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Vol. 52.
Páginas 69-87 (julio - diciembre 2016)
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Vol. 52.
Páginas 69-87 (julio - diciembre 2016)
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Movimiento campesino y oportunidades de cambio político y social. La experiencia del Valle del Yaqui (1920-1950)
Peasant movement and opportunities for political and social change. The experience of the Yaqui Valley (1920-1950)
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Nicolás Cárdenas García
Departamento de Política y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, Ciudad de México, México
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Tabla 1. Habitantes del Valle del Yaqui y otras poblaciones de Sonora (1921-1950)
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Resumen

En este artículo se argumenta que el «fracaso» de la colectivización ejidal en el Valle del Yaqui no se debió fundamentalmente al giro conservador gubernamental posterior a 1940, sino a que ese giro se combinó con acciones y procesos desencadenados por los actores locales. Los agraristas del valle, a la vez que se comprometieron con el discurso colectivista, aprovecharon la oportunidad de convertirse en una fuerza política; sin embargo, en el juego político dependieron de aliados y enemigos que se movían en lógicas que escapaban de su control. Además, menospreciaron la fuerza simbólica que la idea de la propiedad privada tenía en Sonora, de modo que desde el principio su proyecto tuvo una fuerte oposición campesina en el mismo Valle del Yaqui.

Palabras clave:
Valle del Yaqui
Historia de Sonora
Reforma agraria
Ejidos colectivos
Movimientos sociales
Abstract

This article argues that the ‘failure’ of ejidal collectivization in the Yaqui Valley was not fundamentally due to the conservative shift in the government after 1940, but also to the combination of actions and processes triggered by local actors. The agraristas of the valley, at the same time that they compromised with the collectivist discourse, also took advantage of the opportunity in order to become a political force; however, throughout this political game they relied on allies and enemies that operated according to a logic which escaped from their control. Furthermore, they underestimated the symbolic strength of private property in the state of Sonora, meaning that from its origins the project had fierce opposition from the peasantry in the very Yaqui Valley.

Keywords:
Yaqui valley
History of Sonora
Agrarian reform
Collective ejidos
Social movements
Texto completo
Introducción

El 31 de octubre de 1937 el presidente Lázaro Cárdenas llegó a Cajeme, Sonora, para entregar los papeles que acreditaban a 2,159 ejidatarios como propietarios de 17,417 hectáreas de riego y 36,099 de temporal en el Valle del Yaqui. Tal acción era parte de la ofensiva reformista emprendida para transformar la estructura de la propiedad agraria en México y, en particular, era la continuación de un proyecto de colectivización agrícola que había comenzado el año anterior en La Laguna. Mediante este, se entregaban importantes zonas de agricultura comercial a los miembros de una nueva institución campesina: el ejido colectivo. A diferencia del reparto agrario anterior, los campesinos se beneficiaban de tierras fértiles e irrigadas en las que se producía trigo, arroz o algodón destinados no solo al mercado nacional sino incluso al extranjero. Los campesinos beneficiados, según el relato dominante y convencional de los hechos, eran ante todo peones que trabajaban en haciendas o empresas de esas regiones, que se habían organizado en sindicatos «y habían desarrollado una fuerte conciencia política y de responsabilidad social». De hecho, su presión habría sido «la principal responsable de que se realizara la dotación de tierras en sus respectivas zonas»1.

Desde entonces la experiencia de los ejidos colectivos ha sido discutida intensamente, ante todo en términos de su desempeño y significado económico-social. Defensores y enemigos, sin embargo, no han llegado a un consenso al respecto. Para los primeros habría representado la culminación de la revolución mexicana y para los segundos un paso más en la sujeción de los campesinos a un nuevo patrón: el Estado. Además, aunque parece claro que al principio tuvieron un comportamiento exitoso, con el tiempo se volvieron ineficientes, costosos e impopulares. En los años cincuenta su número se había reducido enormemente, ya que muchos miembros habían decidido regresar a un régimen de usufructo individual de sus ejidos2.

Lo que me interesa destacar es la explicación que se ha dado a ese fracaso de la experiencia de colectivización en el campo mexicano. En su estudio clásico, Salomon Eckstein sugería que el factor principal había sido el cambio de actitud del poder público hacia tal experimento a partir de 1940, cuando Cárdenas terminó su periodo presidencial y Manuel Ávila Camacho reorientó la reforma agraria hacia el apoyo a la pequeña propiedad como eje de la economía agrícola, así como al usufructo individual de las parcelas ejidales. Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines simplemente habrían continuado por ese rumbo, agregando una fuerte inversión en infraestructura, particularmente en riego. «En las siguientes dos décadas, estas sociedades fueron prácticamente abandonadas por las autoridades, si no es que abiertamente reprobadas; resultaron incapaces de prosperar por sí mismas, mucho menos de resistir los antagonismos políticos vigentes.»3

Ciertamente, Eckstein señaló algunos fenómenos negativos dentro de la nueva institución, como la discordia interna y la corrupción, pero su impresión era que «el elemento externo se anticipó en el tiempo y predominó en intensidad. Todos estos desarrollos negativos fueron estimulados y reforzados por un cambio gradual en la política oficial»4. En el caso del Valle del Yaqui, hacía el siguiente balance:

Los ejidos colectivos fueron un gran éxito, tanto desde el punto de vista económico como social, mientras el clima político continuó siéndoles favorable. Cuando la marea política se volvió contra ellos, se hizo la parcelación de los ejidos por la fuerza, y funcionarios que se oponían vigorosamente al movimiento fueron designados para ocupar puestos clave en todos los niveles administrativos y políticos. El descontento, la desconfianza mutua y el antagonismo social reinaron entre los ejidatarios y de este modo se puso en movimiento el proceso de división progresiva5.

Esta explicación se ha mantenido como dominante prácticamente hasta nuestros días, a pesar de que Freebairn y Bantjes han señalado tres debilidades de la misma: primera, que el profundo conflicto interno entre individualistas y colectivistas se dio, en Sonora y otras partes, «inmediatamente después de la distribución» y no durante la contrarreforma posterior; segunda, que la «región no estaba aislada de la palestra política nacional», y tercera, que a la contrarreforma le llevó algún tiempo desarrollarse. No fue sino hasta 1948 que un acuerdo presidencial permitió la coexistencia de ejidos individuales y colectivos, de modo que los segundos pudieron entonces pedir legalmente la división de los ejidos colectivos6.

El objetivo de este artículo es revisar nuevamente esta experiencia en el caso del Valle del Yaqui en dos sentidos. El primero es hacer una reconstrucción más detallada de los acontecimientos, para lo cual ha sido imprescindible ampliar el rango de las fuentes utilizadas, recurriendo sobre todo a los archivos y a testimonios de diversos participantes. El segundo es proponer una interpretación distinta del mismo a partir de las críticas de Freebairn y Bantjes, pero con los siguientes añadidos. Primero, que el movimiento por la tierra en la región aprovechó la oportunidad abierta por la expropiación para obtener sus objetivos, pero para ello tuvo que aceptar un proyecto colectivista que no era el suyo. Segundo, que este movimiento no podía ser ajeno a la política dadas las circunstancias conflictivas en que ocurrió. La política, en otras palabras, no puede considerarse un factor externo en este proceso, y los primeros en advertirlo fueron los líderes agraristas, quienes convirtieron a su movimiento en una opción política en el Valle. Tercero, que la división entre colectivistas e individualistas estaba fundada en un marco de significados estructurado alrededor de la posesión privada de la tierra. De hecho, la propiedad individual de la tierra era parte de la identidad sonorense, de modo que la colectivización fue una solución «impuesta», como reconoce el propio Eckstein, y requirió un trabajo emocional e ideológico muy intenso de parte de los líderes colectivistas para mantener cohesionada a su base social7. Un trabajo que difícilmente podía convencer a todos los nuevos ejidatarios, muchos de los cuales nunca dejaron de ser individualistas.

Mi argumento deriva de un enfoque sobre los movimientos sociales desarrollado inicialmente por Tilly, Tarrow y McAdam. Básicamente proponen que las oportunidades políticas creadas por cambios en los sistemas políticos ejercen gran influencia en los movimientos sociales, pero que en su fase de desarrollo las oportunidades y los límites dependen de la participación de tales movimientos. «A partir de un determinado momento, la estructura de oportunidades políticas no sería sino el producto de la interacción del movimiento con otros elementos del medio. Habría dejado de ser un mero reflejo de cambios que tienen lugar en alguna parte.» Esa interacción entre los ejidatarios, el gobierno local, los empresarios, las organizaciones nacionales y el gobierno federal es la materia de este análisis8.

La tierra, los hombres y su estilo de vida en el Valle del Yaqui

Dentro de esta perspectiva teórica, se ha insistido en que los movimientos dotan de «significados compartidos» a la acción política colectiva. Esos significados, sin embargo, no se imponen sobre conciencias vírgenes; más bien entran a una disputa simbólica, en la que el «esquema interpretativo que simplifica y condensa el “mundo de ahí fuera” pautando y codificando selectivamente objetos, situaciones, acontecimientos, experiencias y secuencias de acciones dentro del entorno presente y pasado de cada uno» es el objeto mismo de la lucha entre los diversos actores involucrados9.

En el caso del Valle del Yaqui, la creación de estos significados estuvo estrechamente asociada a las particularidades de su poblamiento desde fines del sigloxix. Antes había sido un territorio donde el Estado mexicano apenas tenía presencia, contenido por el insumiso pueblo yaqui. El proceso de colonización, efectuado por particulares como Carlos Conant, el ejército federal y empresarios extranjeros como los hermanos Richardson, ha sido contado ya. Los colonos venían de otras partes y sus proyectos estaban basados en el control de las aguas del río Yaqui para irrigar sus tierras. Su característica central, como resume Aguilar, «era que su perfil final reproducía un gran conjunto de pequeñas propiedades explotadas básicamente por agricultores modernos, no por latifundistas y grandes propietarios»10. Para cuando la Richardson fue nacionalizada en diciembre de 1926, había puesto bajo cultivo poco más de 37,000 hectáreas.

A pesar de las facilidades que brindó el paso del Ferrocarril del Sud Pacífico por el valle en 1907, la llegada de los esperados colonos fue lenta. Los primeros crearon un poblado, Esperanza, que apenas contaba con 280 habitantes en 1900. En el valle, por esas fechas, las poblaciones más grandes eran Tórim, con 3,056 y Cócorit, con 2,447 habitantes. En 1921, la estación Cajeme del ferrocarril, futura Ciudad Obregón, apenas tenía 237 pobladores. En 1930, en cambio, ya con su nombre actual de Ciudad Obregón, era la cabecera del municipio de Cajeme y contaba con 8,469 habitantes. Para 1940 se había vuelto el centro indiscutible del Valle, con sus 12,497 habitantes, quienes ya contaban con una moderna carretera que los unía tanto al norte como al sur. Sin embargo, el salto demográfico aún fue mayor en la siguiente década, pues en el municipio de Cajeme (que había integrado a Cócorit) ya vivían 63,025 personas, de las cuales 30,991 se concentraban en Ciudad Obregón11 (tabla 1).

Tabla 1.

Habitantes del Valle del Yaqui y otras poblaciones de Sonora (1921-1950)

  1921  1930  1940  1950 
Hermosillo (municipio)  19,419  25,535  30,065  54,503 
Hermosillo  14,745  19,959  18,601  43,519 
Guaymas (municipio)  14,162  18,779  20,550  41,795 
Guaymas  8,558  8,534  8,796  18,890 
Navojoa (municipio)  –  22,864  31,118  38,535 
Navojoa  5,473  9,154  11,009  17,345 
Bácum (municipio)  4,414  6,204  6,198  8,496 
Bácum  1,871  1,499  1,684  1,508 
Valle del Yaqui  2,543       
Cócorit (municipio)  6,936  7,481     
Cócorit  3,080  2,969     
La Esperanza  2,564       
Cajeme (municipio)    14,114  27,519  63,025 
Cajeme (Ciudad Obregón)  237  8,469  12,497  30,991 

Valle del Yaqui y La Esperanza ya eran parte de Cajeme en 1930. Para 1940, Cócorit también había sido integrado a Cajeme.

Fuentes: Estados Unidos Mexicanos (1925, 1934), Secretaría de la Economía Nacional (1943) y Secretaría de Economía (1953).

Los primeros colonos, nacionales o extranjeros, compartían no solo el ideal de una agricultura moderna y eficiente, sino el de un espíritu pionero, lo que incluía tanto poner en explotación tierras vírgenes como defenderlas de enemigos violentos, en este caso de los yaquis. Uno de ellos, Hugo Schwarzbeck, narró en sus memorias el accidentado periplo que lo llevó al valle. Después de un viaje de varias horas por tren desde Guaymas (por el mal estado de la vía), llegó por fin a Cajeme, a fines de 1917, donde

… no se imaginan de que había algo que se pudiera llamar pueblo, ni ranchería se puede llamar a unas cuantas casas que estaban cerca de la estación. Existía un almacén de madera, sus propietarios fueron la Compañía Constructora Richardson S.A., una casa de adobe, propiedad del señor Tobie, y una choza de Seaman, comerciante de todas las hierbas, fierro viejo, comisionista, cantinero, tintero, intérprete, etc. Él y el señor Tobie eran en aquellos tiempos los ciudadanos más conspicuos de Cajeme12.

Carlos Feuchter, otro alemán que deambulaba por California, se enteró por los periódicos de las promesas de tierra y bonanza para los colonos en el yaqui, y le escribió a Hermann Bruss, preguntándole sobre el asunto. Este le respondió que fuera pronto, «pues la emoción de un filme verdadero, con indios feroces y rancheros valientes, se encontraba en el primer episodio»13.

Bruss no exageraba. La vida en esos primeros años para los colonos no era fácil. Hubo que traer en carretones arados e implementos. Había que trabajar con el fusil al hombro y aprender nuevas destrezas, como montar a caballo pasablemente, o cocinar algunas cosas básicas. La preparación de la tierra incluía desmontarla de los firmemente enraizados mezquites, pitahayas, sahuaros y ocotillos. Y todo eso en medio de altas temperaturas. El desmonte tenía que hacerse a hacha y los canales secundarios muchas veces se construyeron a pura pala, aunque los más pudientes usaron desde el principio maquinaria tirada por mulas. Todavía en los años veinte y treinta, cada nueva propiedad ganada al monte, como la de Álvaro Obregón, implicaba la misma batalla, durmiendo sobre la tierra recién desmontada14. Todos esos colonos, fueran nacionales o extranjeros, no eran hacendados y mucho menos absentistas, sino «hombres que trabajaban como sus mismos peones para salir adelante»15.

El peligro mayor para estos colonos fue por mucho tiempo el de los yaquis broncos, que en la coyuntura revolucionaria aprovecharon para reanudar su prolongada lucha contra los invasores. Entre 1913 y 1919 sus amenazas y ataques contra pueblos, trenes y propiedades, sin importar la nacionalidad, fue permanente y muy real. En total, entre 1912 y 1918 habrían perdido la vida en la región más de cien agricultores. Pero los colonos siguieron ahí, a pesar de la inseguridad y los daños a sus propiedades16.

Lo notable es que, aun en esas condiciones, esta comunidad de pioneros pronto estableció una vida cotidiana caracterizada por la búsqueda del bienestar y la innovación tecnológica, no solo en los campos agrícolas, sino en la vida cotidiana. El uso de automóviles y equipamiento doméstico moderno estaba bastante extendido en la región, junto con casas en que no era extraño encontrar pisos de ladrillo, muros enjarrados y un exterior lleno de palmas, rosales, naranjos y álamos que «refrescaban los atardeceres flameantes de lila»17.

Por lo demás, se trataba de una colonia muy empeñosa, pues generalmente tenían algo de ganado, cultivaban verduras, hortalizas y fruta, elaboraban jamón, tocino, mantequilla, mermelada, quesos, crema, cerveza, nieves, y hacían alegres excursiones a la playa, partidas de caza y fiestas. La propia compañía Richardson organizaba en Esperanza animados bailes las noches de sábado. Y más importante aún, los jóvenes colonos comenzaron a casarse con mexicanas (sobre todo los alemanes, pero no exclusivamente), de modo que las familias emparentaron, y aunque ciertamente no con la misma intensidad, algunos mexicanos compartían ese estilo de vida18.

Pronto el Valle había cambiado su paisaje; mediados los años veinte se cultivaba trigo, maíz, garbanzo, arroz, chícharo, alfalfa. Para ello se usaban, por ejemplo, máquinas cortadoras-trilladoras y avionetas fumigadoras. Además, ya existían enormes molinos, hoteles, talleres, empacadoras, una maderera, despepitadoras, curtidoras, gasolineras, y grandes casas comerciales19.

Un personaje clave de este desarrollo y también decisivo en la formación del imaginario del Valle fue el general y ex presidente Álvaro Obregón, quien decidió asentarse ahí en 1924. Cuando llegó, fue recibido con un gran picnic y una fiesta a la que asistió gente de «todos los alrededores»20.

La fiesta estaba justificada, pues Obregón trajo algo de capital, pero sobre todo deseos de trabajar e influencia política. Pronto se sumó al duro trabajo de desmontar la tierra, construyó su casona y dio vuelo a su faceta de empresario moderno. En todo ello ocupó a sus fieles indios mayo, aunque también dio trabajo a migrantes que llegaban del sur. Las fotos que se conservan de esa época muestran que disfrutaba de esa vida21. Los viejos colonos solo tenían buenos recuerdos suyos, «con su pantalón de tirantes y sombrero de paja con barbiquejo, examinando las faenas de los primeros arrozales y de los albañiles que levantaban muros de la casona»22.

El crecimiento obligó también a urbanizar Cajeme, con un diseño moderno y funcional: un cuadriculado de 100 hectáreas, anchas avenidas y calles, con espacios para plaza, parque, escuela, mercado y cárcel. También se construyó una laguna artificial de 50 hectáreas, alimentada con aguas del canal principal. Con todo ello, el primer día de enero de 1928 Cajeme se convertía en la cabecera municipal del municipio del mismo nombre23.

Al mismo tiempo, miles de personas a diario bajaban del tren con el propósito de encontrar trabajo en los campos, los molinos, las empacadoras. Generalmente se instalaban cerca de los campos de trabajo y así nacían poco a poco núcleos de población como Quechehueca, «un conglomerado de casuchas, de las típicas campesinas del valle, construidas con horcones, con paredes de carrizo forradas de pasta de arcilla, piso de tierra y el techo de lo mismo mezclado con paja»24.

Estos recién llegados eran distintos. Por lo general eran mexicanos y venían sobre todo de otras regiones de Sonora, de Sinaloa, Chihuahua, Jalisco, Durango y Nayarit. Además, después de 1930 llegaron otros mexicanos que, en el contexto de la crisis, regresaban de los Estados Unidos a buscar un medio de vida. Como ha señalado Bantjes, un tercio de los ejidatarios del Valle, en 1941, era gente de fuera de Sonora25. A pesar de ello, considerando sus lugares de origen, parece razonable suponer que si bien muchos de estos inmigrantes fueron receptivos a los discursos reformistas de la revolución mexicana, difícilmente habrían escapado del modelo de propietario ranchero, esforzado a la vez que moderno, que se había estructurado en estos años, pues no había otro al alcance.

El movimiento agrarista y su búsqueda de aliados

Esta expansión demográfica trajo consigo, con relación a la tierra, un cambio completo de lógica. Si para los primeros en llegar se trataba simple y sencillamente de comprar un lote para trabajarlo y después, si las cosas iban bien, comprar nuevas fracciones, con la aparición del agrarismo revolucionario también llegó al valle la idea de solicitar del gobierno tierras en calidad de ejidos. Además, llegó un modelo de acción colectiva que incluía la formación de sindicatos, así como formas novedosas de plantear sus demandas, como la ocupación de tierras, la manifestación y la huelga.

Como han señalado diversos autores, en esta parte de Sonora no había una tradición agrarista. A pesar de ello, en los años veinte se formó ya una Liga de Comunidades Agrarias, hubo algunas dotaciones de tierra y un cierto uso de la Ley de Tierras Ociosas que favorecieron a algunos poblados con ejidos de usufructo individual o con parcelas temporales26. La comisión enviada por el Departamento Agrario en 1935 a realizar el censo correspondiente encontró una población de 21,795 habitantes, de los cuales 4,616 eran jefes de familia. De ellos, satisfacían los nuevos requisitos (en el código de 1934 se incluyó a peones, arrendatarios y aparceros, y el requisito de antigüedad en el poblado se redujo a seis meses) para tener derecho a tierras ejidales 3,266 campesinos27.

En Ciudad Obregón, el crecimiento urbano y empresarial abrió un mercado de trabajo nuevo, aparte del rural. Aparecieron trabajos típicos de clase media en oficinas, escuelas, casas comerciales, bancos, pero también puestos de obreros en las grandes empresas. En los del primer tipo, naturalmente, se requería una formación profesional que los recién llegados no tenían. Más bien eran ocupados por miembros jóvenes de las familias importantes, de modo que los inmigrantes tenían acceso solamente a ocupaciones rurales o a las plazas obreras. De hecho, aunque los salarios eran relativamente altos, las largas jornadas de trabajo y la permisividad patronal generaron un ambiente favorable para la organización sindical. Pronto apareció un grupo de jóvenes agitadores dispuestos a empeñarse en esa tarea.

Hasta donde la información disponible muestra, el movimiento campesino y sindical en el Valle del Yaqui tuvo dos focos iniciales en los años treinta. Uno en Pueblo Yaqui, centrado en Pascual Ayón, y otro en Cajeme, con su base en la carpintería y funeraria de José Guzmán. Pascual Ayón, el decano de los activistas, trabajó en el Molino del 65, después fue agente de correos, juez civil, y al fin montó un taller de carpintería. Pero su verdadera pasión era conseguir la tierra, y su arma una máquina Oliver-L10. A sus 60 años encabezaba reuniones que fueron decisivas en la creación de una red de jóvenes activistas que incluyó a Maximiliano «el Machi» López, Manuel R. Bobadilla, Jacinto López, «el Buqui» Contreras, Vicente Padilla, Aureliano «el Negro» V. García, y los hermanos Matías y Alejandro Méndez28. Contreras había trabajado de aprendiz en una vulcanizadora y después como peón, Jacinto López era zapatero, mientras que Matías era molinero y Alejandro almacenista en la Arrocera, aunque después, por breve tiempo, fue minero en Cananea. En esa época dieron una primera demostración de fuerza cuando, en una redada, detuvieron a Guzmán y a otros respetados artesanos. El pueblo «amaneció alborotado al día siguiente», y un decidido Rafael Contreras aprovechó para encabezar una multitud de 500 personas rumbo al ayuntamiento. Ahí liberaron a los presos, después de desarmar al alcalde Justino Ramírez y a tres guardias29.

A partir de 1934, esta red logró importantes avances organizativos. De hecho, la visita de Lázaro Cárdenas durante su campaña parece haber impulsado a estos activistas, que lo recibieron en Pueblo Yaqui, le ofrecieron una comida en el taller de carpintería de Ayón y pudieron conversar largamente con él en su cuarto de hotel. Acompañaban al general, aparte del jefe máximo Elías Calles, los líderes cetemistas Vicente Lombardo, Fernando Amilpa y Alfonso Sánchez Madariaga. Pronto estaban formados diversos sindicatos y estallaban huelgas en la Arrocera y en los Almacenes Nacionales de Depósito de Ciudad Obregón.

La agitación obrera, muy parecida a la del resto del país, encontró en Sonora, sin embargo, la oposición local del gobernador Rodolfo Elías Calles (1931-1935), quien ordenó la expulsión del estado de Rafael Contreras, Matías Méndez, Jesús Retamoza, entre otros, en junio de 1934. Contreras pudo esconderse, pero a los demás la policía judicial los condujo a la frontera con Sinaloa, donde la judicial correspondiente los recibió para entregarlos a su vez a la de Nayarit. Esta los arrojó en la ribera del río Santiago, y ahí un policía ex residente de Cajeme les advirtió que debían esconderse. Dos de ellos, Gil Rico y Antonio Ávalos, no pudieron hacerlo y fueron asesinados30.

Al año siguiente, entre mayo y junio, el gobernador también reaccionó violentamente a la solicitud de tierras ejidales que un grupo de campesinos asentados en el campo 60, propiedad de la Richardson, había hecho de acuerdo al procedimiento legal. Sus líderes fueron encarcelados una semana (Casildo Encinas, Bernabé Cortés, Próspero Rochín y José Pérez) y conducidos ante el gobernador, quien les ordenó desocupar los terrenos, donde ya tenían construidas sus chozas. Como no lo hicieron, el 13 de junio se presentó la policía, quemó sus casas y los trasladó a otras partes del valle. En compensación, cada familia recibió diez pesos31.

De cualquier modo, era difícil detener el proceso, y además el propio Rodolfo Elías Calles terminó su encargo el 1 de septiembre de 1935. Su sucesor, Ramón Ramos, parece haber tenido un talante más conciliador con los activistas sindicales, pero duró poco en la encomienda, pues el Senado decretó desaparecidos los poderes en el estado de Sonora el 16 de diciembre de ese año (junto con los de Sinaloa, Durango, Zacatecas y Guanajuato). El nuevo gobernador enviado por Cárdenas, el general Jesús Gutiérrez Cázares, quien gobernó hasta el 4 de enero de 1937, dejó hacer a los activistas, que avanzaron un poco más en su labor. Ese año la inquietud y las expectativas en el valle sobre la proximidad del reparto eran patentes. Se formaban comités, llegaban ingenieros del departamento agrario, todo el mundo trataba de anotarse en las listas, y también aparecía el recelo de los propietarios.

El siguiente gobernador, Román Yocupicio, también se definió como un enemigo del movimiento; intentó cooptar a los grupos de solicitantes prometiendo en propiedad lotes de 10 y 15 hectáreas y formó una organización sindical paralela (la Confederación de Trabajadores de Sonora), ambas cosas sin mucho éxito. El ejército, a mediados de año, tuvo que patrullar los campos. En ese clima los líderes tuvieron que hacerse de aliados poderosos, en este caso la pujante Confederación de Trabajadores de México (CTM). Sin embargo, el recorrido de afiliación y agitación de los cetemistas por el estado no estuvo exento de peligros. El delegado del Comité Nacional de la CTM, Enrique Torres Calderón, fue secuestrado (lo encontraron caminando por el monte), algunas chicharreras y unas delegadas de Nogales fueron encarceladas, y los propios líderes sonorenses telegrafiaron a Lombardo para que no asistiera al congreso de unificación, pues su vida correría peligro32.

Finalmente el congreso tuvo lugar en Cajeme los días 10, 11 y 12 de junio de 1937, sin la presencia de Lombardo, pero sí con la de los jóvenes líderes cetemistas Fidel Velázquez, Leobardo Coca, Rodolfo Piña y Alejandro Carrillo. Ahí estuvieron casi todos los activistas locales de estos duros años, encabezados por Jacinto López, quien fue electo secretario general33. Sintomáticamente, ni antes del congreso ni durante su desarrollo se mencionó la idea del ejido colectivo. Simplemente se pedía tierra en los términos hasta entonces conocidos, del ejido con parcelas individuales.

Después del congreso, en Hermosillo, Yocupicio tomó un pequeño desquite encarcelando a Fidel Velázquez, Jacinto López, Francisco Figueroa Mendoza, Manuel S. Corbalá y otros delegados. Según la versión de Padilla, «el Negro García y Manuel R. Bobadilla se disfrazaron de militares y se introdujeron en la penitenciaría liberando a los delegados con un salvoconducto falso. Yocupicio liberó al resto, enterado de la marcha de miles de campesinos que saldríamos de Cajeme apoyados por Lázaro Cárdenas»34.

Ese apoyo era real. Al mes siguiente Ayón, el Machi López, Contreras y el Negro García fueron a la ciudad de México para recibir instrucciones y ultimar detalles con vistas al reparto. Y el 31 de octubre llegó el general Cárdenas a entregar los papeles con los que quedaban conformados los ejidos colectivos. El ambiente en las vísperas fue de gran expectación, con los líderes recorriendo el valle, y unas veinte mil personas que llegaron por la noche a Pueblo Yaqui, donde se levantaron «grandes bocinas en palos de pitahaya para escuchar el mensaje cardenista entre lumbradas de los que dormitaban o calentaban lonches. Y se vino el día»35.

En efecto, el presidente llegó por avión a la ocho de la mañana y dijo: «Aquí estamos Jacinto, ya». Subió a un auto acompañado de los dos López y Contreras, pero luego se cambió a un camión de carga para hacerse visible al pueblo, que le brindaba sonrisas y agitaba pañuelos rojos y sombreros. Después de los discursos, «se arrimó a los comales donde echaban tortillas y comió de la vaca tatemada en las mallas de pascual Ayón». Luego abordó el tren olivo y se fue con rumbo a Sinaloa36.

Ese día cambió radicalmente la estructura de la propiedad y de las relaciones de poder y sociales en el valle, pues se formaron catorce poblados con 2,159 ejidatarios que recibieron 17,417 hectáreas de riego y 36,099 de agostadero y monte.

El movimiento se convierte en fuerza política

Los jóvenes líderes del movimiento agrario en el valle enfrentaron, desde el primer momento, enemigos poderosos, como el gobernador de Sonora y algunos propietarios afectados, pero también lograron hacerse de aliados fuertes, como la CTM y el presidente Cárdenas. En todo caso, el poder municipal parecía ser clave para las posibilidades de éxito del movimiento sindical y agrarista. Finalmente, como hemos señalado, muchos de estos líderes no eran realmente peones o jornaleros, sino una suerte de intelectuales orgánicos: artesanos y jóvenes de clase media rural que podían fácilmente canalizar sus ambiciones de ascenso por la vía de la política.

Tal vez los rasgos más sobresalientes de la política municipal en Cajeme durante los primeros años de su existencia hayan sido el encono con que se disputaban los puestos, no siempre mediante procedimientos legales, y la inestabilidad institucional, pues pocas administraciones lograban concluir normalmente sus periodos. En la elección de abril de 1935, con el movimiento en marcha, el candidato triunfante, Crisógono Elizondo, no pudo tomar posesión porque los opositores al gobernador recién electo, Ramón Ramos, comenzaron una intensa agitación en contra de Elizondo, al que se acusaba de «enemigo de la clase trabajadora»37. Un plebiscito le fue adverso y no se presentó a la toma de posesión, por lo que se nombró un Ayuntamiento interino encabezado por Antonio Salmón, en el que Jacinto López figuraba como primer regidor38. Su cometido más importante sería convocar a las elecciones extraordinarias correspondientes, que se llevaron a cabo el 20 de octubre de 1935. Sintomáticamente no hubo candidato del PNR; José Moreno Almada se presentó por el Partido Socialista de las Izquierdas y Matías Méndez Limón por el Laborista. Ganó el segundo y tomó posesión el 5 de noviembre. El nuevo presidente no solo representaba a los intereses obreros, sino que era uno de sus líderes; además Maximiliano «el Machi» López, otro importante dirigente campesino del valle, era uno de los regidores. Por ello, en este periodo el ayuntamiento hizo un uso generoso de la Ley de Tierras Ociosas para dotar de tierras a muchos campesinos, y también apoyó los esfuerzos sindicalistas. No sorprende que en cuanto llegó Román Yocupicio al gobierno del estado, los destituyera de sus cargos bajo la acusación de malversar fondos (febrero de 1937) y nombrara presidente interino al mayor Felipe Ruiz39.

Las nuevas elecciones dieron, ahora sí, el triunfo a José Moreno Almada, pero no pudo tomar posesión porque el 3 de septiembre de 1937 fue asesinado por el comandante de la policía en la oficina del presidente municipal, a donde había ido a reclamar la liberación de seguidores suyos que habían sido acusados de distribuir un volante ofensivo contra las autoridades40.

Como resultado, tomó posesión el primer regidor, Wistano García, pero nuevas movilizaciones de los cetemistas lo obligaron a renunciar el 3 de abril de 1938. Lo sustituyó el segundo regidor, Félix Verduzco, pero este tampoco pudo terminar el periodo. Reunido con sus regidores en casa del fallecido Moreno Almada, fue sitiado por dos mil campesinos dirigidos por Jacinto López, Rafael Contreras, el Machi López, Matías Méndez, el Negro García y Manuel R. Bobadilla. Estos cortaron el agua y la energía eléctrica y Verduzco no tuvo más remedio que renunciar. Lo sustituyó el general Manuel Aguirre, quien se sostuvo algunos meses en la presidencia, pero el 28 de noviembre de 1938 dimitió también, para que Rafael Guirado terminara el trienio41.

Ese año del 38 fue importante para el futuro de la CTM de Sonora porque sus líderes tomaron una decisión equivocada en las elecciones de gobernador. Había dos candidatos fuertes al cargo, ambos generales, Ignacio Otero Pablos y Anselmo Macías Valenzuela. Los dos pretendían contar con el respaldo del presidente Cárdenas y protagonizaron una campaña llena de acusaciones mutuas sobre maniobras y maquinaciones sucias del contrincante. En un ambiente más bien confuso, Yocupicio parece haberse decantado a favor de Macías, e hizo que la organización sindical que prohijaba, la CTS, lo declarara su candidato. Los de la CTM, por tanto, decidieron en su congreso de junio designar como su candidato a Otero, aunque hubo quienes, como el Machi López, Matías Méndez, Aurelio García y Manuel Bobadilla, se opusieron. En medio de esa confusión Macías ganó las elecciones internas del PRM y posteriormente las elecciones. Alarmados, los dirigentes nacionales de la CTM rápidamente armaron un congreso en la tercera semana de septiembre para rectificar el desliz y asegurar al presidente Cárdenas su simpatía por Macías42. Por lo demás, en Cajeme el Machi López perdió la elección frente a Faustino Félix, pero una vez más los ejidatarios impidieron la toma de posesión y se designó un ayuntamiento al gusto de los cetemistas43.

En la década de los cuarenta por fin se superó esa inestabilidad política, tanto en Sonora como en Ciudad Obregón. En el primer caso, hasta 1973 cada uno de los subsiguientes gobernadores concluyó su mandato. Y más importante aún, con el sucesor de Macías, el general y ex presidente Abelardo Rodríguez, comenzó una era de modernización, creación de instituciones y convivencia armónica entre el gobierno y los cada vez más fuertes empresarios sonorenses. Por supuesto, no fue el menor de los apoyos el flujo de recursos del centro hacia obras de infraestructura, así como créditos y subsidios para el campo. Después de Rodríguez, Ignacio Soto y Álvaro Obregón Tapia (hijo del general Obregón) llegaron a administrar el progreso.

En Cajeme la disputa por el poder municipal disminuyó de intensidad, al menos en parte porque el foco de conflicto se desplazó, como veremos, a los nuevos ejidos colectivos. Por esa razón, los presidentes municipales Alejandro Sobarzo y Heriberto Salazar lograron concluir sus periodos ya sin mayores sobresaltos, y sobre todo comenzaron a realizar algunas tímidas inversiones en infraestructura urbana, como el mercado municipal, construido entre 1942 y 1945, el Hospital Municipal, edificado entre 1941 y 1942, escuelas y un parque de béisbol44.

En los años del presidente Ávila Camacho, contra lo que supone la tesis convencional, los líderes agraristas defensores del ejido colectivo alcanzaron el máximo de poder, tanto a nivel local como nacional. Vicente «el Güero» Padilla había sido electo diputado local en septiembre de 1943 y poco después se convirtió en el secretario general de la CTM en Sonora. Aparentemente su desempeño fue satisfactorio para el gobernador Rodríguez, quien lo apoyó para que alcanzara la presidencia municipal a mediados de 194645. Padilla, bajo las siglas del PRM, gobernó con un ayuntamiento en el que dominaban los dirigentes agraristas: Bernabé Arana, Saturnino Saldívar, Matías Méndez Limón y Atanasio Aragón Gómez. Y como sus predecesores, no solo lograron terminar su periodo, sino que arreglaron las calles de la ciudad y construyeron el Palacio Municipal que funciona hasta nuestros días46.

Al mismo tiempo Jacinto López era diputado federal (1940-1943) y Secretario de Asuntos Campesinos de la CTM, y el grupo agrarista controlaba la Unión de Sociedades de Crédito Ejidal del Valle del Yaqui, así como la mayoría de los ejidos colectivos formados después del reparto. Todo eso lo habían conseguido en poco más de diez años de trabajo político, justo también en sus años juveniles, pues todos nacieron alrededor de 1910. Y debe notarse que salvo Maximiliano R. López, todos llegaron al valle después de 1921 y habían partido de posiciones sociales de bajo status. El Machi era el más viejo, pero había comenzado su carrera de activista en Sinaloa y Mexicali. Jacinto, por su parte, lo había hecho en Cananea, dentro de los comités antichinos47.

En 1949, al terminar el periodo de Padilla, tenían por ello fundadas razones para pensar que el futuro sería mejor. Sin embargo, enfrentados a la división entre Lombardo y Velázquez dentro de la CTM, el grupo encabezado por Jacinto López decidió mantener su fidelidad al primero y seguirlo en la aventura de formar un nuevo partido (el Partido Popular) y una nueva central obrera, la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM). Otros, más prudentes, se quedaron en la CTM48.

En ese año de 1949 había elecciones para gobernador, diputados federales, diputados locales y presidentes municipales. Ahora bajo las banderas del nuevo partido, Jacinto López se presentó como candidato a gobernador, Saturnino Saldívar a la presidencia municipal de Cajeme, Aurelio V. García a la diputación federal y Matías Méndez a la local. El candidato oficial, Ignacio Soto, industrial, banquero y socio de la fábrica de cemento «La Campana» de Hermosillo, respaldado por la maquinaria del PRI, hizo una campaña subrayando el «comunismo» de López y Lombardo, de modo que votar por el primero era aceptar «el vil tutelaje de influencias extrañas». El resultado fue que los del PP perdieron todas las posiciones en disputa, aunque, al menos en Cajeme, por medio de un fraude bastante burdo. El agente número 62 de la Dirección Federal de Seguridad, Arturo Schick, pudorosamente evitó hablar de cifras y simplemente afirmó que con «las investigaciones practicadas, se estima que el candidato del PRI, señor Ignacio Soto, obtuvo mayoría de votos»49. Y aunque en Cajeme se logró invalidar la elección, ahora se designó a un Consejo Municipal para cubrir el periodo 1949-1952, encabezado por el general Miguel Guerrero Verduzco50. A este le seguirían Rodolfo Elías Calles y René Gándara, que en pleno auge agrícola (la presa de Oviachic se terminó en 1952) se encargarían, por fin, de modernizar Ciudad Obregón, con drenaje, agua potable, pavimento, iluminación, parques. En 1958 Ciudad Obregón era la ciudad «moderna, limpia y bien iluminada» que hoy conocemos51.

El conflicto entre colectivistas e individualistas

Cuando los ejidos colectivos recibieron la tierra no la pudieron ocupar de inmediato. Tuvieron que esperar, en los casos en que ya había sido cultivada, a que los propietarios expropiados levantaran la cosecha. Pero en el siguiente ciclo ya estaban posesionados de aquella que les correspondía. Y aunque hubo, evidentemente, algún resentimiento de parte de los antiguos propietarios (que en su gran mayoría no eran equivalentes a los latifundistas de otras regiones), ese no parece haber sido un problema para los ejidos. Algunos propietarios incluso los apoyaron52.

Los problemas del ejido colectivo provenían de su propia naturaleza y eran de tres órdenes. En primer lugar estaba la división entre colectivistas e individualistas, en segundo el tipo de organización y en tercer lugar el proceso de toma de decisiones.

El primero se manifestó en cuanto se repartió la tierra y se resolvió, momentáneamente, hasta 1942. Resulta sintomático que uno de los lugares donde hubo mayor oposición al colectivismo fuera el ejido El Yaqui, asentado en lo que antes hemos mencionado como Pueblo Yaqui. En la lista original de solicitantes había 464 jefes de familia, quienes recibieron 3,768 hectáreas de riego y 4,000 de agostadero y monte. Además, como el resto de ejidos, un crédito de 150,000 pesos y hasta la ayuda de los vecinos agricultores. En asamblea fueron electos Carlos Álvarez como presidente de Comisariado Ejidal (y socio delegado, en consecuencia), Esteban Hernández como secretario, y como tesorero Pascual Ayón. Entre ellos pronto surgieron desavenencias, pues aparentemente le pidieron a Ayón fondos para gastos ajenos al trabajo, por lo que este renunció el 4 de marzo de 1938. La disputa no terminó ahí, pues mientras en el cargo de presidente del Comisariado se sucedían Manuel R. Bobadilla, Saturnino Saldívar y Bernabé Navarro, importantes dirigentes de la CTM local, Ayón y su grupo se afiliaban a la Liga de Comunidades Agrarias de Sonora en 1940, dependiente de la Confederación Nacional Campesina (CNC), y demandaban el deslinde y el parcelamiento individual del ejido. Sus argumentos tenían que ver con los malos manejos de fondos y con la conversión de los líderes en explotadores de los campesinos. De hecho se negaron a seguir trabajando «bajo el sistema de régimen corrompido que hace negatorio el esfuerzo de los ejidatarios». En marzo de 1941 el conflicto se agudizó, pues los inconformes tomaron terrenos del ejido y comenzaron a dividirlos. Según Jacinto López, se trataba no solo de ejidatarios, sino de particulares y ejidatarios que nunca concurrían a los trabajos. Los cetemistas tuvieron que recurrir al apoyo de las tropas federales para someterlos, pero el agente del Banco de Crédito Ejidal reconoció que había un problema de fondo y realizó un recuento con la intención de dividir en dos al ejido, una parte para los partidarios del sistema individual y otra para los colectivistas. No tenemos datos ciertos del recuento, pero el 19 de marzo el presidente Ávila Camacho decidió que los ejidos seguirán bajo el régimen de producción colectiva. Disgustado, Ayón se retiró del ejido y de la lucha por la tierra. Con él, posiblemente, se fueron algunos otros, pues el censo depurado de 1941 mostró una disminución de 76 ejidatarios en relación a 193853.

De cualquier modo, a pesar del retiro de Ayón y del acuerdo presidencial, la inconformidad no desapareció. Más aún, el Secretario de Agricultura y Fomento, Marte R. Gómez, parece haber tomado la postura de apoyar a los disidentes (que en marzo y abril de 1942 volvieron a tomar las tierras), pues el Consejo Consultivo Agrario decidió el 9 de marzo de ese año que era viable la división del ejido. Ello originó un intenso debate entre el secretario y Jacinto López, entonces diputado federal y dirigente de la CTM sonorense, pero no encontraron puntos de contacto. Marte R. Gómez le decía a López, el 6 de abril, que era necesario un «espíritu de conciliación clarividente y una dosis de serenidad» para resolver el conflicto «por encima de todo partidarismo o de toda lucha personalista». El papel del agente del Banco Ejidal era justamente buscar esa conciliación, pues «las peticiones para modificar la estructura existente no son el mal sino el síntoma de lo que hay que conjurar, a saber, el estado de descontento que está poniendo frente por frente a dos grupos de ejidatarios54.

López le respondió acusándolo de parcial y defendió la pertinencia del ejido colectivo como el único medio para «levantar el estándar de vida de los campesinos y sus familias», aparte de que «el sistema de producción a base de maquinaria pesada era imposible a través del sistema de explotación individual de la tierra. Y para comprender estas realidades —afirmaba— no es necesario nacer con dotes de clarividente»55.

Para el soberbio dirigente sonorense, el asunto estaba muy claro. No se trataba de dos grupos de ejidatarios, sino de un grupo bien organizado, «perfectamente orientado, con un sistema que prestigia a la Revolución Agraria, extremadamente mayoritario», frente a otro «sin bandera revolucionaria, absolutamente desorganizado, al servicio de los enemigos de la Causa Agraria, en actitud de rebeldía a las leyes de la materia y con un propósito fundamental de romper la unidad con perjuicio de la producción»56.

El 5 de julio siguiente, en medio de conatos de violencia, Ávila Camacho firmó un nuevo acuerdo que ratificaba la forma colectiva de trabajo. Decisión extraña, pues de cierto modo tomaba distancia de las acciones de su secretario de agricultura. Tal vez estaba demasiado cercano el recuerdo del general Cárdenas (al que además llamó a colaborar en el contexto de la guerra), tal vez haya juzgado que la fuerza adquirida por la CTM hacía inapropiado tomar otra decisión por el momento. En todo caso, la Liga Femenil de Lucha Social de Pueblo Yaqui, compuesta de esposas, hijas y hermanas de los ejidatarios inconformes, adherida a la CNC, le reclamaba al presidente su decisión y le preguntaba «si las tierras fueron dotadas a la directiva del comisariado ejidal del lugar, y no a los campesinos», pues los primeros, que se hacían pasar por colaboradores de su gobierno, «no vienen más que a extorsionar a los campesinos, y a crearle problemas al gobierno»57.

Poco después, el viento político dejó de favorecer a los cetemistas. A principios de 1944 el Banco Ejidal, en un cambio de orientación importante, decidió crear una Central de Maquinaria en el Valle del Yaqui, a la que tendrían que contratar los ejidos para la realización de labores específicas. Hasta ese momento los ejidos habían recibido créditos generosos para la adquisición de maquinaria y la operaban directamente. Por ello, se quejaban ahora de que no tenerla en propiedad implicaba un «vasallaje humillante», a la vez que se creaba un clima de incertidumbre y desconfianza en los ejidos58.

Tenían razón los líderes cetemistas para estar preocupados, pues las críticas y la disidencia tomaron nueva fuerza con el ascenso a la presidencia de Miguel Alemán. El gobernador Abelardo Rodríguez, en ese momento, pidió un informe detallado de la situación a los ingenieros Luis A. Aldaco, Alonso Fernández y Rodolfo Shiels, a principios de 1947. El documento que le entregaron es muy interesante porque resume las críticas más importantes que se había hecho en todos esos años a la administración de los ejidos colectivos. Ahí se mencionaba la presión de los líderes cetemistas sobre las autoridades agrarias, la obstrucción que sufrían los ejidos no controlados por ellos, el acaparamiento de parcelas por los líderes, quienes llevaban una vida dispendiosa, el mal uso de la maquinaria, la corrupción del sistema de liquidaciones, el extravío de toneladas de trigo en los almacenes de la Unión, el uso de recursos para las campañas políticas, el despojo de sus derechos a muchos ejidatarios opositores, e incluso la comisión de crímenes que habían creado un clima de «temor a elevar más quejas». Su conclusión era que:

es verdaderamente insultante el contraste que se observa entre los verdaderos trabajadores y los líderes, pues estos, a pesar de que nunca se les ha visto trabajar una parcela, levantan grandes cosechas, a base de acaparamiento de parcelas, las que son trabajadas por ejidatarios, que en realidad no son más que peones y aquellos los patrones, sin responsabilidad alguna; y aprovechan en su beneficio personal toda la maquinaria y elementos que la Nación les ha proporcionado; y en final que vienen siendo víctimas de la explotación insaciable de esos líderes que ellos mismos repudian59.

Al final, proponían que el presidente de la república enviara una comisión «con personal idóneo y ajeno a los intereses creados en la región» para hacer una investigación amplia del caso, si bien ya sugerían una reforma que dejara en libertad a los ejidatarios de elegir el sistema que «más acomodara a sus intereses». No se pronunciaban en contra de la explotación colectiva, sino en contra de su carácter obligatorio, «en un medio que no tiene la suficiente preparación para controlar la actuación de los dirigentes».

En todo caso, no solo los individualistas o los propietarios privados del valle veían problemas, deficiencias o corrupción en los ejidos colectivos, sino que parece haber sido una percepción extendida incluso entre los propios ejidatarios. Romualdo Sarmiento recuerda que perdieron grandes extensiones de tierra por mayordomos analfabetos y administradores borrachos, que perdían cosechas por descuidos (pero cobraban el seguro correspondiente), y que había gente que no trabajaba, fuera por vejez o por «coyotes». En fin, que en vez de enviar ingenieros capacitados a asesorarlos, el gobierno «mandaba puros socialistas malos, dirigentes y pendejos en la agricultura». Alfonso Encinas señalaba que muchos ejidatarios, en época de cosecha, se iban a trabajar a las fincas privadas, porque pagaban más y que por ignorancia se descomponía la maquinaria. Alejandro Méndez, que por esa época trabajó de inspector del Banco, daba ejemplos de los malos manejos de las directivas; por ejemplo, siempre había «comisionados», aviadores o enfermos que no trabajaban y cobraban, amparados incluso por líderes con fama de incorruptibles como Bernabé Arana. Algunos faltaban al trabajo para tomarse unas cervezas, se desperdiciaba el agua y se compraba maquinaria de pésima calidad que duraba muy poco tiempo. En fin, abundaban las quejas hacia la ostentación y el dispendio de los lideres, comisariados y agentes del Banco Ejidal y de cómo el colectivo fue la «trinchera de su poder político hasta convertirnos en enemigos unos de otros, compañeros irreductibles años atrás» (Francisco Vega). En las listas de raya aparecían favoritos con hasta 400 o 500 días trabajados al año, e incluso aparecían liquidaciones para dirigentes como Jacinto López. Se inflaban gastos, algunas compras eran ficticias, y algunos ejidatarios no entregaban la cosecha completa al banco y la vendían a compradores de «chueco». Y los pagadores del banco, cuando había liquidaciones grandes, aprovechaban para sustraer algunos billetes de los fajos que los campesinos recibían con prisa festiva, sin contar60.

El problema de raíz estaba no solo en la ignorancia y la falta de preparación e instrucción de muchos de los ejidatarios, sino en que la estructura organizativa y de toma de decisiones ideada para los ejidos colectivos favorecía, en un medio institucional mexicano como el de esas décadas, la aparición de prácticas corruptas e ineficientes. En realidad, como ya se ha dicho, los ejidos no eran propiamente colectivos, sino una especie de cooperativas de producción agrupadas en la Unión de Sociedades Locales Colectivas de Crédito Ejidal del Valle del Yaqui. Más aún, eran una especie de cooperativas agrícolas taylorizadas, cuyas decisiones más importantes dependían de los inspectores del Banco Nacional de Crédito Ejidal, la agencia gubernamental encargada de dar crédito, asesoría técnica y comprar toda la cosecha para comercializarla.

Aunque la autoridad máxima era la Asamblea General, quien elegía a los administradores del ejido, en la práctica eran la burocracia y los grupos organizados los que mandaban realmente. El más importante de los funcionarios era el socio delegado, representante legal de la sociedad y normalmente al mismo tiempo el presidente del comisariado ejidal. El siguiente en la jerarquía era el jefe de trabajo, quien asignaba las labores que diariamente debía desempeñar cada socio, revisaba las tareas y controlaba los registros del trabajo. Otros eran electos como jefes de talleres, maquinaria, almacenista de cosechas, etcétera. Y hacia abajo seguían tomadores de tiempo, inspectores y jefes de tareas específicas. Había además una comisión de administración y una junta de vigilancia.

En teoría, el trabajo se dividía de acuerdo al grado de preparación y habilidades especiales de cada socio, y se asignaba por tareas, cuya magnitud y especificaciones derivaban de un tabulador de trabajos, compuesto «tomando en cuenta el rendimiento medio de los hombres y de las máquinas en la zona de que se trate»61.

Como ha señalado acertadamente Hewitt, el sistema colocaba a los ejidatarios en una doble posición: eran a la vez copropietarios, pero también asalariados sometidos a la disciplina de los funcionarios del ejido y del banco. Muchos respondían con una especie de holganza sistemática, mientras otros resultaban favorecidos por la posesión de conocimientos especializados, el puesto burocrático o la cercanía con los líderes del ejido62. Y puesto que los primeros años fueron duros y había una fuerte demanda de mano de obra bien pagada en el valle, algunos ejidatarios, débilmente comprometidos con su «propiedad colectiva», preferían trabajar en los campos privados63. Evidentemente, tal estructura favorecía la concentración de poder y la toma de decisiones en los grupos organizados, en este caso los cetemistas.

Claro que la aparición de los muchos problemas del ejido colectivo fue un proceso y tuvo que ver con los resultados productivos y con la dinámica agrícola del valle. Lo notable es que el descontento se mantuviera y creciera en los años de auge. Tal vez porque esa bonanza generalizada y la nueva atmósfera de consumo ostentoso no eran privativas de los líderes agrarios, sino compartidas tanto por empresarios como por algunos ejidatarios enriquecidos. Estos fueron años de acumulación de grandes riquezas en el sector privado; además, el crédito fluía y se gastaba con generosidad. Por su parte, los ejidatarios recibían cada semana un salario (anticipo) de acuerdo al trabajo y puestos desempeñados y uno complementario al realizar la cosecha, llamado liquidación. En los años exitosos, esta liquidación era fabulosa para «el desgraciado que nunca había tenido cien pesos juntos»; se quería «comer el mundo»64. Y como ha descrito con detalle Hewitt, esa atmósfera «los hacía ansiosos de obtener dinero y de gastarlo». Hubo, pues, grandes borracheras y compras de vestuario, muebles y artículos para el hogar que muchas veces no llegaban a usarse.

El ascenso de Alamán parece haber sido el verdadero parteaguas en el cambio de orientación política del gobierno federal. Por una parte se construyó la presa Álvaro Obregón (1946-1952), la cual permitiría ampliar la zona irrigada del valle en alrededor de 140,000 hectáreas. Ello desató una nueva carrera por la adquisición de esas tierras, muchas veces nacionales. Estas eran vendidas sobre todo como pequeñas propiedades y como parcelas individuales a los nuevos inmigrantes que solicitaban tierras. Incluso algunos colectivistas estaban movilizando grupos de nuevos «colonos» que querían su parte de estos nuevos terrenos de riego65. De hecho, parecía un buen negocio para los ejidatarios arrendar su tierra y al mismo tiempo buscar ocupación en las grandes explotaciones privadas o en Ciudad Obregón.

Por otro lado, en septiembre de 1947 llegó al Valle la comisión de alto nivel que se había sugerido en enero, compuesta por el subsecretario de agricultura y ganadería y el secretario del departamento agrario. No encontré su informe en los archivos, pero el gobernador Rodríguez no parecía muy seguro del sentido en que iba a pronunciarse. Por ello escribió a Alemán el 22 de septiembre para dar su opinión sobre el asunto. Decía que, en el caso de que la comisión recomendara ayudar a los ejidos colectivos, se debería considerar

que los colectivos son los únicos que han recibido protección y ayuda económica, mientras que los otros, los parcelarios, se les ha negado totalmente esta ayuda, y además se les ha hostilizado sistemáticamente; pero puedo garantizar a usted que con la misma ayuda que se les ha proporcionado a los otros, producirán igual o más, ya que se trata de los mismos hombres, muchos de ellos viejos soldados de la revolución, y que en mi concepto, tienen cuando menos el derecho a que se les otorguen las mismas consideraciones y ayuda que a los otros66.

Alemán estaba de acuerdo con esta opinión e instruyó al secretario de agricultura para que hiciera declaraciones «en el sentido de que, de acuerdo con el Código Agrario, los ejidatarios pueden cultivar sus tierras en forma individual o colectiva, según aconseje en cada caso la técnica agrícola en relación a la peculiaridad de los cultivos y en beneficio de los propios ejidatarios»67.

Tales declaraciones no fueron suficientes para calmar los ánimos. Todo lo contrario; los enfrentamientos alcanzaron su punto más álgido en la madrugada del 16 de febrero de 1948, cuando chocaron a balazos ambos grupos con un saldo de tres muertos y seis heridos68.

El día anterior hubo una asamblea en el ejido Mina, con la presencia de la plana mayor de los colectivistas: Jacinto López, el Machi López, Víctor Arvizu, Vicente Padilla, Ramón Danzós Palomino. Jacinto, como era su costumbre en esos últimos tiempos, habló largamente del imperialismo yanqui, de las compañías azucareras y los grandes latifundios, para terminar llamando a defenderse de la «ola de bandidos» de la CNC que querían atacar a los ejidos colectivos. De ahí salió un camión lleno de ejidatarios listos «para echar fregadazos», con rumbo a otra asamblea en Cajeme. Cuando volvieron, como a las 10 de la noche «venían todos borrachos y comenzaron casa por casa levantando la gente porque teníamos que ir a resguardar el campo 47 (ejido Progreso), donde era el jefe el compañero Maximiliano R. López y se pensaba que lo iban a atacar». El camión salió por la calle nueve y al pasar por el campo 77 los de ese ejido, individualistas, habían cerrado la calle con maquinaria y se apostaron a esperar al enemigo, pues a su vez sus líderes les habían dicho que los atacarían. Uno del camión, que había sido policía, Andrés Tolano, sacó su pistola, tiró al aire, y se desató la balacera69. Tenemos dos relatos que coinciden en los puntos básicos: ambos grupos estaban armados y preparados, y en la oscuridad no fue posible parar la balacera. Uno de los testigos recordaba que «los muertos quedaron tirados con la cara ensangrentada al aire hasta bien entrada la mañana»70. La policía finalmente intervino, apresó a algunos ejidatarios, pero los militares tuvieron que patrullar la zona por un mes.

Esta tragedia precipitó una reunión en la ciudad de México entre representantes de ambos grupos con el secretario de agricultura, en la que finalmente se acordó que en cada núcleo de población dotado se «decidirá por voluntad de sus miembros los grupos que deseen trabajar en forma colectiva o individual, entregándose la superficie ejidal proporcionalmente al número de campesinos que integran cada grupo»71.

A partir de ese momento comenzaron a dividirse legalmente los ejidos y a debilitarse los grupos de ejidatarios colectivistas. Por ejemplo, Quechehueca, cuando se hizo el reparto, contaba con 184 ejidatarios y en la depuración de 1941 solo faltó uno. Junto con los ejidos Morelos y Mina, había sido muy unido en esos años. Pero ese bastión de los colectivistas, dirigido por Bernabé Arana, se dividió en 1948 en dos sociedades de crédito, y en 1951 las discordias llevaron a una separación en dos comunidades. Más adelante, en 1954, el grupo colectivista se dividió una vez más, para quedar reducido a 41 miembros. En ese año, «la mayoría de las tierras ejidales de la región habían pasado a manos de los que trabajaron en forma individual; y para 1958, solo 606 ejidatarios de los 3,133 del valle estaban organizados colectivamente». Peor aún, una muestra de 1958 arrojó que el 38por ciento de los ejidatarios enajenaba al menos una parte de sus tierras72.

Al mismo tiempo continuaba la apertura de nuevas tierras de cultivo por el sector privado, así como la compra de parcelas por colonos, de modo que comenzó un proceso de concentración de tierra en manos de empresarios agrícolas e incluso de ejidatarios millonarios. Esto no era más que un síntoma de la diferenciación social en los ejidos, que se aceleró en la década de los cincuenta73.

Como queda claro, en 1948 y 1949 se operó una reestructuración del tejido de poderes y relaciones sociales en el valle. Y así como se dividieron las comunidades ejidales, también lo hicieron los líderes. Por un lado los que junto con Jacinto López se fueron a la nueva central obrero-campesina de Lombardo (la UGOCM), y por otro los que se quedaron en la CTM. Entre los primeros Maximiliano «el Machi» López, Vicente «el Güero» Padilla, Bernabé Arana, Romualdo Olivas; entre los segundos, la mayoría de los miembros originales del grupo: Rafael «el Buqui» Contreras, Aureliano «el Negro» V. García, Saturnino Saldívar, Manuel Bobadilla, José «el Guacho» Pérez y los hermanos Méndez.

Comenzó entonces el último episodio de esta historia. Y se trató de la disputa por las fuentes de poder y organización de los ejidatarios en el valle. Por un lado los puestos de comisariado ejidal, y por el otro el de Gerente de la Unión de Sociedades Colectivas de Crédito Ejidal. En el centro de ambas disputas estuvo Maximiliano R. López, que ocupó la Gerencia entre 1947 y 1952, y en ese puesto trató de limitar, aparentemente, las prácticas corruptas tanto dentro de los ejidos como de los agentes del Banco Ejidal. No solo eso, sino que emprendió una especie de campaña contra algunos de los líderes que se quedaron en la CTM, como Jesús Nieblas y José Pérez, quienes se estaban enriqueciendo notoriamente. Acaso por ello, entre enero y mayo de 1950 buscó, infructuosamente otra vez, una entrevista con el presidente Alemán. Por su parte, los cetemistas orquestaron una asamblea en la que no estuvieron todos los representantes de los ejidos y destituyeron al Machi López del cargo, posiblemente a mediados de 1952, colocando en su lugar precisamente a José Pérez74.

A pesar los embates y del retiro de los apoyos gubernamentales, Maximiliano R. López pudo conservar una parte de los ejidos a su favor, negociar un buen precio para la cosecha de algodón de ese año 1952-1953, y empezó a presionar para la realización de una siguiente asamblea, con muchas posibilidades de ser nuevamente electo para el cargo.

En ese contexto, según todos los documentos disponibles, José «el Guacho» Pérez y José Nieblas planearon el asesinato del Machi López. Consiguieron, para el efecto, los servicios de Salomón Guadarrama, quien por 30,000 pesos aceptó «ejecutar el trabajo». La noche del 26 de noviembre de 1953, este llegó acompañado de Nieblas a la casa del Machi. Simulando ser «Lupe López de Quechehueca», logró que abriera la puerta y en ese momento, según sus propias palabras: «saqué la pistola que llevaba en la mano metida entre la bolsa del pantalón disparando sobre él tres veces, dirigiéndole el primer disparo a la cara y los otros dos en la misma dirección pero no supe en donde le di, si bien estuve seguro de haberle dado porque siempre doy en el blanco»75.

Los días siguientes al crimen hubo mucha indignación y tensión en el valle. El procurador del estado escribía que «aquello era un polvorín en que solo faltaba una mínima chispa para que estallara», y tanto al velorio como al sepelio acudieron miles de dolidos habitantes del valle76. Sin embargo ya no hubo actos de violencia ni una movilización sostenida.

Conclusiones

Entre 1934 y 1952 se dio en el Valle del Yaqui un ciclo de acción colectiva centrado en un movimiento campesino que luchaba por la tierra. Si bien la política reformista de Cárdenas le abrió la oportunidad de obtener esa meta en la forma de ejidos colectivos, conservarlos y hacerlos productivos lo obligó no solo a institucionalizarse, sino a ampliar sus actividades al campo de la política local, estatal y aun nacional. En ese proceso, los líderes emergentes tuvieron capacidad de conseguir aliados poderosos y mantener un cierto control en sus bases, así como de construir un discurso centrado en la redención campesina y las ventajas económicas de la cooperación. Sin embargo, este discurso no tenía bases profundas en la región, amén de que los ejidos colectivos pronto mostraron serias deficiencias en su operación cotidiana. Por ello, desde el principio hubo un contra movimiento de signo individualista que, a su vez, supo captar importantes apoyos locales y nacionales. Así, la posterior escisión de los ejidos y el fortalecimiento de la opción de usufructo individual fue resultado de una lucha en que se entremezclaron factores locales con los de la política estatal y nacional. Sin embargo, cada uno de ellos tuvo su propio ritmo, de modo que cuando se producía el giro conservador a nivel nacional con Ávila Camacho, en Sonora los agraristas radicales llegaban a la cumbre de su poder. Y aun cuando pronto comenzó su declive, el efecto de este ciclo de luchas fue duradero, pues el modelo de propiedad individual dejó de ser el único referente simbólico para los campesinos, además de que las nuevas formas de lucha se volvieron parte del repertorio de protesta disponible para el futuro.

Siglas utilizadas

CNC  Confederación Nacional Campesina 
CROM  Confederación Regional Obrera Mexicana 
CTM  Confederación de Trabajadores de México 
PNR  Partido Nacional Revolucionario 
PP  Partido Popular 
PRI  Partido Revolucionario Institucional 
PRM  Partido de la Revolución Mexicana 
UGOCM  Unión General de Obreros y Campesinos de México 

Fuentes de Archivo

AGES  Archivo General del Estado de Sonora 
AGN  Archivo General de la Nación 
OC  Fondo Obregón Calles 
LC  Fondo Lázaro Cárdenas 
MAC  Fondo Manuel Ávila Camacho 
MAV  Fondo Miguel Alemán Valdés 
DGG  Fondo Dirección General de Gobierno 
APEC  Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca 
BPJCR  Biblioteca Pública de Ciudad Obregón «Jesús Corral Ruiz» 

Referencias
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Siglo XXI, (1981),
[Almada, 1943]
Pedro Almada.
99 días en jira con el presidente Cárdenas.
Ediciones Botas, (1943),
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S. Anaya.
Retrospectiva de Cajeme.
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Cajeme (1947), núm. 4, mayo.
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Nicolás Cárdenas García es Doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México y Profesor Titular del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, donde imparte cursos en la licenciatura de Política y Gestión Social y en el posgrado en Desarrollo Rural. Ha publicado libros y artículos sobre la historia social y política de la primera mitad del sigloxx mexicano, así como diversos estudios historiográficos. Entre sus publicaciones recientes está «Tierra y política en la sierra de Sonora. Dos pueblos enemigos en el nuevo orden revolucionario», que apareció en Historia Mexicana, vol. LXIV, núm. 2, octubre-diciembre 2014, pp. 533-605.

La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El calificativo es de Eckstein (1966, p. 64).

Aguilar Camín (1981, p. 57), «Propiedades rústicas en la región del Yaqui», en APEC, Fondo PEC, Serie 10200, exp. 11, legajo 2/2. Ver también Okada (2000), Dabdoub (1964), Spicer (1994) y Vargas (2004).

«Memorias de Hugo Schwarzbeck», en Mexía (2000, p. 82).

Valerie Ryan, «Álbum. Recuerdos de familia de Jimmie Ryan. Sonora, México, 1910-1938», en BPJCR; también «Memorias de la familia Grigsby», en Mexía (2000, p. 12), y el testimonio de María Feuchter, en Murrieta y Graf (1991, p. 246).

«Memorias de la familia Grigsby», en Mexía (2000, p. 12); «Memorias de Hugo Schwarzbeck», en Mexía (2000, p. 89); Murrieta y Graf (1991, pp. 155 y 222-223); Félix Gastélum (2007).

«Remembranzas de Hermann F. Bruss», en Mexía (2000, pp. 49 y ss.); «Memorias de Hugo Schwarzbeck», en Mexía (2000, pp. 88); «Memorias de la familia Grigsby», en Mexía (2000, pp. 13-14); Valerie Ryan, texto citado; Sánchez (1984, pp. 182-183); Okada (2000, pp. 112-113), y Félix Gastélum (2007, pp. 48-51).

Se trataba de la casa de los Feuchter. Ver Murrieta y Graf (1991, p. 248).

Testimonios de Alfonso Encinas y María Feuchter, en Murrieta y Graf (1991, pp. 6 y 249 y ss); «Memorias de Hugo Schwarzbeck», en Mexía (2000, pp. 88-89); Vargas (2004, pp. 87-88), y Félix Gastélum (2007, pp. 59-70).

«Memorias de Hugo Schwarzbeck», en Mexía (2000, p. 86); Valerie Ryan, «Álbum. Recuerdos de familia de Jimmie Ryan. Sonora, México, 1910-1938», en BPJCR; «Remembranzas de Hermann F. Bruss», en Mexía (2000, p. 56); Mexía (1997, p. 82), y Anaya (2000, pp. 11-13 y 21-22).

«Memorias de la familia Grigsby», en Mexía (2000, p. 14).

Testimonio de Francisco Schwarzbeck, en Murrieta y Graf (1991, p. 225). Ver también el de José García, Murrieta y Graf (2012, p. 28).

Okada (2000, pp. 127-129); Vargas (2004, p. 114); Testimonio de Aurora Ayala de Ayón, en Murrieta y Graf (1991, p. 56-61). E. Lostanau a Gobernador, Hermosillo, 27 diciembre 1924, en AGES, tomo 25, 1925; Bernabé Cortés a Lázaro Cárdenas, 26 mayo 1938, en AGN, DGG, caja 47, exp. 328(22)32759; Sergio Mendoza, José L. Fierro Gástelum y otros a Ministro de Gobernación, 15 febrero 1931, en AGN, DGG, caja 4, exp. 2.321(22)-1; Memo. de Jacinto López a Presidente de la República, 13 octubre 1941, en AGN, MAC, exp. 401.1/118.

Libro de actas del Ayuntamiento de Cajeme, en BPJCR, sesión del 16 septiembre 1935.

Vicente Lombardo, Fidel Velásquez, Jacinto López y otros a Lázaro Cárdenas, 22 septiembre 1939; Jacinto López a Presidente, 15 junio 1936; ambos en AGN, LC, caja 846 exp. 549.2/28 y 544.2/25. El resto de documentos relativos a la campaña está en la misma caja. Ver Moncada (1988, pp. 65-72), y Bantjes (2000, p. 200).

Mexía (2000, p. 166); Guillermo Maytorena y otros a Secretario de Gobernación, 20 septiembre 1930, en AGN, DGG, caja 67-A, exp. 2.331.9(22)12.

Memo. del Subdirector Federal de Seguridad, 4 julio 1949, en AGN, MAV, caja 557, exp. 544.2/25-A, donde hay otros informes de agentes sobre el proceso electoral. Ver también Ochoa (1991, pp. 9-10).

Memo. de Jacinto López a Presidente de la República, 9 marzo 1941, en AGN, MAC, exp. 404.1/118, y Murrieta y Graf (1991, pp. 35 y 66-70).

Marte R. Gómez a Jacinto López, 6 abril 1942, en AGN, MAC, exp. 404.1/118.

Jacinto López a Marte R. Gómez, 19 abril 1942, ya citado.

Jacinto López a Marte R. Gómez, 19 abril 1942, ya citado.

María Cárdenas de Valenzuela, Julia de Duarte y Loreto V. de Flores a Presidente de la República, 18 agosto 1942, en AGN, MAC, exp. 404.1/118. Para otros hechos de violencia en el valle vecino del Mayo, ver Bantjes (2000, pp. 140-144).

Rafael Contreras a Saturnino Saldívar y Jacinto López, 19 enero 1944; Rafael Contreras y otros al BNCE, enero de 1944; Saturnino Saldívar y otros a Presidente de la república, 7 febrero 1944, y José Ferré, Arturo Coronado y otros a Presidente de la República, 11 marzo 1944. Todos en AGN, MAC, exp. 507.1/170.

Luis A. Aldaco, Alonso Fernández y Rodolfo Shiels a Gobernador de Sonora, 23 enero 1947, en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/38.

Fidel Velázquez y Jacinto López a Miguel Alemán, 29 enero 1947, y Jesús P. Retamoza y Bernabé Arana a Miguel Alemán, 12 febrero 1947, ambos en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/38. También Hewitt (1999, pp. 140 y ss).

Abelardo L. Rodríguez a Miguel Alemán, 22 septiembre 1947. En AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/88.

Miguel Alemán a Abelardo Rodríguez, 1 octubre 1947, en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/88.

Abelardo Rodríguez a Presidente de la República, 16 febrero 1947, en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/38.

Testimonio de Francisco Vega, en Murrieta y Graf (1991, pp. 36). El otro relato es de Sarmiento (s.f., p. 66). Cfr. Hewitt (1999, pp. 174-175).

«Normas a que deberá sujetarse la resolución del problema de los ejidatarios del valle del Yaqui», documento sin fecha, en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/38.

Maximiliano R. López a Miguel Alemán, 13 mayo 1950, en AGN, MAV, caja 421, exp. 503.11/38; Maximiliano R. López a Agente del BNCE, 11 agosto 1952; Ronaldo Olivas a Maximiliano R. López, 23 septiembre 1952, y Constancio Hernández a Maximiliano R. López, 6 noviembre 1953, todo en AGN, DGG, caja 60, exp. 2.012.2(22)-4, e Inspector Guillermo Mijares a Demetrio Flores, Director General de Investigaciones Políticas y Sociales, en AGN, DGG, caja 60, exp. 2.012.2(22)4.

Declaración de Salomón Guadarrama, Hermosillo, 10 junio 156, en AGN, DGG, caja 60, exp. 2.012.2(22)4. La investigación fue larga y la persecución de Guadarrama no fue sencilla, pero finalmente fue apresado.

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