Sr. Director: «Aguja de marear» significa brújula (lo que se emplea para orientarse en el mar, para viajar por el mar, para «marear»), pero también mecanismo de orientación, empleado figuradamente en situaciones complejas o inesperadas. Se precisa mucha aguja de marear para moverse con soltura en el Mar de la Incertidumbre.
En la redacción final de nuestro artículo1 intentamos cumplir con el lema del extinto semanario satírico La Codorniz, «la revista más audaz para el lector más inteligente». Parece que hemos fracasado. No hemos sido lo suficientemente audaces. Insistimos:
1. Los lectores de nuestro artículo, si se hubiera publicado en un periódico de gran difusión, concluirían que es bueno, conveniente y lógico pasar por el médico general antes de ir al especialista. Que el acceso «directo e innecesario» a los especialistas es peligroso. Que los ricos acuden innecesariamente al especialista. Y que ir directa e innecesariamente a urgencias hospitalarias es especialmente peligroso.
2. Hemos tenido influencia de Illich2, y de otros ilustres críticos del poder excesivo de la medicina, como McKeown, Cochrane, McCormick y Skrabanek3-5. Nos contagiaron la escepticemia, enfermedad de baja contagiosidad contra la que se vacuna a los estudiantes de medicina. No es una visión maniquea (que sólo ve la oposición eterna entre el Bien y el Mal), sino una visión crítica (que intenta analizar lo que hace bien y mal la medicina, para evitar daños innecesarios).
3. Es justo percibir a los especialistas como galenos peligrosos que observan a sus pacientes con un campo visual muy angosto porque los especialistas lo son por elegir voluntariamente un campo visual muy estrecho, ceñido a su especialidad. Es bueno, justo y necesario que los especialistas tengan una lente, o microscopio, por ojo único, y que se concentren en lo suyo. Pero «quien mucho aprieta poco abarca».
4. La prevalencia de enfermedades es mayor en la sala de espera de los especialistas sólo cuando el médico general ha filtrado la demanda. El médico general quita las manzanas probablemente sanas de la cesta que le pasa al especialista, y éste recibe una cesta con mayor densidad de manzanas enfermas. Con ello se justifica la agresividad diagnóstica y terapéutica de los especialistas, y su horror a la incertidumbre. Pero si el especialista recibe directamente a los pacientes, en su sala de espera hay la misma prevalencia de enfermedad que en la del médico general. Para conservar la necesaria pureza de raza de los especialistas, hay que protegerlos del contacto innecesario con poblaciones de enfermos de baja prevalencia de enfermedad.
5. ¿Acuden más al especialista y menos al médico general los ricos, la gente culta e ilustrada de España? Osadamente contestamos sí. Sabemos mucho sobre esta cuestión en España (véanse los trabajos de Marisol Rodríguez6). Las salas de espera de los especialistas se llenan de pacientes cultos, jóvenes, ricos y sanos, lo que «pervierte» su digno trabajo, y les lleva a ofrecer pornoprevención, entre otros servicios innecesarios .
Para terminar, aunque sea innecesario, declaramos que el uso necesario de los especialistas es ventajoso para nuestros pacientes y para la población. Para saber más, invitamos a los lectores a los Seminarios de Innovación en Atención Primaria (www.ffomc.org), coordinados por uno de los firmantes (J.G.), en cuya aula virtual esperamos cordialmente al Dr. Campillo.