Sres. Directores: Vaya por delante mi felicitación al trabajo que sobre detección precoz del cáncer de mama han publicado Fernández-Hidalgo et al1. Es infrecuente contar con la atención primaria para implementar un programa de tal calado. En nuestra comunidad, y creo que no es la excepción, los médicos del primer nivel somos meros espectadores de todas estas iniciativas. Y es que, sorprendentemente, sólo se nos tiene en cuenta a la hora de comunicarnos el resultado de la prueba, cuando el hecho de encontrarnos ubicados en el primer nivel asistencial debería ser aprovechado para conminarnos a realizar labores de información, de educación sanitaria, así como de actividades preventivas en aras de aminorar la mortalidad que esta enfermedad produce en la mujer1-3.
El diseño y alcance de dicho estudio es casi más ambicioso que lo que las recomendaciones del PAPPS señalan4, habida cuenta que tras el contacto por carta a la mujer se la invita a acudir a la consulta de su médico de cabecera y es éste el que informa a ésta «del programa y también le informa de los medios que básicamente se utilizan para detectarlo...» (sic), se le realiza una breve anamnesis y exploración clínica mamaria, y tras esto se confecciona una ficha específica, que es la que portará la interesada a la unidad de radiodiagnóstico.
Hasta aquí estamos todos de acuerdo que el contacto de la mujer con el médico del primer nivel, previo a la mamografía, sea sumamente interesante. Pero, bajo nuestra opinión, además de lo realizado por Fernández-Hidalgo et al, consideramos que es indispensable, tal como señala el editorial de Harold C. Sox («Benefit and harm associated with screening for beast cancer»), publicada en New England Journal of Medicine recientemente5, para que con la ayuda del médico de familia se le informe de las ventajas de la detección precoz de cáncer de mama y de los inconvenientes a los que les puede llevar la realización de la mamografía, y que una vez sopesadas ambas informaciones opten libremente por tomar esta decisión. Y esto es así porque si tenemos en cuenta que, según los datos aportados en este trabajo que no difieren de lo publicado, y que nos sugieren una escasa rentabilidad de la prueba se ha de incomodar a 183 mujeres, o lo que es lo mismo, se han de realizar 183 mamografías, para detectar un caso (5,4 tumores por 1.000), que aproximadamente la mitad de los resultados positivos serán falsos, por su bajo poder predictivo positivo (43,75%), que abocará a estas mujeres a una angustia innecesaria al creerse portadoras de un cáncer mamario inexistente, no es nada descabellado pensar que el consejo previo a la prueba sea indispensable1. Y es que si, además a todo esto, tenemos en consideración algún estudio reciente, y esta prueba es realizada de una forma bienal, el riesgo de tener un falso positivo (FP) y la angustia derivada del mismo puede llegar a alcanzar probabilidades que algunos autores cifran en un 23,8% de FP por mujer mamografiada después de 10 años de seguimiento (4-5 mamografías por mujer), o un riesgo acumulado del 49,1% después de 10 mamografías6. Así mismo, no es menos cierto que el mismo 30%, porcentaje de reducción de la mortalidad, con el que se avala estas campañas poblacionales se está poniendo en entredicho en ciertos países del norte de Europa después de años de programas semejantes7. Por todo ello, en nuestra opinión, el consejo previo a la prueba sería conveniente e incluso necesario, en pos de evitar angustias e incomodidades a la mujer que accede a esta exploración.