Cada vez más son los agentes comunitarios e instituciones los que abordan a la persona desde su ámbito, arriesgándose a perder de vista su globalidad. Las instituciones pueden ser incapaces de organizarse, lo que podría ocasionar falta de comunicación y coordinación, repercutiendo negativamente sobre la persona.
Se presenta el caso de una profesora de instituto, que contactó con la enfermera referente de Salut i Escola1 para comentarle que una alumna sufría malos tratos. La enfermera actuando éticamente bajo la protección social y considerando el marco legislativo del derecho a la confidencialidad2, habló con la niña y esta explicó que vivía con su madre, que muchos días llegaba a casa bebida, agresiva y le pegaba frecuentemente. La niña enseñó evidencias de ello a la enfermera. Esta, según el protocolo del programa ante una situación de riesgo, puso el caso en conocimiento del policía referente de violencia y él aconsejó realizar la denuncia pertinente. A la vez, contactó con servicios sociales, donde informó del caso y se acordó hacer seguimiento exhaustivo y urgente.
Días después, la enfermera fue citada a un juicio rápido. La policía consideró que había peligro inminente para la menor y procedieron a la detención de su madre y la chica pasó a estar tutelada por la Dirección General de Atención a la Infancia. La enfermera se personó en los juzgados de guardia, donde se encontró en la misma sala con la niña y la madre, sin ningún tipo de protección ni de anonimato.
El caso se resolvió con prisión para la madre y el ingreso en un centro de acogida para la niña. Unos meses después, se excarceló a la madre y bajo supervisión, se permitió a la niña volver con ella. Según declaraciones posteriores, la niña comentó que había exagerado sus argumentos y confesó que la convivencia con su madre no era tan aterradora y que deseaba volver con ella. Una vez juntas, decidieron cambiar de población y empezar una nueva vida.
El creciente número de instituciones que abarca a la persona debería traducirse en un beneficio para la misma. En el ámbito de la salud, y concretamente en la atención comunitaria, se hacen esfuerzos para mantener la sensibilidad en las capacidades humanas, experiencias y necesidades3, y se coordinan con otros organismos para desempeñar el trabajo integral centrado en la persona. A menudo se considera que una gran especialización mejora la calidad de la asistencia prestada, ¿pero qué pasa cuando el foco de acción es el individuo? Posiblemente este, como ser biopsicosocial que es, tenga necesidades diversas que requieran atención especializada por parte de diferentes actores de la comunidad.
Es posible que un alto grado de especialización ofrezca respuestas más exactas e idóneas con un alto nivel de resolución, pero cuando las necesidades son complejas y se necesiten varios especialistas, puede haber una pérdida de visión holística y una tendencia a actuar en la parcela conocida, pudiendo olvidar el fin último que es el bienestar de la persona. Actuar de manera más generalista y coordinada puede aportar beneficios a la persona, ampliando la perspectiva, la sensibilidad y la capacidad de relación con otras disciplinas.
Tener una conciencia empática con las personas, unos valores firmes a la hora de desempeñar nuestra labor y el pensamiento de trabajo en equipo, será clave para desarrollar un trabajo competente, integrado e integrador. Si falta alguno de estos componentes, nuestro trabajo será percibido como efímero e incluso podría provocar secuelas en la sociedad y en las personas.