La economía mundial esta en crisis, y hay consecuencias devastadora, así como síntomas evidentes de que los problemas para la población no estan resueltos, solo disimulados por décadas de deuda. La fuente fundamental de la crisis actual es la pérdida de vitalidad continua de las economías capitalistas avanzadas. El neoliberalismo, construido sobre la financiarización, la desreglamentación y la mundialización, resultó muy frágil para encarara con éxito la crisis. Los resultados de esta política han sido desastrosos, el desempleo aumento y los efectos devastadores sobre la sociedad que se empobrece aceleradamente son una evidencia. La construcción europea progresivamente se encerró en una configuración institucional que giraba en torno de los principios neoliberales a tal grado que la doctrina cristalizada se volvió consubstancial a la estructura misma. La irracionalidad de las políticas públicas se aúna a los desastres de la finanza privada agregando recesión a la recesión. Al respecto se advierte que se pueden reglamentar las innovaciones y aumentar la transparencia, pero esto no cambiará nada, ya que es el mecanismo competitivo el que incita a los inversionistas a la ceguera. Una verdadera regulación tiene que apuntar a cuestionar la primacía acordada a los mercados financieros.
The world this economy in crisis, and there are consequences devastating, as well as evident symptoms of which the problems for the population not estan solved, only hidden per debt decades. The fundamental source of the current crisis is the loss of constant vitality of the capitalist advanced economies. The neoliberalism constructed on the financiarización, the desreglamentación and the globalization, turned out to be very fragile for it was facing successfully the crisis. The results of this politics have been disastrous, the unemployment I increase and the devastating effects on the company that is impoverished intensively are an evidence. The European construction progressively shut in itself in an institutional configuration that was turning around the neoliberal beginning to such a degree that the crystallized doctrine became consubstantial to the structure itself. The irrationality of the public policies aúna to the disasters of the private finance adding recession to the recession. In the matter one warns that the innovations can be regulated and increase the transparency, but this will not change anything, since it is the competitive mechanism the one that incites the investors to the blindness. A real regulation has to point to question the primacy reminded the financial markets.
La crisis que afecta actualmente la economía mundial es la más devastadora desde la Gran Depresión.1 Es el síntoma de inmensos problemas no resueltos en la economía real, aunque disimulados por décadas de deuda. La fuente fundamental de la crisis actual es la pérdida de vitalidad continua de las economías capitalistas avanzadas desde hace tres décadas. La declinación crónica de la acumulación de capital y de la demanda global ha sido la consecuencia de una baja de la tasa de rendimiento del capital en las economías capitalistas avanzadas, debido en buena medida, aunque no únicamente, a una tendencia persistente a la sobrecapacidad, es decir, al exceso de oferta en las industrias manufactureras mundiales.2 Desde el inicio de la larga fase descendente empezada en 1973, las autoridades económicas evitaron el tipo de crisis que siempre habían golpeado históricamente al sistema capitalista, recurriendo a un endeudamiento privado y público creciente para alimentar la demanda. Pero solo garantizaron un mínimo de estabilidad agravando el estancamiento y acumulando deuda, sin lograr absorber la sobrecapacidad crónica de producción, volviendo las economías cada vez menos receptivas a las medidas de estímulo.
Las primeras décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron marcadas por circunstancias económicas excepcionalmente favorables que facilitaron un compromiso social “social-demócrata”.3 Pasado el choque de la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, los aumentos de productividad resultantes de los cambios institucionales, técnicos y organizacionales propios del capitalismo de la posguerra se manifestaron ampliamente. La productividad del trabajo aumento con una rapidez sin precedente, el poder de compra y la protección social se elevaron paralelamente y la rentabilidad del capital continuó progresando hasta mediados de los sesenta. El orden social surgido en la posguerra no pudo resistir al viraje de estas tendencias favorables. Desde la primera mitad de los setenta, el crecimiento de la productividad mostró signos de sofocamiento. El costo del trabajo siguió su tendencia anterior y la tasa de ganancia comenzó a descender. En un contexto general de estímulo de la actividad gracias a las políticas keynesianas de reactivación, la carrera entre las ganancias y los salarios desembocó en una oleada inflacionista en detrimento de los ingresos financieros. El freno del crecimiento y la gran oleada de inflación de los años setenta crearon una situación favorable a la contrarrevolución neoliberal.4 La Finanza, que nunca había interrumpido su lucha —económica, política e ideológica— para restaurar el poder de que gozaba antes de la Primera Guerra Mundial, va a encabezar una nueva alianza de clases con los capitalistas en detrimento de los trabajadores. De esta alianza surge un orden social neoliberal bajo el liderazgo de la Finanza capitalista. La dominación de la Finanza reviste la plenitud de sus atributos. Las instituciones financieras se colocan en una posición superior y aseguran la conformidad de la gestión de las empresas no financieras a los criterios de los propietarios, es decir, una rentabilidad financiera estricta, consagrada por retribuciones generosas a los accionistas y ganancias importantes en la bolsa. La gestión de las grandes empresas se somete a los intereses de los accionistas con una gran brutalidad. La proporción de ganancias distribuidas brinca y la dedicada a la inversión disminuye. Todavía peor, las empresas llegan recomprar sus propias acciones para hacer subir su precio en los mercados bursátiles, en lugar de utilizar los fondos disponibles —créditos contratados y fondos colectados con emisión de acciones- para invertir.
En el centro de la explicación del viraje neoliberal se encuentra la evolución de la tasa de ganancia.5 La tasa de ganancia de los cuatro principales países capitalistas (Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido) comienza a descender escalonadamente desde 1967 en Estados Unidos y después en el conjunto de los grandes países capitalistas con las recesiones generalizadas de 1974–1975 y 1980–1982. En ese momento interviene el “gran viraje” que conduce al capitalismo neoliberal. Se trata de un nuevo periodo marcado por el restablecimiento de la tasa de ganancia a pesar de las fuertes fluctuaciones correspondientes a las recesiones en particular la de 1991–1993 y la de 2000–2002. Para comprender la evolución de la tasa de ganancia es necesario referirse a la evolución de la productividad del trabajo ya que es el elemento esencial de la dinámica del 2 capitalismo. Se constata que la productividad del trabajo tiende a bajar durante el periodo fordista de los “treinta gloriosos” siguiendo una trayectoria parecida a la de la tasa de ganancia. Dicha correlación proviene de un rasgo esencial del capitalismo: la productividad del trabajo es la base sobre la que puede construirse una dinámica positiva de la tasa de ganancia. El agotamiento de las ganancias de productividad es una de las principales causas de que el capitalismo fordista entrara en crisis. También se constata que la tasa de ganancia se restablece durante el periodo neoliberal, a pesar de que las mejoras de productividad permanecen a un nivel relativamente bajo con respecto al periodo fordista. Esto es así porqué el capitalismo encontró otras fuentes de apoyo a la ganancia diferentes a las mejoras excepcionales de productividad de la denominada “edad de oro”: la baja de la parte de los salarios y luego entonces el aumento de la parte de las ganancias en el valor agregado constatada a partir de mediados de los años ochenta. Sin embargo, esta manera de restablecer la tasa de ganancia plantea inmediatamente un problema de realización. ¿Quién va a comprar las mercancías si la demanda de los asalariados aumenta menos que la producción? Desde la perspectiva marxista, esta problemática no tiene nada de Keynesiana. Se trata simplemente de la restricción de realización que forma parte de las contradicciones esenciales del capitalismo. El capitalismo neoliberal hizo frente a esta contradicción de una manera diferente al capitalismo fordista. El consumo aumento más rápidamente que los salarios gracias al consumo de los ricos y sobre todo al sobreendeudamiento de las familias. Dicha deuda forma parte de la masa considerable de deudas sobre la cual el capitalismo neoliberal se desarrolló hasta la crisis de los subprimes que no se trató de una simple crisis financiera sino de una crisis de conjunto del modelo neoliberal que fue incapaz de extraer suficiente plusvalía para satisfacer al capital financiero.
El neoliberalismo construido sobre sus tres pilares -financiarización, desreglamentación y mundialización— resultó muy frágil como lo demostró la crisis de los subprime en 2008. Reaccionando para evitar el desplome como consecuencia de dicha crisis, los gobiernos se pusieron en dificultad.6 Tras los planes de salvamento adoptados durante la primera fase de la crisis de los subprime, entre 2007 y 2009, las deudas públicas de Estados Unidos, de Inglaterra y de los países de la zona euro aumentaron de 20 a 40 puntos del pib y sus déficit corrientes alcanzaron niveles elevados. Solo la perspectiva inminente del desplome de los sistemas financieros justificó el desembolso extraordinario de fondos públicos.7 No obstante, las ayudas que terminaron por llegar a las familias amenazadas de embargo, cuyos problemas estuvieron en el centro de la crisis de subprime, fueron raras. Los bancos, las compañías de seguros y de préstamos hipotecarios recibieron el grueso de los recursos de los planes salvamento sin que los gobiernos hayan obligado a los grupos financieros rescatados, a seguir políticas de préstamo que beneficien a la economía en su conjunto. De una manera sorprendente, Wall Street y la City salieron globalmente indemnes de las tentativas de los legisladores para controlarlos. Bancos demasiado importantes para no ser salvados, bonos extravagantes, incitaciones perversas, capitalizaciones muy débiles, reglas de contabilidad obscuras, elementos fuera de balance, fondos comunes de crédito: nada de esto ha cambiado. Así es que la expresión que califica mejor la notable resistencia de las prácticas corrientes del sector financiero entre 2008 y 2011 es “plus ça change, plus c’est la même chose” (más esto cambia, más esto permanece igual).8 Los bancos una vez salvados han rehusado ofrecer nuevos préstamos normales a las pequeñas y medianas empresas por lo que se ha perpetuado el estrechamiento del crédito. El Tesoro y la Reserva Federal ciertamente se conmovieron con este estado de cosas pero no hicieron nada para reorientarlos. Se esperaba de Obama, presidente demócrata que llega al poder con una oportunidad histórica en oro tras la quiebra de Lehman Brothers, que reglamentara la finanza como lo hizo Roosevelt en los años treinta.9 Desgraciadamente, la ley de regulación financiera no estuvo a la medida de las circunstancias permitiendo que el lobby de la denominada industria financiera continué actuando.10 La finanza desreglamentada aunque haya llevado al mundo al borde del caos sigue operando sin que exista ni en Estado Unidos ni en Europa una auténtica voluntad política para que la situación se modifique.11 Y lo que es peor habiendo recuperado sus fuerzas los financieros intentan reforzar el sistema financiero paralelo (la denominada “finanza fantasma”) mucho menos controlado y afectado por menos normas que la actividad de la banca tradicional. No hay que olvidar que con el ascenso del neoliberalismo no solo se operó una ruptura entre la economía real y la economía financiera, sino que esta última se dividió en dos. Los bancos crearon un mundo financiero al margen de sus propias normas y sistemas de control hacia el cual se precipitaron los fondos especulativos.
Son dos las tareas que Keynes recomendaba a los gobiernos de una economía conmocionada: inyectar aire a la economía cuando empieza a desinflarse y minimizar las posibilidades de que ocurran nuevas conmociones. “En la actualidad, señala Robert Skidelsky, parece que se ha aprendido la primera lección: diversas operaciones de rescate y paquetes de medidas para reactivar la economía han estimulado lo suficiente a las economías deprimidas para proporcionarnos una expectativas razonables de que lo peor de la recesión ha pasado. Sin embargo, a juzgar por las recientes propuestas de Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea para reforzar el sistema financiero, dista mucho de quedar claro que la segunda lección haya sido entendida. Parece como si se hubiera llegado al acuerdo de que todo lo que se necesita son una pocas reformas cosméticas, lo que significa preparar el escenario para la siguiente crisis”.12 Como vemos no se han extraído todas las lecciones sobre la crisis financiera. Las reformas de la reglamentación financiera emprendidas tras la crisis han sido mínimas y, por lo tanto, insuficientes.
Los mercados financieros rápidamente exigieron planes de reducción de los déficits que imponían recortes en el gasto público y en la protección social, en tanto que los gobiernos incluyendo los de centro izquierda y centro derecha estaban convencidos de que el Estado social, demasiado oneroso y burocrático, tenía que ser desengrasado y confiado a operadores privados. Los gobiernos, bajo la vigilancia de los mercados financieros, deploraban que las instituciones y los servicios públicos fueran financiados con deuda, a costa de los ingresos y del equilibrio de las cuentas públicas. Decididos a sacar partido de una buena crisis, los políticos y comentaristas neoliberales saltaron sobre la ocasión para promover recortes presupuestales y privatizaciones. Las economías japonesa, americana y británica sufren fuertes dificultades, pero el control que estos países poseen sobre su propia moneda les permite emitir la moneda y devaluarla. Hasta ahora, los Estados Europeos no han podido recurrir a dichos expedientes. La vulnerabilidad de la zona euro es una fuente de inquietud incluso para los países que están en mejor posición, ya que ellos han invertido en activos europeos y tienen a la zona euro como socio comercial.
La transferencia de títulos de deuda de los bancos al Estado no resolvió el problema, ya que el Estado no utilizó una gran parte del pib para implementar un “I programa anticíclico y una política industrial global. Las deudas contratadas por los bancos fueron trasladas al Estado quien las traslado al conjunto de la población. Los Estados capitularon frente a los mercados financieros y las agencias calificadoras que exigen políticas prekeynesianas de austeridad. En efecto, en 1929, tras el estallido de la crisis, el gobierno británico público un libro blanco conocido con el nombre de “punto de vista del tesoro”, para señalar que una política de inversión pública no tendría ningún efecto salvo degradar las finanzas públicas y que a final de cuentas el mantenimiento del equilibrio presupuestal resultaba la política más sagaz.13 Esta doctrina fue aplicada no solamente en Inglaterra sino también en Alemania y los Estados Unidos (hasta el New Deal). El debate se centraba en los medios para combatir el desempleo. La inversión pública era preconizada por algunos economistas basándose en la noción de multiplicador del empleo que Richard Kahn había propuesto antes de Keynes. Pero el Tesoro inglés sostenía que el aumento del gasto público no tendría ningún efecto sobre la actividad y el empleo. El “punto de vista del tesoro” se basaba en el efecto de desplazamiento: el aumento del gasto público provocaría una baja de igual amplitud en el gasto privado de tal suerte que la producción nacional no podría aumentar. Este efecto supone o bien que existe un límite físico al aumento de la producción como resultado de la saturación de la capacidad productiva o bien que la mayor inversión pública conduce a un aumento de la tasa de interés que desalienta la inversión privada. En el fundamento de esta tesis se encuentra la ley de Say, denominada ley de los mercados, según la cual “la oferta crea su propia demanda”. En otras palabras, no existe problema de mercados por lo que resulta vano pretender aumentar la demanda para reactivar la economía. Solo una acción sobre la oferta permitiría llegar a tal resultado. Se comprende que Keynes considerara a esta ley como su principal enemiga. Pero se comprende también que “el punto de vista del tesoro” precipitara la depresión.
Ocho décadas más tarde Europa adhiere a la misma opinión. No solo se piensa que no se debe realizar un esfuerzo de inversión pública sino que se considera que es el gasto público el que hay que reducir y los impuestos lo que hay que aumentar si se quieren crear las condiciones de una reactivación futura. ¡Poco importa la demanda global! Muy por el contrario se considera que es una política de oferta la que hay que llevar adelante. La cantaleta de la cuestión de la competitividad en Francia tiene por origen este mandamiento. Gracias a un choque de competitividad se espera transferir miles de millones de euros de las familias a las empresas. El poder de compra de las familias se reducirá y los costos salariales de las empresas se reducirán en el mismo monto. Las empresas francesas se volverían por ello más competitivas pero no sería de la demanda francesa átona de donde surgiría un aumento de mercados sino de la demanda extranjera, en particular europea. Ahora bien, las demandas internas de los otros países europeos también están átonas, ya que prosiguen la misma política buscando aumentar la competitividad. El más seguro resultado de estas estrategias cruzadas es un desplome de la demanda. Sin embargo, son las únicas estrategias que autorizan las reglas europeas. ¿Qué puede hacer de útil un gobierno obligado a bajar los gastos y aumentar los impuestos (sin poder devaluar su moneda) para reactivar el crecimiento? Volvemos a encontrar en este contexto, los mismos ingredientes que condujeron a profundizar la depresión de los años treinta y una extraña similitud entre “el punto de vista del tesoro” y la doctrina que se aplica en Europa para superar la crisis.
Los resultados de esta política han sido desastrosos.14 Entre el primer trimestre de 2008 y el segundo trimestre de 2012, el pib disminuyó 6.7% en Italia, 5.4% en España, 4.3% en Gran Bretaña y 0.8% en Francia. La excepción la constituyó Alemania con un aumento de 1.7% en ese mismo periodo. El pib por habitante disminuyó en ese mismo periodo 8.8% en Italia, 7.1% en Gran Bretaña, 6.2% en España y 3.1% en Francia. En este rubro la excepción fue también Alemania con un aumento de 2.6% en su pib por habitante, resultado de su decrecimiento demográfico. Así es que todos los países considerados con la excepción de Alemania se empobrecieron en términos de pib por habitante durante los años considerados. Igualmente el desempleo aumento en el periodo considerado 15.5% en España, 4.2% en Italia, 2.6% en Francia y 2.5% en Gran Bretaña. En el desempleo la excepción fue también Alemania con una disminución de 1.2% en el periodo considerado. El éxito de Alemania en materia de empleo debe ser relativizado, las “reformas” adoptadas han originado la multiplicación de empleos de tiempo parcial pagados una miseria (entre 1 y 5 euros la hora). Dichos empleos representan el 46% del empleo total mientras que en Francia solo representan 37%. En pocas palabras, las reformas del canciller Schroder que hace que Alemania sea tan admirada en Europa tuvieron efectos devastadores sobre la sociedad que se empobrece aceleradamente. A pesar de haber reencontrado el crecimiento y de su estatuto actual de país acreedor de la zona euro Alemania conoció una regresión social. Fue el único país industrializado en el que el consumo de las familias bajo como proporción del pib (de 59% en 1991 a 54.6% en 2008). Esta caída relativa del consumo fue más que compensada por un aumento del excedente externo. En la década del 2000 las desigualdades de ingreso y de patrimonio aumentaron más en Alemania que en Estados Unidos (el coeficiente de Gini pasó de 0.25 en 2000 a 0.3 en 2009, mientras que permaneció estable en Francia y aumento durante el mismo periodo de 0.34 a 0.38 en Estados Unidos). El ingreso mediano bajó de 2% durante el mismo periodo. La relación entre el decil superior y el decil inferior de la población que era de 6 en 2000 es actualmente de 8. La tasa de pobreza (mide el porcentaje de personas cuyo ingreso es inferior al 50% del ingreso mediano) que era inferior a la de Francia a mediados de los noventa, es hoy 2 puntos más elevada. Todos los indicadores convergen: Alemania que era menos desigual que Francia antes de la “política de la oferta” ahora lo es más 2 como resultado de una marcada política antisocial.
Dejando de lado “el buen alumno de Europa”, ocupémonos ahora del “mal alumno”, Grecia, acusado de hacer trampa mediante una gran creatividad contable cuya revelación tuvo consecuencias devastadoras.15 Las decisiones de “ayuda” tomadas por las sucesivas cumbres europeas, acompañadas de condiciones muy rigurosas, han hecho correr el riesgo de que Grecia se convierta en el laboratorio europeo de la deflación. La manera en que el pueblo griego y sus gobiernos han sido tratados nos habla mucho de la construcción europea y de los peligros que la amenazan. Los griegos, sin duda han retenido la lección y como muchos otros países se dicen que es mejor actuar antes de verse obligados a solicitar la ayuda europea. Sin embargo, no es primera vez que el exceso de fervor de la “tutela” produce desequilibrios más grandes que los que se supone debería resolver. Grecia y los otros países de la zona euro no pueden depreciar su moneda para ganar en competitividad. No tienen otra alternativa que la devaluación interna, es decir la deflación salarial (la baja de salarios es un requisito previo a la baja de precios, dado que de otra manera los márgenes de las empresas se reducirían tanto que se abstendrían de invertir o incluso serían orilladas a la quiebra). Una vez decretada e inducida por la baja del pib, la deflación salarial terminara a la larga por hacer de Grecia un país de bajos salarios, acogedor para los inversionistas extranjeros. Pero entretanto, el pib que ha disminuido de 20% con respecto a 2008, continuará bajando, el desempleo aumentando, la miseria creciendo, la revuelta creciendo y lo que queda de democracia estrechándose aceleradamente. Europa no puede seguir condicionando sus préstamos a políticas sin cesar más rigurosas. El parlamento griego no puede en permanencia someterse a las exigencias europeas que conducen al caos. Alemania injuriando al pueblo griego quiere someter a Grecia a la tutela lo que revela una curiosa concepción de la democracia. Pero de hecho el país se puso desde hace mucho bajo tutela europea y se concibe como tal: la renuncia de Andréas Papandréou al referendo, la elección de un gobierno que tiene los favores de Europa y las exigencias adicionales de la troika para desembolsar los fondos prometidos son demasiadas pruebas de pérdida de soberanía. Las condiciones impuestas a Grecia son a la vez ineficaces e injustas. Ineficaces, ya que se concibe mal como un país que se empobrece se volverá más solvente, como si esta situación le permitiera estar en mejor postura para rembolsar su deuda. Injustas, porque afectan de manera desproporcionada no solo las categorías más frágiles de la población sino también las clases medias que se preguntan que es lo que les queda de “medias”. Son también humillantes para la clase política que se ve privada de su rol de representante del pueblo.
Como bien lo expresa Jean-Paul Fitoussi, si se quiere comprender el efecto de las políticas actuales emprendidas en Europa sobre la sostenibilidad y el bienestar se debe razonar a partir de una representación esquemática del patrimonio de la nación considerando todos los elementos del pasivo y del activo.16 En el pasivo se debe considerar la deuda pública y la deuda privada. En los activos se deben considerar tanto los tangibles (capital privado, capital público, capital humano, capital natural) como los intangibles (entre los cuales destaca el grado de adhesión a la democracia). Es interesante listar las consecuencias sobre el balance de la nación de las políticas de austeridad. La insostenibilidad del régimen de crecimiento de o antes de la crisis condujo en todos lados a un aumento notable de las deudas soberanas. Los gobiernos de los países miembros de la zona euro obligados por la troika (Comisión europea, bce y fmi) piensan que la única solución a la crisis pasa por la reducción de la deuda pública, por lo que adoptaron un pacto presupuestal sumamente restrictivo. La idea es que reduciendo la deuda pública se mejora el patrimonio de la nación, lo que aritméticamente es verdad si se dispone de una varita mágica que permita hacerlo sin afectar los otros rubros del balance. Desgraciadamente, esto es imposible en el mundo real donde priva la interdependencia.
El capital privado es fuertemente afectado por las políticas de austeridad. El desendeudamiento público vuelve el desendeudamiento privado más difícil pu-diendo incluso conducir a su aumento. Cuando el tamaño del mercado, bajo el efecto de las políticas de austeridad se reduce mucho, las empresas que pueden realizan un esfuerzo mínimo en materia de inversión, mientras que las otras quiebran. Esto es así porque las capacidades de producción se vuelven excedentes y las restricciones financieras y de liquidez no incitan a las empresas a mantenerlas con la esperanza de una reactivación que se vuelve cada vez más incierta. El capital público también está amenazado. En efecto, una recomendación frecuente que figura en los planes de ajuste estructural es la de privatizar los activos públicos. El producto de las privatizaciones permitiría reducir la deuda. En realidad, la venta de un activo público no debería cambiar nada en el balance de la nación, ya que disminuiría simultáneamente el activo (el capital) y el pasivo (la deuda), salvo si el activo se vende a un precio más elevado que su valor real. Las condiciones actuales de los mercados hacen suponer que es más bien lo contrario lo que acontece. Así, fue una muy mala política obligar al gobierno griego a privatizar sus activos públicos para reducir la deuda del país. Las ventas con descuento agravaron el balance financiero del Estado griego. La probabilidad de una venta con descuento es muy alta ya que el “justo precio” resulta de un equilibrio de la correlación de fuerzas entre vendedor y comprador. Cuando el primero debe vender a cualquier precio debido a la presión de los acreedores, termina por hacerlo. El choque de las crisis sucesivas condujo en toda Europa a una fuerte agravación del desempleo que las restricciones presupuestales sin precedente implementadas en varios países continuaron alimentando. Se asiste a una verdadera “destrucción” de capital humano que requerirá de varios años para ser compensada y que además reducirá en el largo plazo el crecimiento potencial de la economía. Esta destrucción resulta amplificada por la lógica misma de las políticas restrictivas, ya que incita a reducir los gastos de salud y educación. La reducción de los primeros tiene efectos dramáticos inmediatos, como lo demuestra, particularmente, el ejemplo griego. Muy frecuentemente, se vuelve la decisión de curar difícil por razones presupuestales. La reducción de los segundos tiene efectos menos visibles a corto 2 plazo, pero muy importantes a largo plazo. El capital natural es también afectado por las políticas de austeridad. La reducción de gastos afecta los servicios del medio ambiente, la renovación urbana y la inversión en las nuevas tecnologías de la energía y el medio ambiente. A todos los presupuestos se les ha “puesto a dieta” y la inversión pública cuya reducción es la menos perceptible para la población ha sido la más afectada.
Pero como ya señalamos, el capital intangible también ha sido afectado por las políticas de austeridad. Para Jean-Paul Fitoussi, el mantenimiento de la democracia es, sin duda, el activo intangible esencial y este ha sido afectado negativamente por el crecimiento de las desigualdades. Si una fracción creciente de la población tiene la impresión de ser excluida de los beneficios del funcionamiento del sistema, puede tener la tentación de cambiar de sistema.
A pesar de todos los esfuerzos las políticas de austeridad no han alcanzado el objetivo declarado: la reducción de la deuda. El endeudamiento bruto en todos los países sometidos a políticas de austeridad ha aumentado. En Grecia pasó de 119% del pib en 2007 a 189% en 2014. Entre esos mismos años en España se pasó de 43% a 108%, en Irlanda de 29% a 133%, en Portugal de 76% a 141% y en el Reino Unido de 47% a 102%.17
Se continúa utilizando el término reforma estructural como si se tratara de un bien para la población, cuando en realidad significa una mayor inseguridad económica para la mayoría: mayor desempleo, menor protección social frente a la enfermedad y peores condiciones materiales de jubilación. ¿Se piensa seriamente resolver el problema del desempleo multiplicando el número de asalariados que ya no pueden vivir de su trabajo? Se reduce la protección social en el momento en que las gentes tienen más necesidad de ser protegidas, cuando más la correlación de fuerzas ha favorecido a los poderosos. Dado que el formidable crecimiento de las desigualdades significa antes que nada esto: entre aquellos que tienen su futuro asegurado y los que están atormentados por el miedo al futuro no hay equilibrio de negociación posible. La austeridad generalizada es una mala noticia para la economía y las democracias europeas. La manera en que se ha impuesto apartando a los pueblos de la idea europea tiene graves consecuencias para la Unión económica y monetaria.
El proyecto inicial del Tratado de Roma (1957) pretendía construir Europa siguiendo las bases del compromiso fordista de la post-guerra.18 Se trataba de un compromiso entre capital y trabajo que se ha denominado “economía social de mercado”, “Estado social”, “modelo social europeo” o incluso “capitalismo monopolista de Estado”, conceptos diferentes que designan un mismo sistema. Dicho proyecto fue gradualmente disuelto en la mundialización neoliberal sobre todo a partir de 1992 cuando los principios neoliberales fueron finalmente erigidos en dogmas con el Tratado de Maastricht. En efecto el Tratado de Roma reflejaba las opciones políticas y económicas del compromiso fordista de la posguerra. Se escogía la economía de mercado en oposición a la planificación autoritaria a la soviética pero nada impedía la planificación indicativa a la francesa ni políticas económicas fuertes.19 El contraste es grande con el tono triunfal del Tratado de 2 Maastricht que subraya “el respeto del principio de una economía de mercado abierta donde la competencia es libre”. No está demás notar que el epíteto, abierta, no puede significar otra cosa que mundializada. Por lo demás, el verdadero Tratado de Roma, el de 1957, no revisado, era muy tolerante con respecto a las prácticas muy poco neoliberales de la época. La exigencia de libre movilidad de capitales se limitaba a los países de la Comunidad y algunas restricciones eran incluso consideradas en caso de necesidad. Se aceptaba el control de cambios en la medida en que no entrara en contradicción con el libre comercio y los movimientos de capitales en el seno de la comunidad. Esta tolerancia se hace pedazos con el Tratado de Maastricht donde se señala que “todas las restricciones a los movimientos de capitales entre los Estados miembros y entre los Estados miembros y los países terceros están prohibidas”. Así, incluyendo los países terceros, el Tratado de Maastricht tiene como objetivo insertar a Europa en la mundialización neoliberal y no construir una entidad económica propiamente europea como lo pretendía el Tratado de Roma.
La construcción europea progresivamente se encerró en una configuración institucional que giraba en torno de los principios neoliberales a tal grado que la doctrina cristalizada se volvió consubstancial a la estructura misma. En efecto, la construcción europea, con todos sus tratados (Maastricht, Ámsterdam, Niza, Lisboa) y sus artículos relativos a la “competencia libre y no falseada” o a la libre circulación de capitales, acompañados de los esfuerzos para desreglamentar lo que aún queda por desreglamentar en el marco de la omc, constituye la realización regional de la mundialización neoliberal entendida como el proceso para desreglamentar el mayor número de mercados posibles a la escala internacional lo más extendida posible.20 Al menos la crisis actual de las deudas soberanas tiene el mérito de haber vuelto evidente algunas cuestiones sobre las cuales ninguna de las advertencias del pensamiento heterodoxo habría logrado atraer la más mínima atención, en particular el extraordinario dominio alcanzado por la finanza sobre las políticas públicas. Ya nadie puede ignorar que en Europa las políticas económicas se elaboran bajo la dirección de los mercados financieros. Son ellos los que a inicios del 2010 pronunciaron juicios sobre la insostenibilidad al respecto de ciertas deudas soberanas; son ellos los que impusieron su propia visión y, lo que es peor, su propia temporalidad del ajuste macroeconómico, forzando la adopción inmediata de las políticas de austeridad cuando solo la paciencia, es decir, el mediano plazo del regreso endógeno al crecimiento, podía ofrecer una trayectoria viable de reducción de las relaciones deuda/pib; son ellos también los que constatando las degradaciones macroeconómicas producidas por las políticas de austeridad empujan, sin embargo, los Estados a profundizarlas. Se necesitó tener bajo los ojos el costo extravagante soportado por la sociedad en nombre de la normalización 2 de las políticas económicas para darse cuenta de esta anomalía política sin precedente de un grupo extranjero, los acreedores internacionales, que se volvieron, los directores, captadores y destinatarios prioritarios de las políticas públicas. La construcción europea fue un laboratorio donde el neoliberalismo experimentó e implementó sus esquemas evaluadores, disciplinarios y normalizadores en todos los dominios y en las políticas económicas. Es ahora evidente, para casi todo el mundo, que la disolución de las soberanías nacionales no tenían ninguna vocación para desembocar en una reconstitución de la soberanía a la escala europea. Es la soberanía en su principio de la que había que deshacerse para liquidar cualquier polo de poder público que impidiera dejar el campo libre a los poderes privados del capital. El euro actual procede de una construcción que tuvo por efecto e incluso por intención dar completa satisfacción a los mercados de capitales y organizar bajo su dominio las políticas económicas europeas.
En los tratados europeos se inscriben los valores límites autorizados en materia de déficit y de deuda. Estos valores son por definición conocidos de todos, en particular de los operadores financieros que se vuelven los guardianes. Para estos últimos estos valores funcionan como puntos focales donde se polariza a veces de manera histérica su opinión colectiva. El paso de este umbral del cual nadie se habría dado cuenta si no se hubiera establecido como umbral puede convertirse, en un suceso dramático muy destructor de credibilidad con todos los arrebatos especulativos que desencadena. El franqueamiento del 3% de déficit público reviste en estas condiciones un contenido muy diferente según que tenga lugar en la zona euro donde se le establece como valor fetiche o en otro lugar donde el 3% es un valor ordinario sin un significado particular, por lo que no induce ningún tipo de reacción.21
La Unión Europea no tiene política en el sentido muy preciso de una posibilidad discrecional de iniciativa. La Unión Europea no tiene política “coyuntural”, es decir, orientaciones determinadas por los partidos “coyunturalmente” en el poder, dado que toda la política económica europea ha sido irrevocablemente fijada en textos con un valor casi constitucional. La Unión no tiene otra política que constitucional, es decir, bajo forma de reglas inscritas en los tratados y por lo mismo destinadas a funcionar independientemente de todo dato propiamente coyuntural. Las desastrosas políticas de austeridad no son para nada el efecto de alguna “decisión coyuntural”. Son el resultado del funcionamiento mecánico de las disposiciones de los Tratados de la Unión Europea y del pacto de estabilidad. Cuando se organizó la independencia del Banco Central Europeo, ya no hay nada que preguntar, ya que se le dio constitucionalmente como misión no responder.22 Cuando se insistió en gravar en el mármol de los tratados y de sus pactos adicionales que los déficits debían ser inferiores a 3% del pib y las deudas a 60%, ya no había más que cumplir bajo la vigilancia reforzada de la Comisión. Cualquier discusión resultaba vana. Es lo propio de la construcción monetaria europea que la política económica de los Estados miembros se haya vuelto un asunto de piloto automático, como lo atestigua en Francia la perfecta continuidad de la austeridad Sarkozy y de la austeridad Hollande.23 La construcción europea y especialmente la eurozona no es coyunturalmente de derecha como a veces se sostiene sino constitucionalmente. Aceptar las órdenes y las reglas europeas condena lógicamente a conducir políticas de derecha: reglas de oro, austeridad, ajuste estructural, devaluación interna,24 etc. Es por ello que falsos socialistas y verdaderas derechas se suceden unos a otros sin que las cosas cambien por haber constitucionalizado contenidos sustanciales de las políticas públicas, es decir por haberlas sustraído a la política ordinaria, la política democrática que tiene por definición una exigencia permanente de cuestionamiento y de reversibilidad.
Desde el principio Alemania impuso la adopción pura y simple de su modelo ordoliberal de política económica y de organización monetaria25 como una condición sine qua non de su entrada en la moneda única.26 El trauma alemán, cuyo origen remonta a la hiperinflación de 1923 considerada como la matriz del nazismo minimizando la Gran Depresión de 1931, vuelve no negociables sus propias obsesiones monetarias (la fobia furiosa a la creación monetaria) y somete a los otros países europeos al ultimátum de tener que compartirlas para construir el orden monetario. La creencia monetaria Alemana objeto de un poderoso consenso de las elites alemanas extrae pura y simplemente los principios fundamentales de la política económica de la órbita de las cosas discutibles. Como lo han reconocido los altos dirigentes de la Bundesbank, los alemanes insistieron desde el principio para que las políticas económicas nacionales fueran deliberadamente expuestas a la tutela de los mercados financieros y no deseaban que las intervenciones del bce vinieran a relajar lo que ellos consideran una sana disciplina rebajando artificialmente las tasas de interés que normalmente vehiculan la justa sanción de los inversionistas a la mala conducta financiera. Desde la negociación del tratado de Maastrich el sometimiento de las soberanías económicas nacionales a los mercados financieros forma parte integrante de las condiciones impuestas por Alemania para asegurar la rectitud de las políticas económicas de sus socios. Solo la letra de los tratados garantiza a Alemania el estricto respeto de los principios monetarios que fueron condición sine qua non de su participación al euro y se considera que toda desviación con respecto a esta letra pone en peligro sus intereses vitales. Se tiene el caso único en la historia europea de un país que impone a los otros sin la menor concesión su propio punto de vista sobre la moneda, la política monetaria y sus instituciones. Que no se pueda preguntar si el banco central debe ser independiente o no, si los presupuestos deben estar en déficit o no, si las deudas contratadas deben ser rembolsadas o no es una monstruosidad política que atormenta a todos los cuerpos sociales europeos, salvo al alemán. Solo en Alemania estas prohibiciones no aparecen como una insoportable negación de la democracia dado que debido a sus obsesiones monetarias ciertos principios aparecen como valores superiores más allá de la política y sustraídos a ella. Fue necesaria una gigantesca crisis para darse cuenta de que el modelo monetario alemán conviene, a corto plazo, a Alemania pero no a los otros. Razón por la cual resulta muy difícil construir la Europa monetaria con Alemania.
Europa, orgullosa de sus reglas disciplinarias, de sus tratados y de sus pactos, concienzudamente ocupada en satisfacer a los mercados que ella misma instaló en posición de tutela, decidió contra toda lógica económica que no había otra vía para estabilizar las deudas públicas que la restricción monetaria. Grecia, sin duda el país más frágil y más desequilibrado ex ante de la zona euro solo fue el explorador de un recorrido que muchos otros países siguieron después de ella. El hundimiento de las economías europeas y la incapacidad de numerosos países para respetar insostenibles compromisos de déficit son un testimonio del fracaso de las políticas de austeridad. Frente a estas políticas no hay que olvidar que vivimos una época histórica de sobreendeudamiento generalizado y que el sobreendeudamiento de las familias, las instituciones financieras y los Estados son el producto del neoliberalismo: las familias se sobreendeudan bajo los efectos de la compresión salarial, los bancos se sobreendeudan para aumentar, gracias al “efecto de palanca”, el beneficio de sus operaciones especulativas; los Estados se sobreendeudan al abandonar ingresos fiscales bajo el dogma de la reducción de impuestos para los más ricos. De este enorme stock de deuda hay que deshacerse. Para esto solo hay dos opciones: o bien preservar el derecho de los acreedores (la austeridad hasta el pago del último centavo), o bien aligerando la carga de los deudores a través de la inflación o el incumplimiento. Evidentemente, vivimos una época que escogió acordar todo a los acreedores aunque para ello haya que poner a los pueblos de rodillas (tasas de desempleo de 25%, tasas de suicidios al alza, esperanzas de vida a la baja). Es a esta época que hay que poner fin.27
Poner fin implica abandonar la construcción europea que desde hace mucho tiempo promovió la primacía de la finanza en beneficio de los accionistas, el libre cambio y la ortodoxia de la política económica bajo la vigilancia de los mercados financieros.28 Si se pretenden superar las desigualdades de ingreso y de patrimonio,29 así como la enorme regresión social impuesta a los asalariados hay que deshacerse de: 1) la restricción de los accionistas que impone objetivos de rentabilidad financiera que hacen que los asalariados se conviertan en la variable de ajuste; 2) el libre cambio cuyos principios de competencia no distorsionada imponen competencias más distorsionadas con países con menores estándares sociales y en materia de medio ambiente; 3) un modelo de política económica prácticamente constitucionalizado por los tratados europeos que organiza deliberadamente su propia tutela por los mercados financieros y consagra la preminencia de los acreedores internacionales hasta el grado de volverlos prioritarios al elaborar las políticas públicas (sus demandas de austeridad son prioritarias frente a las de la sociedad).
Se necesita todo el poder de distorsión del punto de vista neoliberal del mundo para persistir en ver en la situación económica presente una crisis de oferta y perder de vista todos los encadenamientos masivos que nos llevaron a donde estamos.30 La crisis que sigue al choque financiero de 2007–2008 no es una crisis de oferta sino una crisis de demanda por contracción de crédito, una crisis de desplome cumulativo de la inversión y del consumo por la incapacidad de los agentes, sobre todo las empresas, para renovar sus financiamientos ordinarios. A esta crisis de demanda se superpone más profundamente una crisis estructural del régimen de acumulación neoliberal. La irracionalidad de las políticas públicas se aúna a los desastres de la finanza privada agregando recesión a la recesión. El empecinamiento europeo en la austeridad colectiva que los estados realizan organizando la contracción de sus demandas internas en el entendido de que la demanda externa servirá de relevo supone un doble error. En primer lugar, el comercio exterior de estados europeos siendo esencialmente intra-europeo, la demanda exterior de unos es sobre todo función de la demanda de los otros. Todos se impulsan colectivamente en el mismo abismo aplicando una austeridad a escala continental perfecta para maximizar sus sinergias negativas. En segundo lugar parece que las elites europeas no han comprendido la idea elemental de que las estrategias de competitividad son estrategias no cooperativas, ya que apuntan a la constitución de una ventaja unilateral. Dichas estrategias son no diferenciales y por lo tanto condenadas al fracaso cuando son aplicadas simultáneamente por todos, ya que entonces por construcción no crean ninguna diferencia.
Vista desde Europa la situación económica de Estados Unidos parece relativamente favorable. La recesión de 2008–2009 fue profunda y durable pero desde mediados de 2009, un crecimiento estable se restableció aunque a tasas bastante débiles. Algunos otros indicadores confirmaron una ligera recuperación como, por ejemplo, un aumento de ventas a las familias que habían fuertemente caído. Sin embargo, los problemas persisten. La producción industrial no ha recuperado su nivel de antes de la crisis de 2008. En julio de 2013 esta producción era aún inferior de 2% a la cima de diciembre de 2007. Un problema bien conocido que persiste es el del nivel de endeudamiento de las familias quien fue el factor que desencadenó la crisis de 2008. Tras haber alcanzado 66% del ingreso disponible entre 1964 y 1984, la deuda de las familias alcanzó 134% de este ingreso en vísperas de la crisis. En el primer trimestre de 2013, el porcentaje era aun de 112%. Resulta sorprendente constatar que los incumplimientos de pagos de las familias que no pueden cubrir sus deudas y los intereses correspondientes permanecen apenas inferiores a su punto culminante, en el apogeo de la crisis de los subprime. El gobierno de Estados Unidos, por intermedio de las agencias Fannie Mae y Freddie Mac y con el apoyo de la Reserva Federal, refinancia abundantemente las instituciones financieras que otorgaron los créditos hipotecarios, pero la liquidez así obtenida es depositada por estas instituciones en sus cuentas en la Reserva Federal. Para estas últimas, más vale poseer una cuenta en el banco central que créditos dudosos a las familias. Este circuito que va de la Reserva Federal a la Reserva Federal, sanea los balances de los prestamistas pero no alimenta los créditos a la economía y no estimula la demanda.
La reactivación continúa beneficiándose de políticas de apoyo muy activas.31 Tras el salvamento de las instituciones financieras durante lo peor de la crisis y de los refinanciamientos de los créditos hipotecarios, el déficit público alcanzó 12% del pib en 2009. En lo más profundo de la recesión, la tasa de crecimiento de la deuda pública fue de 36% en el segundo trimestre de 2009 con respecto al mismo trimestre del año anterior. Posteriormente, esta tasa permaneció más elevada que la tasa de crecimiento de la producción. El endeudamiento creció menos rápido en el segundo trimestre de 2013, debido a la imposición al gobierno de un techo de gasto público. La Reserva Federal continúa, sin embargo, inyectando sumas considerables, comprando títulos anteriormente emitidos por el Tesoro. Por otro lado, las políticas orientadas hacia la exportación de capitales han conducido la economía estadounidense a una trayectoria de déficit estructural de comercio exterior. Este déficit aumento hasta 5.6% del pib en 2006 antes de la crisis. Posteriormente disminuyó pero representaba todavía 3.4% del pib en 2012. Al mismo tiempo, la dependencia de la economía estadounidense con respecto a los 2 financiamientos provenientes del exterior proseguía su progreso. Para sostener la “I demanda y mantener la actividad económica nacional, los efectos deflacionistas de este déficit exterior deben ser compensados con créditos. Pero, se preguntan Duménil y Levy, ¿Quién en los Estados Unidos es susceptible de pedir prestado? ¿El Estado? Sus gastos son limitados por ley o por la amenaza que para el dólar representa la elevación de la deuda. ¿Las familias? Están sobreendeudadas. ¿Las empresas no financieras? Los créditos que obtienen no estimulan para nada la inversión sino que financian la recompra de sus acciones.
La crisis financiera más devastadora de la historia del capitalismo desembocó sobre nada o casi nada en términos de regulación financiera.32 Se queda uno pasmado por la nulidad de la respuesta. En ello se puede ver la incrustación de un cierto bloque hegemónico que no se reduce simplemente al “lobby de la finanza” sino que nos remite a una interpenetración completa, una simbiosis orgánica de las elites políticas, administrativas y financieras. Se trata de los mismos individuos circulando indiferentemente de una esfera a otra para desempeñar sucesivamente todos los roles pero siempre al servicio de una misma visión del mundo. Con esto se demuestra en toda su magnitud y en una escala sin precedente que los poderes de destrucción de la finanza liberalizada no fueron afectados por la evidencia de todo el mal que puede producir una economía dominada por los mercados de capitales. En ningún momento se encuentra en el discurso público la idea de que estos mercados son el problema. Se ha buscado únicamente mejorar marginalmente su funcionamiento, temperar los ligeros desbordamientos sin cuestionar fundamentalmente la idea, considerada ahora como una especie de verdad natural, según la cual, dichos mercados de capitales constituyen el único medio de organizar el financiamiento de las actividades económicas. La renovación teórica no parece estar a la orden del día, como lo demuestra el premio nobel de economía atribuido en 2013 a Eugene Fama, cuya principal aportación intelectual fue demostrar que en teoría las burbujas y la crisis financieras eran imposibles, idea que aún sostenía en 2010.
Frente a la rapidez del restablecimiento de la rentabilidad del sistema financiero de los Estados Unidos se observa una tendencia diametralmente opuesta en la economía real. No se ha observado ninguna recuperación de las finanzas públicas, no ha mejorado el empleo y las condiciones de trabajo han empeorado. Sin duda alguna, en estos tres aspectos, la situación se ha deteriorado y continuara deteriorándose sobre todo en Europa con la continuación de las políticas de austeridad.
Finalmente señalemos que incluso si se emprendieran todas las reformas sugeridas por el G20 (para atacar la opacidad de los productos titularizados, las remuneraciones excesivas de los “traders”, los paraísos fiscales, las normas contables inapropiadas, las regulaciones que fallan, las agencias calificadoras bajo influencia, la política monetaria laxista) el capitalismo neoliberal no quedaría al abrigo de las crisis financieras. No bastaría con realizar reformas que libraran a la esfera financiera de sus excesos para que las crisis financieras dejaran de existir. 2 Como lo ha demostrado con brío André Orléan los mercados financieros son par naturaleza inestables.33 No saben autocorregirse como lo hacen los mercados de bienes ordinarios. Cuando los precios de los activos se desvían del equilibrio, ninguna fuerza correctiva obstaculiza su deriva.34 Muy por el contrario, la competencia financiera empuja al mimetismo tanto al alza como a la baja.35 Así, se vuelve posible comprender tanto la mecánica del entusiasmo eufórico como el pánico y el crack.36 En estas condiciones, la regulación financiera debe tener como objetivo estratégico, no el promover la transparencia sino actuar de tal manera que la finanza de mercado conserve una talla aceptable que impida el riesgo sistémico. Para esto hay que oponerse a su difusión. A este respecto recordemos que tal propagación transformó un accidente inicialmente limitado a un segmento reducido de la finanza estadounidense, los créditos inmobiliarios subprime, en un caos planetario que multiplicó por mil las pérdidas sufridas. Para evitar que se produzca de nuevo una situación parecida, Orléan recomienda segmentar la actividad financiera, ya sea especializando a los actores financieros en ciertos mercados como el inmobiliario, el de consumo o el de crédito a las empresas y —sobre todocon un regreso a la separación entre los bancos de depósito y los bancos de inversión, como en la Glass Steagall Act de 1933. Desde este punto de vista es necesario oponerse a la total libertad de los movimientos de capital, propugnada desde hace más de treinta años tanto por la derecha como por la izquierda, que tiene por objetivo el surgimiento de un mercado unificado de capital a escala mundial para todos los productos (acciones, obligaciones, derivados, divisas), todos los plazos (corto, mediano y largo plazo) y todos los actores (empresas, familias, Estados). Para alejarse durante algún tiempo de esta lógica de crisis es imperativo introducir una cierta dosis de segmentación y de encuadramiento de la finanza internacional, lo cual está lejos de haberse realizado.
Para muchos analistas la crisis resultó de la opacidad de los productos estructurados. Aunque esta opacidad jugó un cierto papel no fue la causa de la crisis. La ceguera que los acompaña no provino —como señala Orléan- de su complejidad intrínseca sino del hecho de que los actores financieros no tienen ninguna incitación para mirar de más cerca. Se pueden reglamentar las innovaciones y aumentar la transparencia, pero esto no cambiara nada ya que es el mecanismo competitivo el que incita a los inversionistas a la ceguera. Una verdadera regulación tiene que apuntar a cuestionar la primacía acordada a los mercados financieros.
Robert Brenner, «L’économie mondiale et la crise américaine» en Crise financière globale ou triomphe du capitalisme?, Agone, núm 49, 2012.
El auge sin precedente de China y de otros productores asiáticos originó una considerable alza de la capacidad de producción. En estas condiciones, se considera que la baja de la tasa de ganancia habría reorientado la inversión hacia el sector financiero donde los beneficios serían superiores suscitando un crecimiento excesivo del sector y su crisis.
Los gobiernos se proclamaban como keynesianos dándose como objetivo mantener un fuerte crecimiento apoyando la demanda gracias a un conjunto de instrumentos de política económica (comenzando con la política monetaria y la política presupuestal); como planificadores, esforzándose en prever y organizar la evolución económica nacional; como colbertistas, implementando políticas industriales centradas en la emergencia de grandes empresas nacionales portadoras de grandes proyectos; y como social-demócratas, aumentando gradualmente, bajo la influencia de las reivindicaciones sindicales, la cobertura y el nivel de las prestaciones sociales. Henri Sterdyniak, “Quelle politique économique? Morts et renaissances du keynésianisme en Les économistes atterrés, Changer d’économie!, Paris, Les liens qui libèrent, 2011. p. 19.
Gérard Duménil y Dominique Levy, La grande bifurcation En finir avec le néolibéralisme, Paris, La Découverte, 2014. pp. 36–39.
Michel Husson, «Le néoliberalisme, stade suprême» en Néo-libéralisme: rebond/rechute, Actuel Marx núm 51, Primer semestre 2012.
Robin Blackburn, “La crise 2.0” en Crise financière globale ou triomphe du capitalisme?, Agone, núm 49, 2012.
El costo total de la renacionalización de los bancos y de las compañías de seguros en los Estados Unidos, en el Reino Unido y en el resto de Europa equivalió al valor de todas las privatizaciones en el mundo entero en el curso de los últimos treinta años. La importancia de este salvamento y sus consecuencias en términos de déficit presupuestales dan una idea de las prioridades subyacentes. Aunque el monto exacto de los subsidios a los bancos haya podido ser exagerado, no se podría poner en duda el apoyo determinado que recibieron, contrariamente a los compromisos relativos a la salud, la educación y la protección social que fueron negados en circunstancias económicas más favorables. Ben Fine, “La financiarisation en perspective” en Néo-libéralisme: rebond/rechute, Actuel Marx núm 51, Primer semestre 2012. p. 79.
En un discurso pronunciado el 31 de octubre de 1936 en Nueva York durante la campaña por su reelección, Roosevelt, enfrentando las fuerzas reaccionarias del capital anunció una política a la altura de la historia: “Tenemos que luchar contra los viejos enemigos de la paz, los monopolios comerciales y financieros, los especuladores, los banqueros sin escrúpulos…Todos aquellos que comenzaron a considerar al gobierno de los Estados Unidos como una simple dependencia de sus negocios. Sabemos ahora que es tan peligroso ser gobernado por los poderes del dinero como por el crimen organizado. Jamás en la historia estas fuerzas no estuvieron ligadas como hoy contra un candidato. Esas fuerzas son unánimes en el odio que me tienen y acojo este odio con gusto Me gustaría que se dijera de mi primera administración que las fuerzas de la codicia y la sed del poder encontraron una oposición. Y me gustaría que se dijera de mi segunda administración que encontraron a quien las controló”. Con respecto a este último deseo de Roosevelt, podemos afirmar que fue mucho más lejos. Roosevelt revolucionó los Estados Unidos: reglamentó la actividad de los bancos y aseguró treinta años de estabilidad financiera a su país y al resto del mundo, redujo las desigualdades instaurando impuestos progresivos con tasas marginales muy elevadas, desarrollando la política industrial e instaurando un auténtico Estado del bienestar. Franklin D. Roosevelt, Comment j’ai vaincu la crise, Extractos de discursos escogidos y presentados por Christian Chavagneux, Paris Alternatives Economiques-Les petits matins, 2014. pp. 77–78.
Afirmada a finales de los años ochenta con la primera versión de los acuerdos de Basilea y constantemente reafirmada desde entonces, la vigilancia de las solvencias bancarias es de hecho el principio cardinal de la regulación financiera. La obsesión de los coeficientes de solvencia fue incapaz de impedir los accidentes financieros como lo demostraron las crisis financieras internacionales de 1997–1998, la crisis Internet de 2001–2002 y la crisis de subprime de 2007–2008. Esto es así porque la solvencia solo expresa la preocupación de que el sistema bancario resista a las pérdidas consecutivas a una crisis y no de que las evite. El problema de las crisis financieras es ante todo un problema de iliquidez. No es la insolvencia sino la imposibilidad súbita de acceder a la liquidez, y de hacer frente a los compromisos de pago inmediatos, la que, por intermedio de las relaciones de crédito o de contrapartida, propaga poco a poco los incumplimientos. La evaporación fulgurante del stock de cash de Bear Stearns y de Lehman, bajo el efecto de la interrupción del acceso al refinanciamiento en los mercados al mayoreo del crédito y de corrida de los inversionistas por cuenta de los cuales estas instituciones eran gestoras, es un testimonio de la temporalidad “relámpago” que no es la de la solvencia. Recordemos que en el momento de su quiebra, Lehman comunicaba un coeficiente de solvencia de 11% muy superior al mínimo reglamentario en el acuerdo de Basilea II. Si la cuestión de la solvencia tiene algún interés, es como eventual apoyo de un juicio colectivo susceptible de desencadenar una corrida o una interrupción brutal de acceso al crédito, que precipitaran a un banco en la mira a la iliquidez. Es siempre a través de la mediación de juicios, es decir de creencias y opiniones que la insolvencia produce efectos reales inmediatos, pero todo ello condicionado a una serie de datos extrínsecos, particularmente relativos a las posibilidades técnicas y sobre todo políticas de refinanciamiento ofrecidas a las instituciones amenazadas. Así, por ejemplo, a diferencia de Bear y de Lehman que desaparecieron por problemas de liquidez a pesar de disponer de coeficientes de solvencia aceptables, Fannie Mae y Freddie Mac, cuyos coeficientes se estaban desplomando sobrevivieron a la crisis gracias a la decisión política de mantenerlos líquidos. Frédéric Lordon, “L’effarante passivité de la re-régulation financière” en Les économistes atterrés, Changer d’économie!, Paris, Les liens qui libèrent, 2011. pp. 264–269.
Desde el estallido de la crisis de 2007–2008, y sus numerosas repercusiones, en particular la crisis de la zona euro, los esfuerzos de los poderes públicos para regular los sistemas bancarios y financieros se han enfrentado a un fenómeno de captura de una parte de las fuerzas políticas y administrativas por los intereses financieros. La “industria financiera” luchó como nunca para limitar las restricciones impuestas. En Alemania la captura es ante todo política debido a la gran proximidad de la casi totalidad de los políticos electos con los bancos locales y de la cancillería con la Deutsche Bank. En Francia, la captura es sobre todo sociológica debido a la consanguinidad entre las elites políticas, administrativas y financieras. Esta situación, combinada con la extrema concentración del sistema bancario francés, explica la voluntad, no confesada pero real, de Paris de no reformar la estructura bancaria y de proteger sistemáticamente los acreedores de los bancos en caso de incumplimiento en detrimento de los contribuyentes. En Gran Bretaña la captura es tanto intelectual como comercial, ya que la mayoría de los dirigentes están profundamente convencidos de que una actividad rentable para un agente privado es necesariamente buena para el conjunto de la sociedad por el simple hecho de ser rentable. La vulgata de la mano invisible de Adam Smith combinada con la industria de la finanza de este país (la City) y su voluntad feroz de defender y de aumentar la preminencia de la plaza financiera británica explican las posiciones particularmente favorables a la industria financiera tomadas por Londres en detrimento del interés general en numerosos temas vinculados a la organización de la industria de gestión de activos y al funcionamiento de los mercados financieros (Paradójicamente, la Gran Bretaña es el único país de la Unión Europea que atacó seriamente la cuestión de la reforma estructural de los bancos. La razón es simple: la sociedad británica pago el precio elevado para salvar sus establecimientos en 2007–2008. El costo del salvamento para las finanzas públicas fue tal que el poder público dio el impulso necesario para tomar medidas concretas para evitar que se reprodujera el escenario desastroso que condujo al salvamento de Northern Rock, hbos y Royal Bank of Scotland). En los Estados Unidos, el financiamiento de las campañas de los políticos y la importancia de los medios invertidos en el obstinado lobbying en favor del statu quo, permitió a la finanza comprar una parte de la clase política americana. Las creencias y la ideología – en el sentido de representación del mundo- de las elites políticas juegan también un papel importante en la naturaleza de las respuestas aportadas por las sociedades a los derrapes de la finanza. Desde este punto de vista, incluso los poderes surgidos de las filas de la socialdemocracia de los dos lados del atlántico no han mostrado una gran voluntad de transformación. Christian Chavagneux y Thierry Philipponnat, La capture où l’on verra comment les intérêts financiers ont pris le pas sur l’intérêt général et comment mettre fin à cette situation, Paris, La découverte, 2014.
Hay que tener presente que Jean Monnet, uno de los artesanos de la Comunidad europea fue comisario al plan de 1945 a 1952 y es considerado como el padre de la planificación a la francesa. Duménil y Lévy, op. cit., p. 90.
A diferencia del modelo europeo sometido a reglas, un modelo flexible de política económica no se sujeta a restricciones a priori ni indica públicamente valores- consigna destinados a los mercados cuyo franqueamiento desencadena todo tipo de reacciones violentas. Así, por ejemplo, el Tesoro de los Estados Unidos dispone de un margen de maniobra –aunque no extensible al infinito-para hacer admitir a los inversionistas que su nivel de déficit presupuestal es “razonable”. Es así porque la definición de “razonable” no es indicada ex ante y sobre todo porque no se cometió el error de darle la forma irrevocable de un número determinado y las instituciones de política económica disponen de cierta flexibilidad estratégica en sus interacciones con los operadores financieros para convencerlos de que eventuales desviaciones permanecen en el dominio de lo “admisible”. Es por ello que el modelo europeo se reveló como particularmente desastroso frente a la crisis financiera: los umbrales de déficit y de deuda actuaron inevitablemente como puntos fijos cuyo franqueamiento se consideraba un suceso mayor. Cada fracaso para no superar los valores máximos lo único que hacia es afirmar más profundamente el fetichismo de los valores- consigna dando un giro más dramático a las trayectorias macroeconómicas que de otra manera habrían sido percibidas como desajustes temporales perfectamente tolerables. Frédéric Lordon La malfaçon op. cit., pp. 38–39.
El Tratado de Lisboa prohíbe al Banco Central Europeo jugar su papel tradicional de prestamista en última instancia. Cada gobierno toma entonces conciencia de que el euro se volvió una divisa extranjera: ya no puede solicitar al banco central monetizar su deuda pública.
Lo que -como dice el famoso sociólogo Alain Touraine- ha originado que “los electores ya no saben lo que distingue la izquierda de la derecha”. Alain Touraine, Après la crise, Paris, Editions du Seuil, 2010. p. 12.
De manera errónea, el proyecto de moneda única partió de la premisa de que el euro iba a ser en sí un operador de convergencia económica y estructural sin señalar por qué mecanismo ello se lograría. Evidentemente, se produjo lo inverso. Los efectos de polarización espacial acompañan generalmente los procesos de integración regional profundizando la división intra-regional del trabajo. Los diferenciales de productividad y costos no cesaron de profundizarse entre las economías de la zona sin poder ser corregidos como en el pasado con ajustes cambiarios. Quedó solo la posibilidad del ajuste real por los salarios (a la baja) y el desempleo (al alza), denominado devaluación interna. Frédéric Lordon La malfaçon op. cit., p. 192.
Los principales representante del ordo-liberalismo alemán son Walter Eucken (1891–1950) y Wilhelm Röpke (1899–1966). Esta escuela de pensamiento es el fruto de la crisis de los años treinta. De esta última se retiene a menudo la revolución keynesiana pero se olvida que el propio liberalismo fue el objeto de una vasta empresa de refundación surgida del debate entre liberales manchesterianos y los nuevos liberales que rechazaban creer solo en las virtudes del “laisser-faire” y del “laisser-passer”. Para estos últimos, las fuerzas del mercado deberían inscribirse en un orden económico y social más vasto capaz de asegurar su eficacia y su legitimidad social. Se trataba de encontrar una tercera vía entre el “laisser-faire” y el socialismo. La idea es establecer bajo la forma de una constitución, un orden económico y social que precise las libertades y las reglas a las cuales serán sometidos los operadores privados y públicos. El derecho juega en esta perspectiva un papel clave ya que el Estado debe asegurar gracias a dispositivos jurídicos el respeto de los principios competitivos. Pero este mismo derecho circunscribe la acción económica y política del Estado sometiéndola a reglas. En la perspectiva ordo-liberal, se trata de promover un sistema competitivo en el cual el proceso económico es coordinado por el mecanismo competitivo de los precios en el marco de un proceso organizado por el Estado. De esta manera, el peligro del dirigismo es contenido sin ceder a un simple “laisser-faire”. Para fundar este orden, ciertos principios constitutivos deben ser implementados. Entre estos destacan el principio de libre acceso al mercado, de libre competencia, de estabilidad monetaria confiada a un banco central independiente y de equilibrio presupuestal. Es después de la Segunda Guerra Mundial que a través de la revista “Ordo” esta escuela expande y nutre los fundamentos económicos y políticos de la República Federal Alemana y de la construcción europea. En 1948, las autoridades de ocupación nombraron a Ludwig Erhard como ministro de la economía. Este último se asesoró de numerosos ordo-liberales entre los cuales uno de ellos, Alfred Müller-Armack, forjó la célebre expresión de “economía social de mercado”. La implementación estricta de los principios ordoliberales se efectuó entre 1948 y 1966. Pero de 1966 a 1982, con la presencia de políticos socialdemócratas como Willy Brand o Helmut Schmidt con orientaciones más keynesianas, se debilitan los principios ordo-liberales. Durante el periodo1982-1998, con la llegada al poder de Helmut Khol, se operan inflexiones liberales en materia económica pero el edificio social construido por sus predecesores persiste. Hay que esperar hasta 1998 con los gobiernos de Gerhard Schröder y de Angela Merkel para asistir a un regreso más claro de las ideas ordo-liberales que inspiran las reformas del Estado social alemán. El ordoliberalismo no solo tiene éxito en Alemania durante la postguerra, sino que se vuelve progresivamente, y desde el principio, uno de los pilares doctrinales de la construcción europea, aunque en disputa con las concepciones liberales más radicales de inspiración austro-americana que pretendieron generalizar los principios de la competencia libre y no falseada a todos los niveles de la construcción europea. Frédéric Farah “L’ordo-libéralisme, Ecoflash 281, Octubre, 2013.
A inicios del siglo xx, Europa era más desigual en su distribución del ingreso que Estados Unidos: más de 45% del ingreso total era percibido por el 10% más rico, contra 40% en Estados Unidos. Después durante las guerras mundiales, las desigualdades de ingresos en el Viejo Continente se desplomaron: el patrimonio de los rentistas fue destruido y con ello sus rentas. Las desigualdades aumentaron en los años ochenta, sobre todo en Estados Unidos, bajo la presidencia de Ronald Reagan. Este último redujo mucho la progresividad del impuesto sobre el ingreso, rebajando el grupo impositivo superior de 70% en 1980 a 28% en 1986. Esto alentó la explosión de los “salarios” de una nueva clase de grandes dirigentes con remuneraciones, a menudo, sin relación con su desempeño. Este fenómeno se produjo también en Europa aunque en una menor escala. Otros dos elementos explican la diferencia entre Europa y Estados Unidos: el sistema educativo más desigual y el salario mínimo más débil en Estados Unidos. Por lo que toca al patrimonio, en 1910 en Europa 10% de la población poseía 90% del patrimonio (o del capital). Los choques de la primera mitad del siglo xx (1914–1945), a saber, la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique de 1917, la crisis de 1929, la Segunda Guerra Mundial y las nuevas políticas de regulación, de imposición y de control público del capital surgido de estos trastornos condujeron a niveles históricamente bajos para los capitales privados en los años 1950–1960. El movimiento de reconstitución de patrimonios se implementó muy rápido y se aceleró con la revolución conservadora anglosajona de 1979–1980, el desplome del bloque soviético de 1989-1990, la globalización financiera y la desregulación de los años 1990-2000, sucesos que marcan un viraje político en sentido inverso del viraje precedente y que permitieron a los capitales privados de recuperar a inicios de 2010, a pesar de la crisis de 2007–2008, una prosperidad patrimonial desconocida desde 1913. Thomas Piketty, Le capital au xxi siècle, Paris, Editions du Seuil, 2013.
Frédéric Lordon, “L’effarante passivité de la re-régulation financière” en Les économistes atterrés, Changer d’économie!, Paris, Les liens qui libèrent, 2011, pp. 263–264.
André Orléan, De l’euphorie à la panique : penser la crise financière, Paris, Editions Rue d’Ulm, 2009.
En un mercado estándar, el aumento del precio produce automáticamente contra fuerzas que obstaculizan la deriva de los precios. Es la famosa ley de la oferta y de la demanda: cuando el precio aumenta, la demanda baja y la oferta aumenta, lo que presiona a la baja de los precios. Estas fuerzas constituyen la esencia de la autorregulación competitiva. En el mercado de los activos las cosas se pasan de otra manera. El aumento del precio puede producir un aumento de la demanda. Esto acontece porque el aumento del precio de un activo engendra un aumento de su rendimiento bajo la forma de “plusvalía”, lo que lo vuelve más atractivo para los inversionistas. Una vez desencadenado, este proceso produce fuertes desordenes ya que el alza nutre el alza, lo que genera un aumento vertiginoso de los precios denominado burbuja. Ahora bien, aumentar la transparencia no basta para detener este proceso. Las burbujas aparecen con productos perfectamente transparentes como lo demostró la burbuja Internet.
Lejos de producir fuerzas que regresen al equilibrio como en los mercados de bienes ordinarios, la competencia financiera empuja los precios al exceso. Esto es una consecuencia de la “autoreferencia” de los mercados financieros que hace que los inversionistas actúen no en función de los “verdaderos valores” sino en función de la evolución futura de la opinión del mercado. Claro está que al final se termina por observar un regreso a los fundamentales pero después de que el mercado produjo variaciones de una amplitud desmesurada.
En la fase de euforia cuando el precio de los bienes inmuebles continúa aumentando, una gran riqueza se produce que favorece fuertemente la situación de compradores y prestamistas. El efecto es propiamente mecánico. Para los compradores es evidente: son más ricos ya que el valor de su capital ha crecido. Para los prestamistas, dos efectos se conjugan. Son más ricos por los intereses percibidos pero también de una manera más compleja, pero no menos importante, por el hecho de que su stock de documentos crediticios ve su probabilidad anticipada de incumplimiento disminuir, lo que significa un crecimiento de su valorización. Estos efectos son tanto más poderosos que la riqueza creada ha sido importante. Esa es la fuente de la euforia que irriga a toda la economía. Si nuevos actores se suman en número suficiente a esta dinámica con la esperanza de que los precios continuarán aumentando, entonces la euforia se perpetúa. Nótese que la política monetaria laxista ejecutada por la Reserva federal hasta 2004 favoreció mucho esta evolución proveyendo al sistema financiero de liquidez barata y abundante necesaria para financiar la euforia. Pero, el crecimiento del crédito y la subestimación del riesgo no se limitaron solo al sector inmobiliario, sino que se difundieron a todos los sectores. Orléan, op. cit., p. 31.