He leído con interés el estudio cualitativo de Carreter et al.1 sobre el consumo de tóxicos en adolescentes, pero sobre todo con alegría. Si en algún momento de la vida de los pacientes podemos ser más eficaces en las actividades preventivas y de promoción de la salud es en la adolescencia. Esta etapa de la vida, a caballo entre pediatría y medicina de familia, pasa desapercibida en gran cantidad de ocasiones y por eso se agradece el esfuerzo por salir del entorno asistencial propio y buscar a esta población en su lugar preferente de socialización: el instituto. Es necesaria una visión holística de este problema de salud pública, y para ello los sanitarios debemos conocer las motivaciones de los adolescentes para el consumo de tabaco, alcohol y drogas. En los resultados ofrecidos por los investigadores sería muy útil ordenar las motivaciones que inducen a los jóvenes al consumo, dado que no todas tienen el mismo peso en las conductas de los adolescentes. Diversión, experimentación y socialización se configuran, posiblemente, como las categorías de mayor peso para una conducta de riesgo2. Los valores dominantes de la sociedad favorecen los nuevos patrones de consumo de drogas juveniles basados en la diversión y el placer, lo que se relaciona con el incremento del tiempo dedicado al ocio, de modo muy especial entre los jóvenes3,4. Otro aspecto fundamental es la normalización social del consumo, sobre todo en el caso del alcohol. La aceptación social y cultural de que han disfrutado las bebidas alcohólicas en nuestro país ha facilitado la consolidación de unas actitudes frente a los consumos de alcohol determinadas por una enorme tolerancia social hacia los mismos4, sobre todo a nivel familiar5. Pese a este dato, entre los adolescentes parece tener más importancia la mejora de la socialización que la imitación de modelos sociales5. Otros factores, como la edad o el sexo, deben ser tenidos en cuenta, siendo necesaria la incorporación del discurso de los adolescentes menores de 14 años, ya que el inicio del consumo de alcohol y tabaco se sitúa en esa franja etaria y será (con alta probabilidad) la puerta de entrada para el consumo de drogas ilegales2,5. Así, la idea de «beber para olvidar» o «parecer mayor al fumar» es más frecuente en la primera etapa de la adolescencia, mientras que la susceptibilidad a la presión de los iguales es un factor que determina el consumo de alcohol de forma más intensa en hombres frente a mujeres5.
Como indican los autores, es necesario diseñar intervenciones preventivas a partir del discurso de los adolescentes, teniendo en cuenta edad y sexo de los adolescentes y potenciando los factores protectores que la familia puede desarrollar (el modelado, la relación de afecto y la comunicación abierta)2. Los jóvenes también demandan la existencia de mediadores en salud de edad joven que favorezcan una transmisión de valores y vivencias que refuerce la capacidad crítica de decisión del adolescente5. Además de la promoción de actividades de ocio constructivo y saludable, dirigidas fundamentalmente a la prevención del consumo, los sanitarios podemos y debemos incorporar elementos motivacionales en la intervención sobre adolescentes consumidores. Así, hemos encontrado disonancias cognitivas que se asocian al cese del tabaquismo tras una intervención motivacional6 y se relacionan con factores como el sexo, la dependencia de la nicotina y la motivación para el abandono del consumo. El conocimiento y empleo de las motivaciones de los adolescentes para el consumo pueden ayudar a eliminar obstáculos con esta población, ofrecer alternativas y disminuir la deseabilidad del consumo al tiempo que se ofrece ayuda activa para el cese del mismo.