Sres. Directores: Agradezco a los Dres. José Cristóbal Buñuel Álvarez y Carme Vila Pablos la oportunidad que me brindan de poder continuar el debate sobre la atención a la infancia en atención primaria «¿Por qué la semFYC no se pronuncia sobre la atención a la infancia?»1 y poder así argumentar más ampliamente nuestra postura. Es de agradecer porque si bien la «Carta al Director» estaba dirigida a la semFYC, ésta paradójicamente no ha mostrado postura alguna en un tema tan importante, ustedes en cambio, con opiniones radicalmente distintas a la mía, permiten que este tema fundamental para los médicos de familia no caiga en saco roto. Con todo, no dejo de mostrar mi sorpresa de que la réplica a mi carta proceda de unos pediatras. Pero la sorpresa no es tanta si relacionamos la incongruencia de llamarnos los médicos de cabecera: «familiares y comunitarios», con el hecho de que la inmensa mayoría de los mismos no atiendan a los niños un segmento de edad poblacional cada vez mas amplio, asistencialmente hablando, sin que ello suscite denuncia alguna o el correspondiente debate interno. Debate que creo fundamental, pues incide en el mismo concepto, la íntima identidad competencial del médico de familia español.
Lejos de deberse a ideales teóricos o a intereses corporativos, las recriminaciones que hacemos están fundamentadas en nuestra propia labor asistencial. Que anómalamente, desde «hace décadas», el pediatra vaya asumiendo la asistencia de los niños del primer nivel no quita que los médicos de familia, desde hace siglos en mi caso desde hace 15 años con la misma población, atendamos a toda la familia sin estratos de edad, desde el nacimiento hasta la muerte, dentro de su comunidad, y tal como indica la definición del médico de familia de la WONCA2. Es por esto, y lo he desarrollado en un artículo al respecto publicado en Jano3 y en otro dirigido a la opinión publica de nuestra comunidad4, que reitero esta opinión. Opinión que, además de estar basada en nuestra propia experiencia personal, se encuentra fundamentada en una tradición secular del médico de cabecera español, y en comportamientos asistenciales de países de nuestro entorno inmediato.
Sin querer entrar en la eterna y estéril discusión de si el dermatólogo, el cirujano, el alergólogo, el ginecólogo o el pediatra están más capacitados, por aquello de poseer una mayor «formación específica», para tratar a los pacientes de sus respectivas áreas, que nos llevaría a discutir los límites competenciales en relación a la frecuencia de presentación de cada patología «esto es tuyo/esto es mío», y a concluir, muy probablemente, que, dado el tipo de patología infantil atendido por el pediatra que ejerce en la AP, éste sería un profesional perfectamente prescindible en nuestro ámbito, de lo que lo que sí estoy convencido es de que la artificiosa división asistencial por edades o sexos que se da en nuestro país es contraproducente para la sociedad. La atención del niño sano bajo una visión de especialista formado en el segundo/tercer nivel, y sólo para un tramo de edad, saca a aquél de su marco familiar y social rompiendo la longitunalidad, y con ello la atención familiar y comunitaria enfoque biopsicosocial. Es una atención sesgada al carecer el profesional implicado de información fundamental para la salud del pequeño, siendo este hecho especialmente notorio en la detección de patología inducida por sus progenitores patología infecciosa, alimentaria, niño maltratado, Munchausen por poderes, etc.. De la misma manera, la deformación profesional hospitalaria puede transformar lo corriente en patológico, hipersensibilizando a la población con revisiones, pruebas y diagnósticos superfluos y, alguna vez, potencialmente peligrosos. En nuestra opinión, este comportamiento está conduciendo a un aumento de la demanda asistencial en estos tramos de edad, al tiempo que hace a la población «pediatra-dependiente», fomentándose, sin quererlo, a la vez que una desconfianza en aquellos médicos generales que en un momento dado han de atender a sus pequeños urgencias, PAC, una inseguridad, por falta de experiencia clínica, en éstos en la atención de esa clase de pacientes. En este punto, no es extraño que se produzca un aumento de la medicina defensiva hipermedicación, ingresos injustificados, etc., resintiéndose la salud infantil por exceso de intervención, e incrementándose el gasto sanitario, etc.5.
El ejemplo expuesto en nuestra carta, que únicamente se ha escogido por la proximidad y conocimiento del mismo aunque comparándolo con la situación de los replicantes es totalmente generalizable, no tiene que ver en absoluto con un enfrentamiento entre médicos generales y pediatras en nuestro entorno. Antes al contrario, los últimos nunca han mostrado abiertamente su disconformidad con que los padres, al nacer sus hijos, optaran por un médico general o un especialista en pediatría en nuestro municipio, y el trato mutuo ha sido siempre considerado y cordial.
Como muy bien señalan, las decisiones administrativas adoptadas en niveles superiores son las generadoras de la situación actual de nuestra área de salud, al igual que en todo el Estado español. Sin embargo, las manifestaciones, denuncias o inhibiciones asentimientos encubiertos de las sociedades científicas son vitales para estimular o para frenar estas esquizofrenias asistenciales en el primer nivel (por ejemplo, problemática de la IT).
Es en este aspecto que las recientes manifestaciones de aumentar la edad pediátrica hasta la mayoría de edad en primaria, la creación de la figura del pediatra de área6, la falta de respuesta de las sociedades de médicos de cabecera a tales atropellos asistenciales y, particularmente, la reciente decisión de la administración de nuestra área de impedir a nuestra población la opción de elegir entre médico general o pediatra para la asistencia de sus hijos en el momento del nacimiento como así ha sido desde siempre en el municipio, es lo que ha motivado en mí una alarma totalmente justificada que se plasmó en dicho escrito.