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Vol. 75. Núm. 297.
Páginas 169-175 (julio - septiembre 2016)
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CRÍTICA DE LIBROS
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Competition and Efficiency in the Mexican Banking Industry. Theory and Empirical Evidence, de Sara G. Castellanos, Gustavo A. Del Ángel y Jesús G. Garza-García (Estado Unidos: Palgrave Macmillan, 2016)
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Pablo Cotler1
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Las instituciones financieras y los servicios que ofrecen son ingredientes fundamentales para el crecimiento económico y el bienestar. Por un lado, al aglutinar información de personas y empresas, estas instituciones pueden lograr una asignación de recursos financieros que —contemplando las restricciones regulatorias— sea lo más eficiente posible. Por otro lado, gracias a los productos que ofrece, se vuelve factible suavizar el gasto ante choques de ingreso, impulsar proyectos productivos de corta y larga maduración y, en general, atenuar los problemas que derivan de una falta de sincronización y/o desequilibrio temporal entre los ingresos y los egresos.

En el caso de México, como en muchos otros países, los activos bancarios ocupan un lugar preponderante dentro del sistema financiero. Sin embargo, aun cuando el producto interno bruto (pib) de México y su ingreso per cápita es uno de los más altos de América Latina, nuestra banca se caracteriza por prestar poco, atender a una baja proporción de la población adulta y no ser la principal fuente de financiamiento de las empresas. Así, según datos del Banco Mundial, la penetración bancaria en México y el grado de inclusión financiera es el tercero y quinto más bajo de América Latina respectivamente. Por otro lado, las encuestas crediticias del Banco de México señalan que es el crédito de proveedores la principal fuente de financiamiento del sector empresarial. Estas tres características sugieren a su vez que el financiamiento bancario tiende a estar concentrado en pocas empresas y personas. Consistente con los datos anteriores, las tasas de interés son altas: aun cuando la inflación es del orden del 3% anual, la tasa promedio de interés que cobra la banca por el consumo no revolvente es del 55% y en tarjetas de crédito es del 45 por ciento.

Todos estos rasgos implican que la contribución que hace la banca al crecimiento económico, a la movilidad social y, en general, al bienestar es inferior a su potencial. En este sentido, la pregunta clave es: ¿por qué la banca mexicana tienes estos rasgos? La pobreza, la informalidad y la falta de educación financiera pueden ser parte de la razón. Pero ellas por sí solas difícilmente pueden explicar las bajas posiciones que tenemos en el ranking de penetración y de inclusión en América Latina. Motivos más poderosos pudieran ser una escasa demanda efectiva por productos financieros (debido a sus características y precio quizás) y una falta de competencia en el sistema bancario. En dicho caso, se vuelve necesario conocer: a) ¿qué tanta competencia hay al interior del sistema bancario?; b) ¿qué tan eficientes son sus procesos?, y c) ¿qué factores obstruyen y aceleran la competencia y la eficiencia?

Responder a estas tres preguntas es fundamental desde mi punto de vista. El sistema bancario tiene un lugar especial en la economía del país: es un sector que se entrelaza con prácticamente todos los sectores productivos del país y tiene mucha influencia en las decisiones de política económica. En este sentido, si hay un sector en el que es necesario fomentar la competencia, la eficiencia, la inclusión y la estabilidad es el sector bancario. Es por ello que felicito a los autores del libro Competition and Eficiency in the Mexican Banking Industry. Por la temática y calidad con que se aborda, este es un libro importante de leer para todos aquellos interesados en el funcionamiento del sistema bancario y para aquellos que consideran que el mismo es una pieza fundamental para lograr un crecimiento incluyente.

En teoría, las primeras dos preguntas concernientes a la competencia y a la eficiencia parecen fáciles de resolver. Finalmente, la competencia es un concepto que todo economista aprende en su primer año de licenciatura y de manera coloquial todas las personas lo utilizan en el día a día. La eficiencia es quizás un concepto más escurridizo pero es también muy utilizado en la vida cotidiana: ¿quién no ha escuchado alguna vez la frase “¡hazlo bien, pero apúrate!” o “no gastes tanto y hazlo bien”?

Sin embargo, las características de la banca conducen a que sea muy complejo medir qué tanta competencia hay o qué tan eficientes son sus procesos. En particular, la oferta de multiproductos y multiservicios, la posible presencia de economías de escala y organización, el uso y administración de redes de transmisión, la operación en múltiples mercados como son el de depósitos, préstamos, cambiario, bonos, acciones y otros más, conducen a que no sea fácil medir qué tanta competencia enfrenta un banco ni tampoco detectar conductas que entorpezcan la competencia. Ello, además, explica por qué en la literatura hay dos grandes variantes en los estudios de competencia: aquellos que consideran relevante hacerlo a nivel sistémico y aquellos que consideran que sólo tiene sentido a nivel de cada mercado. En el caso que nos ocupa, los autores toman una visión sistémica y si bien ello pudiera ser polémico lo vuelve interesante y novedoso.

Respecto a la eficiencia, las características de la banca pueden conducir a que el problema de medición sea aun más complicado. Si lo vemos desde un punto de vista ingenieril, medir la eficiencia podría suponer buscar saber qué tan bien se utilizan los insumos para generar un cierto nivel de producto. Sin embargo, el problema surge en caso que los bancos no tengan una similar tecnología para transformar insumos en productos en virtud de las diferencias en sus nichos de mercado y/o que no tengan una misma canasta de producción y/o que bajo determinadas circunstancias haya modificaciones significativas en la función objetivo que persiguen las entidades bancarias.

La presentación que los autores hacen de las metodologías paramétricas y no paramétricas para medir la eficiencia están muy bien explicadas. Ésta constituye una sección muy valiosa del libro pues, además de explicar la metodología, los autores se dan al trabajo de revisar la literatura económica y presentar los resultados más importantes concernientes a la eficiencia. Sin embargo, al aplicar una metodología no paramétrica para medir la eficiencia bancaria en México, los autores olvidan explicar los pros y contras de dicha metodología frente a las otras variantes. Si bien la metodología empírica que se escogió posibilita imponer menos restricciones, una deficiencia de la misma es la ausencia de un marco teórico que permita entender la robustez con que se escogieron los insumos y productos e implícitamente la función objetivo de las entidades bancarias. A modo de ejemplo, es necesario preguntarse si una entidad como Banco Compartamos o Banco Azteca, que tienen metodologías crediticias no convencionales, deberían tener una función de transformación de insumos a productos que fuera similar a la de otros (por ejemplo Afirme, Base o Invex), que más bien operan como bancos de inversión.

Utilizando datos mensuales de 49 bancos para el periodo 2001-2012, los autores encuentran que de 2003 a 2008 la eficiencia de las entidades bancarias se elevó para luego caer en el periodo comprendido entre 2009 y 2012. El resultado es interesante pero deja al lector con dos vacíos. Primero, ¿cómo se compara la eficiencia bancaria en México frente a la de otros países de la región latinoamericana? Segundo, ¿cuál es el origen del cambio de tendencia en la eficiencia? Los autores no dicen nada respecto de la primera pregunta y ello pudiera obedecer a la carencia de datos comparables o simplemente a que la pregunta no era de su interés. En cuanto a la segunda pregunta, los autores no ofrecen una historia que explique la caída en la eficiencia. Ante ello me atrevo a lanzar una hipótesis. La caída en la eficiencia obedece a que la crisis financiera internacional dio como resultado una modificación en la forma de proceder de oferentes y demandantes de financiamiento. Así, el incremento en la adversión al riesgo por parte de los bancos y el menor dinamismo de la demanda por financiamiento llevaron a que hubiera una menor transformación de insumos a productos bancarios. Considerando la metodología utilizada por los autores, esto se traduciría en una menor eficiencia, siendo la reducción más profunda en aquellos bancos cuyas casas matrices estaban fuera del país. Esta explicación es consistente con los resultados que los autores reportan en el libro. Sin embargo, me entra la duda, ¿la metodología empírica que utilizan los autores es válida en un contexto donde cambia la función objetivo? ¿No será que la metodología utilizada está sujeta a una variante de la crítica de Lucas? Considero que hubiera sido muy valioso que los autores fueran más allá de reportar los resultados empíricos. Tomando en cuenta el importante papel que debiera jugar la banca en la economía mexicana, una discusión crítica de la metodología utilizada y de los resultados obtenidos hubiera sido muy bienvenida.

En lo que se refiere a la competencia, los autores utilizan una técnica que consiste en hallar qué tanto impacta la modificación de los costos marginales a las ganancias. La idea que subyace a esta relación es que un incremento en los costos marginales debiera reducir las ganancias, siendo dicha reducción dependiente de la intensidad de la competencia efectiva o potencial que enfrenta cada banco. Siguiendo tal metodología, los autores encuentran que la competencia se elevó en el periodo 2002 a 2008 y posteriormente cayó de manera sustancial. Esto es muy interesante, pero ¿qué fue lo que motivó la menor competencia? Nuevamente, queda al lector pensar en posibles historias locales que expliquen el porqué de dicha baja. A diferencia de lo hecho con la eficiencia, los autores comparan el nivel de competencia que ellos detectan en México con aquel que reporta un estudio del Banco Mundial para Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay. En términos generales, hay menor competencia en el sistema bancario de México. Ello me genera una duda y una preocupación. Primero, si para todos los países se aplicó la misma metodología ello implica que existían datos sobre los niveles de eficiencia bancarios en los otros países de la región. En este sentido, ¿por qué los autores no hicieron una comparación de la eficiencia entre los bancos en México y en los otros países de América Latina? Segundo, siendo la falta de competencia una preocupación central del estudio, ¿por qué no se hizo un análisis de los factores que pudieran estar generando que la competencia bancaria en México fuera menor? Ello hubiera sido muy útil para contextualizar la sección dedicada a analizar la reforma financiera que se emprendió en 2014.

Combinando los resultados antes descritos, pareciera haber una correlación positiva entre eficiencia y competencia. Para comprobar empíricamente tal aseveración y así responder a la tercera pregunta que persigue el libro, los autores estiman cuál es el impacto que tiene una variación de la competencia sobre la eficiencia. Controlando por un conjunto de variables que describe rasgos fundamentales de cada banco (nivel de capitalización, participación de mercado, tasa de quebranto, total activos, etc.), así como rasgos que describen el entorno macroeconómico y variables que buscan detectar modificaciones regulatorias e institucionales que pudieran alterar la eficiencia, los autores hallan una correlación positiva entre ambas variables, siendo la excepción cuando se asumen retornos variables a escala. Dada esta excepción, los resultados no pueden rechazar la existencia de dos historias que explican signos opuestos para la correlación entre ambas variables. Ello es importante de considerarse, ya que conlleva la posibilidad de que no sean obvias las políticas regulatorias concernientes a fusiones y adquisiciones.

Ahora bien, los datos utilizados para obtener todos los resultados no son ahistóricos ni descontextualizados: provienen del objetivo que persiguen las instituciones bancarias y del contexto en que operan. Y si bien, como se señala en el libro, las acciones del Estado afectaron el desarrollo del sistema bancario, también es necesario analizar cómo la importancia relativa de los banqueros en la esfera económica y política pudo haber influído en las decisiones que tomaron —en distintos periodos— las autoridades gubernamentales. En este sentido, cuando se trata de entender el desarrollo de la banca no todo es técnico, hay también mucho de historia, política y de economía política.

Los capítulos dedicados a entender cómo transitamos hacia una banca múltiple y cómo las crisis de 1982 y 1994 afectaron al sistema bancario son fundamentales para entender el sistema bancario que tenemos hoy en día. Un sistema bancario que financia las necesidades del sector público, que opera en el mercado de valores, en donde las más grandes son en su mayoría subsidiarias de instituciones extranjeras, en donde hay bancos, bancos-tienda, bancos de nicho y bancos con tecnología microfinanciera, es un sistema complejo que merece toda nuestra atención en lo que se refiere a precios y calidad. Sin embargo, el recuento está ligeramente desconectado de los capítulos empíricos, pues ante la falta de información no es posible entender cómo los cambios institucionales que enfrentó el sistema bancario afectaron su desenvolvimiento. Tal ausencia, más que constituir una crítica, es más bien una oportunidad que se abre para futuros trabajos sobre el tema.

Ahora bien, al hacer el relato histórico de las transformaciones y de los enfoques de política pública aparecen mencionados diversos conceptos que considero debieron haber merecido una mayor atención. Así, por ejemplo, los vaivenes sobre el papel que debe jugar el Estado en el sistema bancario dependen en parte de la preponderancia que el gobierno en turno otorgue a la competencia, a la estabilidad financiera y a la inclusión. Si bien estas tres facetas debieran ser objetivo de toda autoridad, las mismas son interdependientes entre sí y pueden influir de manera negativa en el valor que tomen las otras dos. Así visto, el relato histórico pudo haber sido más rico quizás si hubiera girado en torno a los distintos objetivos que se fueron planteando y cómo ello pudiera haber afectado la estructura bancaria, su eficiencia y grado de competencia.

Finalmente, en aras de pensar en que podemos esperar de la eficiencia y la competencia en el futuro próximo, los autores describen las medidas tomadas por la reforma financiera aprobada en 2014. De esta manera, se hace una reflexión en torno a las medidas tomadas para que los consumidores tengan más información, se analiza brevemente cómo ha cambiado la visión que se tiene de la banca de desarrollo, y sobre los impulsos dados para elevar la inclusión financiera. Posteriormente, se habla de la reducción a las barreras de entrada, la búsqueda de una mayor competencia en los sistemas de pago y en los buros de crédito y la efectividad de la Comisión Federal de Competencia Económica para detectar y mitigar prácticas anticompetitivas.

Muchas de estas medidas ayudan a explicar la mayor infraestructura bancaria que tenemos hoy en día, el aumento en el uso de corresponsales y el incremento en el valor de la cartera crediticia. No obstante, como bien dicen los autores, ha transcurrido aún poco tiempo para evaluar los impactos de estas medidas. Si bien el tiempo lo dirá, es hora, quizá, de empezar a analizar qué tanta competencia hay en otros sectores que agrupan a entidades no bancarias y que participan en los mercados de crédito. Si bien son pequeños a nivel nacional, no lo son tanto a nivel regional (piensése, por ejemplo, en la zona del bajío) por lo que su presencia pudiera ser un factor que incida en la competencia que enfrentan los bancos. Para ello, una lectura del libro Competition and Efficiency in the Mexican Banking Industry pudiera ser de mucha utilidad.

Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México (México).

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