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Vol. 24. Núm. 4.
Páginas 261-262 (julio - agosto 2017)
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Carlos Manuel Gómez-Duran Lafleur: Un cirujano cardiovascular excepcional, investigador, innovador y docente sin parangón. Pero una persona de una humanidad poco reconocida
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José Luis Pomar
Profesor de Cirugía, Consultor Senior, Hospital Clinic y Universidad de Barcelona, Barcelona, España
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No sé si es relevante todo lo que se dice de la demografía de alguien cuando nos deja… pero, en cualquier caso, Carlos, Charly para los ingleses, nació en Tetuán, hijo de un general médico, cirujano general de prestigio que por entonces se hallaba en el norte de África. Su madre, belga, de ahí lo de Lafleur. Con un francés prácticamente similar al de un nativo fue a París tras terminar sus estudios de Medicina en la Universidad de Madrid. En la capital de Francia coincidiría, no por azar, con los cirujanos por entonces más avanzados en una nueva especialidad, la cirugía cardiaca. Charles Dubost, Jean Paul Binet fueron algunos de sus maestros. Alain Carpentier, todavía hoy un excelente profesional, innovador como él, a sus más de 83 años, sigue en la búsqueda de un corazón artificial híbrido que permita paliar la escasez de corazones para trasplante. Fue siempre su gran compañero, al igual que Sir Magdi Yacoub de Londres. En París trabajó en un estudio experimental de los xenoinjertos porcinos, válvulas de cerdo tratadas con químicos como el glutaraldehido, desarrollado en aquel entonces por Sophie Carpentier, para su implantación en humanos.

Pero tras más de 9 años allí le surgió la posibilidad de trabajar en un proyecto que le haría famoso: la implantación de homoinjertos –válvulas del mismo animal o humanas en el caso del trasplante clínico– en posición ortotópica, es decir en su posición natural.

Describió junto a Alf Gunning, un cirujano sudafricano, la técnica que juntos desarrollaron en una pequeña roulotte instalada en un patio del Radcliffe Infirmary, Hospital General de la Universidad de Oxford en Inglaterra. El trabajo, publicado en la conocida revista médica The Lancet en 1962 dio la vuelta al mundo. Ese mismo año, Donald Ross en Londres y Sir Brian Barratt Boyes en Nueva Zelanda, publicarían la utilización de la técnica en pacientes con gran éxito.

Desde entonces, su interés por el mundo de las válvulas, tanto aórtica como mitral o tricúspide, no dejó de interesarle ni un momento.

Carlos Gómez Duran contrajo matrimonio con una enfermera inglesa, Estelle Norman, con la que tuvo 5 hijos. En los sesenta recibió el ofrecimiento de volver a España, más concretamente a la Clínica Universitaria de Navarra para comenzar un programa de cirugía cardiaca cuando en nuestro país era todavía una especialidad muy reciente. Algunos cirujanos generales o torácicos como Diego Figuera o Ramiro Rivera fueron los auténticos pioneros. De hecho, la primera piedra se puso en la Fundación Jiménez Díaz donde Gregorio Rábago realizó la primera operación a corazón abierto con éxito.

En un artículo publicado en la prensa antes de su jubilación quirúrgica Carlos Durán comentaba: «Fue una época maravillosa: íbamos creando cirugía según la íbamos practicando». Y era cierto. Todo, o casi todo estaba por descubrir. Cada día se hacía algo nuevo.

Yo tuve la inmensa suerte de conocer a Carlos cuando me hallaba empezando el cuarto año de mi carrera. De manera fortuita, ya que me correspondió hacer las prácticas clínicas en su servicio. Desde el primer momento hubo un entendimiento extraordinario. Junto a otros compañeros pudimos vivir plenamente el desarrollo de esa especialidad aun siendo alumnos. Ignacio Camacho en Cardiología, Ander Letamendia en Vascular con algunos ligeramente mayores que nosotros, ya especialistas, como José Saenz de Buruaga, José Luis Martínez de Ubago, Diego Martínez Caro, Félix Malpartida, Javier Teijeira y otros. Junto a profesionales de la enfermería como Charo Solchaga, Mari Carmen Asiain, Araceli Oroz o María Jose Zabalza, un equipo humano inhabitual con un líder carismático elevó un proyecto al más alto nivel internacional. Fue esta una época realmente inolvidable y muy entrañable para quienes estábamos involucrados.

Al acercarse el verano del cuarto curso, me diría el Dr. Durán que el idioma inglés, que él hablaba obviamente a la perfección, era tan importante como la Medicina en un profesional que quiere estar al día y tener prestigio. Me metió en su coche, un Seat 1400 familiar junto a su mujer y a buena parte de los hijos que ya tenía, así como a un enorme mastín de pirineo blanco, Bonny, y me dejó, tras atravesar toda Francia y pagarme el billete del ferry, en la Universidad de Oxford y en su Hospital para que aprendiera ese idioma al tiempo que Cardiología. Y fui ese verano y el siguiente y a hacer el internado a un Radcliffe Infirmary del que tengo los más duros, pero también los más deliciosos recuerdos. Nunca se lo podré agradecer más.

Pero a Carlos Durán le ofrecieron capitanear un nuevo proyecto, más grande y tentador como era el nuevo Servicio de Cirugía Cardiaca del denominado Centro Médico Nacional Marqués de Valdecilla en Santander. Su director-gerente, el Dr. López-Vélez, con fuertes lazos políticos locales y nacionales apoyó en todo momento su desarrollo y llegó a ser una referencia en toda España, en Europa y en los EE. UU.

Algunos procedentes de Pamplona, Marina, Concha, Fernando, y muchos otros recién llegados iniciaron esa etapa. Entre ellos un italiano, Giuseppe Cucchiara que colaboraría adicionalmente en la puesta en marcha del trasplante de riñón junto a los cardiovasculares y los urólogos y a la preparación para el primer trasplante de corazón en Cantabria que realizaría Carlos Durán.

Se puso en marcha un laboratorio experimental donde muchos llevaron a cabo sus tesis doctorales y de donde salieron con los años publicaciones científicas del más alto nivel. Pero con todos se quedaba hasta medianoche para recoger todo, dejarlo limpio y escribir con detalle todos los experimentos. Vaya ejemplo. Tres estudiantes más jóvenes, Quico, Luis y el Pelos se encargaban de hacer hasta las guardias nocturnas para el control postoperatorio. Uno de ellos, el Dr. Nistal, es hoy cirujano en Valdecilla y profesor titular de la Universidad de Cantabria. Cirujanos como José Manuel Revuelta, catedrático de Cirugía y brillante sucesor de Carlos en Valdecilla, José Luis Vega, Jose Antonio Gutiérrez, Ignacio Gallo o Manuel Carrión fueron el núcleo profesional de aquella época y contribuyeron al esplendor universal de esa Institución. El conocido como anillo de Medtronic para la mitral fue diseñado y producido en Santander. Objeto de mi tesis doctoral con una parte experimental y otra clínica y base de multitud de estudios que lo han hecho universal con conceptos por entonces inéditos en la literatura de la especialidad.

Cualquier congreso internacional intentaba tenerlo como conferenciante y todas sus charlas, además de instructivas e importantes, eran una delicia para los oídos. Incluso las aparentemente banales. En castellano, en francés o en inglés, una dicción clara y escogida, cada palabra, la adecuada. Hay que hablar despacio, vocalizando.

Carlos Durán fue elegido presidente de la Sociedad Española de Cirugía Torácica y Cardiovascular y de la Comisión Nacional de la Especialidad donde se le recuerda con frecuencia por su apoyo en la formación de residentes.

Durante su estancia en Pamplona y en Santander, la lectura y la vela fueron sus pasiones. Desde un velero de madera, el Esquitx, diseñado y armado en unos astilleros del país vasco pero que navegaba por aguas mallorquinas y que hizo trasladar a Fuenterrabia y rebautizar como Crisis, a un «dingui» que trajo de Inglaterra a Santander o su último barco, el Crisis III, un Arpège de Dufour de 30 pies con el que regateábamos los fines de semana o nos aventurábamos incluso a llegar y volver a la Isla de Wight en el sur de Inglaterra. Matilde, Gonzalo, Quico… Vaya tiempos.

Grandes historias marinas solo comparables a las del tamaño de la pesca de algunos aficionados.

A Carlos Durán le plantearon un reto incluso mayor. Dirigir el Departamento de Patología del Corazón en el King Faisal Specialist Hospital de Riyadh, en Arabia Saudita. Un cambio radical de vida. Con la compañera inseparable de la segunda mitad de su vida, Begoña Gometza, farmacéutica y médico, emprenderían viaje a un extraordinariamente bien dotado centro médico saudí. Carlos levantó allí un centro por entonces sin parangón. Excelentes profesionales y una actividad frenética tanto asistencial como investigadora y docente. Impulsó numerosos proyectos y organizó un sinnúmero de reuniones científicas, dando lugar a una producción científica impresionante. Las mil y una noches.

Siempre decía Carlos que cada 7 años era bueno y casi natural tener una crisis… de ahí el nombre del barco. Y cuando vio que en Arabia las cosas ya no iban a ser como lo proyectado por la anterior gestión del hospital, buscó otros derroteros y acabó con una oferta singular. Dirigir el Departamento del Corazón del Hospital de la Universidad de Montana en los EE. UU. ¿Fácil?... Nunca es nada fácil en la vida. Pero lo consiguió. Constituyó el International Heart Institute of Montana, asentado en la capital, Missoula, donde se formaron gran número de profesionales como Emmanuel Lansac, cirujano del Instituto Montsouris de París, o cardiólogos como Jorge Solis de Madrid. En Montana consiguió posiblemente lo que podía ser el sueño dorado de alguien como él. Un óptimo trabajo asistencial para desarrollar lo que sería su prioridad la segunda parte de su vida, la reparación de las válvulas auriculoventriculares en un entorno de investigación al más alto nivel con una muy laboriosa pero fructífera financiación económica.

Las publicaciones en las revistas médicas de mayor prestigio de Carlos Duran se cuentan por centenas. Libros, técnicas, innovaciones, patentes, viajes, reuniones, ideas al fin de una persona con una mente privilegiada y una capacidad de trabajo ilimitada.

Hoy, un hermano de su mujer, Begoña, me mandaba por mail la noticia de su muerte. Me he alegrado enormemente. El sufrimiento para quienes hemos trabajado muchos años en la Medicina es algo que repugnamos y sobre todo cuando no existen esperanzas de sanar.

Carlos Gómez Durán ha sido sin duda un excelente padre y compañero, un extraordinario cirujano y un profesor sin igual. Generoso hasta el extremo, nunca olvidaré que me dejaba su Triumph TR3A blanco algunos fines de semana, como decía, «para que fardes un poco». O te ayudara a llevar a cabo las primeras intervenciones quirúrgicas cuando los volúmenes eran muy diferentes a los de hoy. Arrastrarte a Inglaterra, dedicar horas y horas a mejorar un artículo o un resumen para un congreso, tomar una copa a tu lado en un momento complicado, inculcarte la diversión sana en la vida fuera del hospital y saber que siempre estaría a tu lado si te hacía falta.

Sin el menor rubor puedo asegurar que a Carlos le debo tanto que si algo lamento es no haber podido demostrárselo de mejor manera. Casi todo lo que soy, como cualquier amigo mío sabe que confieso con frecuencia, se lo debo a él.

Un último abrazo, jefe; pero, sobre todo, amigo, gran amigo.

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