Hasta hace poco, en la historia de América Latina los mapas o las representaciones cartográficas (impresas y manuscritas) se han convertido en fuentes de interés y análisis para los investigadores. La fuerza visual de los mapas ha dejado de ser una mera decoración en libros y publicaciones de toda índole. Los historiadores y científicos sociales comienzan a desentrañar los mensajes, algunos “ocultos”, que la cartografía y otras representaciones visuales de todas épocas nos brindan, pero hay que saber leerlas e interpretarlas.1 Desde hace 30 años, David J. Robinson comentaba o se quejaba de la falta de un contexto geográfico y una cartografía que acompañaran o formaran parte de los estudios históricos de América Latina. Se lamentaba que a pesar de la abundancia de fuentes primarias (mapas, narraciones de viajes, objetos) en los archivos nacionales y estatales, eran pocos los que estudiaban y elaboraban una cartografía basada en esas fuentes (Robinson, 1979:10-11).
En el contexto de la historia de la cartografía, Mapping Latin America. A Cartographic Reader es una obra indispensable y muy bien recibida en los Estados Unidos porque abre las puertas a nuevas investigaciones y complementa la ya vasta bibliografía de otras regiones del mundo. Esto se puede ver en la empresa académica de J. B. Harley y David Woodward, Te History of Cartography, que desde 1987 es de consulta obligada para los interesados en la historia de los mapas y que contiene en sus seis volúmenes referencias a todo tipo de estudios y épocas. Sin embargo, apenas y se menciona a América Latina y solo se encuentran referencias a la cartografía elaborada en Mesoa mérica, el área andina y Sudamérica durante el periodo prehispánico y colonial temprano.2 Por lo anterior, Mapping Latin America es una obra que reúne estudios de toda la región, sin dejar a un lado las investigaciones ya existentes que restringen su estudio al ámbito nacional de los investigadores o a temáticas particulares.
Una obra como Mapping Latin America es difícil de reseñar porque abarca investigaciones de todo el continente, temporalidades bien conocidas y por lo menos catorce temáticas. El libro está divido en tres secciones (la cronología) y cada una está subdivida en varias temáticas o apartados. Cada sección, tiene una breve introducción al periodo histórico del que se estudia y se hace referencia a los temas que se abordan. En total, la obra está constituida por 57 capítulos escritos por 53 autores de distintas áreas del conocimiento, sin contar la introducción que nos brinda una equilibrada idea de qué es el libro y el estudio de los mapas antiguos. Además, los editores elaboran al final un anexo en donde hacen una relación de los archivos y bibliotecas donde se puede consultar y obtener cartografía en línea. La bibliografía está organizada en temas. Jordana Dym y Karl Offen hacen un extraordinario trabajo al reunir a esta gran cantidad de autores y en proporcionar una síntesis de lo que es la historia de la cartografía en un contexto latinoamericano.
Cada capítulo, que gira en torno a un mapa o representación cartográfica, es pequeño en su extensión (de tres a cuatro páginas) pero con suficiente análisis y fuerza narrativa que permite responder las preguntas obligadas en historia de la cartografía: quién elaboró el mapa, las razones detrás de su elaboración, el contexto histórico y lo que podemos aprender del estudio de la visualiza ción que representa. También, el estudio de estos mapas permite “leer entrelíneas” o encontrar los mensajes “ocultos”, que es información no representada y que solo es accesible a través del estudio de la cartografía. Con pocas notas al pie de página, cada capítulo se complementa con una bibliografía del contexto histórico y del tema. Cada uno de los capítulos están ligados, por así decirlo, ya que cada estudio tiene referencias a otros capítulos en el mismo libro, lo que permite realizar consultas de manera circular.
En la primera sección, “El periodo colonial: exploraciones e imperios”, la atención se centra en los 300 años, más o menos, de la presencia española en lo que será conocido como América. En menor medida, se hace referencia a la cartografía portuguesa y de Brasil. Los mapas y planos que se analizan tienen distintas escalas, que van desde lo local hasta lo continental, muestran espacios urbanos y rurales, actividades productivas, el uso de recursos naturales y los cambios políticos que sucedieron en la región en la segunda mitad del siglo XVIII, que al final fueron el antecedente de los proyectos de independencia de los territorios americanos de la corona española. En su mayoría, los mapas estudiados son de tradición europea, con sus técnicas y convenciones que sufrieron pocas modificacio nes hasta principios del siglo XIX. Sin embargo, los mapas que representan la época prehispánica y los elaborados por indígenas, de acuerdo con convenciones cartográficas impuestas por los europeos, también reciben atención en la sección, aunque en su mayoría se concentran en el siglo XVI. Después de ese siglo, la tradición indígena desaparece en la sección (y en la mayoría del libro).
La colonización y expansión en el territorio americano no son fáciles de explicar y mucho menos con mapas. Por esto, los editores han escogido bien al mostrar la importancia de la urbanización, que imponía un nuevo orden en las ciudades indígenas, y al mismo tiempo servían como puntos de defensa y expansión del dominio español, como son los fuertes y los presidios. A pesar del dominio colonial, la sección presenta un apartado donde la representación del territorio se convierte en un espacio contestatario, cuando los autores de la cartografía visualizan un territorio en el que los proyectos de la corona española no pudieron llevarse a cabo como en otras regiones de América. La presencia indígena y de los grupos afroamericanos es notoria en estas representaciones, a pesar de que ellos no fueran los autores de los mapas sino los que representan la acción frente al gobierno colonial (y nacional). Los recursos naturales, su explotación y manejo, también fueron visualizados y al lector se le hace notar que muchas de las actividades económicas también estaban sujetas a ser explicadas a través de mapas. Algo notorio es que a pesar de la visualización de los territorios, la historia detrás del mapa deja ver elementos “silenciados” y es donde aparecen los confictos, los intereses y las resoluciones de los grupos de poder que apoyan dichos proyectos. La sección cierra con la cartografía del periodo de los borbones, en donde se manifiestan nuevos actores e ideales en los mapas. Los criollos, no solo como cartógrafos sino como creadores de un discurso de representación americana, proyectaron sus ideas en los mapas e invitaban a los españoles de la península a que solo se podría conocer el continente americano visitándolo.
La segunda sección, “El siglo XIX: ilustración, independencia y Estado-nación”, abre con los cambios en las representaciones visuales, en especial la cartografía y las formas de visualizar el paisaje, que van de la mano de la consolidación del cientificis mo en la representación del territorio. A pesar de la cartografía y expediciones de la época colonial, el siglo XIX se caracteriza por la consolidación de la cartografía y la geografía como las ciencias y el método para representar el espacio y esto es claro en la organización de la sección. El progreso, de los ahora países independientes (con excepción de Brasil que se independiza hasta 1888), en buena medida iba de la mano de las operaciones o la elaboración de mapas que acompañaban todo tipo de proyectos económicos y políticos. Las antiguas posesiones españolas, después de fragmentarse en pequeños territorios, utilizaron la cartografía para delimitar lo que era o consideraban parte del Estado y los mapas se consolidaron como las herramientas para crear un “geo-cuerpo” o un grupo de representaciones del territorio que visualizara y diera una idea de lo que era la nación.3 Estos proyectos nacionales, no solo se llevaron a cabo a través del reconocimiento del territorio, sino que también fue necesario elaborar planes para educar a la población y que comprendiera su entorno geográfico como parte del nuevo proyecto de nación.
Los Estados americanos, además de tener una clara y científica representación de lo que era su territorio, también utilizaron la cartografía para mostrar al mundo “civilizado” que ellos podían participar en la economía mundial y lo hicieron en forma de propaganda mostrando mapas donde es claro ver la economía regional. Esta sección nos muestra cómo el uso de “nuevos” recursos naturales tenía que ser representado en los mapas y que otros elementos de infraestructura, como caminos, ríos y la ubicación de mano obra eran indispensables en la elaboración de mapas y fundamental para explicar las ventajas de la inversión extranjera. Esta nueva cartografía, que está elaborada para mostrar las ventajas y virtudes de los productos agro-exportados por los países de América Latina, también sirvió para elaborar siluetas del territorio que se utilizaban en caricaturas, en periódicos y folletos donde debían tener un gran impacto político, además de servir de propaganda. Con los cambios en las políticas nacionales en América Latina, y en especial con los recursos relacionados con la tierra, esta sección permite ver otra vez la participación local (incluyendo la indígena) y la cartografía elaborada por los actores para mostrar la pertenencia y propiedad.
La tercera sección, “El siglo XX: mapas para cada propósito y muchos nuevos cartógrafos”, explora cómo se hace más evidente el uso de la cartografía en todos los ámbitos de la vida social y cultural de los países de América Latina. Los mapas nacionales, que eran una extensión del Estado, poco a poco fueron utilizados por individuos e instituciones para plasmar sus propias ideas de lo que debería entenderse por nación. La representación en y de los mapas, además de educar en lo que debería ser el país, comenzaron a mostrar elementos gráficos para subvertir ideas políticas del desarrollo, fomentar y publicitar beneficios económicos de las fronteras y la economía de las regiones dentro de los países. Los mapas también se volvieron medios para mediar confictos o explicar cómo los Estados reprimieron a la población en ciertos periodos. Por último, los mapas de finales del siglo XX son elaborados a partir de la participación de los actores locales, en especial los pueblos indígenas y afroamericanos. La nueva cartografía, que utiliza la precisión de los sistemas de información geográfica, toma en cuenta la visión local para representar elementos de la cultura de un grupo. Por otro lado, algunos mapas con una visión se volvieron escenarios de disputas por la representación visual o la representación que no coincide o es compartida por otros grupos.
Mapping Latin America permite explorar la variedad de formas de representar los territorios americanos a través del tiempo y a través de diferentes proyectos políticos. Los mapas presentados en el libro, en su gran mayoría impresos, dejan muy claro que la historia de la cartografía no es un tema estático y que en el caso de América Latina, todavía falta mucho camino por recorrer.
El libro hace notar dos cosas. La primera es que la mayoría de los mapas son impresos y son pocos los ejemplos o capítulos que utilizan un mapa manuscrito. Este comentario va de la mano de la autoría de los mapas. También son pocos los ejemplos donde la autoría de los mapas es de personas en el ámbito local. No hay una sola representación elaborada por un indígena, campesino o afroamericano donde muestre su idea del país en el que vive, por ejemplo. A pesar de que el siglo XIX se caracterizó por una constante elaboración de mapas a partir de convenciones científicas, los archivos nacionales y locales cuentan con una infinidad de mapas elaborados por los actores locales y que son desconocidos. Si en el siglo XX existe participación de muchas personas, los “nuevos cartógrafos del territorio”, las representaciones son traducidas a representaciones científicas donde no hay lugar para la incertidumbre.
Vale la pena recordar que la veracidad de un mapa tiene relación con la temporalidad, el discurso y las técnicas con que fue elaborado. Toda representación del territorio está restringida al conocimiento del autor, pero eso no significa que lo representado no sea cierto o veraz. Es tarea del investigador o la persona interesada en la historia de la cartografía, de poder explicar por qué el territorio o la idea del territorio fue representada de esa forma. La comprensión del territorio, además de ser vivida, también es aprendida y es en este proceso donde podemos encontrar mapas que no siguen criterios o normas establecidas, una nueva cartografía que todavía falta explorar. Mapping Latin America es un buen punto para iniciar toda investigación en relación con la cartografía y mapas, de cualquier periodo histórico y país de América Latina.
La excepción a este caso son los estudios de códices y manuscritos de manufactura indígena, de los que existe abundante bibliografía e investigaciones. Véanse como ejemplo los volúmenes dedicados a la etnohistoria en el Handbook of Middle American Indians. Guide to Ethnohistorical Sources, University of Texas Press, Austin, 1972. Otros ejemplos de representaciones visuales y sus usos como fuente en la historia en Burke (2001).
La excepción son los capítulos de Bárbara Mundy, “Mesoamerican Cartography”, pp. 183-256; William Gustav Gartner, “Mapmaking in the Central Andes”, pp. 257-300; y el de Neil L. Whitehead, “Indigenous Cartography in Lowland South America and the Caribbean”, pp. 301-326. Todos se encuentran en Woodward y Malcolm (1998). Los dos primeros volúmenes de la obra son de consulta gratuita y se pueden consultar en versión digital en [http://www.press.uchicago.edu/books/HOC/HOC_V2_B3/Volume2_Book3.html; consultado el 5 de mayo de 2013].
El “geo-body” o “geo-cuerpo”, de acuerdo con Thongchai Winichakul, es un conglomerado de las formas más comunes de identificar una nación y que son creados a partir de prácticas discursivas como los mapas y atlas. Esto se encuentra en el libro Siam Mapped: A History of the Geo-body of a Nation, University of Hawai’i Press, Honolulu, 1994.