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Vol. 24. Núm. 2.
Páginas 57-58 (junio 1999)
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El humo de mayo
May's smoke
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A. Torres Lanaa, A. Solbes Carob
a Grupo de Abordaje del Tabaquismo de la Sociedad Canaria de Medicina Familiar y Comunitaria.
b Grupo de Abordaje del Tabaquismo de la Sociedad Canaria de Medicina Familiar y Comunitaria.Coordinador del GAT (Grupo de Abordaje del Tabaquismo de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria).
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Ya debe haber sido el 31 de mayo. La alteración de la sangre es evidente, tanto en dirigentes como en dirigidos. También es evidente el rebrote de las tristezas, ansiedades y otras distimias varias que provocan agobio en nuestras consultas. Las alergias pueblan con desmedida osadía nuestras salas de espera, en clara alianza con el despertar de la naturaleza. Sí, sin duda, debe haber sido ya el 31 de mayo.

Y se habla de tabaco.

Desde hace lustros, todos aquellos que de alguna medida queremos paliar los efectos de esta epidemia podemos averiguar, sin calendario, que se aproxima el día en que todos se alían para combatir la primera causa de muerte evitable en el mundo, el tabaquismo.

No es cuestión de repetir los lamentos de años pasados sobre lo fugaz de todas las actuaciones que se llevan a cabo tomando como núcleo impulsor el último día de mayo. Acciones tal vez de vida más efímera que algunas de las flores que nos regalan su presencia, su aroma y su colorido en estas fechas. Pero no. No vamos a lamentarnos. Lo que debemos es mantener la cabeza fría para intentar explicarnos las razones por las que este fenómeno aparece año tras año de la misma manera.

Es curioso observar cómo todas las autoridades sanitarias que conocemos, y conocemos muchas, ocupando despachos de todos los rangos imaginables, son presa de una especie de frenesí antitabaco, como si de una hiperreactividad primaveral de las conciencias se tratara, justo al final de la estación.

Y en todos estos lugares se remueven ficheros y carpetas, lamentablemente guardadas desde años pasados.

Y en todos estos lugares se encargan cartas, documentos, artículos de prensa, conferencias y... editoriales.

Durante unos días los calendarios de sobremesa, lujosos unos, llenos de trabajo a contrarreloj otros, simulan ser un tablero en el que parece que el enemigo a batir en singular combate es el tabaco. Y es verdad que el tablero está repleto de trampas, que las posiciones de las piezas son enmarañadas. Y por todo eso, por eso mismo, el combate debe ser plural, sereno, continuo, diario.

En todos los actos que se celebran se renuevan las promesas realizadas en las mismas celebraciones, pero en años anteriores. Promesas que, siguiendo la tendencia ecologista actual, ni siquiera son renovadas, son recicladas.

Y es en esta suerte de ritual bautismal para los nuevos voluntarios, casi auténticos cruzados en ocasiones, y en presencia de los veteranos, asimismo auténticos cruzados en ocasiones, donde se pronuncian renovados y comprometidos juramentos de lealtad a la causa por parte de aquellos de los que dependen muchas de las acciones a realizar. Y también entre los veteranos empiezan a notarse algunos semblantes en los que se puede leer con claridad cristalina: "esto yo ya lo he vivido". Así que el humo que nos atenaza todo el año se disipa con levedad y permite, graciosamente, que se le combata durante un corto lapso de tiempo. Lo que decíamos. Un combate singular.

Pues para el duelo de este año la Organización Mundial de la Salud ha recopilado datos para su informe anual que no son precisamente tranquilizadores. Como si de la economía se tratara, hay que revisar al alza el ya actualmente impresionante número de fallecidos previstos en los próximos años. Vamos a tener que actualizar nuestras diapositivas más lúgubres, pues se calcula que en los próximos 50 años, si se mantiene la tendencia de consumo actual fallecerán... ¡446 millones de personas! Y es muy probable que haya que revisar de nuevo estas previsiones pues los incrementos del consumo, como en los peores huracanes, desbordan todos los diques que se les pretende imponer. En este siglo tan cargado de violencia, en el que han estallado dos grandes guerras mundiales y un sinfín más de conflictos menores, se puede estimar que las guerras han podido producir alrededor de 100 millones de muertos. La magnitud del desastre no es comparable a ninguna otra lacra que haya sufrido jamás la Humanidad.

Es evidente que ante semejante adversario no se puede presentar batalla un solo día al año, ni una semana, ni un mes. Las políticas para el control del tabaquismo deben basarse en el conocimiento de que es un problema de salud con multitud de ramificaciones sociales, políticas, industriales, laborales y legales. Pero esta vez sí que los fríos números deben levantar pasiones y lograr que se alcen de una vez todos los recursos necesarios para combatir el peor azote para la salud que ha existido. Deberíamos ver lo antes posible actuaciones no sólo el 31 de mayo, sino también el 41, 51, 61 de mayo... Sería estupenda una eterna primavera en este sentido.

Cualquier actuación global que se emprenda debe ir especialmente encaminada a prevenir la incorporación de los jóvenes y de las mujeres al tabaquismo, por ser ellos el objetivo primordial de las compañías tabaqueras. Debe ser capaz de informar de manera clara de que el tabaco es una droga que provoca adicción y que puede conducir a una muerte prematura, dejando atrás definiciones más sociales que científicas como "vicio", "hábito" o "mala costumbre". Debe ser capaz, a su vez, de ayudar de manera eficiente a los fumadores a desembarazarse de su adicción, de promover una actitud negativa frente a la imagen del cigarrillo como elemento liberador, atractivo e insustituible. Debe ser capaz, por fin, de promover una vida sin humo, de libertad, de salud. Esas actuaciones deben ser acometidas por profesionales de distintas ramas, coordinados, motivados y apoyados.

Por razones de organización del Estado, los responsables políticos tienen un papel primordial en la lucha contra el tabaquismo, que nunca contra el fumador. Son decisiones suyas las que permiten restringir el libre albedrío con el que se ha movido la industria tabaquera hasta hace unos años. Las legislaciones nacionales e internacionales nos han provisto de unas reglas del juego que nos dan ventaja. Pero falta, en algunos lances, la voluntad política decidida de hacerlas cumplir. Y no valen medias tintas o posiciones ambivalentes, aunque las presiones sean muchas y muy diversas en contra de nuestros intereses.

Viene a la memoria el episodio de ese futbolista inglés que para celebrar un gol propio se arrodilló sobre la línea de fondo que delimita el rectángulo de juego y simuló que la esnifaba, como si de cocaína se tratara. A pesar de sus subsiguientes disculpas públicas, en las que dijo que se dejó llevar por la emoción de la situación, fue sancionado con cuatro partidos de suspensión por el nefasto ejemplo que proporcionó a los jóvenes.

Y ahora, ¿qué pasa con nuestros particulares "futbolistas" políticos?

Nos preguntamos cuántos partidos de sanción se les debería imponer a esos políticos con actitudes ambivalentes, censores de actividades contra el tabaco porque perjudican sus intereses electorales. O a esos gobiernos nacionales, autonómicos o locales que subvencionan, en contra de toda lógica, el cultivo y la manufactura del tabaco en sus circunscripciones. O a aquellos líderes que se presentan en apariciones públicas con su adicción personal bien a la vista y hablando de forma displicente de los riesgos del tabaquismo o de los sanitarios encargados de velar por la salud de aquella población que ellos dicen querer proteger. Esas actuaciones crean confusión e impiden que se realicen políticas coherentes. Tarjeta roja para todos ellos.

Pero los políticos no son los únicos integrantes de este equipo. Psicólogos, sociólogos, educadores, líderes de opinión y personajes públicos tienen sus parcelas de responsabilidad en el partido que estamos jugando. Y los economistas.

Porque los aspectos económicos no deben ser menospreciados, sin duda. Desde la necesaria subida impuestos sobre los productos del tabaco hasta el balance entre ingresos y gastos que ocasiona el tabaquismo. Pero los mensajes estrictamente monetarios entrañan cierto peligro. En alguna ocasión se ha llegado a escuchar que desde el punto de vista económico no sería deseable que no hubiera fumadores, pues su muerte prematura colabora a que se pueda mantener el sistema de pensiones. O sea, que cotizan pero no llegan a cobrar. No merece más comentarios esta especie de eutanasia de Estado. Seguro que hay maneras "menos drásticas" de salvaguardar el sistema de pensiones.

Y si alguna zona depende en mayor o menor medida de la industria tabaquera, sería más conveniente para la salud de la sociedad que se reconvirtieran todas aquellas actividades que dependan del tabaco. Reconversiones más costosas se han hecho. Y no perjudicaban la salud.

Por motivos que no se le escapan a nadie, los profesionales sanitarios deben ser la punta de lanza visible, ejemplar e incansable en la lucha contra el tabaquismo. Y por las características que le son propias, los médicos de familia y los enfermeros de atención primaria destacan sobre los demás. Nadie mejor que ellos conoce las necesidades de sus pacientes para tomar decisiones que afectan a la salud de éstos. Nadie mejor que ellos puede adaptarse a los requerimientos de cada caso, de cada fumador que les solicita ayuda. Nadie mejor que ellos para detectar las situaciones de riesgo de inicio del consumo o de recaída. Y, en fin, nadie mejor que ellos para dar consejo para no empezar, para dejarlo, para no recaer, para volverlo a intentar. Nosotros, los médicos de familia, somos la mejor arma con que cuenta nuestra sociedad.

No es una quimera. No es una cuestión de fe. No es una cuestión de paladines contra dragones. Es una necesidad. Es una obligación.

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