Sres. Directores: He leído con interés el trabajo «Diagnóstico de trastornos de agudeza visual y ambliopía en escolares», publicado en Atención Primaria1 y como comparto ese interés por el diagnóstico precoz, me permito hacer las siguientes consideraciones.
En el citado trabajo se recalca la dificultad de conseguir la cooperación de los niños menores de 4 años en la exploración con optotipos. En un trabajo anterior con 558 niños sanos de 3 años hemos demostrado que, con el mismo optotipo utilizado por los autores, es posible conseguir la colaboración a esta edad, e incluso antes (a los 18-24 meses) con una preparación previa que no falsea el resultado2. Es más, en este grupo de edad, el no colaborar en el cribado con optotipos es un factor de riesgo de padecer un defecto visual, pues multiplica la prevalencia de defectos de refracción por 3,4 respecto a los que sí colaboran.
Los autores han incluido en la misma casuística a los niños remitidos por foria o estrabismo con los remitidos por fallo en los optotipos, lo que diluye un poco la contundencia de los resultados. En efecto, sólo el 44% de los remitidos en su serie pueden considerarse «absolutamente asintomáticos» o «aparentemente normales» tras la exploración pediátrica, pues los que presentan forias o estrabismo son portadores de un hallazgo exploratorio positivo, y por lo tanto no son, en sentido estricto «normales». En nuestro trabajo se hizo una selección previa que excluyó a los portadores de cualquier enfermedad ocular (incluyendo la foria/estrabismo) y a los retrasos del desarrollo, y en el grupo restante 558 niños de 3 años aparentemente sanos tras una exploración pediátrica se halló una prevalencia de defecto visual del 8,8% y de ambliopía o anisometropía del 3,8% (incluimos en el mismo grupo la anisometropía y la ambliopía pues es muy probable que un defecto anisometrópico, no diagnosticado en la edad preescolar, conduzca a la ambliopía).
Hay que destacar que existen otros signos de sospecha de ambliopía además de la foria/estrabismo, como son la resistencia del niño a dejarse ocluir un ojo, la anisocoria, o la utilización como ojo dominante del contrario a la mano dominante (p. ej., al hacer puntería con el tiragomas o la escopeta, al taparse un ojo para jugar a piratas, etc.).
Finalmente, me gustaría sugerir a los profesionales de atención primaria que convenzan a los padres de que por lo menos una vez, en el segundo año de vida, hagan a su hijo la prueba del parche. Consiste en ocluir con un parche monocular durante unas horas el ojo derecho, y a continuación el izquierdo, y observar el comportamiento del niño durante la prueba. Muchos niños con ambliopía sencillamente se darán con las paredes y otros mostrarán un comportamiento tan desigual que los mismos padres acudirán a la consulta con el diagnóstico establecido.