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Vol. 48.
Páginas 269-271 (enero 2013)
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Gabriela Cano
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Hoy quiero recordar a Nancy Cárdenas, una de las mejores amigas de Carlos Monsiváis. Fallecida en 1994, Nancy se le adelantó en el camino a Monsiváis, poniendo fin a 40 años de una amistad iniciada a mediados del siglo xx en los pasillos de Filosofía y Letras, y que se consolidó en los ambientes bohemios de finales de los 50, en la politización estudiantil de la década siguiente y en la lucha por la dignificación y los derechos de las lesbianas y homosexuales de los 70.

Pero empecemos por el principio. A mediados de los 50, el número de estudiantes de humanidades era tan reducido que era fácil relacionarse tanto con compañeros de las distintas carreras que se impartían en la propia Facultad como con quienes acudían desde otras escuelas universitarias hasta las aulas del viejo edificio de Mascarones para ampliar sus horizontes intelectuales.

El joven Monsiváis se inscribió primero en Ciencias Políticas y luego en Economía, pero era asiduo a los cursos de Letras, carrera por la que finalmente se decidió. Todavía no tramitaba su cambio de carrera cuando, por primera vez, se topó con la llamativa figura alta, esbelta y desenfadada de la coahuilense. A sus 22 años de edad, Nancy deslumbró a Carlos con la seguridad a flor de piel que nunca la abandonó. Corría el año de 1955 y, con apenas 18 años de edad, Carlos era todo un joven formal, de corbata y traje oscuro que aún no se había desprendido de los buenos modales inculcados en casa. Carlos recordó esa época en el obituario que le dedicó a Nancy: “División del trabajo de hace cuarenta años, yo era tímido, y tú, sin poder evitarlo, protagónica”.

La amistad entre Carlos y Nancy floreció al calor de la generosidad y buen humor de Luis Prieto Reyes, el amigo en común que los puso en contacto y fue una especie de hermano mayor que los guió por los caminos de la antisolemnidad. Los lazos de amistad se estrecharon en la bohemia que Nancy frecuentaba en aquel entonces. Fue por medio de Nancy que Carlos conoció personalmente a Chavela Vargas y a otras amigas que expresaban apetencias y rechazos en el terreno de la sexualidad, vistiendo con una estudiada elegancia masculina. Eran tiempos anteriores al unisex, a la liberación sexual y a los hippies, por lo que el atuendo y porte masculinos no eran un desafío menor a las buenas conciencias, actitud que despertaba la admiración de Monsiváis.

Luego vinieron las movilizaciones estudiantiles, la oposición de los jóvenes universitarios al alza de las tarifas camioneras y, diez años después, el movimiento estudiantil del 68 que potenció y transformó la politización tanto de Nancy como de Carlos, ambos miembros activos de la Alianza de Intelectuales, Escritores y Artistas en Apoyo al Movimiento Estudiantil. Pero quizá el lazo más fuerte y prolongado entre ellos fue el despertar de la conciencia de los derechos gay. En una cena efectuada en el verano de 1969, Nancy y Carlos comentaron, muy entusiasmados, la asombrosa protesta en contra de las persecuciones a homosexuales que se desataron en Nueva York a partir de la razia al bar Stonewall. A poco, inspirada por la entonces llamada “liberación homosexual”, Nancy convocó a reuniones dominicales en su departamento de San Pedro de los Pinos para leer libros y documentos relativos a la liberación gay. Carlos pasaba una temporada fuera del país y no asistió a las reuniones que Nancy presidía desde una gran mecedora y que fueron simiente de los diversos brotes del movimiento gay en México.

Quizá más relevante fue su participación televisiva, en cadena nacional, en defensa de la homosexualidad como una opción de vida respetable y para rechazar tajantemente la noción prevaleciente aún entre las élites intelectuales y de izquierda de que la preferencia lésbica u homosexual era una enfermedad.

Si Carlos admiró la entereza con la que Nancy Cárdenas defendió en público los derechos de las minorías sexuales y resistió los ataques que recibió desde distintos frentes, también discrepó de algunas de sus decisiones. Rechazó la determinación de Nancy de llevar a escena la obra Los chicos de la banda, por considerar que fomentaba la conmiseración hacia los gay. No obstante, cuando se desató el escándalo, Carlos apoyó a su amiga desde las páginas del suplemento cultural de la revista Siempre.

A Nancy se le recuerda generalmente como directora de teatro y adelantada de la cultura y los derechos gay, pero pocas personas saben que Cárdenas consideraba que el movimiento feminista y el de liberación gay estaban necesariamente vinculados en sus respectivas causas. Así lo manifestó en su colaboración en el primer número de la emblemática revista fem., aparecida a finales de 1976, a la que tituló “La conciencia feminista como un incómodo tesoro”. En el ensayo, la autora sostenía, entre otros puntos de vista, que la conciencia feminista podía darse tanto en mujeres como en hombres y, más específicamente, “en las mejores mujeres y en los mejores hombres”. Al escribir esa frase, Nancy Cárdenas seguramente estaba pensando en su amigo Carlos Monsiváis, ese feminista y uno de los mejores hombres del siglo xx mexicano, cuya misoginia era una forma de cuestionar los extendidos estereotipos que hoy todavía constriñen a unas y a otros, y que son blanco de la lucha cultural del feminismo.

Copyright © 2013. Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género
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