Sr. Director: En la reflexión sobre el incremento de la prescripción de antidepresivos de Ortiz y Lozano1, recientemente publicada, aparecen 2 hechos claros: el aumento marcado de la prescripción de los antidepresivos y la no disminución del número de días de baja anuales por 1.000 habitantes. Sin embargo, los argumentos para explicar ambos hechos reflejan acaso una visión parcial y sesgada del problema y, quizá, de poca ayuda para el esclarecimiento de un problema más complejo.
En atención primaria se prescribe hasta el 75% de los antidepresivos, y sin poner en duda la posibilidad de diagnósticos erróneos, la prescripción ante «simples problemas de la vida», los riesgos de una yatrogenia psicológica (rol pasivo de enfermo ante cuestiones vitales) e incluso casos de abuso de bajas laborales problemas todos a los que aluden los autores, no creemos que la disminución de la tolerancia a la frustración explique por sí sola la prevalencia de lo que se entiende hoy día por depresión. En primer lugar, y como ejemplo, las tasas de depresión son igualmente frecuentes en países como Colombia, Líbano o Ucrania, países mucho menos desarrollados que Japón, Alemania o Francia2. En segundo lugar, aunque pueden realizarse algunos ajustes a los resultados de estudios epidemiológicos, las cifras de prevalencia de depresión no parecen depender únicamente del encuestador (clínico frente a personal no experto) o del instrumento de medida3. También como ejemplo, 2 estudios españoles en los que personal experto en salud mental valora a los enfermos hallan una prevalencia puntual de depresión mayor en atención primaria4 (12,0%) y en pacientes de hospital general (14,8%)5. Además, no parece, en contra de la opinión de los autores, que los médicos de familia diagnostiquen como tales a más del 60% de los pacientes con depresión mayor6.
Por otra parte, resulta llamativa la opinión de la poca utilidad, en el sentido de cifras generales que pueden ofrecer, de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina con respecto al suicidio. Los últimos estudios publicados relacionan fuertemente la introducción y uso de estos fármacos con una disminución del número de suicidios; cabe citar como ejemplo un estudio de Grunebaum et al7 de 15 años en todo Estados Unidos.
Probablemente las categorías diagnósticas actuales de la patología depresiva (depresión mayor, distimia, depresión menor, etc.) no satisfagan a muchos clínicos y, de hecho, reflejen una realidad clínica heterogénea. Sin embargo, opinamos que las alteraciones relacionadas con el estrés y la depresión constituyen un problema de salud de primera magnitud como lo atestigua la inmensa mayoría de estudios y requieren investigación, especialmente clínica y llevada a cabo en atención primaria.
Por último, si bien entendemos que los antidepresivos no son la única solución, el médico de familia difícilmente puede, hoy por hoy, aplicar psicoterapias en escasos 5 minutos.