Sr. Director: Hemos leído con interés 2 recientes artículos publicados en su Revista relacionados con los métodos docentes1,2. Queremos felicitar a los autores y, la vez, enfatizar y completar lo que nos parece la principal ayuda docente: el ciclo reflexión-acción. Desde luego que se precisan «mapas», pero «estar educado no es llegar a un destino, sino viajar con una visión diferente»3.
El período de residencia es una etapa crítica para el desarrollo de la identidad profesional, ya que los hábitos aprendidos se extienden más allá de esos años de formación. Estos patrones se forjan como respuesta al estrés y la intensidad de la residencia. Desgraciadamente, en no pocas ocasiones surgen hábitos inadaptados al desarrollo personal y profesional. Los conflictos son habituales durante el período de la residencia: estrés, sobrecarga de información, tiempo de trabajo, responsabilidad y autonomía, así como nuevas relaciones de trabajo con pacientes, enfermeras, personal administrativo, médicos, otros residentes y familia. Además, se tiene que afrontar la falta de experiencia y los errores que se cometen en la asistencia. Una de las principales contradicciones del proceso formativo de la residencia es la diferencia entre las metas e imagen del médico de familia al empezar y sus experiencias y comportamientos como residentes. Durante la residencia puede decirse que no hay un verdadero aprendizaje del modelo biopsicosocial, y los residentes tienen poco tiempo o estímulo para interesarse por la relación médico-paciente-familia y el contexto4.
Una alternativa sencilla para prevenir el desarrollo de modos de conducta inadaptados es facilitar un proceso de reflexión-acción (fig. 1), sea individualmente por el tutor o mediante la formación de grupos de desarrollo personal y profesional con un facilitador que les ayude a reflexionar5. Moviéndose en este ciclo (desde la experiencia concreta a la reflexión y el análisis de la experiencia, a la identificación de marcos teóricos que expliquen la experiencia y, finalmente, a su aplicación mediante la experimentación activa) se van integrando los nuevos aprendizajes y, en consecuencia, se consolidan, desarrollan y refinan, a lo largo del tiempo, los conocimientos, habilidades y actitudes.
FIGURA 1 El ciclo reflexión-acción.
El tutor facilita el conjunto del proceso mediante una combinación de apoyo y presentación de retos. El «instrumento de fortalezas y habilidades»2 puede completarse con el ciclo de reflexión-acción. El tutor no es un profesor, sino un facilitador que favorece el desarrollo de las estrategias del aprendiz para encontrar sus propias soluciones6. Fracasar en completar el aprendizaje de un cierto contenido formativo (no llegar a un destino) puede resolverse, pero no completar el ciclo de reflexión-acción es no haber viajado; es no haber vivido la aventura.