Sr. Director: En primer lugar, queremos agradecer a Martín Rioboó et al el interés que muestran por nuestro artículo y sus consideraciones al GEVA.
En cuanto a sus comentarios, quisiéramos aclarar que el objetivo de nuestro estudio no era valorar la utilidad de la oficina de farmacia (OF) en el diagnóstico del «fenómeno de la bata blanca» ni de la hipertensión clínica aislada, sino observar el grado de concordancia entre las medidas de presión arterial (PA) de la OF y del centro de salud (CS). En este sentido, el estudio se realizó en condiciones habituales de trabajo y, como se refleja en la metodología, no se practicó ningún tipo de intervención previa a los farmacéuticos ni en el CS, ya que de lo que se trataba era de conocer la situación actual. Si se hubiese intervenido estandarizando las condiciones de medida, la técnica o el aparato se hubiera falseado la situación de partida.
En cuanto a quién llevó a cabo la medición de PA en la OF, queda reflejado en la metodología que fueron los propios farmacéuticos/as.
Estamos de acuerdo, y así lo expresamos en nuestro artículo, en la necesidad de estandarizar las condiciones de medida de la PA, tanto en la OF como en el CS. Lo que pretendíamos precisamente era detectar posibles sesgos y aportar soluciones.
Las conclusiones de nuestro trabajo pretendían llamar la atención en este sentido; por ello, entre otras cosas, para evitar sesgos aconsejamos la utilización de aparatos electrónicos validados, tanto en un lugar como en otro.
Nuestro grupo está convencido de que, con medidas perfectamente estandarizadas, la OF puede ser un lugar ideal dentro de la atención primaria para colaborar en el diagnóstico y control de la hipertensión arterial. A ello pretendemos dar respuesta en trabajos futuros (pendientes de su publicación) de los que se presentaron datos preliminares en el último congreso de la SEH-LELHA1,2. Este estudio lo que pretendía era conocer la situación de partida.
Estamos totalmente de acuedo en que el personal de enfermería debe de estar convencido de la importancia de su trabajo en este ámbito.
Discrepamos con Martín Rioboó et al en la utilización del coeficiente de correlación intraclase3; pensamos que es un índice adecuado para este tipo de variables y sus limitaciones nos llevaron a completar el estudio, siguiendo a Doménech4, con el análisis gráfico de Bland y Altman5, en donde se observan las diferencias clínicamente no aceptables.
Finalmente, los ánimos reflejados en el último párrafo han sido recibidos con profunda simpatía. Es muy gratificante en estos momentos, donde las múltiples obligaciones y la escasez de tiempo son malas compañeras de la investigación, encontrar entusiasmos similares procedentes de otros compañeros, gracias. También queremos felicitar a los autores por sus estudios y animarlos a seguir trabajando.