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Vol. 48.
Páginas 179-186 (enero 2013)
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Ileana Rodríguez
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El presente trabajo lo escribí para la reunión de 2013 de la organización de estudios latinoamericanos (lasa) en un panel organizado por Mónica Szurmuk y Bernardita Llanos, en el cual, se dijo, estábamos “las vacas sagradas”. Y, a propósito de esta expresión, Julio Schwarzman me hizo el siguiente comentario en un email: “En cuanto a vos, en esta sencilla ceremonia te unjo vaca profana, y como Caetano, te exhorto: vaca profana, põe teus cornos / pra fora e acima da manada”. Y citaba un poema de María del Carmen Colombo, donde ella “responde al desafío de una frase lapidaria de Nietzsche en que llama, a la mujer, Kuh (vaca), asumiéndose tiste yovaca, que suena como el lunfardo yobaca, es decir, el vesrre (revés, verlan) aporteñado de caballo”. En esta misma reunión de vacas sagradas y profanas, aquellas que ponemos los cuernos encima de la manada, hablamos en géneros mixtos, algunas en clave de texto académico, o de testimonio/crónica, o de ensayo crítico y testimonio, o de crónica y ensayo critico, y aún ensayo critico/ testimonial. Se trataba de contar una historia, la nuestra, y esto fue lo que a mí me salió contestando las preguntas de las organizadoras.

1. Mi ingreso al mundo académico/profesional/político fue un milagro. Nací en una casita de piso de tierra, media-falda, con tablones que dejaban pasar el aire, el polvo y la luz, mas siempre gocé del apoyo incondicional de mis maestros, quienes pensaban que yo era merecedora de estudios. De pequeña asistí a las escuelas públicas mexicanas todavía bajo el aura de la revolución. Miguel Alemán (1946-1952) era el presidente. La escuela se llamaba Padre Mier y era de y para pobres, pero, como todos éramos pobres, no sabíamos lo que era la pobreza. Ahí los desayunos escolares costaban 30 centavos mexicanos; un plátano, un huevo cocido, un pocillo de leche. Mi experiencia de clase fue primaria a la de género y me marcó a hierro.

2. A mi entrada al mundo académico, los campos del saber eran segregados y acríticamente eurocentristas. Doy un ejemplo: en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), yo estudiaba filosofía, mas, cuando quise solicitar la entrada al programa de posgrado de la Universidad de California en San Diego (ucsd) en dicha área, mi consejero académico, un italiano cuyo nombre no recuerdo, me aconsejó, en un tono de voz dulce y actitud solícita e íntima, que estudiara español, porque “la filosofía no era para las mujeres”. Yo me sentí agradecida de tener un consejero tan considerado y afable. Así fue como entré a estudiar literatura peninsular; la latinoamericana no era parte de la curricula. Gracia de Pick, la primera profesora chicana que conocí, decía que los peninsularistas sostenían que no se enseñaba esa literatura porque todavía no cumplía cien años. Sin embargo, en 1960, ellos no se abstenían de enseñar la Generación del 98 española.

Durante casi toda mi carrera había solo una clase de latinoamericana. Jaime Alazraky enseñaba un trimestre Borges y el otro Cortázar. Ya casi al terminar, llegó Arturo Madrid, quien empezó a enseñar literatura andina, y después el gran mexicanista Joseph Sommers, quien ya había empezado a formar estudiosos de la literatura chicana en Seattle. Su afán conjugaba muy bien con el de Arturo, quien sería uno de los grandes promotores de estos estudios desde la Fundación Ford. Arturo después se fue a Minnesota, y yo también. Los Departamentos de California y Minnesota representaron un eje importante para el campo de la literatura latinoamericana durante mis años como assistant professor.

En la Universidad de Minnesota laboré bajo la égida del Instituto de Ideologías y Literatura que abrió la puerta de par en par a los intelectuales continentales. Este fue un posicionamiento de campo fuerte. Ahí se discutió la producción letrada como práctica política y se hicieron presentes todas las ideas alternas a las dominantes, desde aquellas que propusieron la teoría de la dependencia hasta las de la descolonización del mundo, la teología de la liberación, las nuevas pedagogías. Eran tiempos de bonanza, muy diferentes a los de la dureza de hoy.

Mi conciencia de género nació simultánea a mi participación en los movimientos contra la guerra en Vietnam, al oír hablar a las mujeres anglos del Women's Lib. Solo entonces comprendí las actitudes paternalistas de profesores y compañeros. Gran parte de la afabilidad era condescendencia. No obstante, mis primeras experiencias de género las sufrí en la escuela secundaria, cuando uno de los chicos dibujó en el pizarrón a una mujer desnuda de grandes tetas y le puso mi nombre. Ese tipo de resquemor, que habla de una masculinidad enfermiza, persigue a la mujer que se distingue, que deja de ser de pocas luces y pobre educación. Mas los golpes reales, bajos, es cierto, vinieron después, cuando obtuve mi primer trabajo. Hoy guardo de ellos un recuerdo novelesco, lo real maravilloso académico que constituye un buen anecdotario por su carácter inminentemente insólito y original de lo que significaba ser mujer en esos días. No hay tiempo para contar eso ahora.

3. Mi primer hito definitorio fue inevitable e ineludiblemente marxista. Mi madre era sandinista; sus amigos, arbencistas. Fidel Castro y El Che Guevara visitaban las casas de los amigos de mi madre y, puede que en alguna ocasión los haya visto. En la unam, estudié con los refugiados de la Guerra Civil Española —Wenceslao Roces, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro—. Ese era el México posrevolucionario, quisiera decir de cielo abierto. En uc, San Diego, estudié con una amplia gama de marxistas: marxistas-leninistas, marxistas de la escuela de Frankfurt, marxistas-Grundrisse, Herbert Marcuse, Fred Jameson, Carlos Blanco, Joseph Sommers. La clase era la categoría central, a pesar de que nuestra genealogía se asentaba en un existencialismo de izquierda y feminista liderado por Sartre y de Beauvoir. Apenas empezaba el trabajo de género y etnia, pero eso que Kristeva llama la cuarta frontera, la sexualidad y el cuerpo, ya era ítem de agenda.

Mi segundo hito fue el reajuste que tuvimos que hacer y que se dio en llamar postcolonialista, subalternista. Esta fue la manera de reajustar lo académico a lo político después de la debacle del marxismo del campo socialista. Reconozco que he escrito y sigo escribiendo sobre mujeres, pero fui realmente conciente de esta práctica académica cuando me dieron un premio que recibí con mucho gusto pero sobre el cual pensé que se habían equivocado de nombre —las dos organizadoras del panel de lasa, Mónica y Bernardita, fueron cómplices directas de esto—. Pienso que estaba muy ocupada pasando todas las exclusas que significa ser mujer, pensando mas como izquierda que como feminista; hoy la relación se invirtió.

4. A mí me fue imposible balancear lo doméstico y lo público. Algunas de las mujeres que empezamos a abrir brecha y nos preocupamos por ser mujeres públicas estábamos muy entretenidas. Pocas de mis compañeras conservaron su familia; muchas perdimos los hijos a manos de maridos vengativos; gran parte de la niñez de nuestros hijos pasó en una desestabilización afectiva a causa del activismo político. Hay que ver, por ejemplo, los testimonios de las mujeres guerrilleras de El Salvador, Colombia, Argentina, Nicaragua, Chile... para darnos cuenta del desbalance emocional en el que vivimos y del precio que pagamos nosotras y nuestros hijos. Éramos, y todavía somos, mujeres insurgentes y beligerantes. A los niños los tratábamos bien, pero los dejábamos al cuidado de otros, de parientes cercanos, abuelas, tías y hasta vecinos, o aun de sí mismos. La familia no era una prioridad, como lo fue para la generación siguiente quizá por ese mismo sentido de abandono. En mi entorno, a los niños se les disciplinaba, no se les daba terapia infantil, ni eran iguales a los padres, ni tenían voz, como hoy. Eran niños, no adultos pequeños. Pero el tema siempre preocupó. A veces pienso que lo pude haber hecho mejor, pero no lo hice, y los hombres nos castigaron severamente en carne propia, en carne de la carne, en carne ajena, por eso.

5. Para mí las agendas de género empezaron como agendas sobre la sexualidad en simultaneidad a los derechos cívicos. Con la escuela norteamericana aprendí tanto a hablar del goce como a tener una actitud contestataria respecto a las actitudes y comportamientos de la cultura política, empezando con los militantes de izquierda que fueron “hombres nuevos y machos viejos”. Mi conocimiento de género se mezcla mucho con la insurgencia política y las cuestiones étnicas. Las mujeres anglosajonas se han dedicado al pensamiento abstracto en detrimento de las prácticas políticas que, como ellas dicen, es lo que nosotras hacemos; pero nosotras hacemos más que eso, ¿no es cierto?

Al inicio fui parte integrante de las primeras discusiones sobre nuestra propia agencia y cuerpos. A mí me fue de mucha utilidad el trabajo del colectivo “Our Bodies, Our Selves”, y, más recientemente, el de la avalancha en la que se encuentran nombres como los de Eve Skosowsky Sedgwick, con respecto a la homosocialidad; Judith Butler sobre gender troubles; Lauren Berlant sobre intimidad; Linda Williams sobre pornografía; Katherine McKinnon sobre legalidad, etc. Ahora que trabajo crueldad y violencia, regreso a esas bibliografías con mucha atención, y en la biblioteca de Naomi Scheman me doy cuenta de la explosión de los estudios de género a los que Kristeva ya había señalado al menos tres generaciones: la preocupada por demandas de igualdad, muy enraizada en la vida política de la nación; la preocupada por la identidad, la temporalidad, la fuerza del signo a quien quiere dar una corporalidad intrasubjetiva; la despreocupada por la oposición hombre/mujer como entidades rivales y empeñada en un espacio teórico donde se ponga en cuestión la noción de identidad y la desmasificación de la problemática de la diferencia. Podemos discutir luego mi interés en el incesto y la pedofilia como instancias de la erótica masculina, como odio de género. Me llama siempre la atención el impacto que tiene hablar sin tapujos sobre las sexualidades. En el primer feminismo marxista confrontativo diseñamos un cuestionario para los hombres cuando nos pedían ir a la cama con ellos, que consistía básicamente en saber si creían en el orgasmo vaginal y en el sexo oral. Esas preguntas constituyeron grandes cuerpos teóricos. Los goces de los primeros trabajos sobre género fueron extraordinarios, pero jamás sospeché que iban a llegar adonde están ahora, en estado de asedio permanente contra todo lo que sea masculinidades abusivas, en una revolución universal de muy amplio espectro.

6. El momento clave de mi carrera profesional fue darme cuenta de que tenía voz. Para una mujer esto significa ser difícil, conflictiva, dura, cruel, no-solidaria, confrontativa, “agresiva”. Me doy plena cuenta de que el que me llamen hoy valiente y honesta es más una crítica que una alabanza, pero también hay ahí un reconocimiento. Quizá el feminismo sea responsable de esos perfiles a los que nos hicimos acreedoras. Estos epítetos fueron resignificados por el feminismo; recuerdan, mujer agresiva-hombre asertivo; mujer conflictiva-hombre ejecutivo; mujer dura-hombre eficiente. Ahora las mujeres que sobrepasamos la tortura de los primeros años somos tildadas de competentes, realizadas, felices, libres, autónomas, grandes “vacas sagradas” o profanas, y la ardua lucha en el campo de lo simbólico es de gran avanzada, marchando hacia los resquicios más resguardados de lo íntimo.

7. El papel del feminismo en la presente coyuntura es el asedio constante a la violencia en todas sus formas, y postular que en esta se relacionan a tipos de masculinidades enfermas, políticamente dañinas, homosocialidades articuladas estatal y corporativamente.

8. Es de mal gusto hablar de nuestra propia contribución, pero la que hizo más ruido fue la idea de formar un grupo de estudios de la subalternidad. Esa fue mi manera de continuar la lucha por otros medios. Uno de los resultados fue el Neo-Marx-chismo. Lo que oigo decir de mí y que creo que constituye un impacto también es: “dejó el tenure por irse a la revolución”. Sí, me fui para experimentar en la práctica lo que Rosa Luxemburgo llamaba “smash the bourgeois state”. Para mi subjetividad y crecimiento, los resultados fueron fenomenales. No así para el resto de lo social.

9. Modelos señeras: todas las sentadas en la mesa de lasa, pero, de manera muy singular para mí, la que llamo emperatriz, que es Jean Franco. Con ella, todas estamos en deuda. Cuando yo era estudiante, ella ya era una mujer singular y era la única mujer que se tenía en cuenta en el campo. Se hablaba de ella con una admiración temerosa; se la respetaba con distancia. Sus colegas varones estaban gangrenados por la masculinidad, y ella era una voz alta y fuerte. Ahora que la conozco más, puedo ver sus virtudes personales, su contentura, sociabilidad, valentía, inteligencia, afecto. También me impactaron, y mucho, el pensamiento de Gayatri Spivak, Julia Kristeva, Shoshana Felman, Nelly Richard, María Victoria Uribe, Josefina Ludmer, entre tantas otras muchas más: somos millones y todas estamos despiertas.

10. Las alianzas de género, cuando no son solo coyunturales, pero aun cuando lo son, son poderosas y representan nuevas formas de lo político. Yo he sido su beneficiaria.

11. ¿Consejos para las jóvenes? Las jóvenes de hoy laboran en la universidad corporativa y no tienen idea de lo que era la universidad humanista. Pero sí distingo que la segunda ronda de mujeres valientes ya está en escena, produciendo muy buenos textos. No obstante, si voy a dar un consejo o, mejor, hacer un comentario, les diría que tengan mucho cuidado con la búsqueda denodada de estrellato; que se percaten que el éxito académico no necesariamente se expresa en dinero y que las negociaciones fabulosas son parte del sistema corporativo. Tampoco me parece provechoso obsesionarse por ser parte de las redes de poder existentes, muchas de ellas todavía masculinas y masculinistas. En ese afán pueden no encontrar su propia voz o perderla si la tienen ya. No sé si están imbuidas de una valentía que sea de utilidad social y ética, pero imbuirse en lo social es lo que da la sacralidad. Esperamos las ofertas críticas que hagan a los problemas palpitantes de su entorno y su respuesta a las obligatoriedades sociales que tengan que enfrentar.

13. ¿Cómo se relacionan en su propia experiencia el campo de lo político con lo académico y lo profesional? Voy a hablar de tres experiencias. De joven, la experiencia más fenomenal que tuve durante lo que llamo universidad humanista fue la creación del Tercer Colegio en la uc, San Diego. Había ahí dos colegios, Muir (de humanidades) y Revelle (de ciencias) y un tercero programado. Era la época de las insurgencias juveniles contra la guerra en Vietnam y en nuestra universidad laboraban conocidos pensadores de izquierda. Entre el alumnado, destacaba Ángela Davis, pero también existían organizaciones políticas como mecha (Mexican American Organization). Juntos, profesores y estudiantes, propusimos crear lo que se llamaba Lumumba-Zapata College, en el cual íbamos a estudiar lo que el tercer mundo producía. Propusimos un curriculum radical que enseñaba los trabajos de los líderes de izquierda mundiales: Mao, Zapata, Lumumba, Sandino, Ho Chi Minh, Che Guevara, Nkruma, Malcom X y, por supuesto, Marx y Lenin. Propusimos bajar el puntaje de entrada a la universidad e ir a las escuelas secundarias a reclutar a los alumnos que considerábamos más aventajados, pues la misión era relacionar la universidad con la comunidad, y esta era la oportunidad de ir a los barrios a reclutar estudiantes, y así lo hicimos. Quizá esta era la universidad liberal de izquierda, una de cuyas distinciones esenciales con la corporativa de hoy es que el afán era utópico: terminar la guerra, construir una sociedad mejor, indagar asuntos relativos a género y etnia.

Dicho experimento educativo terminó mal. El gobierno tomó medidas serias e hizo ingresar en la universidad una serie de agentes provocadores que empezaron por hacer imposible la enseñanza de los ta. Estos pseudo- estudiantes-agentes eran agresivos y nos hicieron sentir en peligro: temíamos incluso la agresión física directa. La administración entró en funciones y cambió el tono de la enseñanza. Ese esfuerzo es una de las instancias más significativas de ese tipo de universidad. Mónica Szurmuk, organizadora del panel aquí presente, fue alumna de esa misma universidad cuando ya el experimento había cambiado de rumbo.

El segundo proyecto sintomático de este tipo de universidad fue la creación del Instituto de Ideologías y Literaturas en la Universidad de Minnesota, una de las primeras experiencias multidisciplinarias explícita. La agenda, aunque estrictamente académica, tenía aliento político reformador. Vinieron los grandes pensadores de la cepal y flacso; vinieron también los profesores que habían salido de Chile después del Golpe de Estado y nos enseñaron la naturaleza de la enseñanza universitaria en la sociedad chilena, acompañada de profundos análisis de coyuntura. Creo que dicho Instituto vanguardizó durante algunos años el pensamiento latinoamericanista de esos días en Estados Unidos pero, sobre todo, estableció un lazo social indispensable con la producción continental en el momento en que el campo de estudios latinoamericanos despegaba —Bernardita Llanos estudió en Minnesota todavía bajo la égida de ese programa, ya en vías al establecimiento del programa sobre los derechos humanos como agenda hegemónica de trabajo—.

En el primer evento realizado en Minnesota conocí a Jean Franco, quien en mi primera presentación académica, en mi primerísima, me gritó dos veces desde un auditorio que a mí me parecía inmenso: “más fuerte que no se oye”, con lo cual caí en estado de coma. Jean era entonces el enlace con Stanford, donde estaba también Mary Louise, y venía a menudo a San Diego.

El tercer proyecto lo tengo hoy que trabajo en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (ihnca) con un grupo de jóvenes sin ánimo de lucro y en proyectos fantásticamente utópicos. Estos jóvenes han establecido relaciones con mis estudiantes de doctorado y han formado un grupo que se llama ex/centro, el cual tiene un website y se reúne virtualmente. Este proyecto tiene dos ambiciones. La primera es trabajar en conjunto y constituir comunidades continentales en las que se puedan elaborar agendas de campo; la segunda es usar los medios electrónicos, como Google hangout, para reunirse. El foco de atención es la escritura crítica ex/centrO, trabajarla, construir un paradigma; y la segunda, participar en la formación de jóvenes. El ihnca tiene un proyecto de maestría sobre Memoria, Cultura y Ciudadanía ya puesto en marcha en forma extraoficial, en la cual participarán intelectuales continentales latinoamericanos y europeos. La búsqueda de fondos para movilizar estos conjuntos sociales ha encontrado una mala coyuntura, pero eso no resta para que muchos utilicen sus propios fondos para viajar. Y aunque no se haya oficializado el proyecto administrativamente, está en marcha y ya cuenta con tres reuniones internacionales y tres publicaciones sobre el asunto.

Para concluir, el legado mas fuerte de nuestra generación es el espíritu de lucha, todavía inclaudicable en algunas de nosotras, “vacas sagradas” o profanas, que levantamos nuestros cuernos sobre la manada. Este espíritu se concretó, a mi ver, en (1) la cantidad de cambios curriculares efectuados que constituyen el andamiaje de algunos de los estudios que florecen hoy; (2) la beligerancia de nuestras generaciones que, alentadas por las insurgencias revolucionarias mundiales, nos hizo no solo creer, sino actuar como agentes de cambio a todos los niveles; y (3) la apertura popular y democrática que experimentó la institución académica al abrirle la puerta a poblaciones antes no representadas. Sería interesante que las mujeres que hoy son los pilares jóvenes de la profesión y que están en proceso de distinguirse por su contribución, hablen

Copyright © 2013. Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género
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