Sres. directores: Agradezco a los autores la carta remitida por el Dr. García-Campayo a propósito de «La histeria: cien años después», pues siempre es más fructífero en el seno de la ciencia la palabra que no el silencio.
Soy consciente, y estoy totalmente de acuerdo en torno a la complejidad de los fenómenos de somatización, de la importancia en la etiología de otras variables además de las psicodinámicas, así como de las distintas formas de presentación con que hace gala el espectro de las somatizaciones desde el contexto de la fenomenología, tal y como describo en una monografía de reciente aparición, bajo un título que invita a pensar: «Las somatizaciones. ¿La histeria de fin de siglo?»
No obstante, quisiera puntualizar algunos aspectos que tal vez han sido distorsionados, fruto de una lectura apasionada.
Mi artículo en cuestión es simplemente un señalamiento claro en torno a un hombre y una obra que, en el momento actual, se trata de ignorar, no en vano la histeria como tal ha desaparecido de la literatura psiquiátrica actual que no de la consulta. Y viene al hilo mi artículo de una insatisfacción clínica, de la que el Dr. García-Campayo et al se hacen eco cuando afirman: «Aunque es cierto que las actuales clasificaciones nosológicas de los fenómenos de somatización en general, y de los trastornos somatoformes en particular, resultan claramente insatisfactorias...».
No obstante, frente a esta situación confusa en torno a las etiquetas sintomáticas, aspecto ya conocido hace un siglo en la historia de la enfermedad mental, uno puede seguir buscando signos, esta vez comandados por el arsenal farmacológico o bien simplemente cuestionar e indagar en otra dirección, por ejemplo en los aspectos psicodinámicos, como hace cien años sucedió con Freud en un contexto de confusión en torno a la clínica parecido al actual.
Ello no implica una receta terapéutica; en psicoanálisis no hay recetas sino compromiso, y tampoco una exclusividad sobre la clínica, hay campo para poder investigar y trabajar los fenómenos desde distintos puntos de vista, pero sí una posición en torno al debate que hoy se cierne en el campo de las somatizaciones, en donde lo biopsicosocial es en muchas ocasiones una simple receta teórica que no se cumple en la practica, en tanto esa unidad queda rota en las mejores ocasiones, en favor de un fármaco bien utilizado pero nada más.
Y es precisamente frente a ese nada más como el psicoanálisis se ofrece de forma diferente a nuestros pacientes etiquetados como somatizadores, somatizadores funcionales... mediante una herramienta de ayuda y comprensión, la palabra, que trata de poner sentido allá donde los demás se entretienen en encadenar la parte más fructífera del síntoma.
De todo lo expuesto, y tal vez sea éste el sentir central de mi artículo, nuestros actuales pacientes somatizadores, más allá de la fenomenología con que articulan su rebeldía, son de la misma esencia que las histéricas de antaño, en tanto el síntoma siempre es una solución de compromiso. Y por tanto tras ese síntoma, sea cual sea, siempre se encierra algo por decir.
Es en este sentido que nuestros pacientes somatizadores actuales vendrían a ser «las histéricas de las postrimerías del siglo xx».