Sr. Director: En los últimos meses he atendido en mi consulta a varios pacientes que acudían en plena crisis de ansiedad aparecida en su propio ambiente laboral y motivada por condiciones de trabajo que, hasta hace poco, eran consideradas como poco frecuentes.
Los medios de comunicación generales y profesionales se han ocupado en los últimos años de fenómenos como el acoso u hostigamiento psicológico en el lugar de trabajo (mobbing) y del síndrome del profesional «quemado» (burnout), el cual afecta especialmente a profesiones de servicio (docentes y las propias profesiones sanitarias).
Sin embargo, las implicaciones que las actuales condiciones de trabajo tienen para la salud individual y la repercusión que ésta, a su vez, tiene en la salud familiar y colectiva van más allá del mobbing o del burnout, que hasta el momento son las «afecciones» más frecuentemente detectadas o estudiadas.
Como médico de familia dedicado a la asistencia, desearía utilizar la sección de Cartas al Director de su Revista como plataforma para llamar la atención sobre este fenómeno que, inexplicablemente, parece que es «ignorado», cuando estoy convencido de que es una percepción común para muchos de los médicos de familia del país. Mi carta intenta llamar la atención de la comunidad profesional de los médicos de familia para observar, cuantificar y analizar el verdadero impacto en salud de las situaciones laborales que se comentan.
Luis C, cocinero filipino. Apenas habla español. Siente «vergüenza por venir». Me muestra una carta donde le reclaman 79 euros por la asistencia en las urgencias hospitalarias de un corte en la mano mientras trabajaba en un restaurante, en el que trabaja sin contrato ni seguro.
Carmen C, limpiadora. Refiere insomnio y colon irritable. Es representante sindical, sancionada por su empresa con un mes sin empleo y sueldo. «Quieren que me vaya y renuncie a la indemnización que me corresponde.» Ya ha sido atendida varias veces por ansiedad, motivada por acoso laboral.
Magdalena O, ecuatoriana con estudios universitarios. Teleoperadora. Refiere «cansancio y desaliento». No le asusta el trabajo duro (en su país trabajaba hasta 18 horas diarias en una empresa-taller de costura familiar) pero los cambios de turno, horas extras, etc., le provocan la sensación de que abandona a sus hijos. Después de varias consultas cree que «lo va a dejar».
Ángeles G, técnico de análisis clínicos, Javier I, diseñador gráfico en una revista, Rubén P, creativo de publicidad, etc., acuden al centro de salud tras abandonar su puesto de trabajo en plena crisis de ansiedad o llorando. Ángeles pide «perdón por venir por algo que no es físico». Ha estado 56 h de presencia física el fin de semana. Javier y Rubén pretendían reducir su horario y sus altos salarios. Todos se consideran psicológicamente fuertes, pero «ya no pueden más» No entienden lo que les pasa.
José Luis A. Jefe de recursos humanos. Ha intervenido en varios «ajustes de producción» (desmontar empresas y despedir trabajadores). Le advierto de su riesgo cardiovascular muy alto. Alega que «no puedo cuidarme» (viajes, comidas de empresa), pero no quiere prejubilarse.
Todos ellos son pacientes reales de mi consulta en el último año. Día a día veo en mis pacientes los efectos sobre la salud de las condiciones laborales vigentes. Sin embargo, no lo veo reflejado en las páginas de
publicaciones que, como Atención Primaria, debieran ser espejo de las enfermedades «emergentes». En la década de los ochenta vivimos las secuelas de la crisis del petróleo y la reconversión industrial, y constatamos los efectos del paro sobre la salud1,2. La pérdida de derechos laborales en la neoliberalizada sociedad del siglo xxi, en la que se abandona la protección social del estado del bienestar3,4, cada vez recuerda más al de los inicios de la industrialización en el siglo xix. ¿Constatamos los efectos que el «pleno empleo» precario, la desregulación o la deslocalización5 tienen sobre la salud? Esta situación nos afecta a todos, como población que trabaja, aunque es intolerable para inmigrantes con y sin papeles o para las clases con rentas bajas6. ¿Estamos más interesados en nuestro burnout que en la salud de nuestros pacientes? ¿Se animan los lectores de Atención Primaria a investigar esta situación y medir el impacto sobre la salud de estas «historias de empresa»?