Entre septiembre y octubre de 1921 se celebró en la ciudad de México el Primer Congreso Internacional de Estudiantes. Por primera vez se reunieron organizaciones estudiantiles de todo el mundo en un contexto extraordinario en que una guerra internacional había arrasado con los viejos imperios europeos y había triunfado la primera revolución socialista. En el continente, la marcha sobre las oligarquías tenía a su favor dos victorias: México había realizado una revolución social que concluyó la parte más álgida de su etapa armada y comenzaba su consolidación, y la reforma universitaria, iniciada en Córdoba, Argentina, en 1918, había impuesto un cambio en las estructuras universitarias. Este congreso, el más trascendental del siglo xx, no ha sido estudiado por los investigadores e incluso fue olvidado por los protagonistas. El trabajo pretende resolver estas paradojas históricas.
In September-October, 1921, the First International Student Congress was held in Mexico City. For the very first time, student organizations from around the world came together in the wake of a great war that had greatly weakened the old European empires and of the first Socialist revolution, while in the Americas, the march against oligarchy had already achieved two victories. Mexico had concluded the open military battles of its social revolution and consolidation was beginning, and the 1918 University Reform of Cordoba, Argentina, had created a change in Latin American university structures. However, despite the fact that this student congress is the most important one in the 20th century, it has been largely overlooked by researchers and has even been forgotten by its own protagonists. This article seeks to resolve those historical paradoxes.
Entre el 20 de septiembre y el 8 de octubre de 1921 se celebró en la ciudad de México el Primer Congreso Internacional de Estudiantes. Por primera vez se reunirían las organizaciones estudiantiles del mundo en el momento del triunfo de las fuerzas que impulsaban el cambio y no en uno de reflujo. Los convocados tenían muchas razones para estar optimistas: una guerra internacional había arrasado con los viejos imperios europeos y en un país periférico, Rusia, había triunfado la primera revolución socialista. En el mismo continente, la marcha sobre las oligarquías tenía a su favor dos victorias indiscutibles: México había realizado una revolución social que concluyó su etapa armada y comenzaba un largo y difícil proceso de consolidación, y la reforma universitaria, iniciada en la ciudad argentina de Córdoba en 1918 había impuesto un cambio en las viejas estructuras universitarias.
Pese a este auspicioso entorno, este congreso ha permanecido sin ser estudiado. Un manto de olvido parece extenderse sobre el que estaba des tinado, por la historia de los movimientos estudiantiles latinoamericanos, a ser el más importante evento del siglo xx. Los trabajos de C. Fell, J. Garciadiego, R. Marsiske, P. Yankelevich y R. Melgar lo abordan como parte de otras investigaciones, mientras que los más nuevos lo han obviado.1 ¿Cuáles son las razones para este olvido historiográfico? ¿Tuvo el Congreso el impacto que sus protagonistas, inmersos en un proceso de cambios profundos y radicales, podían pensar entonces? ¿Cuál fue la real influencia del Primer Congreso Internacional de Estudiantes destinado, como ninguno otro, a ser el más importante de la historia por haberse realizado en el momento de consolidación de la Revolución mexicana y de expansión de la reforma universitaria?
En el presente artículo buscaremos respuestas a estas interrogantes en el análisis detallado de este evento, no sólo en las declaraciones altisonantes emitidas por los protagonistas o en sus resoluciones; en el análisis de intereses y actitudes, no sólo en sus trayectorias intelectuales y profesionales, sino también en las acciones concretas que emprendieron posteriormente. Por ello, analizaremos, además de las resoluciones del encuentro, a los representantes de cada país y a las fuerzas políticas a las que se adscribían.
Los primeros congresos estudiantilesLos primeros congresos estudiantiles latinoamericanos nacieron en el cono sur del continente, donde las nuevas elites intelectuales de clase media habían generado redes de comunicación y de intercambio de ideas y publicaciones desde fines del siglo XIX. En 1908 la Asociación de Estudiantes de Montevideo convocó al Primer Congreso Internacional de Estudiantes, que reunió a universitarios de Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, Guatemala, Paraguay, Perú y Uruguay.2 En ese momento se discutía en el Congreso de la República una polémica reforma a la enseñanza que apuntaba a descentralizar la universidad y a crear consejos autónomos en cada facultad, lo que implicaba mayor injerencia del Poder Ejecutivo en el gobierno universitario.3
En este evento se debatieron temas que repercutirían posteriormente entre los estudiantes del continente: el llamado a la paz y a la confraternidad internacional, la reafirmación de un “espíritu étnico nacional”, la necesidad de formar “asociaciones universitarias de principios”, el “papel del estudiante en la vida del obrero” y el “estado higiénico y sanitario de los pueblos”. Pero algo lo hizo especial: como se realizó en medio de una discusión legislativa sobre una reforma educacional, esta reunión estudiantil alimentó el debate político entre el Estado y la Universidad, y a su vez, recogió esa polémica en sus propias discusiones. La ley, aprobada el 31 de diciembre de 1908, permitía el cogobierno de la Universidad a través de consejos universitarios con representación académica, estudiantil y del Poder Ejecutivo.4
El segundo congreso se realizó en Buenos Aires del 10 al 12 de julio de 1910; estuvo inmerso en las celebraciones del Centenario de la Independencia de Argentina. Esta vez la convocatoria se extendió, además de los países iniciales, a El Salvador, Venezuela y Estados Unidos. En los debates se propició la unidad continental y la formación de un “Bureau Internacional Americano de Estudiantes”, base de una federación de universidades americanas; además, los delegados locales propusieron “tomar parte activa y preocuparse de fomentar el sufragio como un deber de la vida cívica”.5 La Federación Uruguaya puso a disposición del Bureau su revista Evolución.6
El tercer evento se desarrolló en Lima en 1912 cuando estaba en funcionamiento el Bureau u Oficina Internacional Universitaria Americana. Ésta había realizado una encuesta entre las federaciones del continente preguntando por tres temas centrales: la autonomía universitaria, la democratización de la enseñanza y la representación en los consejos universitarios; con ello, antes del evento, se elaboró un programa continental de lucha estudiantil.7 El Congreso de Lima dejó un legado de unidad: el Himno de los estudiantes americanos, con letra del peruano José Gálvez y música del chileno José Soro, que fue la canción de las luchas estudiantiles en los años siguientes. El cuarto congreso debía realizarse en Santiago de Chile, pero el estallido de la guerra mundial lo postergó indefinidamente, retrasó el proceso de unidad continental y la Federación Chilena se aisló y siguió un desarrollo endógeno por casi dos décadas.8
Concluida la conflagración, el legado de los congresos y el Bureau fueron asumidos por una nueva generación. Pero el acontecimiento más relevante no se produjo en las universidades que hasta ese momento habían liderado los primeros congresos, sino en la menos pensada y cuyos estudiantes habían estado ausentes de esos eventos.
En junio de 1918 estalló un conflicto en la Universidad de Córdoba que pasó a la historia como el primer movimiento estudiantil que planteaba un cambio profundo en la estructura de poder y una fuerte modernización de los aspectos coloniales que mantenía esta institución provinciana en pleno siglo XX. Las interpretaciones tradicionales sostienen que este conflicto se esparció planteando el cogobierno universitario y la solidaridad sudamericana y que ejerció una “influencia directa” en los movimientos estudiantiles del continente.9 Estas interpretaciones han constituido—más que una realidad histórica—un mito historiográfico que ha sido reproducido acríticamente por muchos historiadores, especialmente latinoamericanos. Empero, hemos visto que el origen del programa continental, que posteriormente tomó el nombre de “reforma universitaria”, proviene de la acumulación histórica de diez años de trabajo desde el Primer Congreso Internacional de Montevideo, de la elaboración programática del Bureau y de 11 años de edición de la revista Evolución, entre otras publicaciones estudiantiles conosureñas.10 Para comprender mejor los desarrollos nacionales de los movimientos estudiantiles es necesario sospechar de esta hipótesis pues, salvo en el Perú y en Cuba, en el resto del continente la mencionada influencia es menos fuerte y real de lo que se ha planteado. De hecho en el vecino Chile sólo en 1922 estalló un conflicto estudiantil pro reforma que terminó en un profundo fracaso y en una división de la Federación de Estudiantes.11 En el mismo Perú, en medio del desarrollo del movimiento reformista, el intelectual socialista José Carlos Mariátegui hizo un balance crítico del proceso que sólo había logrado “tachar” a algunos profesores obsoletos ligados a la oligarquía; desde una perspectiva antagónica pero igualmente crítica Jorge Basadre, protagonista del movimiento reformista limeño iniciado en 1919, planteó la necesidad de matizar dicha interpretación.12 Pese a los reparos señalados, México y su revolución estaban en una situación de extraordinaria apertura para recibir los aportes ideológicos o políticos de otros procesos continentales ¿Sería este nuevo Congreso Internacional de Estudiantes una de esas oportunidades?
Trayectoria de las organizaciones estudiantiles mexicanas: 1916–1920En el cono sur, donde surgió el movimiento reformista, los movimientos estudiantiles construyeron organizaciones de representación estudiantil fuertes, con niveles de organización complejos e incluso con altos grados de formalización y hasta burocratización. En Chile, país pequeño y homogéneo, los estudiantes construyeron su organización nacional tempranamente, durante la primera década del siglo xx. Paradójicamente Uruguay, pese a compartir las mismas características, sólo articuló una federación nacional en 1928. En Argentina, con larga alternancia en el poder político y varias nuevas universidades que competían con la Universidad de Córdoba, pese a su gran diversidad regional, política e institucional, los estudiantes constituyeron la Federación Universitaria Argentina, fua (de carácter nacional), al calor del movimiento reformista en 1918. En el Perú, pese a que desde principios de siglo existían federaciones en cada universidad regional, sólo en 1919 se constituyó la Federación de Estudiantes del Perú, también al calor de su particular proceso reformista.
A diferencia del Cono Sur, los estudiantes mexicanos tradicionalmente no construyeron organizaciones de carácter nacional o federativo que perduraran. Aparte de la alteración, fruto de la prolongada guerra civil que significaron los años de lucha armada de la Revolución, hay varias razones que impidieron la organización: la inexistencia de una universidad nacional en las últimas décadas del siglo XIX, así como de instituciones de educación provinciales fuertes; la incomunicación entre sus regiones y las grandes diferencias provenientes de la diversidad regional, social, institucional y política, influyeron para que la articulación de organizaciones de representación (clubes, grupos, centros de estudiantes, federaciones, etcétera) en el movimiento estudiantil no fuera fácil. A todo esto se sumó la prolongada dictadura de Porfirio Díaz, que hizo que la debilidad de la cultura política de la sociedad mexicana no fuera propicia para el desarrollo de un movimiento estudiantil fuerte.
En 1916, en el marco del predominio político del movimiento constitucionalista encabezado por el presidente Venustiano Carranza (1917–1920), los estudiantes de la Universidad Nacional de México iniciaron un proceso de politización y organización, motivados por las definiciones que estaba tomando el proceso revolucionario. Diversos grupos estudiantiles hicieron esfuerzos organizativos, pero el que triunfó fue el de “los políticos” comandados por el estudiante católico Jorge Prieto Laurens. Apoyado por el rector carrancista Natividad Macías, Prieto convocó a un Congreso de Estudiantes, que se transformó en una organización permanente, la que, aparte de su apego al ala constitucionalista de la Revolución, manifestaba un pálido hispanoamericanismo que coincidió con la idea oficial del carrancismo para su política de relaciones exteriores.13 La primera iniciativa fue la celebración del día de los estudiantes, el 10 de mayo de 1916 (un acuerdo del Congreso Internacional de 1912), con torneos deportivos, bailes y una comida a la que asistió el propio Carranza.14 El acto derivó, más que en un evento juvenil, en un homenaje al mandatario, quien devolvió la mano y creó el puesto de “agregado estudiantil” en las embajadas y consulados.15 Así, muchos líderes juveniles fueron “promovidos” a legaciones sudamericanas como “representantes diplomáticos”. Con esto Carranza compraba el apoyo de un sector social que, si lo dejaba libre, podía ser captado por sus opositores, y a su vez creaba jóvenes funcionarios incondicionales.16
Hacia el exterior, la política carrancista tuvo efectos positivos para el movimiento estudiantil latinoamericano. Por ejemplo, en 1918 el joven poeta Carlos Pellicer llegó como agregado estudiantil a Colombia y Venezuela. En Bogotá éste y otro joven vate, Germán Arciniegas, entablaron una gran amistad que combinaron con el activismo político, lo que parece haber sido clave para la creación de la Asamblea de Estudiantes en 1919; este fue un organismo previo a la formación de la Federación en la Universidad Nacional durante los primeros meses de 1921.17
Pero hacia el interior se inició una peligrosa convivencia entre el movimiento social y el político, en el que partidos y organizaciones externas a la Universidad Nacional cooptaban a los líderes apenas éstos emergían. Esta convivencia entre gobierno, partidos y el movimiento estudiantil llevó a que los grupos que apenas se habían organizado no invirtieran esfuerzos en fortalecer las organizaciones estudiantiles, sino en prepararse para la lucha por el poder político fuera de la universidad: “Los flamantes congresistas no logran superar la crisis interna de sus vicios de origen: la política personalista que abruma a la agrupación”.18 Esto pasó con más de un líder: el mismo presidente del congreso abandonó su cargo y fundó el Partido Cooperatista Nacional (pcn), junto a los estudiantes E. Soto Peimbert, Miguel Torner y Juan Espejel.19 Otros grupos católicos, como el de René Capistrán Garza y Julio Jiménez Rueda, trabajaron para fortalecer la Acción Católica de la Juventud Mexicana (acjm).20 Sin embargo, hubo algunos que sostuvieron, contra viento y marea, la separación entre el activismo estudiantil y la política nacional, como el de Luis Enrique Erro (agregado estudiantil en España), activo agitador por la neutralidad de México durante la guerra mundial.21
Pero el grupo más rutilante fue el conocido como el de los “siete sabios”.22 Compuesto por Teófilo Olea y Leyva, Alberto Vásquez del Mercado, Jesús Moreno Vaca, Manuel Gómez Morín, Antonio Castro Leal, Alfonso Caso y Vicente Lombardo Toledano, los “sabios” siguieron la senda ya desbrozada por el consagrado Ateneo de la Juventud: organizaron una Sociedad de Conferencias y Conciertos y expusieron sobre problemas sociales y teorías políticas, para los estudiantes de la universidad y un público selecto.23 Políticamente eran anticarrancistas y se identificaban con los aliados en la guerra, por lo que antagonizaron con el grupo de Prieto Laurens; dominaron el Congreso Estudiantil en 1918 y desarrollaron aceleradas carreras públicas o intelectuales, con lo que repitieron no sólo la actitud del grupo que los antecedió en la organización estudiantil, también el de sus maestros y némesis: los ateneístas.
De esta forma, lo que predominó en el movimiento estudiantil no fueron organizaciones que representaran a los estudiantes, sino grupos de interés reunidos en torno a líderes carismáticos que basaban su fuerza en los contactos políticos que tenían con las distintas facciones que luchaban por el poder a nivel nacional.24 En el plano ideológico el nacionalismo parece haber sido la ideología común, aunque el socialismo también disputaba las simpatías de la mayoría.25
En 1918 una nueva camada juvenil tomó las riendas e inició un proceso de institucionalización de la organización estudiantil cuando crearon la Federación de Estudiantes Mexicanos (fem). Ésta, con mayor grado de formalidad democrática, representaba a todas las escuelas del Distrito Federal. Su primer presidente fue Miguel Palacios Macedo quien, pese a ser discípulo de Alfonso Caso, no compartía el “espiritualismo” de la generación anterior.26 La fem tenía objetivos de “alcance social”, como: “llegar a la formación de una clase estudiantil compacta, fuerte y culta, con tendencias sociales definidas y capaz de ejercer una acción eficaz en los destinos de la República y de la raza”.27 Sus objetivos eran similares a los de otros movimientos estudiantiles latinoamericanos: el fomento de la cultura intelectual, moral y física de los asociados por el mejoramiento de la situación social de los mismos, por el desarrollo de las ideas de solidaridad y confraternidad estudiantiles, por el acercamiento de los estudiantes iberoamericanos y mexicanos, por la participación directa del gremio en todo aquello que signifique interés para éste o bien para el país y por la difusión de la cultura entre las diversas clases sociales.28
Pese al auspicioso comienzo, para fines del año siguiente la organización aún no tenía estatutos, pero habían establecido contactos con las federaciones de Chile, Uruguay, Argentina, Perú, Venezuela y Colombia.29 En 1919 Rodulfo Brito Foucher fue elegido presidente de la fem.Durante su mandato estalló la rebelión contra Carranza, que terminó en su asesinato y en el gobierno interino de Adolfo de la Huerta.30 Éste nombró al intelectual y político José Vasconcelos rector de la Universidad el 4 de junio de 1920; realizadas las elecciones, en diciembre de ese año asumió la presidencia de la República Álvaro Obregón, quien lo mantuvo en el cargo. Para esa fecha surgió un nuevo líder estudiantil: Daniel Cosío Villegas, quien ganó la Federación meses después, luego de una campaña que no tuvo nada que envidiar a la política establecida: una “fórmula” que incluyó a un vicepresidente (el anodino José R. Pliego), elaboración de carteles, propaganda por cada escuela del Distrito Federal, promesas (hechas discretamente) de cargos en la directiva a los colaboradores y el sufragio indirecto que no consistía en el voto universal y directo.31
Un líder carismático y un líder estudiantilCuando Vasconcelos llegó a la rectoría era un individuo fogueado duramente en dos campos que muchas veces no se tocan y que difícilmente se articulan de manera armoniosa: como político, había vivido conspiraciones, luchas y exilios durante varios gobiernos revolucionarios, y como intelectual, acababa de iniciar una nueva etapa al publicar sus Estudios indostánicos, donde anunciaba una nueva concepción social, política y cultural que lo proyectaría al resto del continente y que aportaría a la imagen de la Revolución en el campo cultural. Pero hay un aspecto que el rector no innovó: usó la misma estrategia que Carranza y buscó subordinar al movimiento estudiantil.
En septiembre de 1921 Obregón intentó superar el no reconocimiento de Estados Unidos hacia su gobierno, con la celebración apoteósica del Centenario de la Independencia de México. La iniciativa, ideada por Alberto J. Pani, ministro de Relaciones Exteriores, consistió en banquetes, ceremonias y desfiles militares a los que invitó a delegaciones de distintos países, a personalidades como Ramón del Valle Inclán y a la directiva de la fem.32 Vasconcelos, ferviente hispanoamericanista y antimilitarista, en desacuerdo con el gasto que significó la celebración y tanto para disputar el espacio político a Pani como para construir un campo ideológico para su proyecto, ideó una campaña contra el autócrata venezolano Juan Vicente Gómez (1908–1935). El 12 de octubre de 1921, en la celebración del Día de la Raza, en la Escuela Nacional Preparatoria, todo transcurría normalmente. Era el típico acto en que las excolonias españolas rendían homenaje a la “madre patria” hasta que, casi al final de la ceremonia, el rector se levantó y en un corto y vibrante discurso denunció al dictador venezolano y alabó la revolución que sus opositores habían organizado en su contra. Acto seguido tomó una bandera venezolana y se las entregó a los jóvenes diciéndoles: Los estudiantes mexicanos por medio de sus confederaciones deberían enviar hoy mismo mensajes a todas las confederaciones de estudiantes de América Latina, excitando a todos para que lleven a una protesta airada y unánime contra el infame conculcador de las libertades de Venezuela.33
Aunque en la ceremonia estaban presentes diplomáticos de distintos países, el incidente no pasó a mayores, incluso la prensa relató que pese a la vehemencia del llamado del rector, los estudiantes no reaccionaron: “los más se dirigieron a sus respectivos domicilios más que deprisa”, los restantes bajaron a la fiesta que se desarrolló en los patios de la institución.34 Pero al otro día estalló el escándalo que fue reproducido por Excélsior y otros periódicos que tildaron las palabras de Vasconcelos de “inesperadas, inoportunas y lamentables” y señalaron el trance en que había quedado el presidente De la Huerta. En efecto, el cónsul venezolano exigió disculpas formales, y el día 14 los diarios se hicieron eco de opiniones que pedían la renuncia del rector. Con la “opinión pública” en contra, Vasconcelos presentó su dimisión al presidente y se preparó para abandonar su puesto; pero en ese momento su suerte se revirtió y comenzaron a llegar manifestaciones de apoyo. Pellicer, exagregado estudiantil, quien conocía en directo el “gomecismo”, reverdeció su liderazgo sobre los estudiantes y organizó una manifestación para solicitar al rector que se arrepintiera de renunciar. Los jóvenes reaccionaron y comenzaron a organizar un acto de apoyo al rector y a los estudiantes venezolanos exiliados, pero no alcanzó a realizarse. Antes, una carta firmada por una larga lista de intelectuales, que publicó El Demócrata el 16 de octubre, apoyó la actitud del rector y remarcó su rechazo al dictador; paralelamente, El Heraldo inició una campaña antigomecista. En cuatro días, Vasconcelos había pasado de denunciar temerariamente una dictadura, a ser vilipendiado por la prensa y odiado por el cuerpo diplomático que pidió su cabeza, a renunciar, luego a ser defendido por los estudiantes, rehabilitado por la prensa y apoyado por los intelectuales de tres generaciones, quienes dejaron de lado sus desacuerdos personales y políticos y lo apoyaron a tal punto que el presidente lo confirmó en el cargo.35 Vasconcelos había triunfado, ahora nada lo detendría en su carrera a la Secretaría de Educación Pública y a iniciar un proceso de transformación educativa en el México posrevolucionario. Pero ¿qué significaría eso para el movimiento estudiantil mexicano y la fem?
No había errado Vasconcelos: en abril de 1921 sesenta estudiantes fueron encarcelados por la policía de Gómez.36 El rector pasó a la ofensiva y en el Boletín de la Universidad hizo un llamado más enérgico que, además de dibujar un “campo de batalla” latinoamericano, ligaba a los estudiantes a su campaña contra el analfabetismo: la historia nos da el convencimiento de que una protesta justa, nunca es una protesta inútil, y la conciencia nos dice que es un deber hacer patente la indignación, porque de esta manera el sentimiento de muchas almas forma ambiente y se convierte en fuerza; fuerza que contagia y avasalla y al fin arrasa la injusticia […]. Por eso, la Universidad de México, hondamente conmovida por la infamia que se comete en las personas de estudiantes latinoamericanos levanta su voz en denuncia del crimen e invita a los intelectuales todos del continente y a las universidades de la América del Norte y de la América del Sur para que hagan presión sobre sus respectivos gobiernos, con el objeto de que se llegue pronto a una solución radical para que Venezuela, nuestra hermana martirizada, torne a ser libre y grande.37
El llamado era la ocasión para que el nuevo presidente de la fem hablara directamente con el rector y le pidiera incluir un representante estudiantil en el Consejo Universitario. Cosío Villegas no se esperaba una reacción así, porque Vasconcelos, furioso, exclamó que no iba a convocar a un “órgano oropelezco e inútil”, en cambio lo citó para que ambos, junto con el secretario Mariano Silva, resolvieran el problema de los baños de Jurisprudencia que estaban en estado “vergonzoso”: al día siguiente de la reunión los plomeros estaban cambiando las tuberías.38 Allí murió, antes de iniciar el congreso internacional, no solamente el estado deplorable de los sanitarios, sino también el cogobierno estudiantil, un precepto central de la reforma universitaria.
Pero, más allá de la frustrada solicitud, el mismo Cosío Villegas negó conocer el proceso reformista argentino: La verdad de las cosas es que nosotros no sabíamos ni una sola palabra de semejante reforma, y que nos llamó poco la atención cuando nos la expusieron los argentinos. Uno de los principales objetivos era la adopción del principio de asistencia libre a clases, y el abandono consecuente de la obligatoriedad de ella, que condenaba al estudiante a escuchar día tras día a profesores mediocres o desaprensivos […]. Pero en nada correspondía nuestra situación a la que engendró esa reforma universitaria argentina. Aquí, lejos de que sobraran, faltaban profesores, de modo que resultaría descabellado pensar en duplicar su número para tener al lado un profesor “libre”.39
Apartada de las prácticas políticas de las organizaciones estudiantiles sudamericanas, la fem no sólo mantuvo su relación de concubinato con el poder político establecido, aún más: se transformó en la ejecutora de las políticas de la rectoría y del gobierno en el movimiento estudiantil. Lo que se había iniciado durante el gobierno de Carranza, Vasconcelos lo continuó en el de De la Huerta y lo profundizó en el de Obregón.
Pese a lo anterior, al menos en la forma, ni la femni el movimiento estudiantil capitalino distaban mucho ni en prácticas gremiales, ni en grados de democratización, ni en las formas de la participación estudiantil en la política universitaria, del resto de las organizaciones latinoamericanas de la época.40 Sin embargo, a fines de 1920, cuando se inició el gobierno de Obregón, era una organización que decía representar a los estudiantes mexicanos, pero estaba muy lejos de eso; no tenía la independencia política ni la claridad programática de las federaciones conosureñas. La existencia de grupos que no se sentían parte de la organización parece haber sobrepasado en mucho su influencia y capacidad de convocatoria. Así, no parece exagerado el juicio de uno de sus protagonistas que sostenía que ninguno de éstos —ni juntos ni individualmente— eran expresión de la “voluntad general” de los estudiantes.41
En ese marco social y político del movimiento estudiantil mexicano el rector de la Universidad apoyó (y convocó) al Congreso. El joven Jaime Torres Bodet, quien tempranamente —a los 18 años— dirigió la Escuela Nacional Preparatoria y luego fue secretario particular del connotado ministro, definió así la relación entre los estudiantes y Vasconcelos: “Quien no lo haya tratado en esos días de 1921 no tendrá una idea absolutamente cabal de su magnetismo como ‘delegado de la revolución’ en el ministerio. La juventud vibró desde luego ante su mensaje, de misionero y de iluminado”.42
De todos modos, la organización estaba instalada en inmejorables condiciones sobre un proceso de consolidación de una revolución que abría enormes posibilidades para la experimentación y la expansión de otros procesos sociales y políticos que se estaban produciendo en el continente.43 Esta era la situación del movimiento estudiantil y la fem en el momento de la convocatoria al congreso estudiantil más importante por la coyuntura histórica en la que se desarrolló, la diversidad de sus participantes y el apoyo externo que suscitó. ¿Sería capaz la fem de responder a tan altas expectativas?
El Congreso y las delegaciones: estudiantes e intelectualesNo hemos podido establecer si la idea de convocar a un Congreso Internacional de Estudiantes fue de la fem o de Vasconcelos. El líder estudiantil peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, sostuvo que Héctor Ripa Alberdi, de la Universidad de La Plata y presidente de la fua, por lo tanto muy involucrado en la reforma universitaria, fue el “verdadero inspirador”.44 Pero lo más probable es que haya sido un acuerdo tomado en el Congreso Internacional de la Liga Panamericana de Estudiantes, celebrado en Nueva York en marzo de 1921, al que asistió Gabino A. Palma, miembro de la directiva del Congreso Estudiantil Mexicano.45 Vasconcelos vio inmediatamente las posibilidades que abría un evento de estas características para sus proyectos en la rectoría y lo apoyó.
La delegación mexicana, naturalmente la más numerosa, estaba comandada por Cosío Villegas, Brito Foucher, Raúl J. Pous Ortiz, Miguel Palacios Macedo y Francisco del Río Cañedo. Además se agregaron Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Octavio Medellín Hostos, Jorge Prieto Laurens y Ramón Beteta Quintana.46 Ya sea por un cuidadoso juego de equilibrios, ya porque eran los reales representantes del movimiento estudiantil, estaban presentes todos los grupos políticos universitarios.
El grupo más rutilante era el argentino. Precedido por el impulso del movimiento reformista, uno de los más exitosos y que en ese momento estaba en la cúspide de su desarrollo y unía no sólo a los estudiantes de diversas universidades argentinas sino también a académicos y políticos. Estaba comandado por Ripa Alberdi. Lo secundaban Gabriel del Mazo, Arnaldo Orfila Reynal, Miguel Bonchil, Enrique Dreyzin y Pablo Vrieland. De ellos, la figura más romántica era la de Ripa Alberdi. Poeta y dirigente estudiantil, murió poco después.47 Pero fue Orfila quien desarrolló, años después, la carrera más brillante, tanto en México como en Argentina, como fundador de editoriales de profunda influencia en el medio cultural latinoamericano.48
La delegación peruana, tercera en importancia, estaba compuesta por Erasmo Roca y Raúl Porras Barrenechea, y se les unió un invitado especial de Vasconcelos pero no de la fem: Víctor Andrés Belaúnde. En ese momen to el movimiento estudiantil peruano, que desde 1919 había recibido parte de la influencia del movimiento reformista argentino, tenía una compleja relación con el gobierno de Augusto B. Leguía (1919–1930); una fracción de los estudiantes había declarado al presidente “maestro de juventud” en 1918, pero tuvo la oposición de otros sectores. Por ello, la relación entre el presidente de la República y el movimiento estudiantil siempre fue conflictiva y creció desde el cierre de la universidad decretado por el gobierno en 1921 hasta su máxima expresión, en mayo de 1923, con una huelga obreroestudiantil que terminó con tres muertos.49 Roca, inclinado al anarquismo, deseaba hacer carrera política, por lo que manifestarse abiertamente antileguiista lo podría perjudicar.50 Porras, descendiente de españoles y aunque pobre, era “aristocratizante” y de ideas hispanistas, por lo que desdeñaba a Belaúnde por su origen arequipeño; “veterano” en luchas estudiantiles, en 1918 había sido delegado en un congreso estudiantil en La Paz y al año siguiente en Buenos Aires, donde se involucró con la reforma universitaria. Fundador de diversas revistas de literatura como Alma Latina, fue el editor de las actas del Congreso Nacional de Estudiantes del Cusco realizado en 1920 y era muy cercano al líder estudiantil Víctor Raúl Haya de la Torre.51 Belaúnde, otro “veterano” (había sido delegado al Congreso de Montevideo de 1908), había sido profesor de la Universidad de San Marcos. De una compleja filiación de ideas de diferente origen, en sus primeros años y producto de su asistencia al Congreso en Uruguay, se inclinó por el arielismo; posteriormente evolucionó hacia ideas nacionalistas que manifestaba en un “panamericanismo wilsoniano” de cierta importancia entre algunos líderes estudiantiles e intelectuales latinoamericanos; en la madurez de su vida, evolucionó hacia el socialcristianismo. Mucho mayor que el resto y con una extensa trayectoria política, se había exiliado al cierre de la Universidad, “puso una nota disidente en la delegación peruana”, por lo que no encontró apoyo entre sus compatriotas.52 Sin embargo, la delegación mexicana se volcó a favor de éste y en rechazo de Leguía.
Entre los demás latinoamericanos estaban el cubano Eduardo Betancourt; los nicaragüenses Gustavo Jerez Tablada, Guillermo J. Maritano y Salomón de la Selva (éste ejercía como diplomático en Estados Unidos); los costarricenses Antonio Zelaya Castillo y Óscar Vargas;53 los guatemaltecos Miguel Ángel Asturias, Carlos Zamayoa y Óscar Humberto Espada; el dominicano Pedro Henríquez Ureña; los hondureños Roberto Barrios (quien era al principio un corresponsal que cubría el evento) y Rafael Heliodoro Valle, ambos residían en México hacía mucho y fueron designados “representantes” a última hora.54 Por Estados Unidos llegó Ana N. Wellnitz, de la Universidad de Columbia, y Gabino A. Palma, José Antonio Reyes y Óscar Vargas, de la Liga Panamericana, además de los doctores Byron Cummings, de la Universidad de Tucson; Chas V. Allen, de Cambridge; Hugh Rose, de Stanford; Pedro Henríquez Ureña, de Minnesota; Carlos Soto, por la “Sociedad Ariel”, de Nueva York, y Francisco Gómez Palacios, de Pensilvania. Completaron los puestos vacantes los diplomáticos, de quienes se echó mano a falta de estudiantes que no llegaron: un noruego, Erling Winsnes; un alemán, Otto von Erdmannsdorff; un chino, Fon-Chi-Hai, y un japonés, Takashi Araki.55 Así, un número importante de “representantes” lo eran de manera nominal, desarrollaban actividades que no tenían relación con la vida universitaria o eran diplomáticos. En la mayoría de los casos la relación de los “representantes” con los movimientos estudiantiles de sus países era dudosa o inexistente.
Argentinos y mexicanos dominaron los debates; los primeros por su experiencia reformista, los segundos por su número y ser locales. Sin embargo, hay un elemento a considerar entre los asistentes al evento y es, precisamente, el real grado de representatividad de los movimientos estudiantiles de sus países de origen. Bastan sólo dos ejemplos: Pedro Henríquez Ureña era profesor en la Universidad de Minnesota, y aunque llegó representando a esa institución y a los universitarios dominicanos, hacía años que no vivía en su natal Santo Domingo.56 Wilnik, quien venía de la Universidad de Nueva York, no gustó a Cosío Villegas quien catalogó a la institución como “un centro universitario de poca monta”. Éste, además, lamentó la ausencia de estudiantes franceses “de los que esperábamos fogosas ponencias y discusiones”.57
Reforma y revolución: los debates del CongresoLas resoluciones del congreso, promulgadas en la ciudad de México el 5 de octubre de 1921, fueron redactadas en el lenguaje mesiánico, universalista y utópico característico de los movimientos estudiantiles de la época que recogían el legado del Grupo Clarté (Claridad) de Francia, formado por Anatole France y Henri Barbuse, quienes publicaron el manifiesto “El resplandor en el abismo. Lo que quiere el grupo Claridad”, que en su parte sustancial decía: “la juventud universitaria declara que luchará por el advenimiento de una nueva humanidad, fundada sobre los principios modernos de justicia en el orden económico y en el político”.58 El documento se desglosaba en varios puntos que nos permiten avizorar el grado de radicalidad que alcanzaron los debates al calor de la Revolución mexicana pero, además, distinguir una serie de influencias no sólo del programa reformista cordobés, sino también de la Revolución rusa, como la “abolición del actual concepto de poder público […], que se traduce en un derecho subjetivo de dominación de los menos sobre los más”. El punto siguiente evidencia una clara influencia de El capital de Marx, “destruir la explotación del hombre por el hombre y la organización actual de la propiedad, evitando que el trabajo humano se considere una mercancía”. El tercero enfrentaba la contradicción entre el legado internacionalista de la Revolución rusa y el emergente nacionalismo materializado en la Constitución política de 1917: “Por cooperar, en oposición al principio patriótico del nacionalismo, a la integración de los pueblos en una comunidad universal”.59
Rescataron ideas del despotismo ilustrado y otras del positivismo religioso, para plantear la creación de un organismo de control y vigilancia del desempeño de las escuelas: “a fin de convertirlas en garantía del presente y en institutos que preparen el advenimiento de la nueva humanidad” para que “las ciencias morales y políticas queden fundadas sobre la coordinación armónica del pensar, el sentir y el querer como medios de explicación”.60 Además introducía aspectos reformistas, como la extensión universitaria: “una obligación de las asociaciones estudiantiles, puesto que la primera y fundamental acción que el estudiante debe desarrollar en la sociedad es difundir la cultura que de ella ha recibido, entre quienes la han menester”.
La tercera parte declaraba la “obligación” de establecer universidades populares “libres de todo espíritu dogmático y partidista y que intervengan en los conflictos obreros inspirando su acción en los modernos postulados de justicia social”. También planteaba la necesidad de implementar el programa reformista (participación estudiantil en el gobierno universitario, asistencia y docencia libres) y la obligatoriedad de la acción inmediata en aquellas universidades donde no se hubiera efectuado.
La parte quinta respondía al peligro de una nueva guerra mundial: “las relaciones internacionales deben descansar sobre la integración de los pueblos en una comunidad universal”.61 Planteaban “obtener la cooperación solidaria de todos los hombres dentro de una asociación de pueblos, abierta y dotada de influencia bastante para hacer respetar las resoluciones que adopte la mayoría”; proponían “abolir el actual concepto de relaciones internacionales haciendo que […] éstas queden establecidas entre los pueblos y no entre los gobiernos”. Ello significaba acercar efectivamente a los pueblos mediante “una mejor comprensión del espíritu, cultura e ideales de los diferentes pueblos” y “anular todos los pactos internacionales firmados hasta ahora” y los futuros aprobados “sin la previa ratificación por plebiscito de los pueblos interesados”, además de respetar el “principio de autodeterminación de los pueblos” y establecer el “arbitraje obligatorio de los conflictos”. El congreso también condenó “las tendencias imperialistas y de hegemonía”, la “conquista territorial y todos los atropellos de fuerza”. Propugnaba la “abolición de las tendencias militaristas, combatiendo todo intento bélico agresivo” y recomendaba a la juventud universitaria que se constituyera en “defensora de los pueblos débiles y se oponga, por la palabra y por la acción, a todos aquellos actos que signifiquen contradicción o alejamiento de los postulados enunciados”.
El evento apoyó a la Federación chilena en su conflicto con el gobierno de su país por plantear la devolución de Tacna y Arica al Perú, “oponiéndose al imperialismo de su gobierno, a su militarismo y a su burguesía”. Además, se opuso al “avance imperialista que sobre Santo Domingo y Nicaragua está ejerciendo el gobierno de los Estados Unidos […], que llega en su avance hasta la supresión de las universidades y de las escuelas”. Frente al régimen de Gómez, “teniendo en cuenta que uno de los más odiosos aspectos de esa dictadura es la persecución inicua que contra los estudiantes se ejerce con el propósito de ahogar sus impulsos de libertad”, resolvió “Incitar a los estudiantes de todas partes y en especial a los de América” para luchar por el triunfo de sus hermanos venezolanos, “que es el triunfo de la justicia y de la libertad”.
El punto número 6 hacía un llamado a los estudiantes de Nicaragua y Costa Rica para que impulsaran a sus países a incorporarse a la república federal recién constituida por Honduras, El Salvador y Guatemala, “realizando así el ideal de aquellos pueblos y el principio proclamado por este congreso en pro de una comunidad universal”.62
El evento declaró constituida una Federación Internacional de Estudiantes “que tendrá como fin conseguir la unificación de los estudiantes del mundo, suprimiendo los obstáculos que se opongan a la realización de los ideales proclamados por el congreso”; la misma estaría compuesta por las “federaciones nacionales o asociaciones que, bajo cualquier nombre, lleven la representación de los estudiantes en cualquier país”. La afiliación sería por libre determinación de las organizaciones de cada país, se regiría por los acuerdos emanados de cada congreso convocado por su directiva y éstos, en su carácter de asambleas soberanas, designarían los cuerpos ejecutivos de la federación y las sedes de los mismos; la función de estos cuerpos ejecutivos sería “realizar los acuerdos tomados por los congresos internacionales respectivos, así como el funcionamiento administrativo de ellos”. El organismo central tendría como sede temporal la ciudad de México, y las secretarías coadyuvantes estarían interinamente en las ciudades de Buenos Aires, Santiago de Chile, Río de Janeiro, Guatemala, La Habana, Nueva York, Madrid, París, Berlín y Roma.
Los procesos políticos continentales en curso —la reforma y la Revolución— influyeron fuertemente en las resoluciones del congreso. Pero en el plano ideológico, las corrientes que se pueden distinguir en este documento fueron: el antimilitarismo pacifista (surgido en Europa una vez finalizada la Primera Guerra Mundial); una cierta idea de unidad continental que deambulaba entre el hispanoamericanismo (al que era más afecto el rector); el panamericanismo propiciado por Estados Unidos y que, hemos visto, tuvo una cuota no despreciable de “agentes” estudiantiles acreditados en el evento, y un latinoamericanismo más autóctono y, derivado de éste, un antiimperialismo en ciernes que proponía la “unidad continental” y que se fortaleció con el contemporáneo experimento de federación de tres países centroamericanos.
Crisis y muerte de la femParalelamente al evento internacional, se realizó el Segundo Congreso Nacional de Estudiantes en la ciudad de Puebla, en el mes de septiembre (el primero se había realizado en 1910). Catalogado de “minoritario” y de haber tenido un fuerte rechazo de varios sectores de la sociedad mexicana, su análisis permite ver la crisis del movimiento estudiantil mexicano de la época.63 Los acuerdos fueron de carácter gremial (becas, reivindicaciones); otras, de corte ideológico, como la enseñanza religiosa y la socialista; en este sentido, la asamblea se manifestó a favor de que los estudiantes intervinieran en los problemas políticos y sociales del país y se llegó a la conclusión de que el origen de los conflictos sociales estaba en la desigualdad económica. Se aprobó la creación de escuelas nocturnas para obreros “atendidas por la clase estudiantil, así como la formación de sindicatos socialistas, cooperativas y centros recreativos populares”.64 El evento y sus conclusiones parecen responder a la necesidad de crear una federación nacional y poner al día a las organizaciones estudiantiles tanto en lo programático como en el alto grado de institucionalización de sus pares sudamericanas, algo que parece haber tenido claro Cosío Villegas, pero no sus compañeros. De hecho ninguno de los cronistas menciona que se discutiera el Congreso Internacional o sus resoluciones.
Pese al sentido de ambos eventos, la relación de concubinato con el poder político siguió igual que años anteriores, los presidentes de la fem que le sucedieron a Cosío Villegas, sin excepción, detentaban el cargo estudiantil y rápidamente pasaron a ocupar cargos públicos en el gobierno.65 La organización, gobernada con estilo caudillista, se consumió en reyertas personales de sus presidentes con otros líderes estudiantiles o querellas entre los estudiantes de Jurisprudencia y los de la Escuela Libre de Derecho. Se llegó al extremo de que un grupo, partidario del líder Cayetano Ruiz y contrario a la candidatura de Enrique Torres, destruyó los archivos de la organización.
En los años siguientes dentro del movimiento estudiantil creció la oposición tanto hacia el gobierno de Obregón como hacia el secretario de Educación, aunque sin resultados concretos. Nuestro cronista sostiene que “Ya [en] el año 23 algunos de sus integrantes marchaban a incorporarse en fila, vana ilusión de juventud, a los grupos disidentes antigobiernistas”.66 Ese mismo año un conflicto que enfrentó al secretario de Educación con el director de la Escuela Nacional Preparatoria, Vicente Lombardo Toledano, significó uno de los conflictos más serios de la administración de Vasconcelos. A partir de entonces se abrió una crisis en la relación entre el gobierno y la Universidad que, básicamente, era un conflicto entre el poder ejecutivo y el poder académico que desembocaría en la declaración de autonomía de la Universidad en 1929.67
La influencia continental del Congreso InternacionalEl Congreso Internacional no tuvo la importancia que sus organizadores desearon; los países que habían enviado delegaciones “respondieron con indiferencia” y en el mismo México “los grupos estudiantiles, en su mayoría, hicieron lo propio”.68 Algunos de sus protagonistas, increíblemente lo borraron de sus memorias, escritas años después. ¿Por qué un evento de esa envergadura despertó tan poco entusiasmo?69
Claude Fell sostuvo que el fracaso de los proyectos surgidos del Congreso Internacional se debió al radicalismo de las posiciones sostenidas por los delegados, pese al entusiasmo que habría despertado en Vasconcelos y a los reparos de Valle Inclán.70 Pero este autor no explica por qué ninguna de las iniciativas se llevaría a cabo, ni el siguiente congreso ni la Federación de Intelectuales; al fin y al cabo si la línea política era muy radical, se podía corregir o modificar en el siguiente evento. Menos se entiende su afirmación de que, a partir del congreso, “el movimiento universitario continental comienza a cobrar, en 1921, unidad indiscutible”, porque otro evento de similares características no se volvería a realizar hasta la década de 1930.71
Es natural suponer que el país donde más influyeron las resoluciones del Congreso fue México, donde el movimiento estudiantil local debería haberlo tomado como guía para su accionar político y haber sido el convocante para liderar a los estudiantes del continente. Pero ello no ocurrió, fundamentalmente por la oposición de los dirigentes más jóvenes que tenían mayor control del movimiento estudiantil que Cosío Villegas. Un año después, el líder que presidió el evento internacional fue reemplazado en la presidencia de la fem por Benito Flores, quien promovió la anulación de las resoluciones, para lo cual arguyó una excusa: “no se habían ajustado en los estatutos ni quedaban comprendidas dentro de las finalidades de defensa de un programa político-social”. Palacios Macedo hizo otro tanto sosteniendo que “Los congresos estudiantiles deberían preocuparse por lo que es medular en nuestro tiempo: la cuestión social”, además rechazó cualquier mención de inspiración reformista a lo que en ese momento estaba configurando como una situación crítica en la relación de poder entre el Estado y la universidad: “la imperativa exigencia de reforma del gobierno universitario y de la autodeterminación para regir la vida de las universidades”.72
Otras delegaciones no asistieron a la cita internacional. Los estudiantes chilenos estaban inmersos en un proceso endógeno desde el estallido de la guerra mundial; la federación local no envío delegados a México porque la invitación llegó al Ministerio de Educación en momentos en que las relaciones con el gobierno estaban rotas.73 Sólo la infidencia de un funcionario de La Moneda permitió conocer la convocatoria meses después. Daniel Schweitzer, presidente de la organización, saludó el evento y lo relacionó con la Primera Convención Chilena realizada en julio de 1920: “Basta leer esta resolución, para advertir cómo han armonizado los propósitos de los congresales de México, con los ideales manifestados en la declaración de principios a que conforman su acción los estudiantes de Chile”. Schweitzer destacó las coincidencias —como “la necesidad de renovar los valores económicos, morales e intelectuales”— que regían la sociedad para obtener un régimen “más justo de organización, para suprimir la odiosa explotación del hombre por sus semejantes; modificar la actual organización de la propiedad, y alcanzar el ansiado ideal de la felicidad humana”.74
La chilena no fue la única organización en tener problemas con su gobierno. Hemos visto que, desde su constitución, la Federación colombiana mantuvo una relación lejana con el poder político, e incluso hubo momentos de fuerte tensión con el gobierno.75 Comandada por Arciniegas, demostró su fuerza e hizo comparecer al ministro de Relaciones Exteriores y al de Instrucción Pública para que explicaran por qué no habían cursado la invitación. No le salió barato al Ejecutivo: debió lidiar con la oposición en las cámaras y una campaña de la prensa: “Hay momentos en que todos los órganos del Estado están en jaque, porque la Asamblea de Estudiantes así lo ha querido”.76 Pero el gobierno colombiano se vengó e impidió la comunicación cablegráfica y la salida de los delegados; en su lugar asistieron como representantes oficiales el ministro Restrepo y el secretario, el poeta José Eustasio Rivera —quien no figuró en las actas del Congreso.77
Para el segundo evento, proyectado en Buenos Aires, se nombró un comité compuesto por Pedro Henríquez Ureña, Manuel Gómez Morín y Daniel Cosío Villegas. El dominicano si bien tenía un fuerte ascendiente sobre la “generación del centenario” (los “ateneístas”) y se ganó las simpatías de la “generación reformista” argentina, no pertenecía a la de los líderes estudiantiles reunidos en México; esto lo llevó a emigrar a ese país cuando su situación como extranjero se deterioró ante las autoridades, después que intervino en un homenaje de la sep al fallecido Héctor Ripa Alberdi; pero entonces era tarde para ayudar a la organización de otro congreso.78 Manuel Gómez Morín, titulado en 1918 y profesor en Jurisprudencia, era todo menos estudiante. Cosío Villegas, el único que podía tener cierto liderazgo sobre el movimiento estudiantil, era además un joven profesor ayudante de Antonio Caso, lo cual, si bien le aportaba prestigio, lo alejaba de los estudiantes; además, al año siguiente fue relevado de su cargo. La Federación Internacional, que proyectó crear oficinas en París, Nueva York y Roma, quedó en el papel.
La iniciativa de crear una Federación de Intelectuales Latinoamericanos, deseada por Vasconcelos y a la cual se le podía suponer daría todo su respaldo político, se desarrolló en forma paralela a los debates del Congreso.79 La organización, apoyada por más de cien firmas de estudiantes, intelectuales y diplomáticos, publicó sus Estatutos el 3 de octubre de 1921; su objetivo era “estrechar las relaciones existentes entre los pueblos de origen común de América, y luchar por la defensa y el engrandecimiento de la raza”.80 Pero más allá de las declaraciones, la iniciativa falleció de muerte natural al otro día de finalizado en evento estudiantil. En 1922 fue retomada y mantenida hasta 1925, sin mayores resultados, por el peruano Edwin Elmore, quien recorrió varios países para concitar apoyos entre la intelectualidad iberoamericana y llegó a publicar un cuestionario sobre el tema en Repertorio americano de Costa Rica. Ese año llegó a Argentina a buscar el respaldo de los intelectuales reunidos en el Boletín Renovación, pero fue rechazado por éstos, quienes argumentaron que la campaña era similar a otras tantas ya emprendidas, pero ninguna comparable a la que ellos encabezaban.81 La unidad latinoamericana la encabezarían los argentinos, nadie más podía arrogarse ese derecho.
Los invitados especiales de Vasconcelos no fueron de gran ayuda, no aportaron grandes ideas ni apoyo material al Congreso. El guatemalteco Asturias, futuro escritor, y entonces un partícipe de las movilizaciones antidictatoriales, parece haber llevado el encargo oficial de la Asociación de Estudiantes Universitarios (aeu), pero tampoco figuró en los debates con intervenciones dignas de recordar y parece no haber participado en la Federación de Intelectuales.82 Lo mismo sucedió con el colombiano Rivera o con el peruano Belaúnde; éste, más que aportar, sembró la polémica por su actuación que —según opinión de Cosío Villegas— fue vista como conservadora, personalista y lejana al movimiento estudiantil y por su pana mericanismo que chocó con el indoamericanismo que empezaba a echar raíces entre los estudiantes.
De los dirigentes latinoamericanos que asistieron al evento sólo un grupo selecto fortaleció sus lazos de amistad y colaboración intelectual. Arnaldo Orfila tuvo un futuro brillante como editor y creador de grandes editoriales: Fondo de Cultura Económica, Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) y Siglo XXI. De Héctor Ripa Alberdi no sabemos mucho, sólo que se regresó a Argentina por el Pacífico y, de paso por el Perú, “reencendió ante los compañeros estudiantiles de Lima, con verbo lírico, la prédica ‘reformista’ de aquella hora, que él había hecho encandecer ante los compañeros mexicanos”.83 Junto a Alejandro Korn y Carlos América Amaya, fundó en La Plata la revista Valoraciones, de gran influencia intelectual en los siguientes años; su trayectoria la interrumpió trágicamente la tuberculosis en 1924.84 De todos modos la delegación argentina contribuyó al proyecto de Vasconcelos generosamente: de regreso a su país propagaron la cultura mexicana en sus respectivas universidades.85
ConclusionesDesde 1915 el movimiento estudiantil mexicano, al igual que sus pares del Cono Sur, estaba en un proceso de ascenso organizativo, pero, al contrario de éstos, era claramente más débil. El sistema de partidos y el Estado no estaban en mejor pie para enfrentar las necesidades de reorganización política surgidas de la revolución. Por ello, ambos se nutrían permanentemente del movimiento estudiantil por la vía de captar a sus dirigentes o de intervenirlo para usarlo en su propio beneficio. Pero también los dirigentes, o más bien, los “jefes naturales” de los grupos “político-estudian tiles”, se prestaron para el juego y buscaron ascender políticamente; con ello fortalecieron las distintas tendencias que luchaban por el poder del Estado o contra él. Esta situación debilitó tanto al movimiento estudiantil como a la fem.
Lo anterior indudablemente influyó para que el Primer Congreso Internacional de Estudiantes no tuviera apoyo de la masa estudiantil, de los grupos universitarios y de las organizaciones representativas del débil y complejo movimiento estudiantil mexicano. La iniciativa apoyada paralelamente por Vasconcelos, para formar una federación de intelectuales, en cierta medida también fue en contra del fortalecimiento del congreso, de la realización de sus propuestas y de la continuidad de su programa. Doblar esfuerzos con la misma cantidad de líderes estudiantiles e intelectuales, además de funcionarios diplomáticos, no implicó doblar éxitos, sino dividirlos y debilitarlos.
Al evento internacional llegó un escaso contingente de estudiantes provenientes de otros países fuera del continente, por lo que, sin quererlo, este fue un congreso latinoamericano más, incluso con menos países representados que los congresos conosureños de principios de siglo. Un grupo importante de delegados, invitado especialmente por Vasconcelos, como el colombiano Rivera o el peruano Belaúnde, no representaban a los estudiantes de sus respectivos países, por lo tanto las resoluciones que tomaron eran de escaso efecto en los movimientos estudiantiles respectivos. Pero lo que debilitó al movimiento estudiantil local, fortaleció la imagen del rector y le dio proyección continental, el carisma del ministro ahogó cualquier posibilidad autónoma de construcción de un movimiento estudiantil sólido. En lo concreto su ascendiente se proyectó hacia Centroamérica y su proceso de unidad de varios países, pero al poco tiempo se topó de frente con el golpe de Estado en Guatemala que impidió que se concretara uno de sus sueños: el inicio concreto de la unidad latinoamericana. Vasconcelos tenía una agenda propia y, aunque estuviera frente a la rectoría de la Universidad Nacional de México, preparaba su desembarco en la Secretaría de Educación y a cuya cabeza efectivamente fue nombrado por Obregón, pocos meses después, en octubre de 1922. Si para el rector, la Universidad debía ser sacrificada en beneficio de la necesidad más urgente que era la educación popular e indígena, es claro que un congreso estudiantil era de menor importancia y que sólo lo alentó como parte de su plan para atraer apoyos nacionales e internacionales a la causa de la consolidación de su proyecto educativo.
Así, por más que fuesen radicales las conclusiones y propuestas del congreso —no lo eran más que las de otros eventos similares realizados en el continente— la real causa de su fracaso fue que no hubo quien las defendiera, publicitara y aplicara.
Lejos de la conclusión de Fell, con este Congreso Internacional no se abrió una etapa de “unidad indiscutible” del movimiento universitario continental, se cerró un largo ciclo que se había iniciado hacia 1908 en Montevideo y que tuvo su mayor expresión diez años después, cuando estalló el movimiento reformista en Córdoba. Su influencia llegó a México, pero no encontró el esperado eco en una sociedad inmersa en un difícil proceso de reconstrucción después de una década de lucha armada.
Paradójicamente, el Congreso Internacional de Estudiantes se puede evaluar más por sus fracasos y temas pendientes que por sus éxitos y realizaciones concretas. El encuentro de dos procesos de cambio político, social y cultural: la reforma universitaria desde el sur y la Revolución mexicana desde el norte del continente dejaron planteados desafíos y utopías que, por no realizarse, se mantuvieron en el imaginario de las elites intelectuales por varias décadas, por lo menos hasta el estallido de una nueva conflagración mundial. La unidad latinoamericana, de la cual el proceso centroamericano dejó también un desafío, fue quizá su más grande aporte. Tal vez por esto ni siquiera sus protagonistas lo recordaron en sus memorias ni los historiadores le han dado la suficiente importancia.
Investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación y profesor de asignatura en el Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado y maestro en Historia por la Universidad de Chile y doctor en Historia por El Colegio de México, ha publicado entre otras obras: “Muchachos casi silvestres”. La Federación de Estudiantes y el movimiento estudiantil chileno, 1906–1936 (Santiago, Universidad de Chile, 2007), y en coautoría con Guillermo Palacios, La independencia y el comienzo de los regímenes representativos, 1808–1850 (Madrid, Síntesis, 2003), así como varios artículos en revistas académicas de México y América Latina. Su dirección de correo electrónico es.
Este artículo fue dictaminado por especialistas de forma anónima. This article has been peer reviewed.
Claude Fell, José Vasconcelos: los años del águila, 1920–1925, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1989; Javier Garciadiego, Rudos contra científicos. La Universidad Nacional durante la Revolución mexicana, México, El Colegio de México, 2000; Ricardo Melgar, “Redes del exilio aprista en México, 1923–1924”, en Pablo Yankelevich (comp.), México, país refugio: la experiencia de los exilios en el siglo xx, México, Plaza y Valdés, 2002, p. 245–264; Renate Marsiske, “Los estudiantes en la Universidad Nacional de México, 1910–1928”, en Renate Marsiske (comp.), Los estudiantes. Trabajos de historia y sociología, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad/Plaza y Valdés, 1998. Entre los más recientes: Silvia González Marín y Ana María Sánchez Sáenz (comps.), 154 años de movimientos estudiantiles en Iberoamérica, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Personal Académico, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2010. El tema sólo ha sido trabajado a fondo en una tesis de licenciatura: Roberto Machuca, América Latina y el Primer Congreso Internacional de Estudiantes de 1921. La generación de la reforma universitaria, tesis de licenciatura en Estudios Latinoamericanos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1996.
Asociación de los Estudiantes de Montevideo, “Universidades y asociaciones estudiantiles representadas”, Evolución, Montevideo, t. III, n. 21, marzo-junio de 1908, p. 5 y 6.
María Cristina Vera de Flachs, “Un precedente de la reforma del'18: el I Congreso Internacional de Estudiantes Americanos, Montevideo, 1908”, en http://www.reformadel18.unc.edu.ar/privates/vera%20R.pdf.
Fabio Moraga, “Muchachos casi silvestres.” La Federación de Estudiantes y el movimiento estudiantil chilenos, 1920–1936, Santiago, Universidad de Chile, 2007, p. 94 y 95.
Evolución. Revista de arte, ciencias y letras, editada mensualmente desde 1905. A partir de 1910 fue “Órgano de la Federación de los Estudiantes del Uruguay y boletín de la Oficina Internacional Universitaria Americana”; se editó hasta 1917. Dirigida por José F. Arias, su consejo de redacción estaba compuesto por estudiantes de varias facultades de la Universidad de la República y de “preparatorios”. Esta caracterización está basada en Evolución, año VI, t. VI, n. 3, enero de 1912.
“Crónica estudiantil”, Juventud, Santiago, Federación de Estudiantes, n. 4, noviembre de 1911, p. 8.
Esta tesis, planteada por Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma universitaria (1918–1936), México, Siglo XXI, 1978, es seguida, entre los autores y trabajos más relevantes, por Dardo Cúneo, La reforma universitaria, 1918–1930, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988, y recientemente por Carlos Tünnermann (ed.), Noventa años de la Reforma Universitaria de Córdoba (1918–2008), Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2008.
Desde 1970 historiadores estadounidenses adelantaron sus objeciones sobre la tesis de la expansión de la reforma a partir del “estallido” en Córdoba; por ejemplo, para el caso específico de Chile, Bonilla y Glazer sostuvieron: “The repercussions of the University Reform movement, started in Argentina in 1918, were much more profund in other countries in the hemisphere than Chile”. F. Bonilla y M. Glazer, Student politics in Chile, Nueva York, Basic Books, 1970, p. 43. Al año siguiente, Mark Van Aken, en “University Reform before Córdoba” (The Hispanic American Historical Review, Duke University Press, v. 51, n. 3, agosto de 1971), sostuvo: “The Cordoba myth in its purest form states flatly that the impulse for reform appeared first in the year 1918 at the University of Córdoba, quickly affected other Argentine universities, and then spread to other Latin American countries. Frequent references to the ‘explosion’ at Cordoba give the impression that the movement sprang suddenly to life without historical preparation. Most scholarly descriptions of Córdoba as the cradle of the Reform give Argentina almost exclusive credit (or blame) for creating the movement”. Es decir, siete años antes de la publicación del libro de Portantiero, se había demostrado que la “preparación histórica” del movimiento reformista había partido en Uruguay al menos una década antes del estallido en Argentina. Cinco años después Van Aken profundizó esta hipótesis en: “The radicalization of the Uruguayan student movement”, The Americas, v. 33, n. 1, julio 1976.
Moraga, op.cit., p. 369–424. Contra toda evidencia histórica, Portantiero señaló que “no fueron iguales las vicisitudes del movimiento en Argentina, donde alcanzó su plenitud como realización típicamente universitaria; que en el Perú, donde devino partido político a través del APRA; que en México, donde sólo fue un capítulo dentro de una revolución nacional; que en Cuba, donde permaneció a través del tiempo como una fuerza revolucionaria latente que se expresará incluso como una elemento importante en la organización del movimiento 26 de julio”. Portantiero, op. cit., p. 13 y 14.
José Carlos Mariátegui, “La crisis universitaria, crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad, Lima, n. 2, julio de 1923, p. 3 y 4. Cfr. Jorge Basadre, La vida y la historia, ensayo sobre personas, lugares y problemas, Lima, Industrial Gráfica, 1975, p. 194–199.
Jorge Prieto Laurens, Cincuenta años de política mexicana. Memorias políticas, México, Periódicos, Libros y Revistas, 1968, p. 34. Aunque Javier Garciadiego lo ha catalogado de “latinoamericanismo”, la ideología del carrancismo es más bien hispanoamericanista; surgida a principios del siglo XX “con la guerra de independencia de Cuba, las ideas de Rodó y la poesía de Darío”, consistió más bien en una hábil política para concitar el apoyo de los países latinoamericanos ante las ambiciones explícitas de Estados Unidos que habían llegado a su máxima expresión con la invasión a Veracruz en 1914. Cfr. Garciadiego, op. cit., p. 374 y 375.
La dirección del congreso estaba compuesta por Prieto Laurens, de Jurisprudencia, quien asumió como presidente; Adelaida Argüelles, de la Normal de Maestras, quien lo hizo como vicepresidenta; secretario general fue Feliciano Escudero Cruz, de la Normal de Maestros; mientras que Gregorio Cristiani, del Internado Nacional y animador de un fracasado intento anterior de organización, fue integrado como secretario del Interior. Prieto, op. cit., p. 34. Marsiske, op. cit., p. 196.
Varios son los exdirigentes estudiantiles que en sus memorias se adjudican la idea de la creación del cargo de agregado estudiantil, pero cometen errores de fechas, hechos y personajes que nos hacen dudar de su protagonismo, entre ellos Prieto Laurens y Cosío Villegas. Éste sostiene que fue él quien convenció a Carranza para que nombrara delegados estudiantiles en América del Sur. Resulta difícil creer que un joven estudiante de Jurisprudencia haya tenido un contacto directo con el poder político en ese momento. Esta política carrancista, de cooptación hacia el movimiento estudiantil, se articulaba perfectamente con su estrategia de relaciones exteriores, que pretendía romper el cerco diplomático que le impuso Estados Unidos, poniendo a la cabeza de las embajadas sudamericanas a connotados intelectuales mexicanos. Por esta vía llegaron Amado Nervo a la Argentina y Enrique González Martínez a Chile (Cosío Villegas nombra también a Rafael Cabrera y a Alfonso Reyes, pero éste no era afecto a Carranza y fue nombrado segundo secretario en España, apenas en junio de 1920, un mes después del asesinato del líder constitucionalista). Pablo Yankelevich, “La revolución de 1910 y la utopía hispanoamericana”, 20/10. Memoria de las revoluciones en México, México, agosto de 2010, p. 64 y 65; cfr. Daniel Cosío Villegas, Memorias, México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 54 y 55; Prieto, op. cit., p. 35 y 36.
Carlos Pellicer fue enviado a la embajada de Colombia y Venezuela, entre diciembre de 1918 y enero de 1920, pero al parecer estuvo más tiempo en Bogotá, donde entabló una profunda amistad con el líder estudiantil Germán Arciniegas. Pablo Campos Ortiz fue enviado a Brasil, Esteban Manzanera del Campo a Uruguay, Luis Padilla Nervo a Argentina, Luis Enrique Erro a España y Luis Norma a Chile, aunque en una investigación anterior no encontramos ningún dato que relacionara a Norma con la Federación de Estudiantes de Chile (Cosío Villegas sostuvo que, mientras la misión de Pellicer que fue “brillante y fugaz” el desempeño de Norma fue “fugaz pero oscuro”). Cosío Villegas, op. cit., p. 55.
Arciniegas, activo participante en la bohemia literaria de Bogotá, comenzó a apremiar la formación de una federación de estudiantes desde 1916, cuando fundó Año Quinto, y en 1917, en que creó y dirigió Voz de la Juventud, periódico concebido para difundir la creación de una federación de estudiantes. Ángela Rivas Gamboa, “Un estudiante maestro”, Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, n. 21, 2001, p. 10; Zaïzeff, “El joven Arciniegas a través de la correspondencia con Carlos Pellicer”, Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, n. 21, 2001, p. 73, y Zaïtzeff, Correspondencia entre Carlos Pellicer y Germán Arciniegas, 1920–1974, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002, p. 30.
Baltasar Dromundo, Crónica de la autonomía universitaria de México, México, Jus, 1978, p. 12. Distinta era, por ejemplo, la colaboración entre los gobiernos y los movimientos estudiantiles en el Cono Sur en la década anterior; éstos, a medida que se acercaba la década de 1920, pasaron a la oposición y a confrontar sus políticas con la de sus respectivos Estados. Sobre la colaboración entre estudiantes y gobiernos, véase Susana V. García, “Embajadores intelectuales. El apoyo del Estado a los congresos de Estudiantes Americanos a principios del siglo XX”, Estudios Sociales, Santa Fe, n. 19, segundo semestre de 2000, p. 65–84.
En los años siguientes el PCN—que reunió a estudiantes, maestros, periodistas y pequeños empresarios— creció y llegó a desplazar al poderoso Partido Liberal Constitucionalista (PLC), de su carácter de partido de gobierno. En las cruciales elecciones de San Luis Potosí en 1923, Prieto contendió contra el candidato del presidente Obregón, para lo cual hizo alianzas con el conservadurismo y la AJCM. De hecho el líder de los católicos, René Capistrán fue elegido en 1920 regidor de la ciudad de México, por el PNC. Pedro Castro Martínez, “Prieto contra Manrique: las elecciones en San Luis Potosí de 1923”, Vetas, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis, año VIII, n. 22–23, enero-agosto 2006.
Capistrán, estudiante de Jurisprudencia, formó el Centro de Estudiantes Católicos que, lejos de fomentar la acción en el movimiento estudiantil, privilegió la formación de la ACJM. Presidió este centro entre 1918 y 1923. En 1925 fundó la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y fue nombrado “Comandante Supremo” de los alzamientos cristeros. En 1927 viajó a los Estados Unidos para conseguir dinero y armas, pero fracasó. Desterrado, vivió en Texas y en La Habana. Volvió en 1937 y trabajó en El Sol de México, El Universal y Novedades, desde donde, en 1938, desplegó una campaña a favor del régimen de Hitler y llamó a la insurrección contra el “gobierno marxista” de Lázaro Cárdenas. Antonio Rius Facius, La juventud católica y la Revolución mexicana, 1910–1925, México, Jus, 1963, y del mismo autor: Méjico cristero. Historia de la ACJM, 1925 a 1931, México, Patria, 1960.
Erro estudió Ingeniería Civil, Contabilidad y Altos Estudios. Enviado a España por Carranza, completó sus estudios de derecho y humanidades. En 1923, viajó a La Habana con Miguel Palacios Macedo; allá apoyó la rebelión delahuertista contra Obregón y trató de conseguir armas. Exiliado, fue restituido durante el maximato y regresó a México en 1930. Durante la gestión de Narciso Bassols en la SEP, fue nombrado jefe del Departamento de Enseñanza Técnica, cargo en el que permaneció hasta 1934. Fue el primer presidente del Instituto Politécnico Nacional en 1936. Realizó estudios de posgrado en matemáticas y astronomía en Harvard, Cambridge y Massachusetts. Juan Manuel Ortiz de Zárate (coord.), Luis Enrique Erro, poderoso impulsor de la educación técnica en México, México, Instituto Politécnico Nacional, 1988.
De hecho esto acarreó más de un conflicto que inició como una rivalidad personal, se trasladó a las organizaciones de representación estudiantil y se acrecentó con esta relación con el poder político. Uno de éstos fue el producido entre Narciso Bassols, presidente de la Sociedad de Alumnos de Jurisprudencia, y el presidente de la FEM, Palacios Macedo, y en la que tuvo injerencia el PCN. La polémica se intentó zanjar con un duelo “a muerte” que fue impedido por la policía, y en el que intervino, como padrino de Palacios Macedo, nada menos que el “pacífico” Manuel Gómez Morín. Cosío Villegas, op. cit., p. 50 y 51.
Miguel Palacios Macedo nació en 1898. Hijo de una familia de luenga prosapia liberal, fue un miembro “externo” de los Siete Sabios. Hizo carrera como funcionario público y profesor universitario. Amigo de Manuel Gómez Morín, colaboró con él en diferentes proyectos y dio clases de economía política y derecho constitucional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Fue secretario de Hacienda en el periodo delahuertista (1920), donde ayudó a redactar la Ley de liquidación de los antiguos bancos de emisión. Consejero en el Banco de México y en la rectoría de la Universidad Nacional en 1933. Partícipe de la escuela ortodoxa monetaria, realizó estudios de economía y filosofía en la Escuela de Altos Estudios de París. De regreso a México en 1929, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales se involucró en la creación de los estudios económicos, de los que impartió clases. Participó en la campaña presidencial de José Vasconcelos. Krauze, op. cit., p. 99.
“Organizaciones estudiantiles”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. I, n. 1, diciembre de 1917, p. 244.
Hay autores que sostienen que para finales de 1920 la FEM “logró nombrar un representante al Consejo Universitario”, pero ello es desmentido por Cosío Villegas, uno de los protagonistas y presidente de la FEM, 1921–1922. Marsiske, op. cit., p. 198. Cfr. Cosío Villegas, op. cit., p. 55.
Rodulfo Brito Foucher (1899–1970) nació en Villahermosa; estudió en Tabasco y en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP). Ingresó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y se tituló de abogado, con la tesis Composición social y organización jurídica, el 5 de diciembre de 1923. Ocupó la cátedra de Gómez Morín en 1927 en la ENJ e inició una meteórica carrera: dos años después fue nombrado profesor en Derecho y de Economía; después director de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales en 1932. Asumió la lucha por la libertad de cátedra. Salió de la dirección en 1933 por el conflicto por la imposición de la educación socialista. Nombrado rector en junio de 1942. En julio de 1944, se suscitó una crisis en tres escuelas de la Universidad Nacional, inconformes con la elección de sus directores. En un Consejo Universitario, el mayor de la historia según el propio rector, se reeligió a diez directores y se nombró a tres. Una ola de protestas en tres escuelas estalló por la muerte de un estudiante. Ante este hecho, como lo había advertido al presidente de la República, renunció en julio de 1944. Gabriela Contreras, Rodulfo Brito Foucher (1899–1970). Un político al margen del régimen revolucionario, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, 2008.
La iniciativa de la celebración fue del secretario de Relaciones Exteriores, Alberto J. Pani, a quien Vasconcelos en sus memorias llamó “Pansi” y de quien desconfiaba por su pasado carrancista y porque había gastado varios millones de la época en la celebración, no propiamente de la Independencia (que ya la había celebrado en 1910 el dictador Porfirio Díaz) sino del Plan de Iguala, que estableció el Imperio de Iturbide —para “Pansi”— la “consumación” de la Independencia. José Vasconcelos, El desastre, México, Jus, 1979, p. 32–35.
“Discurso pronunciado por el señor licenciado don José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional, el Día de la Raza”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. I, n. 3, enero de 1921, p. 179.
Prácticamente apoyaron al rector tres generaciones de intelectuales mexicanos. Firmaron la misiva “positivistas” como Ezequiel A. Chávez y Enrique O. Aragón; los ateneístas Roberto Montenegro, Genaro Estrada, Antonio Caso y Julio Torri; y “sabios”, o sus contemporáneos, como Carlos Pellicer, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Xavier Icaza, Manuel Romero de Terreros, Manuel Carpio y otros muchos. Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. I, n. 3, enero de 1921, p. 206 y 207.
José Vasconcelos, “Excitativa del rector de la Universidad Nacional a la intelectualidad mexicana”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, n. 5, julio de 1921, p. 90. Un detallado análisis del incidente y en general de las relaciones de ambos países en: Mireya Sosa de León, La crisis diplomática entre Venezuela y México. Visión histórica, 1920–1935, Caracas, Tropykos, 2006.
Cosío Villegas, op. cit., p. 55. Aunque Baltasar Dromundo sostuvo que la conquista de la FEM de nombrar un delegado al órgano consultivo, que era el Consejo Universitario, existió y que fue conquistada antes de 1920. Cfr. Dromundo, op. cit., p. 16.
Cosío Villegas, op. cit., p. 73. Hay que advertir que, pese a que Cosío Villegas negaba conocer la “reforma universitaria”, en su calidad de presidente de la FEM había solicitado, pocos meses antes, un cupo estudiantil en el Consejo Universitario, que probablemente recaería en él.
En sus Memorias Daniel Cosío Villegas dejó un retrato bastante fidedigno de las prácticas políticas en las elecciones de presidentes de la FEM durante sus años de estudiante y luego de presidente de la organización. Cosío Villegas, op. cit., p. 63–66.
Es la opinión de Baltasar Dromundo, op. cit., p. 14 y 16. Nuestros dos “memorialistas”, Cosío Villegas y Baltasar Dromundo, fueron cogeneracionales en la Preparatoria y después en la Universidad Nacional; junto a Jaime Torres Bodet, formaban parte de un grupo estudiantil, “Los Cachuchas”. Dromundo sostuvo que con la presidencia de Cosío Villegas se inició la decadencia de la FEM. Cosío Villegas, op. cit., p. 40 y 41.
Jaime Torres Bodet, Memorias, México, Porrúa, 1976, v. I, p. 83. Weber ha planteado que el liderazgo carismático (concepto que hemos usado dos veces en este texto) está constituido por: “jefes ‘naturales’ (quienes) en caso de dificultades psíquicas, físicas, económicas, éticas, religiosas o políticas, no eran personas que ocupaban un cargo, ni gentes que desempeñaban una ‘profesión’, en el sentido actual del vocablo, aprendida mediante un saber especializado y practicada mediante remuneración, sino portadores de dones específicos del cuerpo y del espíritu, estimados como sobrenaturales (en el sentido de no ser accesibles a todos)”. Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 847–848.
De hecho la FEM trató de irradiar el proceso revolucionario hacia países vecinos. En julio de 1920 la Asociación de Estudiantes Universitarios de Guatemala (AEU), de reciente formación, recibió la visita del estudiante de leyes Mariano Zeceña, quien dio varias conferencias sobre el proceso revolucionario mexicano. Véase Arturo Taracena Arriola, “El Partido Comunista de Guatemala y el Partido Comunista de Centroamérica, 1922–1932”, Pacarina del Sur. Revista de pensamiento crítico latinoamericano, n. 13, en http://www.pacarinadelsur.com/home/oleajes/166-el-partido-comunista-de-guatemala-y-el-partido-comunista-de-centro-america-1922-1932 (fecha de consulta: 20 de noviembre, 2012).
Víctor Raúl Haya de la Torre, “El movimiento de los estudiantes en América Latina”, en Obras completas, Lima, Juan Mejía Vaca, 1977, v. II, p. 266.
El Universal, México, 21 de abril, 1921. El panamericanismo es la idea de la integración de las “dos Américas”, es una confluencia diplomática, política, económica y social que busca crear y fomentar las relaciones, la asociación y la cooperación entre los países americanos en diversos ámbitos de interés en común, pero con la supervigilancia de los Estados Unidos de América. Lockey, uno de sus historiadores, lo ha definido de acuerdo con las etapas de la historia de ese país y sus relaciones con el resto de las naciones del sur. La Liga Panamericana de Estudiantes era una “organización subsidiaria” de la Sociedad Panamericana. Fundada en 1912, publicaba la revista El Estudiante Latino-americano, en la que escribían peruanos como el poeta Santos Chocano, chilenos como Tancredo Pinochet, o el argentino Leopoldo Lugones; es decir, intelectuales latinoamericanos que, pese a ser antioligárquicos, evolucionaron hacia un nacionalismo conservador. En la década de 1920 la dirección pasó a manos de centroamericanos, como Carlos Alberto D’Ascoli, quien, además, fue director de la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos (AGELA) y representó a esta última organización en el Congreso de la Federación Internacional de Estudiantes celebrado en Roma (1927), donde formó parte del grupo antifascista. Joseph Byrne Lockey, Orígenes del panamericanismo, Caracas, Oficina Central de Información, 1976, p. 18. Véase, además, Federación de Estudiantes Latino-Americanos, El estudiante latino-americano, Michigan, Committee on Friendly Relations among Foreign Students, 1918. Para el caso de la AGELA, véase Arturo Taracena Arriola, “La Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos de París (1925–1933)”, Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, v. 15, n. 2, 1989, p. 61–80.
Beteta nació en la ciudad de México en 1901. Estudió en la Universidad de Texas entre 1920 y 1923, donde destacó como alumno extranjero. Abogado por la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México y doctor en Ciencias Sociales en 1934, fue el primer posgraduado en este campo. Fundador de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional de México, fue su profesor de 1924 a 1942. Ejerció la docencia en la Escuela Nacional de Jurisprudencia; la ENP y en escuelas secundarias de la capital mexicana. Fue miembro de la Liga de Intelectuales del Partido de la Revolución Mexicana en 1939 y director de campaña presidencial de Miguel Alemán Valdés. Ocupó diferentes cargos a lo largo de tres sexenios y fue embajador en Italia y en Grecia. Al final de su vida se dedicó al periodismo, donde llegó a ser director general del periódico Novedades y Diario de la Tarde (1958–1964). Falleció intempestivamente el 5 de octubre de 1965. Édgar Álvarez Llinás, Vida y obra de Ramón Beteta, México, Gálvez, 1996.
Ripa Alberdi (1897–1923) constituye una figura romántica dentro del movimiento reformista argentino. Poeta y dirigente estudiantil de la Universidad de La Plata, murió tempranamente. Del Congreso de 1921, entre otros intelectuales, mantuvo una estrecha amistad con Pedro Henríquez Ureña y Germán Arciniegas. Poco antes de morir, en 1924, junto al grupo Renovación, fundó la prestigiosa revista Valoraciones. Henríquez Ureña, “Héctor Ripa Alberdi”, en Pedro Henríquez Ureña, La utopía de América, La Plata, Estudiantina, 1925, p. 374–378.
Orfila nació en La Plata en 1897 y murió México en 1997. Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Nacional de La Plata, militó en el Partido Socialista Argentino de 1930 a 1948. En 1938 fundó la Universidad Popular Alejandro Korn, de la cual fue director hasta 1947. De 1945 a 1947 se desempeñó como director de la primera filial del Fondo de Cultura Económica, en Buenos Aires. Se trasladó a la ciudad de México y dirigió esa editorial entre 1948 y 1965. Continuó como organizador de Eudeba y en 1966 como fundador de la editorial Siglo XXI, además de revistas, como Atenea, Valoraciones, El Iniciador y Camada. Bajo su gestión, Fondo de Cultura Económica publicó 891 títulos nuevos y se crearon seis nuevas colecciones, lo que consolidó la presencia de la editorial en la vida cultural iberoamericana. Véase Víctor Díaz Arciniega, Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934–1994), México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
Basadre, op. cit., p. 244. Gabriel del Mazo, La Reforma Universitaria, II. Propagación Americana, La Plata, Centro de Estudiantes de Ingeniería, 1941, p. 54–58.
Roca perteneció en los años siguientes a la extensa gama de exdirigentes y activistas políticos en el movimiento estudiantil peruano, que surgieron entre 1919 y 1923 y que asistieron en el Perú al Congreso Constituyente de 1931. La mayoría habían evolucionado del movimiento estudiantil al militar en el Partido Aprista Peruano.
Porras Barrenechea (1897–1960), descendiente de una familia aristocrática, estudió en el Colegio San José de Cluny y en los Sagrados Corazones Recoleta. En 1913, ingresó a la Facultad de Letras en San Marcos y siguió como catedrático de Literatura Castellana. Fue uno de los más entusiastas en el impulso del Conversatorio Universitario, integrado por Jorge Guillermo Leguía, Ricardo Vegas García, Manuel Abastos, Guillermo Luna Cartland, Carlos Moreyra Paz Soldán. En 1918 viajó como delegado estudiantil a La Paz y al año siguiente a Buenos Aires donde se involucró con la reforma universitaria. Fundó diversas revistas de literatura como Alma Latina. Se consagró como profesor de Historia del Perú en San Marcos, en la Universidad Católica y en la Academia Diplomática. Aunque en la época del Congreso Internacional tenía una fuerte rivalidad con Belaúnde, por su filiación ideológica, éste lo llamó a trabajar después en la tercera etapa de El Mercurio Peruano, que éste había fundado en 1918 y donde Porras editó crónicas sobre el socialismo y sobre José Carlos Mariátegui. Algunas de sus ideas en: Raúl Porras Barrenechea, “El Congreso Nacional de Estudiantes del Cuzco”, Mercurio Peruano. Revista mensual de ciencias sociales y letras, Lima, año III, v. IV, n. 22, abril de 1920, p. 311–312.
Cosío Villegas, op. cit., p. 69. Víctor Andrés Belaúnde Díez-Canseco (1883-1966) descendía de una familia aristocrática, en la que hubo un presidente de la República. Integró la “Generación del 900” Estudió en colegios religiosos y en la Universidad Nacional de Arequipa, en 1901 pasó a San Marcos. Doctor en Jurisprudencia, Ciencias Políticas y Letras. En 1931, fue representante del Congreso de la República y participó en la redacción de la Constitución de 1933. Exiliado en Francia y Estados Unidos, enseñó en Middlebury College, Williams College, Rice Institute y en la Universidad de Miami. Decano de la Facultad de Letras, Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Católica del Perú, así como vicerrector y rector interino de esa universidad en 1946. Fue líder del socialcristianismo; a partir de 1956 se unió al Partido Acción Popular. También influyó ideológicamente en la Democracia Cristiana y el Partido Popular Cristiano. Víctor Andrés Belaúnde, “El idealismo en la política americana”, Mercurio Peruano. Revista mensual de ciencias sociales y letras, Suplemento, Lima, 1918.
Antonio Zelaya Castillo nació en San José de Costa Rica el 18 de noviembre de 1900 y murió en 1944. Estudió en el Liceo de Costa Rica y en la Universidad de México. Después desarrolló una larga carrera como redactor en el Diario de Costa Rica; cuando se creó la Secretaría de Trabajo y Previsión Social en 1943, se integró como director a la Dirección de Previsión Social. No hemos encontrado datos de Vargas.
Valle nació en Tegucigalpa el 3 de julio de 1891 y murió en México el 29 de julio de 1959, país donde vivió más de 50 años. Su carrera continuó como escritor, literato e historiador. Fue embajador de Honduras en los Estados Unidos entre 1949 a 1956.
“Resoluciones del Congreso Internacional de Estudiantes”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. III, n. 7, diciembre de 1921, p. 69. También en Mazo, op. cit., p. 86.
“Resoluciones”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. III, n. 7, diciembre de 1921, p. 69.
En la América hispana la creación de una organización que centralizara, coordinara y controlara las instituciones educacionales, que se expresó en la formación de “superintendencias de educación”, es propia del despotismo ilustrado de los reyes borbones a partir de la segunda mitad del XVIII. En Chile, durante el siglo XIX, el Estado le dio ese papel a la Universidad de Chile con excelentes resultados. Moraga, op. cit., p. 39.
Este párrafo es una copia casi textual de las resoluciones de la Primera Convención de la Federación de Estudiantes de Chile, realizada en julio de 1920, mismas que fueron publicadas por Vasconcelos en el Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. III, n. 7, diciembre de 1921, p. 71 y 72. Cfr. Moraga, op. cit., p. 250–256.
“Resoluciones del Congreso Internacional de Estudiantes”, Boletín de la Universidad, México, Universidad Nacional de México, v. III, n. 7, diciembre de 1921, p. 73.
Así sucedió con Benito Flores, presidente en 1922, José Lelo de Larrea, Cayetano Ruiz y Manuel Yáñez. Dromundo, op. cit., p. 23.
De su extensa memoria, Cosío Villegas dedicó sólo 10 páginas a recordar el evento del cual fue su principal organizador. Vasconcelos, apenas un párrafo, pese a que le significó incalculables réditos políticos. Cosío Villegas, op. cit., p. 63–73; Vasconcelos, El desastre…, p. 33.
Fell, op. cit., p. 568. Tesis que parece seguir Yankelevich, cfr. Miradas australes: propaganda, cabildeo y proyección de la Revolución mexicana en el Río de la Plata, 1910–1930, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana/Secretaría de Relaciones Exteriores, 1997, p. 267.
Fell, op. cit., p. 568. El siguiente fue el Congreso Iberoamericano de Estudiantes Socialistas celebrado en Guadalajara a partir del 20 de agosto de 1936 y que sirvió de preparación para el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos de Santiago que se realizó al año siguiente en Chile. Fabio Moraga Valle, “El Congreso de Estudiantes Latinoamericanos de Santiago. Antiimperialismo e indoamericanismo en el movimiento estudiantil chileno (1935–1940)”, Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, n. 47, mayo-agosto de 2012, p. 187–213.
Daniel Schweitzer, “El Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México y los acuerdos de la Convención Estudiantil Chilena”, Claridad, Santiago, n. 50, 6 de mayo, 1922, p. 3. Moraga, op. cit., p. 357 y 358.
“Arciniegas a Pellicer”, Bogotá, 14 de abril y 24 de julio, 1920, en Zaïtzeff, Correspondencia…, p. 32, 33 y 49.
“Arciniegas a Pellicer”, s/c, 17 de diciembre, 1921, en Zaïtzeff, Correspondencia…, p. 85. Este pequeño detalle, que violaba cualquier criterio de representatividad democrática, parece no haberle importado al meticuloso secretario de Educación, sino más bien el carácter de personalidades representantes de un gobierno que él estaba recibiendo en la universidad, en el marco de un congreso estudiantil. Vasconcelos, El desastre…, p. 33.
Alberto Rafael Arrieta, “Pedro Henríquez Ureña, profesor en la Argentina”, Revista Iberoamericana, v. XXI, n. 41 y 42, enero-diciembre 1956, p. 89.
Alejandra Pita, “La Federación de Intelectuales Latinoamericanos y los ecos de una propuesta (1922–1927)”, Estudos Ibero-Americanos, Pontificia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, v. XXVII, n. 2, diciembre de 2001, p. 173–189.
Alejandra Pita, La Unión Latinoamericana y el Boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920, México, El Colegio de México, 2009, p. 110 y 111.
En abril de 1920 una insurrección encabezada por el Partido Unionista de Guatemala derrocó a Manuel Estrada Cabrera, “el Señor Presidente”, luego de 22 años de gobierno (las coincidencias con México eran obvias). Esto no sólo dio paso a un proyecto de unión política en Centroamérica, sino que puso fin a un cerco diplomático establecido en torno a México a raíz del estallido de la Revolución de 1910. Una ocasión nada despreciable para el proyecto de unidad de Vasconcelos. Arturo Taracena Arriola, “Vasconcelos y sus agentes en la recepción guatemalteca de la Revolución mexicana”, Regiones, suplemento de antropología, n. 43, octubre-diciembre de 2010, p. 25.
H. Lafleur, Las revistas literarias argentinas, 1893–1967, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 115–123.
“Pedro Henríquez Ureña, poeta y luchador”, Valoraciones, n. 2, 1924, p. 95–96, citado en Liliana Cattáneo y Fernando Diego Rodríguez, “Ariel exasperado: avatares de la reforma universitaria en la década del veinte”, Prismas. Revista de historia intelectual, Quilmes, Universidad de Quilmes, n. 4, 2000, p. 52.