La evaluación económica de los medicamentos se ha ido incorporando de forma progresiva en la toma de decisiones de los médicos de atención primaria. La necesidad de establecer prioridades en el gasto sanitario, ante la progresiva limitación de recursos, ha originado un mayor número y la difusión de estos estudios englobados bajo el término de farmacoeconomía. Por esa razón, actualmente es inevitable la incorporación del término «eficiencia» en el lenguaje médico como último eslabón después de la eficacia y la efectividad1,2.
Cualquier evaluación económica requiere la identificación de los recursos más relevantes de las diferentes opciones que se comparan y la estimación del coste de cada recurso. Las fuentes habituales para obtener esta información provienen de la bibliografía biomédica o de la ejecución de estudios ad hoc. En cualquier caso, cuanto mejor sea la calidad de la información obtenida, mayor validez tendrán los resultados3.
El manejo de las enfermedades y la imputación de sus costes pueden ser muy diferentes entre zonas en principio equiparables, y también según la perspectiva de análisis que se ha tenido en cuenta. Hay básicamente dos formas de analizar esttos aspectos en el contexto de la práctica clínica habitual: retrospectivamente, mediante el acceso a bases de datos, y de forma prospectiva, mediante ensayos clínicos y estudios observacionales. Ambos casos no están exentos de sesgos y posibles factores de confusión3,4.
Aunque el ensayo clínico aleatorizado sea el mejor método para evaluar la eficacia de una intervención, en la evaluación económica presenta grandes limitaciones, como la escasa validez externa de los resultados obtenidos sobre la utilización de recursos, en muchos casos condicionada por el propio protocolo de estudio. La obtención de los datos mediante estudios observacionales permite obtener datos más próximos a la práctica clínica, pero presentan como inconveniente un menor nivel de calidad en los datos obtenidos. Por último, una tercera opción muy utilizada son los modelos de análisis de decisión, que plantean mayores desventajas a las dos opciones anteriores al basarse en la utilización de suposiciones y, especialmente cuando falta transparencia, suelen ser más cuestionados5.
Por tanto, la identificación de los recursos empleados en el abordaje de una enfermedad constituye una importante limitación en los estudios de evaluación económica, y este estudio contribuye a aportar datos sobre la gravedad de las crisis asmáticas tratadas desde la atención primaria y su manejo diagnóstico y terapéutico. La asignación de costes a cada proceso también presenta dificultades, aunque menores, ya que existen fuentes más o menos consensuadas en nuestro país aunque no sean oficiale3.
Sin duda, resulta interesante llevar a cabo evaluaciones del manejo de las enfermedades en el ámbito de la atención primaria y sobre los costes que supone, pero deberíamos avanzar hacia una evaluación global, teniendo en cuenta la interacción entre atención primaria y atención especializada, para obtener datos desde una perspectiva sanitaria más amplia.
En último lugar, a pesar de las limitaciones del estudio, se apuntan algunos datos que muestran el impacto económico que puede suponer el coste de la ineficacia en el abordaje de una enfermedad. Un incorrecto tratamiento de mantenimiento en el paciente asmático puede ocasionar crisis más graves, y en consecuencia mayores costes para el sistema sanitario.