El progreso experimentado por la ciencia médica en las últimas décadas sólo puede ser catalogado de extraordinario. El incremento de los conocimientos básicos, la disponibilidad creciente de tecnologías altamente sofisticadas, el continuo progreso de la farmacología y muchos otros factores, han condicionado el incesante avance de las posibilidades diagnósticas y curativas de las que se dispone en la actualidad.
Sin embargo, y a pesar de este incesante progreso y quizá por ello, de unos años a esta parte, cada vez con más fuerza, la medicina actual está siendo cuestionada desde diferentes sectores sociales. Muchas veces sin razón, pero algunas, a nuestro juicio, con fundamento.
Aunque para algunos nuestra opinión pueda parecer algo trasnochada, diremos que la valoración crítica de lo que hoy, en general, se practica, no deja de generar una cierta sensación de malestar, no tanto por lo que se hace, que es mucho y bueno, sino por lo que se ha dejado de hacer, que también era mucho y bueno.
Nos referimos a la relación médico-paciente, al trato humano de los enfermos, a la atención a las vivencias particulares y propias de cada individuo. Sin duda alguna, estos aspectos de nuestra profesión se están minusvalorando cada día más, entre otros motivos porque se están enseñando cada día menos.
Tratar enfermos y no enfermedades parece que ya no es necesario, olvidando que cada cual asume su enfermedad de acuerdo a las características de su propio yo, y que la atención a esas particularidades forma parte y no despreciable de la labor del buen médico. Parece como si la tecnología lo fuera ya todo en la medicina de nuestros días y cada vez es más difícil encontrar esos médicos de verdad que atienden la enfermedad pero que se preocupan también de su paciente.
Múltiples son las causas que han ido generando esa nueva mentalidad médica, pero el problema se agrava cuando falta el ejemplo del maestro, y hoy ejemplos van quedando pocos; algunos nuevos van surgiendo pero son la minoría entre la ingente cantidad de médicos altamente cualificados que han perdido de vista si es que alguna vez la han siquiera vislumbrado la faceta humana del quehacer médico.
Probablemente ahí reside el auge creciente de las llamadas medicinas alternativas y, a otro nivel, del curanderismo. Y probablemente también ahí reside la fuerza y la razón de quienes están cuestionando múltiples aspectos de la medicina actual, por otra parte tan eficaz y útil. No estaría de más que nuestras Facultades de Medicina se ocuparan de alguna forma de potenciar la formación integral de las nuevas generaciones de médicos.
Hoy por hoy no se puede ser optimista al respecto.