Sr. Director: En relación con el excelente editorial de J. March et al1 sobre la necesidad de proyectos alternativos para el abordaje de la dependencia de heroína por vía intravenosa en España, quisiéramos añadir algunas consideraciones.
Los autores concluyen su editorial con un contundente «¡Que nos dejen investigar!». Nos unimos a su grito ya que consideramos que el proceso de dilación al que se ha visto sometida la implementación de los proyectos experimentales de mantenimiento con heroína en la mayoría de los países occidentales es inadmisible, dada la creciente solidez de la evidencia empírica acumulada hasta la actualidad sobre la efectividad de los programas de mantenimiento con heroína2,3. De hecho, en Suiza dichos programas ya no tienen un carácter experimental y se han convertido en una opción terapéutica más4.
Si no es éticamente justificable la amplitud de la distancia entre lo que podría llevarse a cabo y lo que realmente se hace para cubrir las necesidades de aquellos usuarios de heroína que no se han beneficiado o no pueden beneficiarse de los programas de mantenimiento existentes, hay que intentar visibilizar el porqué de determinadas actitudes que, de hecho, perpetúan el sufrimiento, el abandono y, en definitiva, el proceso de exclusión de, al menos, un determinado grupo de usuarios de heroína.
Aunque son muy numerosas las razones que vienen siendo esgrimidas para dificultar no ya la implementación de los programas de mantenimiento con heroína, sino incluso la investigación clínica con este opiáceo, pueden concretarse en una única línea argumental: la estigmatización que sufre dicha sustancia en el presente marco sociohistórico, debido a que una gran parte de la opinión pública la considera el psicotropo ilegal con mayor virulencia adictiva, aceptándose, en el ámbito de la representación social, que cualquier contacto con la heroína daña al ser humano.
Dos grandes grupos de factores, no mutuamente excluyentes sino estrechamente vinculados, pueden ser aducidos para intentar explicar el porqué de esta estigmatización: a) un factor determinante, como afirma acertadamente Mino5, es el hecho de que las conductas adictivas y su abordaje demuestran que una gran parte de nuestro irracional colectivo se ha refugiado en este ámbito. No es ajena a la configuración de dicho irracional colectivo la globalización de la «guerra contra la droga», es decir, la preponderancia en todo el mundo del régimen prohibicionista, y su correlato abstencionista en el ámbito de la intervención, promovido internacionalmente por la mayoría de los países desarrollados desde principios del siglo xx, y b) otro factor igualmente importante es, como señala Friedman6, la posibilidad de que las políticas contrarias a la reducción de daños sean mantenidas porque benefician las necesidades funcionales del actual régimen socioeconómico. El elemento principal de la
argumentación de Friedman6 es la constatación de que las políticas que mantienen o, incluso, incrementan los daños relacionados con el consumo de drogas posibilitan la utilización de los usuarios de drogas como chivos expiatorios, distrayendo así la atención de los problemas estructurales y de las políticas que agravan las dificultades a las que la mayoría de la población se enfrenta. Este hecho permite dividir vecindarios y comunidades con el doble objetivo de disminuir su oposición y resistencia a determinadas políticas socioeconómicas y, a la vez, reforzar ideologías punitivas e individualistas.
Paralizar a priori una alternativa potencialmente terapéutica merece, como mínimo, un intento de análisis de las motivaciones subyacentes a dicha pasividad e incoherencia científicas.