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Vol. 47.
Páginas 204-212 (enero - junio 2014)
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Reseña del libro
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Marco Antonio Samaniego López
Universidad Autónoma de Baja California, Instituto de Investigaciones Históricas
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En el mundo globalizado en que hoy nos encontramos, el lenguaje de las relaciones entre los diferentes países permea los negocios y las comunicaciones. Los vínculos entre las naciones enmarcados en el entorno de las referencias a la importancia de las instituciones que se debaten en la cooperación y la búsqueda por establecer fórmulas para mantener la economía en crecimiento y racionar el uso de los recursos naturales forma parte de los discursos en la academia y la política. Incluso en los últimos años se ha construido el tema de la desaparición de los Estados-nación como posibilidades alternativas de futuro.

Una de las afirmaciones que han sostenido quienes critican la condición actual del capitalismo contemporáneo es que se ha generado un mundo desbocado, en el cual el uso descontrolado y caótico de nuestro planeta nos ha llevado a modificar de tal manera el entorno que el hombre se ha convertido en una amenaza para la sustentabilidad de todo posible equilibrio ecológico. Se ha construido una sociedad en riesgo permanente y lejos del dominio sobre los procesos de la naturaleza, hemos generado una condición de riesgo en la cual la sobreexplotación de los recursos plantea la disyuntiva de seguir como vamos o imponer cambios sustanciales en la manera de vivir.

Ante señalamientos como los anteriores, el estudio de las relaciones entre los Estados-nación se vuelve un factor de suma importancia para comprender los procesos de formación, consolidación, intercambio, transformación, así como de cooperación y conflicto, que se dan en todos los órdenes entre países que comparten espacios cotidianos, como los son México y Estados Unidos. Espacios territoriales, recursos naturales, concepciones sobre la forma de ser del “otro”, prejuicios construidos desde ambos lados, son factores que inciden en los proyectos y en la apropiación de procesos que involucran de manera directa a millones de personas.

El estudio sistemático de la relación México-Estados Unidos ha generado diversas obras en las que se ofrecen perspectivas variadas sobre cómo abordar las complejas problemáticas en las que estamos involucrados. De algo estamos seguros, de que es imposible dar todos los enfoques posibles al tema. Es una problemática que tiene niveles de complejidad en tan diversos órdenes que requiere de distintas perspectivas para profundizar en una temática que siempre dejará lugar a la polémica.

La obra que aquí nos ocupa, Las relaciones México-Estados Unidos, 1756-2010, es el trabajo sistemático de cuatro investigadores que emprendieron una tarea ambiciosa: Marcela Terrazas, Gerardo Gurza, Paolo Riguzzi y Patricia de los Ríos. La coordinadora del esfuerzo fue la doctora Terrazas, quien desde hace varios años ha publicado sobre las relaciones entre ambos países con énfasis en procesos relacionados con la frontera internacional. ¿Cómo generar un discurso historiográfico que de manera coherente enfatice la relación entre los gobiernos, instituciones y habitantes de las cambiantes zonas que limitaron primero a dos imperios y posteriormente a dos naciones? ¿Cómo establecer los vínculos entre las nuevas identidades y los territorios que fueron considerados como partes de las naciones?

En el primer tomo, titulado “Imperios, repúblicas y pueblos en pugna por el territorio, 1756-1867”, escrito por Marcela Terrazas y Gerardo Gurza, se tomó como punto de partida los conflictos internacionales que los imperios europeos protagonizaron intensamente durante los siglos XVIII y principios del XIX. Las implicaciones que esto tuvo en América fueron de diversa índole. Se trata de una historia con implicaciones internacionales en la que los intereses imperiales generaron un conjunto de tensiones que permanecieron para los años subsecuentes. Cuando surgieron como independientes las trece colonias y luego de serias dificultades lograron imaginarse como nación e instituir un gobierno que las organizara, existía una larga lista de temas pendientes con los vecinos del sur, primero los novo-hispanos y su relación imperial y luego el naciente México.

¿Cómo se relacionaron los hombres y las mujeres que vivieron cercanos a esos límites trazados desde lugares lejanos? ¿Cómo transitaron en sus identidades locales, regionales, con las de ser imperio a nuevas naciones? ¿Por qué y cómo aceptaron los nuevos imaginarios políticos surgidos en las complejas relaciones generadas en contextos europeos? Las preguntas surgen a partir de los procesos en los que se ven involucradas las nuevas naciones. No sólo se trata de la relación hacia el exterior, sino las implicaciones que éstas tienen hacia la formación de instituciones y las concepciones que se tienen de lo que el “otro”, ese vecino que de manera constante representa una amenaza, un reto, una identidad que es ajena pero que obliga a resignificar la propia.

Miles de hombres llegaron a Estados Unidos durante el siglo XIX, muchos menos al convulso México. Los euroamericanos generaron una dinámica de relaciones con sus sitios de origen que permitieron fortalecer una economía en expansión. Con ellos, llegaron procesos consolidados en sus regiones que pasaron a un espacio que para ellos era considerado nuevo. En esas tierras supuestamente vacías, sólo había indígenas que no fueron considerados dentro de la concepción de uso del espacio. Por ello varios grupos aprendieron a negociar, otros fueron desplazados de manera brutal, algunos más buscaron su espacio temporal o definitivo en otras tierras. De manera general el proceso confrontó los intereses de la nación inmediata al sur, nuestro país, que ante el crecimiento poblacional intentó poner un alto a aquella avanzada. Sin embargo, el proceso revolucionario que culminó con la independencia y las nuevas formas de organización provocaron más que el surgimiento inmediato de la nación mexicana, la presencia de numerosos poderes regionales.

La nación y el nacionalismo necesitan construirse, imaginarse para ser. De igual forma, se necesita cierta correspondencia de unidad previa. Puede ser el territorio o, en su caso, la religión. La independencia propició que los enfrentamientos por los espacios de poder se volvieran frecuentes. Numerosos gobiernos locales y federales se sucedieron sin que se lograra el consenso necesario para construir las instituciones que fortalecieran la nación. Ante el avance de la migración europea y la construcción de un imaginario como el destino manifiesto, se generaron tensiones que conllevaron a un enfrentamiento que marcó la historia de las dos naciones en formación.

En la obra que aquí reseñamos, la explicación puede ser para los mexicanos poco ortodoxa. No se desata en un conjunto de afirmaciones peyorativas contra los Estados Unidos. En cambio, se destacan las profundas diferencias que surgieron en diferentes regiones de México para enfrentar, o no, la entrada de tropas. Se pondera que hubo zonas donde el comercio se fortaleció y que en los momentos posteriores a la guerra, lejos de generarse algún intento de recuperar lo perdido, se retomaron nexos comerciales y sociales. En los años subsecuentes, surgieron propuestas de formación de repúblicas independientes en varias regiones, y en otras, solicitudes de ser anexados por Estados Unidos para pacificar revueltas regionales.

El primer tomo termina con la caída del denominado Segundo Imperio, mismo que nunca logró consolidar sus dominios en muchas regiones. Durante estos años tan intensos, los liberales se enfrentan entre liberales, mientras que en Estados Unidos se lucha por sobrevivir como nación: una guerra entre el poder de los estados que toma como símbolo la libertad de los esclavos, pero que de manera clara enfrenta formas de producción. La paradoja es que, en tan pocos años, el modelo a seguir son los propios Estados Unidos. El liberalismo triunfante ve en el capitalismo del vecino inmediato los pasos que debe tomar para construir su nación.

El segundo tomo, “¿Destino no manifiesto? 1867-2010”, escrito por Paolo Riguzzi y Patricia de los Ríos, da énfasis a los procesos económicos como un eje rector en las relaciones. Se mantiene la idea de destacar la esfera económica, la internacional, las fronteras, así como los movimientos de población; sin embargo, como ya apuntamos, lo económico cobra un mayor peso como sustento de la explicación.

Las razones de ello son, sin duda, el crecimiento poblacional, el desarrollo industrial y agrícola y el poblamiento que se generó en las últimas décadas del siglo XIX en ambos países. La revolución metalmecánica impulsó el desarrollo capitalista en gran escala. No sólo cambiaron Estados Unidos y México, sino que, por las dimensiones de los cambios tecnológicos y los impactos que se generaron, se modificaron las relaciones en el mundo a partir del surgimiento del vecino del norte como una emergente potencia mundial. Los ánimos expansionistas estuvieron lejos de desaparecer y, en todo caso, se modificaron tanto en discurso como en prácticas. Panamá, Puerto Rico, Filipinas, Cuba, por mencionar algunos, se vieron impactados de manera decisiva por las nuevas formas de intervención militar. El crecimiento económico y una ideología sustentada en una idea de pueblo elegido fomentaron y justificaron la inversión de capitales en otras partes del mundo. México, con todas las implicaciones que tiene ser vecino inmediato, debió buscar fórmulas para afrontar la circunstancia de tener a un lado una de las economías que más se modificaron en las últimas décadas del siglo XIX. En ese sentido, a pesar de los estereotipos al respecto, los autores destacan el hecho de que no se trató de un actor pasivo, a la espera, sino que se enfrentó de diversas maneras.

Así, pues, ni Porfirio Díaz ni después los gobiernos revolucionarios fueron actores que siguieran las pautas establecidas por el vecino del norte de manera sistemática. Negar la influencia sería absurdo, pero simplificarlo todo como una imposición estadounidense, a pesar de gran cantidad de discursos en ese sentido, es sin duda un reto que requiere de un sólido sustento. Para este caso, los autores logran demostrar que si bien historiográficamente y en los discursos de la época se generó esta idea, en los acuerdos, negociaciones e incluso en prácticas cotidianas esto no fue así.

Por lo anterior, la relación aparece más compleja que la diplomacia entre una nación y otra. No se hace a un lado dicho aspecto, pero está lejos de ser una obra centrada en ello. ¿Es entonces la relación México-Estados Unidos un asunto que obliga a pensar en cómo se articulan dos naciones o cómo se articulan dos gobiernos? Quizá valdría la pena abrir la pregunta. ¿Es la relación México-Estados Unidos un pretexto para observar con mayor cuidado la relación entre identidades que se construyeron la una con la otra a partir de la experiencia europea, asiática y africana en un mundo en el cual la tecnología permitió el traslado de millones de personas a un espacio geográfico en el cual se heredaron tensiones surgidas desde la época de los imperios?

En nuestro caso y para retomar la discusión que plantea Alan Knight en el prólogo a la obra acerca de la historia parroquial, ¿no es una buena razón estudiar la relación México-Estados Unidos para observar y reflexionar sobre el significado del espacio que se construyó entre los dos países como efecto de los intercambios generados en el mundo y que resultaron, en parte, en la construcción de dos naciones?

El siglo XX es tratado en la complejidad de las relaciones internacionales que trajeron consigo las guerras europeas. La Revolución mexicana, con todas sus incertidumbres, fue un motivo de constante atención y de intervención no sólo del gobierno federal estadounidense, sino de actores individuales y colectivos que veían sus intereses trastocados y enfrentados entre sí. Si bien el petróleo es lo más estudiado, otros asuntos fueron de sobrado interés y confrontaron hacia el interior del país vecino sobre el derrotero a seguir respecto del movimiento, desde expresiones anexionistas hasta el papel de algunos actores de la Revolución. Woodrow Wilson tomó el asunto mexicano con particular interés.

En varias partes del segundo tomo se destaca que la vida estadounidense a través de los medios de comunicación llegó a México prácticamente desde la década de 1920. Si bien la tesis es sujeta a discusión y matices, consideramos claro un aspecto, la relación México-Estados Unidos es mucho más que una referencia para los interesados en el tema. Daniel Cosío Villegas, en más de una ocasión, enfatizó la importancia de estudiar a Estados Unidos para entender a México. Carlos Monsiváis en la década de 1990 afirmó que ya había nacido la primera generación de estadounidenses en la ciudad de México. Dicho de otra manera, de sostenerse la hipótesis de que inicia en los años posrevolucionarios y existe una afirmación de tal naturaleza, el tema tiene múltiples significados y vetas de investigación por abordar. La sola complejidad que abarca el tema de los intercambios culturales y simbólicos obliga a repensar la relación desde diversos ángulos y perspectivas.

En el sentido de los intercambios culturales, los autores señalan los diversos intentos por formalizar lazos de cooperación. Sin embargo, ante la emergencia de los nacionalismos, los estereotipos de los “yankees” depredadores y corruptos, consumistas y aprovechados es conveniente en una imagen común que fortalece el imaginario de los mexicanos, espiritual y católico, antiimperialista y latinoamericanista. No obstante, luego de los fervores patrios generados por la expropiación petrolera, el mejor momento de la relación llega en la década de 1940, con la Segunda Guerra Mundial como una realidad que transforma el devenir de prácticamente todo el orbe. En ese contexto, las buenas relaciones, los préstamos y el arreglo de la deuda permean un vínculo en el cual el referente bélico obliga a pensar el futuro de las dos naciones. Los amigos se vuelven hermanos, cuando menos en el plano de los dos gobiernos. En México, tan bien está la relación, que el secretario de Relaciones, Ezequiel Padilla, se vuelve presidenciable con bastante antelación. Pronto fue atacado por diversos sectores precisamente por los que fueron vistos como vínculos excesivos con Estados Unidos. La contraparte, que ubica un tema de larga duración, fue que miles de trabajadores mexicanos fueron llevados a zonas agrícolas en Estados Unidos. El programa bracero como parte de una historia que aquí encontró un nombre oficial, de estados, pero que como fenómeno obliga a pensar en otra relación, alejada de los acuerdos y los tratados, donde las rutas migratorias siguen otros procesos que aún están por ser observados.

La Segunda Guerra Mundial mantuvo la excelente relación. El préstamo, al inicio de la administración de Miguel Alemán, de 150 millones de dólares de Estados Unidos a México para diversos fines fue una de las últimas ocasiones en que los recursos fluyeron a nuestro país. Estados Unidos, ya como potencia en el mundo desde años atrás, a partir del fin de la guerra se convirtió en una nación que tenía su mirada puesta en el mundo y no sólo en el vecino del sur.

La complejidad de las relaciones propicia que las últimas décadas del siglo XX y la primera del xxi sean de una narrativa diferente. Son muchos los temas, las ópticas y las posibilidades de explicación que es posible obligar a los autores a darnos una multiplicidad de referencias sobre la relación. Eso no le quita seriedad al trabajo, lo que nos muestra es el abanico de temas que se deben de tratar para comprender la intensidad del vínculo y la necesidad de ubicar las diversas problemáticas que se abordan. El relato bosqueja al lector actitudes, conflictos, momentos críticos y vuelta a relaciones intensas. Los temas de la crisis de energéticos, la década de los ochenta, con un México sumido en una profunda deuda externa y sin expectativas, el gobierno de Reagan con sus posturas en contra de los programas sociales y el mundo que cambió en referencia a una guerra fría son abordados para explicar los vaivenes de una relación que tiene infinidad de posibilidades.

Para numerosos autores, 1989 es el fin de una época a nivel mundial. La trasformación facilitó el viraje económico que ya se estaba gestando en nuestro país. El Tratado de Libre Comercio, dada su importancia, es abordado como eje articulador de un periodo en el que se llegó a decir que México ingresaría al primer mundo. No se dijo cómo, pero las expectativas del tratado resultaron una esperanza. La presentación del tema nos pone en evidencia cómo el asunto de la frontera y las medidas en torno al medio ambiente desempeñaron un papel importante en las negociaciones, con el fin de que los congresistas opositores y los grupos ecologistas estadounidenses apoyaran el tratado.

Los autores, además, ofrecen un panorama general de organizaciones de ayuda a los migrantes, movimientos sociales de mexicoamericanos en Estados Unidos, agrupaciones religiosas de diferentes creencias, organismos ambientalistas y otros. Una gama muy amplia de análisis que permite conocer varios de los temas de la agenda que en ocasiones es bilateral, en otras unilateral y en otras con silencios que dejan vacíos sobre temas muy importantes en los que los actores sociales actúan más allá de su posicionamiento en los medios electrónicos.

¿Por qué leer dos tomos en torno a la relación México-Estados Unidos? ¿Por qué leer la obra específica que aquí se presenta? Nuestra opinión es que se trata de una obra que en términos historiográficos es novedosa. Se trazaron retos complicados de lograr dada la complejidad de la relación. Pero además, con los prejuicios existentes de una historia que involucra a Estados Unidos, buscaron ofrecer un panorama diferente. No todos los lectores estarán de acuerdo en los planteamientos. Sin duda, existirán objeciones de por qué se omitieron ciertos aspectos y se dio mayor peso a otros. Sin embargo, la lectura obliga a la argumentación a favor o en contra, a mencionar las omisiones o los aciertos. Para el caso de estudiantes, profesores e investigadores de las relaciones entre las dos naciones, somos de la opinión de que estamos ante una obra que abre discusiones y permite una reflexión distinta. Cada lector decide si los retos se lograron. Lo que consideramos inevitable es señalar que la lectura de la obra sí ofrece en términos de interpretación una posibilidad que bien vale la pena explorar.

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