El doctor Padilla nos escribió una semblanza personal a Mina Kleiche-Dray y a mí como parte de su presentación en el Seminario “Memoria e Historia: La comunidad de químicos cuenta su historia”, con la que nos distinguió el día 12 de mayo de 2008 y que salió finalmente publicada en 2009 en el Boletín de la Sociedad Química de México, vol. 3, núm. ,1, pp. 38-49, con el título “Facultad de Química de la UNAM. 1967, un paso a la modernidad”, que puede bajarse de la URL http://www.bsqm.org.mx/PDFS/V3/N1/08-Javier%20Padilla%20Olivares.pdf.Transcribo a continuación algunos de los pasajes de su primera entrega, que es mucho más detallada que el artículo final, y que nos habla desde su nacimiento hasta su paso a la Facultad de Química y sus primeros tiempos en ella en el año 1966.
No cabe duda de que Javier Padilla fue un ser humano extraordinario y un académico de primera línea que siempre tuvo a su Universidad (la UNAM) como primera opción, ante todo. Por eso merece todo nuestro reconocimiento y cariño, para siempre.
Descanse en paz. Armando Xavier Padilla Olivares
Don Jesús Padilla Alba nació en Aguascalientes. Siendo muy joven, se trasladó a la capital a vivir con sus hermanos. Allí, su cuñado, de apellido Bolado, le propuso vender una novedosa máquina de coser calzado, de fabricación americana; aceptó la oferta, visitó los principales centros manufactureros del calzado en el país y logró ventas en León, Guanajuato y Guadalajara.
A principios del siglo pasado, en León, el zapato se cosía a mano. Era una artesanía familiar y no había grandes fábricas. Mi padre, convencido de la bondad del producto, se transformó de vendedor en usuario de las máquinas de coser; se instaló en esa ciudad, donde inició un pequeño taller de fabricación de calzado.
En Guanajuato conoció a mi madre, doña María Elena Olivares Carrillo, hija de un distinguido abogado y al poco tiempo contrajeron nupcias. Fui el primero de siete hijos. Cuando tenía cinco años, mi padre ya había dejado la fabricación de calzado e iniciado un nuevo negocio: el de la curtiduría.
La tenería estaba situada al lado de nuestra casa. Por tal motivo, la mitad de mi vida de adolescente la pasé en medio de “cueros”, como se decía en el medio, observando cotidianamente los procesos físicos, químicos y mecánicos usados para transformar el cuero en piel: el remojo para eliminar la sal de los cueros “verde salados”, el depilado químico con su olor característico a sulfuro; la preparación de las sales de cromo para el curtido “en azul”, el teñido, el engrasado y el terminado.
Especialmente me fascinaba observar el cocimiento del aceite de linaza, a fuego directo en grandes peroles hemisféricos, que se agitaba a mano de manera continua, en presencia de “negro de humo”, sales metálicas y demás “ingredientes secretos”, que transformaban en una operación alquímica, el aceite en un barniz viscoso, adherente, negro y brillante, que aplicado a la piel se conoce con el nombre de “charol”.
En ese ambiente industrial crecí. Cursé la educación primaria en una pequeña escuela cercana a mi casa, que estaba a cargo de una maestra normalista; la secundaria, la estudié con los jesuitas en el “Instituto Lux” y la preparatoria en la “Escuela del Estado”, todo en la ciudad de León.
Llegado el tiempo de escoger una carrera profesional, decidí que la de química era la adecuada para comprender lo que observaba y ayudar a mi padre en la tenería. A principios de 1948, dejé mi ciudad natal para estudiar en la Escuela Nacional de Ciencias Químicas, localizada en el pueblo de Tacuba, en el Distrito Federal.
Cuando terminé los estudios profesionales, decidí que la tesis sería sobre curtiduría. Con esta idea ingresé al departamento técnico de una importante industria química transnacional, que fabricaba productos químicos para la industria curtidora. Posteriormente, trabajé por corto tiempo, en una de las grandes tenerías localizada en el Distrito Federal. En ninguno de estos lugares encontré quien pudiera, o quisiera, dirigirme la tesis en esta rama.
Ante estas dificultades decidí concluir esa etapa de mi vida estudiantil, dejé el trabajo y abandoné la idea de hacer mi tesis sobre curtiduría. Acudí al Instituto de Química, solicité que me aceptaran como tesista. Tuve suerte, ingresé y me asignaron al doctor José F. Herrán como tutor y director de tesis. Éste fue el inició de una larga amistad entre nosotros, que sólo la muerte terminó.
Cuando inicié la tesis, el Instituto de Química mantenía una relación muy estrecha con la empresa Syntex, en el estudio y síntesis de compuestos esteroidales, tema de gran importancia en ese momento, por esta razón mi tesis versó sobre esteroides, la desarrollé durante un año.
Después, oficialmente, cuando presenté mi examen profesional en 1954, obtuve en el Instituto mi primer nombramiento de “ayudante de investigador” y casi simultáneamente recibí el de “ayudante de profesor” en la Escuela Nacional de Ciencias Químicas. Gracias a estos nombramientos ya no fue necesario que mi padre me enviara dinero, empecé mi vida profesional como químico, bajo las órdenes del doctor Herrán.
Algunos de los reconocimientos del Dr. Armando Javier de Jesús Padilla Olivares
- •
Doctor en química por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
- •
Profesor Emérito de la UNAM.
- •
Profesor de Carrera Titular C en la Facultad de Química.
- •
Ex director de la Facultad.
- •
Ex miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM.
- •
Ex miembro de la Comisión Especial del Consejo Universitario para el Congreso Universitario (CECU).
- •
Ex-presidente de la Sociedad Química de México y del Colegio Nacional de Ingenieros Químicos y Químicos.
- •
Fungió como asesor en diversas industrias químicas y petroquímicas.
- •
Premio Nacional de Química “Andrés Manuel del Río” (1981), otorgado por la Sociedad Química de México.
- •
Premio PUAL a la Investigación Institucional en Alimentos Categoría de Investigación (1984).
- •
Premio “Ernesto Ríos del Castillo” (1998) otorgado por el Colegio Nacional de Ingenieros Químicos y Químicos.
- •
Recientemente formaba parte del Claustro Universitario, encargado de realizar el proyecto del nuevo Estatuto del Personal Académico de la UNAM.
Noticia que le comuniqué a mi padre, junto con mi decisión de iniciar los estudios de doctorado en el mismo Instituto de Química, decisión que cambió el rumbo de mi vida, ya no regresé a León ni a la curtiduría.
En ese año de 1954 el Instituto abandona las viejas instalaciones de Tacuba para ocupar las nuevas en Ciudad Universitaria, junto con todos los que en ese momento éramos alumnos del doctorado. El Instituto ocupó los pisos 11, 12 y 13 de la llamada Torre de Ciencias (hoy Torre II de Humanidades). Yo me encontraba instalado en el piso 12, en un laboratorio cómodo y bien dotado, mi mesa estaba contigua a la del doctor Herrán quien siguió siendo mi tutor y director de tesis doctoral. Este hecho me brindó la oportunidad de disfrutar de su charla amena, su aguda ironía y apreciar su cultura. A lo largo de los años aprendí a conocerlo y predecir acertadamente, en la mayor de las veces sus reacciones.
Cierto día, a media mañana, observé que el doctor Herrán se quitaba la bata.
- –
¿A dónde va?, le pregunté.
- –
A ver qué quiere Díaz Lombardo… —fue la respuesta.
A su regreso, con curiosidad le dije:
- –
¿Qué quería el maestro Díaz Lombardo?…
- –
Que le ayudara a formular un programa de posgrado para transformar en Facultad la Escuela.
- –
¿Y qué le contestó?…
- –
Que lo pensaría…
En ese momento tuve la certidumbre de que el doctor Herrán aceptaría el reto y abandonaría el Instituto.
Tiempo después nace la Facultad de Química, cuando ya había terminado el segundo periodo de la dirección del maestro Francisco Díaz Lombardo. Esto se debió a que los trámites universitarios con frecuencia toman tiempo y a que envió la iniciativa a mediados de 1964, a escaso un año de terminar su periodo en la Dirección.
Debido a este hecho, siempre he tenido la sensación de que la iniciativa del maestro Díaz Lombardo no fue conocida en la escuela. La H. Junta de Gobierno designó los primeros días del mes de marzo de 1965 como director al químico Manuel Madrazo Garamendi, en sustitución del maestro Díaz Lombardo. Sólo unos meses después, el 2 de junio, por acuerdo de H. Consejo Universitario, la Escuela Nacional de Ciencias Químicas se convirtió en Facultad de Química. En ese momento nadie esperaba este acontecimiento, ya que no se tenía nada previsto ni preparado.
El maestro Madrazo acudió al doctor Herrán pidiéndole que dejara el Instituto para hacerse cargo de la naciente División de Estudios de Posgrado. Él aceptó. Ningún posgrado ha tenido un inicio más pobre que el de Química. Aquí podríamos mencionar la famosa frase del doctor Herrán: “No había alumnos, no había equipo, no había nada”.
El doctor Herrán trabajó infatigablemente iniciando la División de Química con la maestría y doctorado en Química, seguidos de los de la de Bioquímica, ya que había personal con doctores formados en los institutos de Química, Nutrición y Cardiología. Para esta rama se apoyó de los doctores Jesús Guzmán y José Laguna. Para diversificar las áreas del conocimiento en la División, envió a un gran número de profesores y alumnos al extranjero a especializarse o graduarse, para que a su regreso iniciaran la enseñanza y la educación en los departamentos de Ingeniería Química, Fisicoquímica, Farmacia y Química Inorgánica, Analítica, etcétera.
Al paso de los años, realicé una estancia posdoctoral en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y fui ascendiendo en categorías y niveles hasta ocupar los más altos nombramientos en el Instituto de Química.
A mediados de 1966, el maestro Manuel Madrazo Garamendi, director de la Facultad de Química, en una entrevista, me preguntó si estaría dispuesto a dejar el Instituto e incorporarme de tiempo completo en la Facultad, para colaborar con él en los cambios que vendrían como consecuencia de la “Reforma Académica y Administrativa” del rector Javier Barros Sierra y en los que se pensaba para impulsar a la incipiente División de Estudios de Posgrado.
Su propuesta me tomó por sorpresa y no supe qué contestar. Le dije que me permitiera pensarlo. La decisión era difícil porque significaba cambiar mi vida dedicada a la investigación por la docencia, cuyo futuro no veía con claridad.
Consulté al director del Instituto, el doctor Alberto Sandoval, quien con su habitual manera me dijo: “Haga lo que quiera, yo lo apoyo, pero se tiene que informar al Rector”. Posterior al acuerdo de los dos directores, me entrevisté con el Rector, quien al ver mi inseguridad me propuso que el cambio no fuera definitivo, que al cabo de un año podría decidir por regresar al Instituto o continuar en la Facultad, y en este último caso, conservaría la categoría, nivel y antigüedad de las que gozaba en el Instituto.
Acepté la oferta. Dejé mi laboratorio de la Torre de Ciencias, desde donde miraba transcurrir la vida de un México apacible (cuando menos así me lo parecía), para incorporarme de lleno a una facultad bulliciosa que contaba con 2700 alumnos, tres profesores de tiempo completo, cuatro de medio tiempo, 117 profesores de asignatura y 161 ayudantes de laboratorio.
La Facultad ofrecía cuatro carreras a nivel profesional: Ingeniero Químico, Químico, Químico Farmacéutico Biólogo y Químico Metalúrgico. Las tres primeras se cursaban en cinco años y la última en tres.
Debido al escaso número de profesores de carrera y al elevado de profesores de asignatura, las clases teóricas, impartidas por estos últimos, se programaban de las siete a las nueve de la mañana y las vespertinas de las seis de la tarde a las diez de la noche. Los laboratorios de las asignaturas teórico prácticas se realizaban en las horas libres que dejaban las clases teóricas y eran vigiladas por los ayudantes de laboratorio (profesores de laboratorio) y supervisadas, en algunas ocasiones, por los profesores de cátedra.
La Dirección de la Facultad, la ocupaba el químico Manuel Madrazo Garamendi, la Secretaría General a cargo del ingeniero químico Guillermo Cortina Anciola y la Secretaría Auxiliar la dirigía el ingeniero Rodolfo Corona de la Vega. Existían, adicionalmente, tres departamentos académicos, coordinadores de asignatura y de área, coordinadores de cada carrera y un Departamento de Pasantes y Exámenes Profesionales. La jefatura de la División de Estudios de Posgrado la ocupaba el doctor José Herrán Arellano.
Al inicio, mi presencia en la Facultad trabajando directamente bajo las órdenes del Director fue objeto de suspicacias para la mayoría de los profesores, sin faltar quienes manifestaran su temor de que se trataba de una maniobra del Instituto de Química para apoderarse de la escuela, que se había elevado al rango de Facultad, y por lo tanto, los estudios de posgrado que se impartían en el Instituto pasaban a ella.
La reforma académico administrativa del rector Barros Sierra implicó un cambio profundo en la estructura de las carreras universitarias. Antes de ella, los planes de estudio se contabilizaban en periodos anuales y por materia, y a partir de 1967 sería por semestres y créditos y las evaluaciones pasaron de números a letras. Además, todas las carreras se circunscribieron a un número máximo de créditos, con un tronco común en los primeros semestres.
La reforma marcó nueve semestres como periodo ideal para cursar las carreras profesionales, pudiéndose ampliar hasta trece semestres sin dejar de ser alumno regular. Asimismo, se adoptó un sistema de créditos en el que se definió éste como una hora / semana mes de enseñanza experimental y dos créditos en el mismo lapso para la enseñanza teórica. El tope de créditos para todas las carreras de nivel profesional se estableció en 450.
En particular, la reforma implicó en la Facultad de Química una revisión exhaustiva de las asignaturas de los diversos planes de estudio para encontrar los conocimientos comunes a todos ellos y formar un tronco del que se desprendieran las diferentes carreras, agregando las asignaturas específicas de cada una de ellas. Tarea en la que participó el personal académico de la Facultad, dirigido por los coordinadores asignados para cada carrera.
Una vez definidos los contenidos de las áreas de Física, Fisicoquímica, Matemáticas y Química, comunes a todas las carreras se agruparon en los primeros cuatro semestres, formando el “Tronco común”.
De igual manera se determinó el contenido de las asignaturas restantes, agrupándose en sus respectivas carreras. Tomando en cuenta el tiempo dedicado a la enseñanza teórica y experimental, a cada asignatura se le asignó su valor en créditos.
Homenaje a la sensibilidad humana
En memoria del Dr. Javier Padilla Olivares (qepd) Maestro de maestros y Director de directores
Coincidíamos con frecuencia en la entrada del edificio “B”, en donde se alojaba su cubículo, cuando me dirigía a impartir mis clases. Al preguntarle cómo estaba, saludándole con todo mi afecto, me respondía invariablemente que muy bien y contento de permanecer activo en la Facultad.
Comentábamos y compartíamos que nuestra vida era la enseñanza y permanencia en la actividad docente, y pese a los más de 50 años que el Dr. Padilla llevaba como ilustre Maestro, ex Director de la Facultad y distinguido emérito, no tenía sentido pensar siquiera en retirarse de su razón de vida.
No quisiera en estos momentos referirme a sus múltiples éxitos académicos y profesionales, por todos reconocidos en su trayectoria. Desearía referirme a un valor, entre los muchos que ostentaba en su actitud que siempre lo distinguía. Me refiero a su enorme, cálida y sincera sensibilidad humana que en todo momento nos manifestaba en su trato. Durante su gestión, pese a sus múltiples compromisos de su jerarquía como director de la Facultad de Química, siempre disponía de un espacio y momento para atender a los maestros que acudían con él, para pedirle algún consejo o simplemente para saludarlo.
Ostentaba la grandeza de los hombres con gran valor: la humildad y sencillez en su trato.
En lo personal siempre recibí sus palabras de estímulo y apoyo para seguir formando parte como miembro del cuerpo docente de nuestra querida Facultad, a la cual le he dedicado 45 años de mi vida. Sus palabras reforzaban mi vocación y compromiso como maestro.
Hace unos cuantos días, nuestro querido maestro, guía y faro que nos iluminaba a muchos, fue llamado por Dios Nuestro Señor, a la eternidad.
Desearía que su nombre, pero sobre todo su ejemplo y enseñanzas, quedasen siempre grabadas y trasciendan en nuestras generaciones de alumnos y maestros de nuestra Facultad.
Desearía seguir viendo su nombre en el cubículo que ocupaba, para soñar que ahí continúa y quizá también en algún salón que llevase su nombre, como homenaje. Incluso, en algunas universidades del mundo, se acostumbra otorgar el nombre de insignes maestros a alguna banca en el campus.
De mi parte, lo tendré siempre presente en mi actividad docente, siguiendo su ejemplo y paradigma de una ética intachable.
Con profundo respeto,
Alejandro Anaya Durand
Agosto de 2011
La única carrera, que al sumar los créditos de todas sus asignaturas alcanzó la cifra de 450, fue la de Ingeniería Química; Farmacia se quedó en 433: Ingeniero Químico Metalúrgico 439; Química 387, y la de Químico Metalúrgico 106.
La Facultad de Química como caso único en la Universidad, no mantuvo vigentes los dos planes de estudio: el anterior y el nuevo. Para lograrlo se establecieron las equivalencias entre ellos, en todas las carreras, labor que realizaron los departamentos académicos.
El ajuste final del proceso lo efectuamos el doctor José Luis Mateos Gómez y el que escribe estas líneas, entrevistándonos con todos los alumnos de la Facultad, con problemas de equivalencia entre los planes.
Después de cinco años de desempeñar la jefatura de la División, el doctor Herrán la deja en manos del doctor Javier Garfias y Ayala, para asumir la dirección de la Facultad.