Aunque no lo parezca, un título tan ambiguo, como La Compañía de Jesús en América Latina después de la restauración: los símbolos restaurados esconde un desplazamiento digno de tomarse en cuenta: nombrar con los términos habituales un horizonte que poco tiene que ver con las formas tradicionales en que se ha escrito la historia de la Compañía.
En el capítulo que inaugura en compendio, Pierre-Antoine Fabre y Gerard Neveu, nos ofrecen, a partir de las vidas impresas de Pedro Clever, una exploración de dos momentos claramente distinguibles en la historia de la hagiografía jesuítica. En el primero, que podríamos caracterizar como barroco, las vidas de los santos cumplían propósitos edificantes, sirviendo a los fieles modelos imitables de conducta. Anclados hasta las postrimerías del siglo xvii en una lógica que privilegiaba el ejemplo, estos relatos irán perdiendo su sesgo doctrinal y su gusto por lo extraordinario hasta convertirse en escrituras soportadas por complejos aparatos probatorios, toda vez que preferirán no «relatar la vida de un santo sino […] fabricar una santidad por pruebas y de ponerla por escrito con una fundamentación jurídica» (p. 42).
El paradigmático caso de Claver sirve también a Jaime Humberto Borja para historizar las hagiografías. Al contrastar dos relatos de la vida del santo —la Apologética y Penitente vida [1666] de Joseph Fernández y La Vida del Santo Pedro Claver [1888] de Juan María Solá—, Borja advierte que el cambio más significativo entre ambas escrituras estriba en la paulatino abandono de las justificaciones teológicas. Mientras que en la obra del primero, muy a tono con el barroco, juega un papel de primer la imitación de las virtudes y las obras; en la de Solá, su afán por ofrecer al lector un relato más amable termina por diluir las reflexiones teológicas, sustituyéndolas por una narración que, cargada de referencias al proceso de canonización de Claver, convierte las obras piadosas en «acontecimientos» susceptibles de ser historiados al amparo de los modernos métodos historiográficos de su tiempo.
Con todo, el mayor mérito del trabajo de Borja no pasa por enunciar, como ya han hecho otros, ese descubrimiento, sino porque a contrapelo de la historia cultural, su indagatoria aspira a leer ambas hagiografías a la luz de las expectativas latentes que generaban en su época.
También de apropiación de expectativas se ocupa Nicolas Perrone en su estudio sobre Lorenzo de Hervás y Panduro, cuya labor intelectual lo convirtió de facto en un temprano divulgador de los saberes generados por sus correligionarios. Producto preclaro del exilio, Hervás compiló con enorme rigor los conocimientos lingüísticos acumulados por los jesuitas durante casi dos siglos, hasta convertirlos en uno de los más completos Catálogos de su tiempo. La posterior publicación tanto de este compendio como más tarde de una Biblioteca jesuítica, permite a Perrone explorar la forma en que la orden empleó para sus fines la función social de cada impreso. De ahí que no por casualidad Hervás compuso ambas formas discursivas a manera de resultaran útiles a los ojos del Consejo de Indias, de cuyo favor dependía el impulso que tanto necesitaba la Compañía para sortear los tiempos difíciles.
Entre tanto, la contribución de María Elena Imolesi fustiga las obras de Pablo Hernández y Guillermo Furlong para adentrarse en las singularidades de la historiografía jesuítica tras la restauración. Llama poderosamente la atención que, si bien se trata de escrituras subsidiarías —condicionadas ambas a las investigaciones de Antonio Astraín y Pedro Leturia, respectivamente—, poseen detrás de sí un notable trabajo en archivo, y no poca autonomía interpretativa: Hernández construye una sólida apología de un imperio perdido; mientras que en Furlong, ubica en las misiones los orígenes del estado argentino.
Para cerrar el conjunto, Elisa Cárdenas y Roberto Di Stefano rastrean en las representaciones sobre los jesuitas decimonónicos, las expresiones de un antagonismo de larga data: una mirada que los juzga como promotores del atraso; otra que ve en ellos el triunfo de la civilización en las Indias. Los testimonios recogidos por los autores se convierten así en un observatorio para mirar los endebles cimientos ideológicos de lo que hoy denominamos Latinoamérica. Antes que hablar de la Compañía, las imágenes generadas en torno a ella son un espejo que refracta las inquietudes de una multitud de naciones en emergencia.
Con esto, aunque el libro en cuestión explora temas largamente vistos, no se apuesta por volver a ellos con los mismos ojos, sino explorando la emergencia y reapropiación de determinados símbolos: antiguos todos, pero no los mismos.