El libro La democracia y su contrario, de Andrea Greppi,1 ofrece un diagnóstico del estado actual de la democracia y de lo mucho que se ha dejado de hacer después de la victoria de ésta como prin-cipio de legitimidad. En otros de sus trabajos, como Representación política y deliberación democrática y Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo, el autor ha esbozado algunos de los problemas que trata en este libro. En La democracia y su contrario retoma a través de sus cinco capítulos los conceptos de representación política, separación de poderes y opinión pública, considerados por él pilares del edificio democrático y los cuales se encuentran en un progresivo vaciamiento, haciendo que las democracias mantengan insatisfechos a muchos ciudadanos.
Ante la insatisfacción, el autor muestra su preocupación por la falta de concreción u operacionalización del concepto de democracia en la actualidad, ya que el término tiene matices en diversos países que hacen poco útil el uso de tipologías para encontrar el mayor número de regularidades. Para clasificar a un país como democrático, parte del adagio “la democracia es más que elecciones, pero no puede ser menos que eso”, como condición de piso mínimo.
A pesar de lo anterior, en algunos países de la región, las elecciones no significan un fortalecimiento del edificio democrático; por el contrario, como sostiene el autor, inhiben la opinión pública y difuminan la representación de las minorías, acabando el entusiasmo con la democracia y constituyendo un nuevo paradigma difícil de clasificar. En este sentido, el autor propone que la deliberación sea la regularidad mínima para evaluar un país como democracia.
A pesar de las prácticas de los regímenes democráticos o poco democráticos, no sólo éstos han vaciado de contenido a la representación, la separación de poderes y la opinión pública, también los cambios culturales en las sociedades como la individualización y el fraccionamiento del espacio público dificultan la representación y la toma de decisiones de los representantes. Una de las vías para descubrir la desilusión de la representación consiste en señalar el desajuste entre la voluntad expresada en las instituciones y la realidad objetiva que supuestamente debería encarnar en ellas. Al respecto, Greppi afirma: La representación política pasa por una crisis en tanto no hay canales que la mejoren y que hagan sentir al ciudadano o a una parte de éstos, que son escuchados en instancias reglamentadas y con repercusiones en la toma de decisiones (2012, 61).
El autor propone los instrumentos de participación ciudadana, a pesar de que no presentan los mismos resultados en diferentes latitudes ni tampoco puedan compensar la pérdida de representatividad del régimen. Y por encima de los instrumentos de participación, Greppi considera como elemento imprescindible para incluir al ciudadano, fortalecer el entorno discursivo, el demo-saber, que el ciudadano construya una opinión propia e intervenga en aquellos asuntos de relevancia política.
Otro de los puntos importantes del análisis es la separación de poderes, la cual tiene una gran repercusión en la calidad de la democracia en tanto siga representando uno de los pilares del constitucionalismo moderno y elemento de control del poder. En este sentido, se menciona, en el contexto de la globalización, la tendencia a la confusión de poderes, ya que en la mayoría de los países confluyen los poderes de mercado, de las finanzas, de la producción y los medios de comunicación, entre otros.
Esta confusión impide en muchos casos —y ésta es la hipótesis del autor— formar una crítica al régimen por parte del ciudadano, ya que desconoce quién detenta el poder y por lo tanto queda excluido de los asuntos de relevancia política. Cuando los ciudadanos dejan de visualizar con claridad cuáles son las potestades y donde está la responsabilidad de cada uno de los poderes, cae inmediatamente la posibilidad efectiva de ejercer del derecho de crítica (…) sin separación de poderes no hay crítica y sin crítica la constitución democrática se vuelve impracticable (2012, 98).
No es extraño que en nuestro país la llamada confusión de poderes parezca alentada por pactos cupulares, con la intención de confundir a la ciudadanía sobre quién detenta el poder, a través de mediaciones discursivas en la prensa para cercenar la posibilidad de crítica. Por ello el autor se interesa del fortalecimiento de la representación y de la separación de poderes, ya que éstos son factor clave para evaluar la calidad discursiva del proceso democrático. El desinterés de los ciudadanos, la desinformación, la baja calidad discursiva es el contrario de la democracia.
Finalmente, completa este análisis sobre la situación de la democracia, la educación de los ciudadanos y muchas posibles explicaciones sobre el escollo entre éstos y los técnicos del gobierno, ya que al hablar—al parecer— dos lenguajes diferentes, hacen ver el trabajo en los asuntos públicos como muy especializado, esto sin contar al aparato ideológico o retórico que se encarga de difundir labores que en algunos casos son entendibles, o bien no tienen la complicación que aparentan.
Al respecto, Greppi señala: El punto crítico está en el hecho de que puedan darse situaciones de inconmensurabilidad entre el lenguaje que usan los ciudadanos para expresar sus demandas y el que manejan quienes tienen en sus manos el poder de decidir. No es apatía o irresponsable negación de la realidad. Lo que está en juego es la capacidad misma para decodificar el flujo de eventos. Con una consecuencia a la que no podemos sustraernos. A medida que aumenta la disonancia entre las palabras de los más y la competencia técnica de los menos, ganan terreno las narrativas redentoras, destinadas a compensar emotivamente el desajuste. El resultado es una dramática comprensión de la discusión pública (2012, 141).
El dilema no es menor, ya que los ciudadanos no cuentan con información para hacerse de una opinión ni los expertos o técnicos pueden contar con información del todo verídica sin el pulso de las actitudes y preferencias de los ciudadanos. Por eso, muchas de las respuestas que se ofrecen por parte de los técnicos, son en algunos casos alejadas de las necesidades de la ciudadanía. En pocas palabras, la incompatibilidad del lenguaje ciudadano-experto o técnico debilita el entorno discursivo, al quitar sustancia al proceso de toma de decisiones, es decir, al proceso de inclusión del ciudadano.
La democracia y su contrario es un texto imprescindible para evidenciar las carencias y “contrarios” de nuestras democracias. Dice Greppi que para encontrarlos no hace falta volver la mirada hacia exóticas dictaduras o hacia monstruosos regímenes despóticos. Sin ser típicamente autoritarias, las democracias actuales están siendo internamente desarboladas por la quiebra de las condiciones mínimas de legalidad que deben caracterizar al Estado de Derecho, pero también —y sobre todo— por una serie de razones que mucho tienen que ver con la creciente dificultad que encuentran los ciudadanos para elaborar opiniones propias (2012, 200).
La lección es no conformarnos con los mecanismos de empoderamiento que a cuenta gotas ofrece la clase política, más como válvula de escape que como convicción, para el fortalecimiento de los cimientos del edificio democrático.