En relación a la polémica suscitada sobre la correcta terminología que debemos usar en español para referirnos a ciertos virus, especialmente cuando estos se denominan con un topónimo como es el caso del virus del Nilo Occidental y que ya fue debatida aquí1,2, recientemente se ha publicado un artículo de opinión en este número3 comentando la problemática que supone la correcta nomenclatura de los virus y su clasificación.
El primer aspecto abordado en el artículo referido3 es la denominación en español, virus de la gripe o de la influenza, que se da a virus como el causante de la pandemia de gripe decretada el año pasado por la Organización Mundial de la Salud (OMS)4. Según la Real Academia Española de la Lengua ambos términos son correctos y, por tanto, no hay razón alguna para favorecer el uso de uno u otro, más allá de las peculiaridades propias del idioma en cada región o país.
A continuación se expone3 la polémica suscitada con la denominación en lenguaje coloquial del virus causante de la pandemia. Ya desde los albores de la virología los virus se denominaban frecuentemente con un topónimo, alguna circunstancia relativa a la especie afectada o a los signos externos que originaba (por ejemplo, virus de la enfermedad de Newcastle, de la peste equina, o de la tristeza del naranjo). Esta práctica ha ocasionado más de un inconveniente como, por ejemplo, el que surgió con el virus Sin Nombre, cuya denominación original fue rechazada por los habitantes de la zona afectada debido a las connotaciones negativas que podía acarrear sobre la imagen y economía de la región1. Un caso similar es el que se ha planteado con el virus causante de la reciente pandemia de gripe, cuyos nombres vernáculos fueron inicialmente difundidos por los medios de comunicación con poca base científica y sin tener en cuenta que ciertos colectivos (étnicos, nacionales, sectoriales, etc.) podían sentirse perjudicados. Así, dado que el virus parecía tener su origen en una recombinación genómica producida en cerdos, inicialmente se le denominó virus «de la gripe porcina». El término no era excesivamente acertado, puesto que no se habían detectado casos en cerdos y el virus tenía material genético de origen porcino, aviar y humano, y fue tajantemente rechazado por el sector de la producción porcina ante las repercusiones económicas que podría acarrearle. Las sucesivas denominaciones empleadas por los medios de comunicación, virus «de la gripe mexicana» o «de la gripe norteamericana», fueron también taxativamente rechazadas por los gobiernos respectivos. A pesar de ello, la controversia continuó durante varias semanas hasta que, finalmente, pasó a denominarse coloquialmente como virus «de la nueva gripe» o virus «de la gripe A».
El adjetivo «nuevo» aplicado a los virus en general, y a los de la gripe en particular, no es muy acertado. Si bien el virus era «nuevo», dado que la específica combinación de sus genes no se había detectado anteriormente, no pasará mucho tiempo hasta que aparezca un nuevo virus de la gripe. Por otro lado, la denominación de virus «de la gripe A», aún siendo poco informativa, tiene la ventaja de ser corta y sencilla para que el ciudadano la asocie al virus causante de la reciente pandemia, que, a fin de cuentas, fue causada por un virus de la gripe de tipo A.
El 1 de mayo de 2009 la OMS estableció que la denominación del patógeno era «virus de la gripe A H1N1»4, sin embargo la ciudadanía no la ha incorporado a su lenguaje habitual, probablemente por la tendencia de la sociedad a acortar y simplificar los nombres. Es más, esta denominación tampoco es demasiado específica ni informativa. Una simple búsqueda de secuencias genómicas con la entrada «virus de la gripe A H1N1» en servidores de acceso público produce más de 28.000 resultados. Es más, como se indica en el articulo referido3, el tristemente famoso virus de la gripe del 19, o de la gripe española (de nuevo un nombre no muy acertado), que causó más de 40 millones de muertos, fue también un virus de la gripe A H1N1. Además, esta denominación aporta escasas novedades con respecto a algunos de los denominados virus «estacionales» que han estado circulando en los últimos años (A H1N1, A H3N2 y A H1N2). De hecho, hay fundadas esperanzas de que el virus causante de la pandemia del año pasado pase a ser un virus «estacional» en los próximos añosa. Por otro lado, la denominación propuesta3, virus de la influenza Con fecha 11 de Agosto de este año la OMS4 ha declarado oficialmente el fin de la pandemia. A H1N1/pandemia 2009, se basa en criterios establecidos que siguen pautas específicas (especie; organismo del que se aisló, excepto cuando es humano, que se obvia; lugar de recogida de la muestra; número interno de control; año, y subtipo). Así pues la denominación propuesta incluye los suficientes datos como para identificarlo claramente y elude el posible origen animal del mismo y la localización geográfica del primer aislamiento, evitando así herir sensibilidades de ciertos colectivos.
Toda esta exposición nos conduce a una cuestión más general de la virología: la necesidad de acordar un sistema taxonómico homogéneo para los virus, la cual lleva debatiéndose muchos años. Inicialmente, y tras la descripción del primer virus, el del mosaico del tabaco, su clasificación se realizaba en función a lo que hacían: encefalitis, gastroenteritis, bacteriófagos, etc. El posterior desarrollo de la virología y de otras disciplinas (microscopía, biología molecular, bioinformática, etc.) ha permitido agrupar los virus según algunas de sus características físico-químicas: material genético (ARN o ADN), forma, estructura, etc. Aún así, y a pesar de los esfuerzos del comité internacional de taxonomía de virus, (ICTV)5, para consensuar una nomenclatura y taxonomía víricas, aun se está lejos de lograrlo, tal y como se ha expuesto en diversos foros internacionales9,10 y modestamente se aborda aquí. Así, la nomenclatura propuesta por la ICTV5: nombre del virus seguido, entre paréntesis, por la familia, el género y la especie a la que pertenece, por ejemplo, virus del Nilo Occidental (familia Flaviviridae, género Flavivirus, especie virus del Nilo Occidental) ha sido criticada7 por no seguir las pautas aplicadas a otros organismos desde que Lineo propuso su sistema combinado. El aspecto más controvertido de esta polémica5–10 se centra en la inclusión del concepto de especie, puesto que los criterios utilizados para adscribir un patógeno a una especie son menos rigurosos y más convencionales que los que se usan para adscribirlos a una familia. El quid de la cuestión radica en cómo de diferentes tienen que ser dos virus para considerarlos pertenecientes a especies distintas y no miembros de una misma especie. En este sentido, además, los virólogos, como el resto de colectivos, también tenemos nuestra componente hedonista y con frecuencia nos cuesta reprimirnos a la hora de describir «nuevos» genotipos, serotipos y, no digamos ya, especies. En cualquier caso, este debate es común a otras disciplinas de la biología, habiéndose utilizado hasta la fecha más de 20 conceptos diferentes para definir la especie8. En 1991 la ICTV5 definió la especie vírica como: «una clase policategórica de virus que constituyen un linaje replicativo y ocupa un nicho ecológico particular», definición que parece lo suficientemente flexible como para acomodar a los virus en ella y lo suficientemente ambigua como para dejar la puerta abierta para que continúe la polémica.
Llegados a este punto, la conveniencia de llegar a un consenso en la nomenclatura y taxonomía de los virus parece clara y en ello debemos esforzarnos los virólogos. Aún así, aquí no acaban nuestros cuitas, aún nos queda por resolver una cuestión más polémica si cabe, nuestro particular «nudo gordiano»: ¿son los virus seres vivos o no?, pero creo que este aspecto mejor lo tratamos en otro momento y dejamos que el debate continúe abierto.
Con fecha 11 de Agosto de este año la OMS4 ha declarado oficialmente el fin de la pandemia.