Sr. Director:
Hemos leído el artículo de revisión del Dr. García-Caballero et al1 acerca de algunas medidas encaminadas a reducir los requerimientos transfusionales de los pacientes quirúrgicos que se publicó en uno de los últimos números de su Revista. Compartiendo en esencia lo expresado por dichos autores, creemos oportuno realizar una serie de reflexiones en torno a las indicaciones de la hemoterapia y, al mismo tiempo, mencionar algún efecto adverso de la transfusión sanguínea no contemplado en el citado trabajo.
En lo referente a los criterios transfusionales, resultan sumamente esclarecedores los hallazgos derivados de un ensayo multicéntrico efectuado en el ámbito de los servicios de medicina intensiva2, donde una actitud transfusional destinada a preservar los valores de hemoglobina entre 7 y 9 g/dl se contrastó con otra política hemoterápica en la que los enfermos críticos eran transfundidos cuando la hemoglobina era menor de 10 g/dl; con la salvedad de los casos con cardiopatía isquémica, la mortalidad intrahospitalaria fue significativamente menor en el grupo en el que se adoptó una conducta hemosustitutiva de carácter más conservador. El anterior intervalo de seguridad para los valores de la hemoglobina en pacientes de cuidados intensivos (7-9 g/dl) coincide exactamente con las recomendaciones efectuadas por la Conferencia de Consenso de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Transfusión Sanguínea para los cuadros de anemización aguda en adultos3.
Debemos ser prudentes, por tanto, a la hora de enjuiciar la bondad de la autotransfusión con predepósito, puesto que se ha comunicado que los enfermos incluidos en estos programas suelen ser más transfundidos que los que reciben sangre homóloga4. Los motivos para ello serían dos: una mayor liberalidad para indicar la transfusión en estos pacientes, y su menor cifra preoperatoria de hemoglobina por la donación realizada.
Aun siendo la autotransfusión más segura que la alotransfusión, ambas presentan un riesgo similar en un aspecto, nos referimos a los errores en la distribución y correcta administración de las unidades5; por ello, en todo protocolo de autotransfusión gran parte de los esfuerzos del equipo asistencial deben ir encaminados a implementar y evaluar periódicamente las medidas de seguridad y contraseguridad.
Finalmente, en el artículo reseñado1 echamos en falta una alusión a la trombogenicidad de la práctica transfusional como uno de sus potenciales efectos adversos. En pacientes con traumatismo mayor, Geerts et al6 han identificado la alotransfusión sanguínea como un factor de riesgo para la enfermedad tromboembólica venosa (ETV), junto con la edad, la cirugía, la fractura de fémur y la lesión espinal; los mismos autores han calculado en este tipo de enfermos una fórmula predictiva de ETV que estaría integrada por los factores de riesgo ya mencionados7. En este mismo sentido, nuestro grupo de trabajo8 determinó de forma secuencial los valores de marcadores de activación coagulativa en 79 pacientes candidatos a artroplastia total de cadera y rodilla, objetivando un incremento significativo del dímero D (un producto de degradación de la fibrina estable), el día posterior a la cirugía en los casos que fueron alotransfundidos.
Además de una correcta profilaxis antitrombótica, la disminución de la ETV en los servicios quirúrgicos pasa, en nuestra opinión, por la implantación de criterios hemoterápicos más restrictivos.