En representación de la Sección de Infección Quirúrgica y del grupo de Trabajo COVID-19 de la AEC quisiéramos, en primer lugar, sumarnos a la acertada reflexión que realizan nuestras compañeras las Dras. García-Novoa y Casal-Beloy al respecto de la situación actual1, y comentar algunos aspectos de las medidas que, como sociedad se están implementando.
En efecto, la terrible pandemia por coronavirus SARS-CoV-2 supone el mayor reto que la medicina contemporánea haya vivido. En él, el papel de los cirujanos, redefiniendo su liderazgo en el sistema sanitario a través de la versatilidad asumiendo muy diversos roles y adaptando nuestra labor a las circunstancias, está siendo clave2,3.
Desde la AEC se está tratando de dar el máximo apoyo a la comunidad quirúrgica, así como al conjunto del sistema sanitario a través de diferentes documentos de posicionamiento, guías para situaciones específicas, respuesta a preguntas concretas e iniciativas con interacción en tiempo real como webinars4.
En ese sentido, se ha priorizado el establecer un marco de seguridad para el ejercicio de la cirugía en el contexto actual, recomendaciones para llevar a cabo intervenciones quirúrgicas y la gestión eficiente de los recursos, incluyendo la programación de pacientes no demorables5.
Todas estas recomendaciones son dinámicas y se revisan cada pocos días ya que el conocimiento acerca de la pandemia crece exponencialmente por días. Asimismo, no disponemos de evidencia científica en muchos de los aspectos que afectan a la actividad habitual que realiza el cirujano. Si bien existe un consenso generalizado entre todas las sociedades quirúrgicas a nivel internacional, y basado en la experiencia acumulada de la necesidad de descartar la presencia o no de infección por COVID-19 en todos los pacientes a intervenir mediante diversas pruebas de screening en función de la disponibilidad de ellas. Las recomendaciones sobre la idoneidad de la cirugía mínimamente invasiva siguen siendo cambiantes y controvertidas ya que la calidad de los estudios es muy baja y carecemos de trabajos específicos sobre la transmisividad de SARS-CoV-2 mediante los aerosoles generados durante la laparoscopia6. Uno de los retos es determinar qué parte de la medicina que practicamos puede seguir llevándose a cabo con seguridad para evitar lo que se denominan «segundas y terceras víctimas de la pandemia»: profesionales infectados y, sobre todo, pacientes que terminan recibiendo tratamientos que no proporcionan los mejores resultados.
Las intervenciones en pacientes oncológicos suponen la otra cara de este desafío ya que por un lado se tata de pacientes prioritarios, pero también frágiles y muchos de ellos inmunodeprimidos, en los que el impacto de la propia respuesta inflamatoria a la cirugía podría contribuir a agravar el cuadro originado por COVID-19, especialmente en pacientes asintomáticos no diagnosticados, además de exponerlos a una infección nosocomial por este virus en el caso de no estar infectados. Así, además del ya mencionado cribado, las recomendaciones acerca de la cirugía oncológica deben tener en cuenta: la disponibilidad de recursos hospitalarios locales, la valoración del beneficio de la cirugía y de las características del tumor asumiendo o no el riesgo de retrasar el procedimiento y, finalmente, la estimación de la morbilidad asociada al procedimiento quirúrgico y la potencial necesidad de estancia en la UCI y/o soporte ventilatorio. Las mismas han sido ordenadas en función de unos escenarios teóricos (probablemente cambiantes) según el número de ingresos por COVID-19 esperados y la repercusión de los mismos sobre los recursos disponibles7.
Así, desde la propia AEC, nuestra voluntad es poner a disposición tanto de los asociados como de toda la comunidad quirúrgica todos los recursos posibles para poder, entre todos, hacer frente a una situación ciertamente devastadora e incierta. Sin embargo, tenemos el convencimiento de que, como en tantas otras ocasiones, el conocimiento, el esfuerzo colectivo y la entrega de la profesión médica nos llevarán a superarla.