Sres. Directores: Está ampliamente aceptado que las leucemias, junto con los tumores del SNC, son las neoplasias más frecuentes de la edad pediátrica. Suponiendo un tercio de todos los procesos cancerosos en esta edad, conducen a una moderada morbilidad en los niños. De ellas, un 95% correspondería a las denominadas agudas, y dentro de éstas el 80% correspondería a leucemias agudas linfoblásticas (LAL), que siendo las de mayor frecuencia también correspondería a las de mejor pronóstico. Con una incidencia de 1/25.000 niños menores de 15 años, se admite que se manifiestan aislada u ocasionalmente en pequeños grupos clusters1-5, y de ahí que se las haya intentado relacionar con la exposición profesional de los padres a tóxicos indicando que la inducción de las mismas se encontraría en la mutación de las células germinales6, en la exposición de los niños a campos magnéticos, radiaciones ionizantes, tóxicos (benzeno, fenilbutazona), fármacos (cloramfenicol) y virus (oncornavirus, Epstein-Barr retrovirus...). Por otro lado, se asocian también a trastornos cromosómicos y déficit inmunológicos2,3.
Con todo, se puede entrever la dificultad en determinar con exactitud la causa de la LAL, y con ello el nivel de riesgo de cada uno de los factores implicados en su producción. Así, en la revista British Medical Journal del 11 de enero de 1997, Pobel y Viel afirmaban que había un riesgo 2,8 veces superior de contraer leucemia en los niños próximos a un centro de reciclaje de desechos industriales de La Hague, lo que, sin embargo, fue inmediatamente desmentido por el consejo científico de la Oficina Francesa de Protección contra las Radiaciones Ionizantes (OPRI). De la misma manera que, y contradiciendo los resultados de trabajos anteriores, se ha afirmado la falta de relación entre la LAL y los campos magnéticos. Todo ellos nos sugiere, de alguna manera, la dificultad de extraer determinadas conclusiones con los datos actuales7-9.
Paralelamente a estas informaciones, y tras el diagnóstico reciente de LAL en un niño de nuestro entorno, nos planteamos el interrogante de ¿por qué los dos únicos casos anteriores de LAL en nuestro municipio se habían producido concomitantemente en el tiempo y hacía 12 años? ¿Era casualidad o había una relación de causalidad? Para ello confeccionamos una encuesta epidemiológica en donde destacábamos el tipo de LAL, momento del diagnóstico, lugar de residencia antes y en el momento de la LAL, edad de los niños, sexo, profesión de los padres, fármacos ingeridos por la madre e hijo, tóxicos (derivados del benceno) cabe indicar que nos encontramos en una zona donde se utilizan disolventes en el hogar para la manufactura de bisutería, infecciones, contacto con radiaciones ionizantes, campos magnéticos y contacto con gatos. Nos llevamos la sorpresa de que ambas LAL fueron del mismo tipo (común) y presentaban los mismos criterios morfológicos (tipo L1), se produjeron en niños de edades parecidas (2 y 3 años), aunque de diferente sexo, en un lapso de 15 días, y con un antecedente comprobado de residencia durante un tiempo variable en el mismo bloque de viviendas (en diferente época) y probable contacto ocasional anterior (misma guardería).
Ello nos sugirió la idea, avalada por diversa bibliografía, y sin poder demostrarse, de que una infección viral (transmisión aérea o por fómites) pudiera ser el factor precipitante en estos enfermos, coincidiendo, según señalan algunos autores, con una determinada predisposición genética o en presencia de otras circunstancias favorecedoras como las señaladas al inicio del artículo. Es decir, nuestra opinión sería que ambas LAL, bien tendrían una relación de causalidad o serían consecuencia de diversos factores patógenos coincidentes en el tiempo2,10.