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Vol. 38. Núm. 5.
Páginas 163 (septiembre - octubre 2011)
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Recientemente tuve ocasión de leer con deleite una magnífica entrevista con el escritor catalán Albert Espinosa, hombre al que admiro profundamente como persona y como escritor.

Ese hombre, que siendo un niño padeció un osteosarcoma en una pierna, cree que «en la Facultad de Medicina falta la asignatura de trato al paciente». También advierte que tuvo la suerte de tener un buen médico porque, entre otras cosas, desde el primer momento él y sus padres supieron que aquel hombre jamás les mentiría.

Creo entender todo lo que Espinosa quiere transmitir en esas breves frases: la necesidad imprescindible de contacto humano entre el médico y sus pacientes, la importancia de esa transferencia intangible de sentimientos entre quien padece la enfermedad y el que intenta aliviar o curar. Ahí no hay ni valen los progresos tecnológicos, las máquinas ni los protocolos. Ahí hay mucho más que eso. Ahí se conjugan sentimientos y conductas.

Sin duda alguna también eso se puede aprender, aunque pienso que no sería una asignatura mas en la ya cargada carrera de medicina la que podría contribuir a llenar el vacío que en el mencionado sentido, afortunadamente con muchas excepciones al respecto, se aprecia en la actuación médica con demasiada frecuencia, incluso entre «eminentes primeras figuras» de la medicina actual. Se corrobora una vez mas la conocida expresión de que no hay enfermedades sino enfermos que padecen, que sufren y que vivencian de forma particular la enfermedad.

Por ello, para ser un médico completo no es suficiente, ni mucho menos, poseer unos buenos conocimientos de medicina, sino que se precisa también tener esa mentalidad humanista que tanto debe diferenciar nuestra profesión de muchas otras. El médico completo debe ser también capaz de lograr una verdadera conexión emocional con sus pacientes basada en la cordialidad, la comprensión y la empatía.

Hace ya años que dejé escrito que, a mi juicio, para ser un buen médico una premisa fundamental es querer a los enfermos. Hay que sufrir sus sufrimientos y sus miedos, compartir sus angustias y angustiarse con sus temores. Solo así se pondrá el esfuerzo necesario en preparación, dedicación y celo imprescindible para pasar de ser un buen técnico de la medicina a ser un buen médico.

De todos modos, se debe insistir en el hecho que no parece que una nueva asignatura sobre «trato al paciente» sirviese de gran cosa. El buen trato al paciente, en el sentido expresado por Espinosa, nace de condicionamientos personales y del aprendizaje adquirido al lado de maestros adecuados que ejerzan ese tipo de medicina completa por la que hoy abogamos.

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