La elevada prevalencia de enfermedades psiquiátricas en las consultas de atención primaria obliga a tomar decisiones diagnósticas y terapéuticas, en muchos casos de forma apresurada. Valorar y diagnosticar los problemas de ansiedad y depresión en el breve plazo de tiempo disponible supone un reto y una habilidad clínica ligada, sin duda, al conocimiento y la experiencia del médico de familia. Las posibilidades psicoterapéuticas (incluso las denominadas breves) son difícilmente viables en el contexto español de atención primaria y la derivación sistemática de todo paciente con dicha enfermedad a los servicios públicos de salud mental es claramente inviable e innecesaria. Por todo ello, el médico de familia debe conocer y manejar juiciosamente, de acuerdo con el conocimiento científico y las recomendaciones1, los dos grupos farmacológicos empleados en el tratamiento de los síndromes depresivos y por ansiedad: antidepresivos en sus diversas formas y benzodiacepinas.
El consumo de benzodiacepinas entre la población española es muy elevado. La Encuesta Nacional de Salud de 2003 realizada por el Instituto Nacional de Estadística y el Ministerio2 muestra que el porcentaje de personas que en las últimas 2 semanas había consumido tranquilizantes, relajantes y pastillas para dormir, es decir, benzodiacepinas, era muy considerable: el 12,79% de la población > 16 años las tomaba. Según aumentaba la edad de la población, el consumo era mayor (24,13%; el 15,15% de los varones frente al 30,02% de las mujeres) (tabla 1).
En efecto, las cifras de utilización de benzodiacepinas entre la población adulta española, y especialmente entre las mujeres, es preocupante. Vedia et al, autores del artículo: «Estudio de utilización de psicofármacos en atención primaria», presentan datos similares acerca del predominio del uso de psicofármacos entre las mujeres y la elevada prescripción de benzodiacepinas durante largos períodos. El consumo crónico de benzodiacepinas tiene consecuencias importantes en varias áreas cognitivas: habilidad visuoespacial, velocidad de procesamiento y aprendizaje verbal3. Mientras que al retirar el consumo de benzodiacepinas la función cognitiva mejora, ésta no alcanzará el nivel previo y se mantendrá una secuela permanente4. Por ello, todos los médicos prescriptores debemos revisar periódicamente a los pacientes que usan de forma habitual benzodiacepinas para valorar la oportunidad y posibilidad de efectuar una retirada progresiva, así como las alternativas viables.
El incremento en el uso de antidepresivos inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRS) ha sido generalizado y corresponde a un mayor diagnóstico de los síndromes depresivos y por ansiedad generalizada, así como a una mejor tolerancia por parte de los pacientes. Desde hace años, las recomendaciones para la detección temprana y el abordaje farmacológico con dosis adecuadas y una duración correcta de los síndromes depresivos se ven avaladas por las recomendaciones internacionales. La American Academy of Family Physicians5, en un reciente documento basado en el US Preventive Services Task Force6, recomendaba la realización de 2 preguntas de cribado que podrían ayudar a aproximarse al diagnóstico de la depresión: ¿en las últimas 2 semanas se ha sentido deprimido o sin esperanza? ¿En las últimas 2 semanas se ha sentido con poco interés o sin motivación para realizar sus actividades? Posteriormente se deberá confirmar el diagnóstico mediante los instrumentos estandarizados. Realizar este abordaje es viable y necesario para la práctica del médico de familia.
Claramente se puede establecer un estándar de mejora en la calidad de la prescripción, que corresponde a un menor uso de las benzodiacepinas y una mayor utilización de los antidepresivos. Informar a los médicos del abordaje farmacológico correcto de los síndromes depresivos y por ansiedad debe ser una tarea obligada para mejorar la calidad del uso de los psicofármacos.