Introducción
Como parte integrante del programa de «actividades preventivas y de promoción de la salud» de nuestra zona básica de salud (ZBS), se organizaron unas jornadas destinadas a la formación de padres en nutrición infantil. De forma preliminar, se realizó un estudio para conocer la incidencia del «Doctor, el niño no me come», como demanda de atención en la consulta de pediatría.
Se trata de una situación que constituye una fuente de ansiedad para los padres, preocupa en exceso en no pocas ocasiones, que suelen expresar con la frase mencionada anteriormente, y además genera gran demanda asistencial. Sin duda, la anorexia infantil es el trastorno alimentario más incidente en las consultas de pediatría de primaria, debiéndose valorar primeramente el estado nutritivo del niño y descartar ante ella las posibles patologías causantes o asociadas. Sin embargo, la anamnesis nutricional, la somatometría y la exploración física son normales en la mayoría de las ocasiones1,2.
Los trastornos de la conducta alimentaria en la infancia son definidos como un fracaso persistente en el comer, de inicio anterior a los 6 años, con una mala evolución ponderal al menos durante un mes, y sin otra enfermedad (ya sea psiquiátrica u orgánica) que lo explique3. Por otra parte, en nuestro medio los niños no suelen llegar a tener hambre, porque dicha sensación es satisfecha antes de que acontezca4.
Así pues, ante esta situación los profesionales debemos discernir si nos encontramos ante un problema nutricional, lo cual nos orientará hacia un proceso orgánico. De no ser así, esta situación debería etiquetarse como un problema de relación alimentaria4.
Material y métodos
Se ha realizado un estudio descriptivo transversal en una consulta de pediatría de una ZBS rural (Santa Amalia, de la provincia de Badajoz), durante los meses de agosto a octubre, ambos incluidos, de 1996. El médico que atendió el cupo era un sustituto por encontrarse la titular de baja maternal. Se pretendió valorar la incidencia del «no me come» como motivo de demanda, bien fuese como problema aislado, o bien como el principal motivo de consulta que planteara el familiar del niño. Se registraron variables como edad, sexo, tiempo de evolución aproximado y hábitos alimentarios. Así mismo se observó si había en esos momentos algún proceso orgánico que pudiera motivar el cuadro, o bien fuera concomitante, pero independiente. Y, por supuesto, se valoró el estado nutricional del niño, lo que se hizo mediante la curva de crecimiento (peso y talla para su edad).
El total de niños adscritos al cupo es de 690, cuya distribución por sexos es de 329 mujeres y 361 varones. Hay que matizar que durante los meses del estudio (período estival), el número de habitantes de la localidad se incrementa notablemente, y con ello el número de niños desplazados. Los datos se introdujeron en un programa informático DB-III y fueron analizados en el programa EPI INFO.
Resultados
Demandaron asistencia un total de 1.244 niños, de los cuales 148 (un 11,89% del total del cupo) tuvieron como demanda única o bien como el principal motivo de la misma, el «no me come». De ellos 77 (52,02%) resultaron ser varones y 71 niñas (47,98%), sin diferencia significativa entre ambos sexos (p>0,1). La distribución por edades figura en la tabla 1. Tan sólo se encontraron 3 niños con descenso del desarrollo ponderal, una lactante de 5 meses y un varón de 7 meses, ambos con ITU, y un niño de 2,5 años que requirió ingreso hospitalario con parasitosis intestinal. Las patologías más prevalentes distribuidas por grupos de edad figuran en la tabla 2. No se objetivó patología coincidente en 77 niños (52,02%) y sí en 71 (47,98%). De éstos las más frecuentes fueron las infecciones respiratorias de vías altas (IRVA) con 29 casos (40,84%), seguidas de las ITU con 10 (14,08%). Los grupos de edad con mayor incidencia son los comprendidos en 1-4 años, con 72 casos (48,64%), seguido de los de 7-12 meses, con 36 casos (24,32%) y el grupo de 5-9 años, con 32 casos (21,62%). El tiempo de evolución del síntoma, en días, figura en la tabla 3, siendo mucho más corto cuando se evidencia patología concomitante.
Discusión
Según Bras4, «la inmensa mayoría de las anorexias infantiles, transitorias y monosintomáticas son fisiológicas o adaptativas, surgen entre los 15 meses y 4 años y ocurren en familias sin penurias, con excedentes alimentarios». Nuestro estudio, de alguna forma, viene a confirmar lo anterior, ya que por una parte en la mayoría de los niños sólo apreciamos problemas de relación alimentaria: malos hábitos, forzamientos, agresividad por parte de los padres a la hora de las comidas...; esto es lo que Illingworth5,6 describió como métodos erróneos de relación alimentaria (tabla 4). Por otra parte, las madres que más consultaron eran aquellas cuyos hijos tenían 1-4 años, edad que coincide con la etapa en la que el niño inicia su socialización y en la que debe ir incorporando paulatinamente los nuevos modelos del comportamiento. De los niños observados con esta edad, un total de 14 habían comenzado recientemente a asistir a la guardería y otros 7 habían quedado bajo la tutela de otros familiares durante gran parte del día (abuelos en su mayoría), por tener que ausentarse los padres por motivos laborales. Así mismo, es un período en el que se reducen las necesidades calóricas del niño porque disminuye su tasa de crecimiento; es decir, el hecho de comer menos constituye una conducta adaptativa fisiológica. El segundo grupo de edad más frecuente es el de 7-12 meses, que coincide con la etapa en la que se introduce la alimentación complementaria (alimentos nuevos, con sabores y texturas distintos a los habituales); es lo que algunos autores han denominado «neofobia»4. Sin embargo el tercer grupo más frecuente es el que comprende a niños de 5-9 años, entre los cuales sí se objetivó enfermedad concomitante en la mayoría de ellos (tabla 2). Hay que tener en cuenta que en las infecciones agudas la anorexia constituye uno de los síntomas prodrómicos inespecíficos más frecuentes, siendo ésta además una anorexia generalizada4. A esta edad los niños han superado ya muchos de los problemas de la relación alimentaria, lo cual es un motivo añadido para que disminuyan los casos de demanda por falta de apetito. Por lo que respecta al tiempo de evolución del síntoma (tabla 3), se puede considerar normal en los casos en los que se presenta de forma concomitante con alguna patología; sin embargo, en los que no se halló ninguna afección orgánica, ni psiquiátrica (niños etiquetados con problemas de relación alimentaria), los tiempos de evolución eran diversos, variando desde los 22 días (el que menos) hasta los 2 años (el que más), y todos ellos con una curva de crecimiento adecuada. Creemos además que en algunos casos, la temporalidad de la demanda estaba relacionada con el cambio de médico en el cupo, confiando en que éste resolviera el problema unilateralmente, y de forma definitiva.
Por tanto, podemos concluir que la incidencia del «Doctor, el niño no me come» es bastante alta en nuestro medio como demanda de consulta en atención primaria. En la mayoría de las ocasiones, por fortuna, no se objetiva causa orgánica, ni psiquiátrica que la justifique, habiendo más bien problemas de relación alimentaria. Las edades «más prevalentes» son tal vez «las que deben ser»: cuando las necesidades calóricas disminuyen (1-4 años) y cuando se introduce la «alimentación alimentaria» (7-12 meses). Es conveniente, no cabe duda, que trabajemos para que los padres refuercen sus conocimientos sobre nutrición en general y sobre la infantil en particular. Debieran aprender, entre otras cosas, a obviar la fuerza o «la distracción» para con sus hijos a la hora de las comidas; a ofrecer a sus hijos una alimentación variada que incluyese, con frecuencia, alimentos rechazados por ellos; a establecer horarios fijos de comidas, así como tiempos razonables limitados para comer4,... y, por supuesto, a que reconozcan que casi siempre el problema es mutuo (ambos padres e hijo-a).