Sres. Directores: Resulta interesante y agradable leer artículos como el publicado recientemente en su revista por Olazábal et al sobre el cribado del cáncer de cérvix1, en el que, con honradez y sentido crítico, se cuestionan la forma de realización de una de las actividades preventivas realizadas con más frecuencia en atención primaria. En relación a esta cuestión, nos gustaría hacer algunas consideraciones.
La incidencia de cáncer de cérvix en Europa es menor que en Estados Unidos, con tendencia decreciente (excepto en las mujeres jóvenes del Reino Unido) y con una mejora en la supervivencia atribuible a los programas de cribado2. La tasa de incidencia por 100.000 habitantes ajustada por edad a la población mundial es de 10,4 en Europa y de 8,9 en España; la tasa de mortalidad es de 5,1 en Europa y de 4,4 en España3. En nuestro país, hay importantes diferencias en incidencia y mortalidad por cáncer de cérvix en las distintas provincias4. En los registros poblacionales de cáncer se observan diferencias en las tasas de incidencia por 100.000 habitantes ajustadas por edad de 9,2 en Asturias a 4,2 en Navarra4. En cuanto a los registros hospitalarios de tumores, un 4,5% de los cánceres en las mujeres corresponden a cáncer de cuello de útero5.
Los pacientes con cáncer son diagnosticados habitualmente a partir de la presencia de síntomas y/o signos sospechosos o mediante pruebas de cribado poblacional, recomendado de forma especial para el cáncer de mama y el de cérvix. En el Registro de Incidencia y Mortalidad en Pacientes con Cáncer en Medicina General (RIMCAN)6, basado en la declaración de los casos de incidencia y mortalidad ocurridos en las poblaciones que atienden los médicos generales/de familia participantes en el estudio, se han declarado en el período 1991-1995 un total de 2.028 casos de incidencia y 1.148 de mortalidad, de los cuales corresponden a cáncer de cérvix 30 casos (3,8%) y 6 casos (1,6%), respectivamente (razón mortalidad/incidencia de 20%). En cuanto a la forma de diagnóstico de las pacientes con cáncer de cérvix (tabla 1), 10 (33,3%) lo han sido por cribado y 20 (66,6%) a partir de la presencia de síntomas y/o signos sospechosos, entre los que destacan: hemorragia vaginal (95%), ulceración y astenia (15%). Sólo ha habido una paciente de las sintomáticas que no presentó hemorragia vaginal, correspondiendo a una mujer de 82 años con prolapso uterino y tumoración-ulceración cervical. En cuanto a la edad de diagnóstico, las diagnosticadas por cribado lo fueron a una edad más joven, 41,8±12,65 años frente a las pacientes sintomáticas con 56±15,8 años. En los 6 casos de mortalidad en pacientes con cáncer de cérvix, la causa básica de defunción fue el propio cáncer, con una edad de 63,83±9,93 años (50-74 años).
A pesar de las posibilidades y expectativas de la detección precoz del cáncer de cérvix, observamos que en el RIMCAN la mayoría de pacientes diagnosticadas de este tumor lo han sido por la presencia de síntomas sospechosos y no por cribado, en lo que puede influir la baja cobertura alcanzada en los programas de cribado señalada en el trabajo de Olazábal1. Estos resultados no son extrapolables al conjunto de la sociedad española, ya que ni los médicos participantes en el RIMCAN ni su población son representativos del resto, pero pueden servir de aproximación al conocimiento de la forma de diagnóstico en las pacientes con cáncer de cérvix.
Los programas de cribado deben conseguir buenas coberturas, especialmente en la población de más riesgo, cosa que no parece estar ocurriendo en el caso del cáncer de cérvix en nuestro país. Para aumentar su efectividad y eficiencia, quizá tengamos que plantearnos modificaciones en su aplicación en el sentido apuntado por Olazábal et al.