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Vol. 27. Núm. 7.
Páginas 245 (agosto 2000)
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Resulta obvio señalar que uno de los grandes pilares en los que se sustenta en la actualidad la salud es la denominada medicina preventiva, que tiene por finalidad, como es bien sabido, certificar el estado de normalidad hasta donde ello es hoy posible y/o detectar alteraciones al inicio de su evolución, con la consiguiente posibilidad de corrección del trastorno o su tratamiento en etapas precoces, con las indudables ventajas de todo tipo que ello comporta (tratamientos casi siempre más simples y menos costosos, con menores efectos secundarios, de menor coste, de pronóstico más favorable, etc.). Uno de los grandes problemas que hoy plantea la medicina preventiva estriba en definir cuáles son los límites que se debe imponer a las exploraciones realizada a los pacientes en este ámbito.

El crecimiento continuo del número de exploraciones que en cada especialidad se va disponiendo obliga a reflexionar sobre cuáles de dichos procedimientos y técnicas son aplicables al diagnóstico concreto y cuáles deben ser empleados, en el campo de la prevención, en todos los pacientes. Ni todo se debe utilizar en todos ni parece deseable ni útil sobrecargar a los pacientes con pruebas complejas cuya rentabilidad clínica preventiva no está probada ni mucho menos.

A veces, recurrir a la opinión de nuestros mayores ayuda a posicionarse correctamente. En este sentido, no está de más reproducir aquí la opinión que a Marañón le merecían los llamados chequeos indiscriminados: «... destaca la anulación del estudio de la persona, a expensas de la hipertrofia del estudio de los síntomas aislados. Mas lo cierto es que el conocimiento del enfermo no se obtiene por una suma de datos recogidos por el clínico y el analista. El conocimiento de enfermo depende, siempre, de un proceso inteligente y cordial, en el que el médico ha de ponerse en contacto profundo con el enfermo, hasta llegar al fondo de su personalidad normal y patológica.

»Las grandes sedes del chequeo [...] son verdaderos y solemnes hospitales donde se ingresa al presunto paciente y en el transcurso de varios días se aplican sobre él equipos de especialistas, químicos, radiólogos y exploradores metabólicos, que al fin redactan la lista de sus observaciones, con muchos datos, con infinidad de datos, pero sin conocimiento de la intimidad del paciente». (G. Marañón. La medicina y los médicos. Madrid: Espasa-Calpe, S.A., 1962.)

Ya entonces Marañón establecía la gran distinción, cada día más necesaria, entre lo que es información y lo que es conocimiento.

Grande ha sido el progreso experimentado por la medicina preventiva desde los tiempos de Marañón, pero algo de cierto sigue teniendo su opinión en nuestros días, salvando las naturales distancias. Prevención, sí, pero utilizando sólo aquello que ha demostrado su evidente utilidad en beneficio de los pacientes. Esta observación, que es válida para cualquier ámbito de la medicina, lo es también para nuestra especialidad. Ejemplos concretos de «excesos» no faltan.

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