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Inicio Estudios Políticos Reflexiones en torno a la relación arte y poder a la luz de la hermenéutica
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Vol. 2013. Núm. 30.
Páginas 49-60 (septiembre - diciembre 2013)
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Reflexiones en torno a la relación arte y poder a la luz de la hermenéutica
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Fernando Ayala Blanco*
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La hermenéutica contemporánea se ha establecido como una filosofía de la comprensión del ser gracias al lenguaje; este último cumple una función mediadora, que se conecta con la teoría y práctica hermenéutica, permitiéndonos establecer vínculos entre las esferas del poder y del arte. Consecuentemente el poder del arte se presenta como una capacidad o expresión artística que puede, por un lado, criticar al poder y a los poderosos o puede, por otro, legitimar a las instituciones y actores del poder político.

Palabras clave:
hermenéutica
arte
poder
Hermes
lenguaje
Abstract

Contemporary hermeneutics has established itself as a philosophy for understanding the nature of being through language; the latter plays a mediating role, which is connected with the theory and practice hermeneutics, allowing us to establish links between the spheres of power and art. Consequently the power of art is presented as a capacity or artistic expression that can, on one hand, criticize the power or can, on the other, legitimate institutions and political power players.

Keywords:
hermeneutics
art
power
Hermes
language
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No cabe duda que el poder y el arte son enigmáticos. De ahí que el político y el artista tengan que interpretar la realidad creando equívocos provisionales, simples malentendidos, que los arrastran por un torrente de apariencias, representaciones y simulacros. En tal caso, nunca podrá presentarse la necesaria contradicción, sino es en oposición a las convenciones culturales y sociales que se refieren a la identidad. Las palabras y las cosas se desvelan ocultándose, precipitando a la humanidad hacia una trampa conceptual que nos obliga a confrontar la triple convención simbólica: palabra, imagen y acción.

La agudeza de Jünger nos esclarece el horizonte:

Precisar lo impreciso, definir con creciente rigor lo indefinido: ésta es la tarea de todo desarrollo, de todo esfuerzo prolongado en el tiempo. Por eso se van destacando cada vez más nítidamente, en el curso de los años, las fisonomías y los caracteres. […] El escultor se enfrenta al principio con el bloque en bruto, con la desnuda materia, que encierra en sí toda posibilidad. Responde al cincel, que puede destruir y hacer brotar de ella el agua de la vida, la fuerza del espíritu. Todo es todavía impreciso, incluso para el Maestro. No depende enteramente de su voluntad. […] Lo impreciso, lo indeterminado, no es, tampoco en el campo de la invención, lo falso. Puede ser inexacto, pero no debe ser insincero. Una afirmación —imprecisa, pero no falsa— se puede ir explicando frase por frase, hasta que finalmente se aploma y cae en el centro (Jünger, 1981, pp. 9-10).

Ciertamente en la producción o creación de cualquier cosa hecha con arte, o en el ejercicio de cualquier arte, aparecen vinculadas dos facultades: imaginativa y operativa. La primera nos permite imitar una idea (mimesis) mediante un proceso creativo; con la segunda, en tanto imitación de ese modelo invisible (paradeigma), se puede plasmar una obra material.

I

El lenguaje cumple, sin duda, una función de mediación y comunicación en las relaciones sociales y políticas entre los individuos. La existencia humana puede ser descrita como representación, apariencia o simulacro; sin embargo, para hacerla soportable necesitamos del arte y su interpretación. Necesitamos del poder de la hermenéutica.

Hermes es el origen de la hermenéutica. Este dios o figura simbólica sirve como puente entre la esfera divina y la humana, representa la unión de los principios antagónicos pero complementarios. Es el portador de la palabra, palabra que es interpretada y reinterpretada perennemente. Lo cierto es que Hermes es un mediador por antonomasia, pues traduce, traslada y transcribe la voluntad divina a un lenguaje de fácil comprensión para los hombres. Por lo tanto, Hermes es un hermeneutés o intérprete que traduce a un lenguaje comprensible lo dicho de un modo incomprensible, ininteligible. Por su misma naturaleza es una figura mediadora, arquetípica, que se encuentra en el umbral, estableciendo la comunicación entre dos partes o espacios.

Hermes es una especie de ángel que transmite y revela un mensaje. Representa el papel de un mediador (como lo puede ser un político) entre quien pronuncia un discurso y aquel que lo recibe. El papel que representa en una mediación lo hace ideal para asociarlo a la noción de hermenéutica y de ahí trasladarlo a la esfera socio-política.

La aplicación de un método hermenéutico nos permite entretejer las relaciones entre el arte y el poder. Sin duda, podemos encontrar un sentido a través de la mediación del lenguaje en esta relación, que nos arroja a un incesante juego de expresiones, imágenes y creaciones que descubren y encubren, desocultan y ocultan. Por eso se vuelve imprescindible apoyarnos en la técnica o arte de la interpretación…

El comprender alberga en su seno la posibilidad de la interpretación, esto es, de la apropiación de lo comprendido. Dado que el encontrarse y el comprender son igualmente originales, el encontrarse se mantiene dentro de una cierta comprensión. Le corresponde asimismo una cierta susceptibilidad de interpretación […] La comunicación (manifestación) condujo al concepto de la palabra y del lenguaje (Heidegger, 1999, p. 179).

El lenguaje o la expresión tienen un sentido que va más allá de lo propiamente dicho o expresado, un sentido oculto a la visión directa o aparente, que se descubre mediante una visión transversal. Aquí interviene la mediación de la imagen, del símbolo o del arquetipo.

La figura de Hermes descubre los caminos e ilumina las encrucijadas. Establece límites y puntos de referencia en los espacios e intersticios por donde circulan los hombres y los dioses. Arroja luz a la oscuridad del mundo con el ingenio creador y la astucia del hábil engatusador y transgresor. Representa la circulación de los bienes, las palabras, las funciones y las ideas. El dios Apolo, por ejemplo, intercambió parte de su ganado por la lira de concha de tortuga que había inventado Hermes; en efecto, realizaron un trueque y por lo tanto un intercambio de ideas.

En este sentido, Verjat dice que…

Hermes es una tirada de dados: se gana y a veces se pierde […] Hermes equilibrador, ley universal que trasciende las leyes humanas. […] Hermes mediador está en medio de cuanto acontece: entre el hombre y la mujer, entre los hombres y los dioses, entre la salida y la llegada, entre lo que se dice y lo que se hace, entre la palabra del poder (Zeus) y el poder de la palabra; es otra imagen del fulgor que modela el mundo. Entre la vida y la muerte, también: será Hermes guía de las almas, el ángel psicopompo. Leyes, fronteras, normas: las traspasa. Y así pone otras […] Bisagra entre lo que se ve y lo que permanece oculto, entre lo unívoco y lo equívoco, es aliado de los secretos, las maquinaciones, toda la tramoya universal de la que los humanos no tienen ni idea: es el secreto último de todas las cosas. Y sólo proclama toda la verdad para mentir mejor. En su mano, todo es nada a la inversa; la guerra cede ante la paz, la paz falaz es guerra velada” (Verjat, 1998, pp. 289-291).

Lo cierto es que si consideramos el lenguaje como mensaje para el hombre, es decir, como hermeneia en el sentido de recibir un mensaje, para interpretarlo y enseguida comprenderlo, como el diálogo desarrollado históricamente entre los hombres, entonces el lenguaje no actúa únicamente como instrumento de conocimiento racional y dominio del mundo. Es algo todavía más sutil, es un diálogo que nos permite profundizar en la comprensión del ser a través de la interpretación del lenguaje, pues como dice el buen Heidegger: “La base de nuestra existencia es un diálogo” (Heidegger, 1997, p. 112).

En consecuencia, el proceso dialógico socrático-platónico, con su laberinto de aporías —llenó de preguntas y respuestas— es la piedra angular de la hermenéutica contemporánea. La relevancia que se imprime a la pregunta denota que, en el fundamento de todo pensar, hay siempre una dialéctica de pregunta y respuesta que va más allá de lo propiamente dicho, de lo aparente.

H. G. Gadamer ha revalorizado la hermenéutica a través de la concepción del ser como lenguaje, y de la razón hermenéutica como un proceso de interpretación y comprensión del mismo lenguaje. Por ello, se le ha considerado como el fundador de la hermenéutica filosófica. Asegura que el planteamiento crítico debe sostenerse con base en la importancia que guarda la experiencia, vinculada, por un lado, al conocimiento estético y, por otro, al saber ético. Tanto la experiencia estética como la ética acontecen en la vida del hombre en sociedad, arrojado en el mundo. Gadamer piensa que la experiencia vivencial se desarrolla al margen de la experiencia metódica, y pondera la importancia de la relación, entendida ésta como la unidad previa de la oposición sujeto y objeto. Así pues, la piedra de toque en la correlación sujeto y objeto se hallará en la relación medial de la interpretación y en el lenguaje que desborda los límites trágicos de la existencia. El resultado es que el creador, el observador y la obra se circunscriben en un tercer horizonte que los envuelve y los interpreta resultando en una fusión de horizontes, fusión que tiene como hilo conductor al lenguaje…

El ser que puede ser comprendido es lenguaje. El fenómeno hermenéutico devuelve aquí su propia universalidad a la construcción óntica de lo comprendido cuando determina ésta en un sentido universal como lenguaje, y cuando entiende su propia referencia a lo que es como interpretación (Gadamer, 2007, p. 567).

El lenguaje no es una simple copia o reflejo de una realidad independiente de él, más bien es la exposición y expresión originaria en la que lo real se desoculta ocultándose. Dicha exposición o expresión significa la realización de lo real. Para aclarar este punto podemos tomar como ejemplos la escenificación teatral, las artes plásticas, la creación literaria o el ejercicio del poder, caracterizados todos ellos como acontecimientos en los que se realiza y se manifiesta un acontecer originario, pero que puede ser interpretado y reinterpretado. Siguiendo el decurso que propone la hermenéutica filosófica, se podría decir que si el pensamiento humano se forma mediante el lenguaje y la interpretación es porque el propio ser es finalmente lenguaje. Somos lenguaje y, por lo tanto, estamos inmersos en la interpretación.

Gracias al lenguaje podemos realizar una fusión de horizontes, que nos vincula con los arquetipos y la esfera simbólica. De ahí la necesidad de la interpretación, de Hermes psicopompo guiando a los mortales. En este sentido la hermenéutica filosófica se abre hacia una hermenéutica simbólica. El símbolo (symbolon) sirve como mensajero de un sentido al que alude o remite, de tal suerte que su función es la de conseguir una conjunción de los contrarios. Esa realidad antagónica pero complementaria lo sitúa en el límite trágico entre lo concreto y lo difuso, lo consciente y lo inconsciente, lo racional y lo irracional, lo angelical y lo demoniaco, la justa proporción y el alarido embriagador.

La etimología del término griego symbolon se refiere al establecimiento de un acuerdo o contrato entre dos partes. En efecto, originariamente un símbolo o symbolon era —en palabras de Azara—

…un signo de reconocimiento, un objeto dividido y distribuido entre dos huéspedes que lo guardaban y lo trasmitían a sus hijos. Los fragmentos de nuevo reunidos servían para que los dueños reconocieran y probaran las relaciones de hospitalidad anteriormente contraídas. El término “símbolo” procede del verbo symbállo que se traduce por “reunir” o “juntar” (Azara, 1995, p. 40).

Esta estructura simbólica de oposición y complementariedad está representada en el caduceo (emblema clásico del hermetismo). Alrededor de una vara, bastón o columna se enroscan dos serpientes en sentido inverso, una que representa el bien otra el mal, una con cualidades positivas y otra con negativas. La imagen de dos serpientes en combate, símbolo de principios cósmicos antagónicos, se refiere a la instauración de un orden que el bastón de Hermes impone, mediando y equilibrando estas tendencias contrarias, por ejemplo, entre la vida y la muerte, lo sublime y lo grotesco, lo racional y lo irracional. Mediante el caduceo se establece el vínculo y la comunicación entre la inmovilidad del bastón central con el movimiento vibratorio de las dos espirales. La relación entre el eje del mundo y el acontecer de sus elementos reviste infinidad de interpretaciones. Hermes ejerce el poder de la palabra, es maestro en ligazones y domina el arte de seducir. Verdad y mentira son las dos caras del symbolon hermético que se descifran, cifrándose en él. ¿Cómo se responde un enigma? Con otro enigma.

II

El poder se puede entender como capacidad, fuerza, dominio o jurisdicción. Si partimos de su raíz etimológica, se entiende como “la capacidad” o “los recursos” para lograr o conseguir algún fin (Gómez, 1988, p. 550). De ahí que el ejercicio del poder se refiera a la práctica, ejecución o ejercicio de las funciones propias del poder.

Ciertamente en toda relación social de dos o más individuos encontraremos siempre relaciones de dominación y sometimiento, de mando y obediencia, y habrá personas que gobernarán y otras que serán gobernadas, habrá soberanos y también súbditos; de tal suerte que el poder puede atravesar la construcción de un Estado y la formación de una ciudadanía. No me cabe la menor duda que todos los seres humanos a lo largo de nuestra historia hemos ejercido el poder o padecido su ejercicio por lo menos alguna vez y en distintos niveles. El poder está vinculado con los fenómenos sociales y políticos, que van más allá de la simple fuerza y sometimiento. Más todavía, muchas veces debemos considerar la aceptación voluntaria del poder y su racionalización mediante la norma y la ley. El Estado de Derecho legitima su actuación. El poder es la capacidad que tenemos los seres humanos de condicionar o transformar la vida en sociedad, de ordenarla y conducirla.

Así pues, el poder, en tanto capacidad, fuerza, mando o actualización de las potencias, se puede interpretar como magnitudes de fuerza que cumplen con el objetivo de diferenciar a los seres vivos. Éste no existe hasta que se ejerce, pues no es un objeto material que se pueda conquistar o poseer. Es más bien la afirmación de una fuerza o capacidad sobre otra lo que lo dimensiona.

Uno de los correlatos del poder es la ética-estética. No solamente responde a una normatividad que limita la acción, sino que puede insertarse en un proceso de expresión de la misma voluntad de poder. Su ejercicio puede ser tan creativo, arbitrario y azaroso como el de una obra de arte.

El otro correlato del poder es la libertad. Ambos son aspectos inmanentes a la naturaleza humana. En efecto, si la libertad se entiende como la capacidad de autodeterminación, consciente y responsable, el ejercicio del poder es el que la condiciona en una doble vía: como relación activa (a más poder, más capacidad de determinación y dominio sobre la otredad), y como relación pasiva (a menos poder, menos capacidad de determinación y dominio por sí mismo). Por lo tanto, el poder político se puede traducir como la capacidad de ordenación de la vida ajena cuando se despliega sobre una comunidad humana o, en otras palabras, como una relación social entre seres humanos.

En muchos sentidos el ejercicio del poder es una historia de dominación y sumisión de unos sobre otros. Es cierto que después de algunas sangrientas revoluciones, de cruentas guerras mundiales, de genocidio programado como si fuera una proeza científica, de despiadados ataques bacteriológicos, de ataques terroristas y embates del crimen organizado, nos percatamos de la estulticia humana. ¿Es acaso la aniquilación lo que la supuesta “razón” del hombre busca? No lo sé, lo que si sé es que tenemos al arte, tenemos al Guernica de Picasso como ejemplo para no olvidar, a manera de memoria histórica. El historiador Eric Hobsbawm ha catalogado el siglo xx como la época de los extremos. En ningún otro siglo han coexistido tan dramáticamente el progreso y la regresión, la guerra y la paz, la razón y la barbarie.

Sin duda, el poder es un fenómeno con elementos y aspectos propios, que se ha manifestado a lo largo de la historia del hombre. Max Weber, por ejemplo, sostiene que orden político está determinado por la emergencia del poder o la dominación de unos sobre otros. Mediante su ejercicio, se logra que dominantes y dominados se integren en un grupo político. De ahí que el Estado sea una institución que haga uso de la dominación en un espacio o territorio determinado, en un tiempo que se hace historia y detentando el monopolio legítimo de la violencia…

Estado es aquella comunidad humana que dentro de un determinado Territorio (el “territorio” es elemento distintivo) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. […] El Estado es la única fuente del derecho a la violencia. Política significará, pues, la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo com-ponen (Weber, 2001, pp. 83-84).

Bajo esta perspectiva es importante diferenciar a la fuerza del poder. Elías Canetti sostiene que la fuerza es más próxima y presente. Está al alcance de la mano. Por eso es más coercitiva e inmediata que el poder. Regularmente uno se refiere a la fuerza física, pero cuando la fuerza dura más tiempo y es más sutil se convierte en poder: “…pertenece al poder —en oposición a la fuerza— una cierta ampliación: más espacio y también algo más de tiempo” (Canetti, 1977, p. 277). Este razonamiento es el que ha imperado en la actualidad.

Michel Foucault, por su parte, realizó una redefinición del poder, considerándolo no un atributo sino un ejercicio. Si el poder es un ejercicio, el saber es su reglamento. O lo que es lo mismo: el poder en tanto saber, se equipara al saber como poder. De ahí pues que el poder esté en todas partes y se necesite de una estrategia para ejercerlo.

En la mecánica del poder se articulan deseo y poder. La relación del poder está presente allí donde está el deseo. De acuerdo a sus mecanismos, a sus objetivos y a sus efectos, el ejercicio del poder es singular. No obstante, cuando el poder se ejerce mediante la ley, “el sujeto constituido como sujeto —que está ‘sujeto’— es el que obedece” (Foucault, 1998, p. 103). En pocas palabras, en toda relación de poder participa siempre algún poder legislador, por un lado, y algún sujeto que obedece, por el otro.

Veamos:

El poder está en todas partes: no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. […] El poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada (Foucault, 1998, p. 113).

Las características del poder, según Foucault, son las siguientes:

  • i)

    No es algo que se adquiera, arranque o comparta; o algo que se conserve o se deje escapar; el poder se ejerce a partir de una infinidad de puntos, inscritos en un juego de relaciones móviles y no igualitarias.

  • ii)

    Las relaciones de poder no están en posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones, sino que son inmanentes; desempeñan, en el espacio en el que actúan, una función directamente productora.

  • iii)

    El poder viene de abajo, es decir, no existe en las relaciones de poder una oposición binaria y global entre dominadores y dominados; más bien, las relaciones de fuerza múltiples que se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los grupos restringidos y las instituciones sirven de soporte a amplios efectos de escisión que recorren el conjunto del cuerpo social.

  • iv)

    Las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas; están atravesadas por un cálculo (no hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos); ni la élite que gobierna, ni los grupos que controlan los aparatos del Estado, ni los que toman las decisiones económicas más importantes administran el conjunto de la red de poder que funciona en una sociedad y que la hace funcionar; no debemos olvidar que la racionalidad del poder es la de las estrategias y las tácticas.

  • v)

    Donde hay poder hay resistencia y, sin embargo, ésta nunca se encuentra en posición de exterioridad respecto del poder; las relaciones de poder no pueden existir más que en función de una multiplicidad de puntos de resistencia: éstos desempeñan el papel de adversario, de apoyo, de saliente para una aprehensión; los puntos de resistencia están en todas partes dentro de la red de poder, es decir, no tienen razón de ser sino se encuentran enclavados en el campo estratégico de las relaciones de poder (Foucault,1998, pp. 114-116).

En definitiva, el poder está en todas partes. La soberanía del Estado, el marco jurídico represivo o la dominación de unos sobre otros, no son el punto de partida, sino las formas últimas, dirá Foucault.

También pude decirse que el poder se enmascara de distintas formas: el poder de recompensar y castigar; el poder obtenido del conocimiento, la habilidad o el talento; el poder conferido por el éxito o los logros; el poder que resulta de procesos legítimos acordados por las comunidades; el poder obtenido por la fuerza o la coacción; y por qué no, el poder del arte. Ahora bien, a lo largo de la historia encontramos que, en la mayoría de las sociedades, la legitimidad del poder reside principalmente en la tradición y el orden constitucional.

III

En términos generales, el arte se entiende como una actividad que requiere un aprendizaje y que puede limitarse a una simple habilidad técnica. Incluso puede ampliarse hasta el punto de englobar la expresión de una visión particular del mundo. El término deriva del latín ars que significa habilidad, refiriéndose a las acciones necesarias para alcanzar una especialización en algún campo creativo. El concepto denota tanto la habilidad técnica como el talento creativo en un contexto musical, literario, visual, materia, teatral o incluso político. Las personas que practican y se deleitan con el arte entran en una experiencia de orden estético…

El objeto de la estética continúa siendo la reflexión filosófica sobre el arte y sobre el gusto; se puede afirmar que, de hecho, esa reflexión no se ha producido nunca, o quizá no puede producirse sin un compromiso analítico en la práctica artística concreta y en sus teorías (Calabrese: 1995, p. 76).

Así pues, el arte —en su definición más amplia— se define como un conjunto de reglas o principios convenientes para dirigir o realizar una actividad cualquiera. El término ha arrojado una ambigüedad a lo largo de la historia de la estética. Hoy en día, refleja el carácter heteróclito de la creación o manifestación artística. En efecto, lo que podría considerarse como arte o “gran arte” en una época o momento determinado, depende de las transformaciones culturales que han hecho aceptar el arte donde la generación anterior no consideraba más que productos sin valor, sin interés o sin sentido. Tomemos como ejemplos el manierismo, el impresionismo, los ready-mades de Duchamp, el arte conceptual, las intervenciones, las apropiaciones, los performance y un largo etcétera. La expresión artística en las diferentes épocas o periodos históricos ha establecido —muchas veces— un orden nuevo que violenta o fractura el código o sistema formal anterior transformándose a su vez en un código convencional (Ru-bert de Ventós, 1998).

Heidegger ha sugerido que en la esfera estética, el artista es el origen de la obra y la obra es el origen del artista. No obstante, “ninguno de los dos es por sí solo el sostén del otro, pues el artista y la obra son cada uno en sí y en su recíproca relación, por virtud de un tercero… el arte” (Heidegger, 1997, p. 37). Para comprender la esencia del arte es imprescindible preguntarnos por su origen, y el origen del arte reside siempre en la obra de arte. Para encontrar su esencia es necesario buscar directamente en la obra real, y enfrentarse a ella: “Las obras son tan naturalmente existentes como las cosas” (Heidegger, 1997, p. 39) tienen el carácter de cosa. Lo “cósico” ha servido de base para constituir lo artístico. La obra de arte ha revelado lo “otro” y, por tanto, ha sido alegoría. De igual forma, con la obra confeccionada ha sido posible juntar algo distinto, de manera que el arte se ha erigido como símbolo.

La alegoría y el símbolo han sido el marco de representaciones en el que se ha movido desde hace mucho tiempo la caracterización de la obra de arte: “Pero este único en la obra que descubre lo otro, este uno que se junta a lo otro, es lo cósico en la obra de arte” (Heidegger, 1997, p. 41). Por eso “la estética debe subsumirse en la hermenéutica” (Gadamer, 2007, p. 217).

En suma, el origen de la obra de arte y del artista es el arte. El origen es la esencia del arte. Y el hombre ha buscado su esencia en la obra material. En muchas ocasiones no se da cuenta que la realidad de la obra ha estado determinada por lo que opera en la obra, por el acontecer de la verdad. Este acontecimiento se puede interpretar como una lucha entre la voluntad y la representación. De tal suerte que en la obra se pone en “operación el acontecimiento de la verdad” (Heidegger, 1997, p. 92). Verdad que no es otra cosa que un vertiginoso sucederse de apariencias y simulacros, los cuales no cobrarían sentido sino fuera por el poder del arte.

Epílogo

Se puede comprender mejor el proceso creativo, en cualquier terreno, mediante la interpretación de dos figuras simbólicas de la mitología griega: Atenea y Hefesto. Estos dioses se embebieron en los laberintos de la sabiduría y el arte. Eligieron juntos este mundo como naturalmente adecuado para ser el depositario de la virtud y la cultura. Colocaron en las mentes de los hombres la estructura del arte de gobernar (Coomaraswamy: 2000, pp. 48-49). El artista que ha estado en posesión de su arte portará una sabiduría y un método, una ciencia y una habilidad. Y será capaz por igual de imaginación y ejecución. Atenea es la que inspira lo que Hefesto realiza. El arte y la política han determinado hasta cierto punto la realidad vivida por los seres humanos en la esfera pública, en sociedad, y esto ha sido posible gracias al poder dominador del lenguaje, al poder esclarecedor de la hermenéutica. Hermes el civilizador, el hacedor de caminos.

Este artículo fue resultado de los trabajos de investigación realizados en el marco del proyecto papiit in-305411, “La hermenéutica como herramienta metodológica para la investigación en ciencias sociales y humanidades”, bajo la responsabilidad de la Dra. Rosa María Lince Campillo, y del proyecto papiit in-302912, “El estudio de la relación arte y poder a la luz de la hermenéutica”, bajo la responsabilidad del Dr. Fernando Ayala Blanco. Ambos proyectos apoyados por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la UNAM.

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Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, orientación Ciencia Política por la UNAM. Profesor de Tiempo Completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Autor del libro El arte de la política (2006), y coordinador y coautor de los libros de la serie Grupos de poder, editados por la UNAM.

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