El libro que referimos, La emergencia del psicoanálisis en México, escrito por el doctor Juan Capetillo Hernández, anima y –ciertamente– exige varias y diversas lecturas. En mi caso lo he recorrido completamente en tres ocasiones, encontrando en cada una, nuevos sentidos; dicho lo cual me asalta la duda sobre mi idoneidad para afirmarme presentador cuando se trata de la exposición de un texto, siempre otro.
Fue Roland Barthes quien vino en mi auxilio cuando en la página 69 de su texto La muerte del autor, a la letra dice: un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.
De tal concepción del texto se deduce que: primero, en la escritura no hay un sujeto con identidad y segundo, será aún más difícil hablar de la identidad de otros, de las colectividades, del mexicano. Así, en la escritura de este libro será el lenguaje y no el autor el que nos hable.
Este “debilitamiento” aparente de la posición privilegiada de capetillo como autor, se traduce pues, en un fortalecimiento de la función de lector, pues nos confronta con múltiples escrituras, procedentes de varios países y culturas con las que el autor establece un diálogo fecundo a través de la multiplicidad de preguntas que plantea en torno a la intersección entre psicoanálisis e historia en México, dialectizando una por una, a través de las diversas discusiones que propone; así, otorga el privilegio de que sea el lector quien recoja una multiplicidad en tanto espacio de inscripción en el que se genera alguna unidad del texto, con el costo según lo advierte Barthes, de que el lector sea: “un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él [será] tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito”.
Mencioné, líneas atrás, la palabra “recorrido” porque creo que es la indicada para describir el tipo de vínculo que establecí con el texto de capetillo, de quien debe resaltarse que ejerce como psicoanalista, siendo a la vez maestro en Teoría Psicoanalítica y doctor en Historia por la Universidad Veracruzana, adscrito actualmente el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la misma Universidad Veracruzana, institución responsable de la edición. Así, he vagabundeado en las páginas del libro, he trazado en él varias trayectorias.
Debo decir que nos encontramos ante un libro complejo, escrito cuidadosamente y soportado por una amplia investigación bibliográfica y de campo, y a cuyo respecto convendría establecer de entrada lo que no es.
De tal suerte, habría que decir que el libro de Juan no es un manual, alguna especie de “introducción compilatoria” a la historia del psicoanálisis en México, tejida con las escasas historiografías nacionales encontradas por aquí y por allá; tampoco se encuentran en él consignas reduccionistas, las que cumplirían el papel de “santo y seña”; ubicación de shibbolet’s ingenuos para explicar la institucionalización del psicoanálisis, luego de su recepción e implantación (tres momentos que el autor propone), en nuevas grupalidades a ser contextualizadas en un movimiento precedente internacional; o bien, el grano de arena que hace posible la coagulación de una identidad, como autor o bien como mexicanos.
En sus páginas no se hace semblante de historia y tampoco se acuña un nuevo revisionismo, como una de esas tres formas de hacer historia que nos aclara en el texto; un propósito entonces es la elucidación del advenimiento de “la peste” psicoanalítica, y la subversión que esto supone en el campo de la historia, lo cual habría de afincarse en los historiadores, de por sí cercanos a Foucault en la época moderna, para desde ahí marchar por las amplias avenidas de la Historia (con mayúscula).
Si se enfoca el diseño general, las problematizaciones genealógicas del autor, el entramado de sus argumentos, podríamos decir que el libro de Juan capetillo es un aggiornamento, una puesta al día, de cuestiones medulares tanto de la historia como del psicoanálisis: las discursividades que le son propias a cada disciplina, los diversos efectos del deseo y la falta, las reminiscencias y su función historizante dentro y fuera de la hipótesis del inconsciente, lo colectivo bajo la forma de asociaciones psicoanalíticas, como lugar de transmisión doctrinaria e ideológica.
Cabe mencionar que no hay frases hechas en este libro: es un libro conciso en su documentación, compacto en su metodología y teorización y, sin embargo, abierto en todas sus costuras a la discusión contemporánea. Tal vez en esto último resida la impresión de “difcultad” que uno se forma al dar los primeros pasos en la lectura, pues las referencias del autor se remiten no sólo al psicoanálisis y la historia, sino, y esto me parece fundamental, a la deconstrucción y podríamos decir, restitución de aquello que toma justamente como método, en su particular aplicación a la lectura de la historia del psicoanálisis en México: la genealogía de cuño foucaultiano apoyada desde luego en su contraste arqueológico.
Al recorrer el libro, uno puede hacerse una idea precisa de los vectores que cruzan el campo de la historia del psicoanálisis en México, tomando a éste como ejercicio de la clínica a diferencia de un “freudismo” precedente por la vía literaria y artística, así como una idea de los a prioris históricos, que engloban condiciones políticas, sociales e incluso económicas, que son contrastados en su periodización y que permitieron la emergencia tanto en Europa como en América Latina.
Por sus páginas desflan diversos actores en un abanico que va de los autores que podemos designar, a falta de una palabra mejor como “consagrados” –Anzieu, Bordieu, Castel (fallecido recientemente), Certeau, Derrida, Foucault, Habermas, Freud, Lacan– hasta aquellos otros que, como el mismo Capetillo, se encuentran comprometidos de cuerpo entero en la investigación psicoanalítica.
En consecuencia, el autor traza –desde la perspectiva que es propia no sólo de la historización, sino desde la epistemología del psicoanálisis– aquello que Foucault llama “a priori histórico”, lo que nos permite acotar los hechos y las mociones íntimas ligadas a ellos y que los movilizan, pues encontramos señalamientos e indicaciones en este libro que apuntan a dar cuenta de esa “otra” cara de la historia que es la reflexión sistemática en torno a lo que Freud designó como “el malestar en la cultura”, que podría quedar entendido –en una lectura dogmática– como transhistórico.
Así, Capetillo nos advierte que la historia no se trata de un asunto de fe metafísica en la evolución natural de la cultura, acorde con sus determinaciones sociales. Su sugerencia de introducir al deseo y a la muerte bajo la forma de la pulsión, inyecta a través de su escrito nuevas basas de reflexión. Por algo nos ha llamado la atención que el autor ubique como elemento favorable a la recepción del psicoanálisis en México la presencia de un saber psiquiátrico antecedente que despoja a la locura de la idea de posesión divina.
Son tres los tiempos que podrían establecerse entre 1910 y 1957 nos dice el autor: a) recepción, 1910-1931, marcados por la inauguración de la castañeda y la aparición de dos tesis que comenta en el capítulo iii; b) implantación, 1932 a 1948, a partir del artículo de González Enríquez, abarcando hasta la emigración de al menos tres jóvenes médicos al extranjero para formarse como analistas. Por último, c) institucionalización, entre 1949 y 1957, dada por la llegada de Erich Fromm a residir a México y cerrando en 1957 cuando ya están constituidas las dos primeras asociaciones psicoanalíticas en nuestro país. Así las cosas, en su capítulo ii se dedica a reseñar el periodo de recepción de Freud en México, en el iii trabaja alrededor del proceso de implantación del psicoanálisis en nuestro país, y el capítulo iv está dedicado al proceso de institucionalización del psicoanálisis, bajo la forma de asociaciones psicoanalíticas, advirtiéndose que existen, no obstante, psicoanalistas no asociados que representan otro punto de referencia.
cabe detenerse en nuestra aseveración de una incidencia subversiva en el campo de la historia desde el psicoanálisis; lo sugiere Capetillo cuando adelanta respecto a lo que implica para la historia poder pensar la subjetividad del historiador y la subjetividad de la historización. Alguna razón habrá para que la disciplina de la historia haya dejado para después la inclusión del problema de la muerte que signa una teoría radical del sujeto. ¿Historia previamente regida por los principios de placer-realidad? Esto mismo se observa en la temporalidad cronológica en Freud cuando pasa de dicho principio de placer-realidad al de nirvana asentado justo en la pulsión de muerte. Si ya era de por sí difícil para la humanidad la aceptación de una sexualidad infantil, mucho más lo era congeniar con la idea de estar regidos por la muerte. Quizá algo similar pasa con los saberes previos de la historia.
Retomado a Freud y Charcot, el autor establece que se opera una ruptura no sólo histórica, sino epistémica al desplazar el nuevo modo de pensar las neurosis (1893-1896) desde una determinación orgánica hasta la hipótesis de que son suceso enclavados en la historia de los sujetos los que por reprimidos retornan como síntomas muchas veces conversivos. Se topará Freud de frente con la dificultad de que no se trata en el trauma de una realidad material sino fantaseada, generándose ahí una torsión radical al proponerse la teoría de la fantasía en 1897, inaugurándose por oposición a la realidad fáctica, la realidad del deseo.
siguiendo a Helí Morales, el texto se encamina en una particular concepción de la historia, pues… aunque la causa seguía siendo histórica lo que cambiaba era el modo de concebir eso que llamamos historia. Así pues, Capetillo defiende la hipótesis de que es por la ruta de la historia que se opera un deslinde entre, por un lado, el psicoanálisis y, por el otro, la concepción médica y psiquiátrica de aquella afección originaria llamada histeria.
Algo que podría bautizarse como el trípode edípico en Freud es una partición artificial del Edipo que propone el autor y que le permite aseverar la posición privilegiada de la historia ante el psicoanálisis. Así, tenemos un Edipo factible de ser leído en su versión a) trágica, tanto como b) mítica y por último c) histórica propiamente, a lo largo de tres textos canónicos: La interpretación de los sueños, Tótem y tabú y Moisés y la religión monoteísta. El autor aquí trata de pensar los resortes del “malestar freudiano”, que consistiría en la posibilidad de anudar los tiempos lógicos: sea tragedia y mito, lo que lleva a tomar al padre y su función como patrón medida de cualquier posibilidad de ordenamiento subjetivo y por lo tanto histórico. sea mito e historia, lo que garantiza la emergencia no sólo de lo que la psicología llamaría predisposiciones, sino también contenidos, huellas mnémicas reprimidas, Vorstellungrepräsentanz transgeneracionales, no necesariamente ligados al mito, al pasar a ser el significante del fundamento sexual que subyace a toda historia.
La periodización llevada a cabo por Capetillo le permite situar las coordenadas que hacen posible y necesaria la práctica del psicoanálisis como momento de institucionalización: así, se dedica a reconocer, de entrada, la universalidad de la exclusión de uno de los dos términos (la clínica) para luego dedicarse sistemáticamente a hacer aparecer ese término eludido, lo que implica ubicar tanto la oferta de Fromm como la emigración de quienes sostenían el deseo de analista en aquella época. De esta estrategia resulta el señalamiento de fallas en este anudamiento doble al quedar denunciados quienes ejercían el “psicoanálisis silvestre”.
A lo largo de la obra, el autor desarrolla su método a la manera de Foucault. Habría que enfatizar en todo momento, que para el filósofo, epistemólogo e historiador el abordaje del sujeto consistía en lo que podríamos llamar el proceso de “subjetivación”; es decir, en la constitución de un sujeto en el campo que le abre la experiencia de su apresamiento en las redes del poder y el saber y que en cambio, para capetillo, lo esencial se centra en la proyección de la metapsicología, digamos en la literatura y las artes, tanto como en su abordaje clínico, montado en el caso por caso, sobre los hechos sociales; es decir, se trata de una noción de sujeto que para La emergencia del psicoanálisis en México se delimita en tanto que sujeto del lenguaje, aunado, no puede ser de otro modo, a la imagen del cuerpo, y al cuerpo real de aquellos cuerpos sin historia que son pertinentemente señalados en su deambular por la Castañeda. Mencionado esto, queda claro que el “sujeto” que aborda por su lado Foucault y por otro el autor del libro es muy distinto: para el primero es una flexión, un punto de fuga en el dispositivo del saber-poder; para el psicoanálisis en cambio, el sujeto es real, en el sentido en que Descartes lo extrae de la articulación significante, es decir, una nada, un vacío y, en tanto tal, anudado a una imagen corporal y a un cuerpo real. Cuestiones que Juan Capetillo incluye en su específica visión de una historia del psicoanálisis en México.
Por supuesto, el texto incluye importantes consideraciones lacanianas que justifican la preocupación misma del autor francés por la inclusión de la historia en el corpus psicoanalítico. El recorrido nos lleva de la mano, desde “Aimée”, pasando por el “Discurso de Roma” para hacer un breve receso en “el reverso del psicoanálisis” y sus cuatro discursos radicales. Tiempo, palabra y verdad serán los ejes lacanianos del devenir histórico.
En todo momento, Juan capetillo mantiene vigente el discurso que es propio del psicoanálisis, y de esta manera muestra en forma puntual y rigurosa que la relación dialógica que define esta nueva discursividad que articula preceptos de la historia –como práctica disciplinaria– y del psicoanálisis hace posible que la historia se distinga radicalmente del dispositivo de seriación de hechos cronológicos que, como se sabe, es el eje que articula, según la lectura arqueológica, al psicoanálisis con el dispositivo de la sexualidad.
Foucault señala, en el primer tomo de su Historia de la sexualidad, que el psicoanálisis forma parte de esa voluntad de poder, característica de Occidente, que se encamina a hacer hablar al sexo, en producir confesiones, en diseminar en el cuerpo focos de excitación y puntos de anclaje del poder-saber. En cambio, la lectura del texto de Capetillo, quien no se refere en este punto de manera explicita a Foucault, nos permite sostener que el método y el diálogo clínico que son propios del psicoanálisis no se inscriben suficientemente aún en ese juego de lenguaje llamado historiografía, pues en lugar de coaccionar al sujeto a poner en palabras su deseo de saber, la historia ha partido de la especificidad de lo escrito como realidad fáctica, particularmente cuando se escribe desde dentro de una asociación, en este caso psicoanalítica.
Estas consideraciones valen, antes que nada, como testimonio de los recorridos que he llevado a cabo en el texto de Juan Capetillo. Podemos incluso decir que esta presentación no es otra cosa que el piano que se coloca en un puente: “porque un puente [dice El libro de Manuel, escrito por Julio Cortázar], aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen, un puente es un hombre cruzando un puente. Una de las soluciones es poner un piano en ese puente y, entonces habrá cruce. La otra, tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí para que haya cruce”.
Si el libro de Juan Capetillo La emergencia del psicoanálisis en México, admite ser leído varias veces es, sencillamente, porque es un “puente hacia y desde algo”, es un hombre leyéndolo.
Queden estas palabras, entonces, como un mero pre-texto para que usted cruce, recorra y deambule por este… libro-puente.