1996; Sewell 1992; Giddens 1984) como una posibilidad de entender mejor cómo es que se efectuó el intercambio de objetos e ideas durante el periodo Clásico y cómo es que declinó este sistema-mundo. Curiosamente, Bourdieu y su concepto de habitus (1972), que es el referente más importante en este tipo de enfoque, están ausentes.

En la quinta parte, la autora vuelve sobre el tema del occidente y la profundidad histórica del estilo y cultura arqueológica Chupícuaro durante el periodo Formativo. Se propone que este fue un sistema amplio y muy antiguo en el contexto mesoamericano que se contrajo durante el Clásico, para después volver a tener amplias relaciones en periodos más tardíos, luego del declive de Teotihuacan, centro político que funcionó como inhibidor de las actividades económicas locales. Especialmente, se hace una revisión de la producción y distribución de los yacimientos de obsidiana de Ucareo y Zinapécuaro, y su presencia y alcances en Mesoamérica. Este tema requiere de mayor atención por parte de los arqueólogos ya que coloca al occidente dentro de los problemas de relaciones a larga distancia y con mayor profundidad temporal.

Finalmente, en la sexta parte de la obra se presenta una serie de reflexiones a partir de las posiciones que consideran que el estado teotihuacano aplicó de manera consciente una política de “ideología materializada” que tuvo como finalidad el aseguramiento de bienes económicos hacia la metrópoli. Esta visión de las relaciones en el periodo Clásico que considera como objetivo de la expansión de símbolos teotihuacanos la “acumulación de capital” de manera deliberada y sistemática (Hassig 1992; Marrais et al. 1996), dando por hecho que el criterio de la economía política y la maximización de la ganancia son los verda-deros propósitos de la producción y adaptación de símbolos, no tiene en realidad mucho sustento, más allá de ser una hipótesis a ser probada, pero parece ser muy favorecida para explicar los procesos de expansión y contracción de expresiones culturales. Para el caso de Cuitzeo, los recursos estratégicos (económicos) a los que tal vez se intentaba llegar pudieron ser variados, pero como todavía “se ignora el significado de las ideas teotihuacanas en el tejido social” (p. 196), es difícil llegar a conclusiones confiables.

La definición de las relaciones diferenciales entre un centro y su periferia no son nuevas en la antropología. Baste recordar que la corriente difusionista desde el siglo xix intentó explicar el origen de rasgos culturales desde uno o varios centros. En especial, la escuela alemana de los círculos culturales (kulturkraise), planteaba este tipo de relación a partir de amplios inventarios de rasgos culturales que se manifestaban con distinta intensidad.5 Para las distintas regiones del occidente de México, se había planteado desde finales de los ochenta la ausencia de un solo centro cultural dominante y la presencia de varios posibles “fogones civilizatorios”, es decir, centros que irradiaban elementos simbólicos en el pasado prehispánico.6 Pero hay que considerar también que el concepto de difusión, como herramienta analítica importante, se ha discutido especialmente en la antropología en distintas épocas y desde distintas perspectivas. Una de las más fértiles está representada por la noción de difusión por estímulo (stimulus diffusion) expresada por Alfred Kroeber, donde los elementos culturales importados, ideas o símbolos, son fácilmente adaptados en un nuevo ambiente, pero a la vez desencadenan nuevos procesos latentes en la cultura receptora (Kroeber 1940).7Este caso, que parece muy pertinente para los elementos “teotihuacanos” presentes en muchas partes de Mesoamérica, ha sido aplicado con mucho provecho en la antropología moderna, para la interpretación de casos como la producción de porcelanas, originalmente chinas, en el siglo xviii europeo, el origen de ciertas formas de escritura, la adopción del cultivo de maíz y construcción de juegos de pelota en el suroeste americano, dese Mesoamérica y la aceptación amplia de los símbolos navideños americanos en Francia a partir de la posguerra. ¿Cómo no pensar que las expresiones plásticas teotihuacanas, asociadas sin duda a creencias religiosas, rituales, festividades, dioses y conceptos divinos encontraban sus equivalentes en otras latitudes de Mesoamérica? ¿Qué son todas esas manifestaciones arqueológicas denominadas “imitaciones locales”, sino la expresión de ideas y prácticas que habían existido durante siglos a lo largo de extensos territorios, con grupos culturales y lingüísticos distintos, y que el “éxito” de una gran ciudad y unidad política reintrodujo en la memoria colectiva de muchas sociedades cercanas y lejanas, provocando así una especie de “Renaissance” cultural y religioso durante el periodo Clásico, que necesariamente tenía que mostrar resultados muy desiguales? Por supuesto, quedan aún por definir en cada caso los pormenores de las interpretaciones y soluciones materiales, considerando no sólo los criterios economicistas sobre “recursos estratégicos” sino, de igual manera, los factores ideológicos o lo que se llama con frecuencia “intercambio de información”. Actualmente, muchos arqueólogos ya consideran la posibilidad de intercambios desiguales con Teotihuacan, de acuerdo con la distancia y con los intereses ideológicos y de identidad dentro de cada región.8

El impacto teotihuacano en otras regiones y periodos es un caso común en la arqueología, donde tenemos la certeza de que existió un sistema de creencias bien estructurado, pero desconocido, del cual sabemos que intercambió ideas y elementos iconográficos con otras regiones. La arqueología identifica los rasgos que se han difundido de un lugar hacia otro, pero lo que no podemos saber son las condiciones que dentro de cada sistema permitieron que algunos elementos se adoptaran y otros no. Por lo tanto, tampoco sabemos cuáles contenidos o significados tenían ni cuáles se mantuvieron o se transformaron. En arqueología es común recurrir a las teorías de la agencia o estructuración para intentar una reconstrucción más acorde con la dinámica del cambio cultural, como se expone en las páginas 145 a 150 de esta obra. No obstante, sin el contexto histórico que nos ayude a saber cómo se aplicaron y transformaron las ideas y creencias, es muy poco lo que se puede saber sobre el sentido y función de los diseños, arquitectura y materiales intercambiados. A esto hay que agregar que los modelos cognitivos empleados tienen un carácter más filosófico que antropológico, y aunque en el pasado se ha insistido mucho en el uso crítico de analogías etnográficas, la etnoarqueología, la arqueología experimental, el empleo de fuentes históricas y otro tipo de soportes analógicos para el planteamiento de modelos interactivos en el pasado, parece que los arqueólogos teóricos están más empeñados en descubrir por sí mismos, a través de artefactos y contextos de exploración, los misterios del cambio cultural.9 Tal vez por eso es más fácil apegarse y adaptarse a un modelo como el de sistema-mundo, más actualizado y con alcances más amplios en tiempo y espacio. Sin embargo, el problema principal es que carecemos de una base histórica sólida. No importa cuál sea la perspectiva, los problemas que Teotihuacan plantea a la arqueología y a la historia aún están en pie y seguirán siendo un tema de investigación difícil por mucho tiempo. El recurso a los datos históricos y etnográficos, las exploraciones más frecuentes y controladas, así como una buena dosis de imaginación, pueden ser la clave para hacer inferencias más cercanas a lo que ocurrió en la época clásica. Los estudios aún incipientes sobre los sistemas de escritura teotihuacanos, son un buen ejemplo de la búsqueda de significados aún por descubrir, pero que requieren de mucho trabajo comparativo.

El texto de Agapi Filini es básicamente un recuento de los problemas principales que deberán afrontar los arqueólogos en torno a este tema en los siguientes años. El enfoque no utiliza modelos antropológicos, sino principalmente cognitivos y arqueológicos. Esto es muy común, aunque no es lo más deseable, en la mayoría de las propuestas teóricas de la arqueología actual, que con mucha frecuencia intentan desentrañar la naturaleza de relaciones complejas con el solo uso de la cultura material y las posiciones filosóficas o económicas en boga, olvidando que estos problemas han sido los mismos de la antropología clásica, casi desde sus inicios. Las preocupaciones principales de los arqueólogos en torno a la omnipresencia teotihuacana en Mesoamérica y lo que esto puede significar, parecen estar relacionadas con el hecho de que no contamos con información histórica que nos indique la naturaleza de la transmisión de rasgos. A esto hay que agregar que las exploraciones arqueológicas, aunque abundantes, son aún insuficientes para intentar reconstruir un sistema de ideas confiable para entender los significados asignados a lo que, al menos estilísticamente, conocemos como “teotihuacano”, de modo que el carácter “dinámico” de los modelos actual-mente empleados, como el sistema-mundo, aunque intentan incluir la mayor cantidad de variables y procesos culturales, integrando la perspectiva de agencia, por ejemplo, están apoyados en gran medida en la especulación.10

Las relaciones centro-periferia son un modelo en auge que, por supuesto, debe ser afinado y modificado en cada caso, pero de ninguna manera es nuevo ni original. Hubiese sido deseable que a partir de los datos disponibles en Cuitzeo se establecieran algunas nuevas líneas de interpretación pero, según parece, la autora también considera estos datos aún escasos, pues los mismos ya no son reelaborados más allá de su exposición inicial en la obra. El mismo formato de la edición no es el más adecuado (ilustraciones muy pequeñas y con poca información, muchas citas ausentes en la bibliografía, etcétera). No obstante, hay que reconocer que además de ser un buen resumen de la posiciones más conocidas sobre el difícil problema de las relaciones con Teotihuacan, la obra en cuestión es una de las muy pocas editadas en México sobre esta cuestión, y también intenta establecer líneas críticas de discusión que generen nuevas propuestas en cada caso arqueológico, lo cual es muy necesario en el momento presente, no sólo para el caso de occidente, sino para toda la arqueología mesoamericana.

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A pesar de más cien de años de trabajos arqueológicos en Teotihuacan, que han dejado al descubierto una gran cantidad de edificios y artefactos, se considera que el conocimiento de su historia aún se encuentra en una fase exploratoria. Un amplio y preciso resumen de los problemas hasta ahora abordados se puede consultar en los trabajos de George Cowgill (1993: 117-125, 1997: 129-161).

Los arqueólogos norteamericanos consideran que antes de este modelo, sólo se podía exponer la historia cultural mesoamericana de manera secuencial y rígida, de acuerdo con la lógica neoevolucionista (Blanton y Feinman 1984: 673-682; Blanton et al. 1992).

Para el caso teotihuacano, véase Robert Santley (1983: 69-124), Robert Stanley y Rani Alexander (1996: 173-194)

Más recientemente, se han dado a conocer los resultados de otro sitio con murales de estilo teotihuacano (Saint-Charles et al. 2010).

Frederich Ratzel, en el siglo xix, fue quien planteó inicialmente la idea de “centros nucleares” desde donde se difundieron todos los inventos. Posteriormente, a inicios del siglo xx, William Schmidt y Fritz Grabner, matizaron esta posición incluyendo los paralelismos desde varios “círculos culturales” expansivos (Harris 1979).

La propuesta fue hecha por Phil Weigand en el encuentro académico de 1988, publicado en El occidente de México. Arqueología, historia, antropología, (Ávila 1989).

Cuando una nueva idea de un sistema o complejo es aceptada, pero queda a la cultura receptora el asignarle un nuevo contenido, se genera un nuevo proceso que puede ser llamado “idea-difusión” o “estímulo-difusión”. En este caso: “El uso importado no es asimilado, juega más bien el rol de catalizador; es decir, suscita, por su sola presencia, la aparición de un uso análogo ya presente en estado potencial en el medio secundario” (Lévi-Strauss 1952, 2002).

Ideas de este corte se expusieron en un simposio reciente sobre Teotihuacan y Occidente (noviembre de 2012), donde se consideró que los elementos de intercambio con la metrópoli fueron, de más cerca a más lejos: 1) bienes de bulto (bulk goods), 2) control político-militar, 3) bienes de prestigio (prestige goods), y 4) información.

Por supuesto que no todos los trabajos sobre el problema teotihuacano son tan filosóficos y especulativos. También hay buenos trabajos comparativos que utilizan datos históricos y etnográficos, un buen ejemplo reciente es la reinterpretación de la Plaza de los Glifos en La Ventilla (Nielsen 2011).

Entre los temas que han sido mayormente abordados y en torno a los cuales hay mucha incertidumbre se pueden mencionar: orígenes de lo teotihuacano, grupos étnicos, escritura, organización social, organización de la producción artesanal, guerra, jerarquía religiosa, comercio a larga distancia y destrucción final (Cowgill 1997; Millon 1988; López et al. 2006; Smyth y Rogart 2004).

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