La Tierra es el “planeta Verne”. Con estas palabras Eduardo Martínez de Pisón abre su ensayo con el que recupera la geografía del novelista francés en este libro para la lectura y gozo de las nuevas generaciones que podrán conocer la “configuración del mundo” a través de la narración del autor de La vuelta al mundo en ochenta días. Para esto, Martínez de Pisón se ha internado en la obra clásica de Verne: los Viajes extraordinarios (1863-1905), un conjunto de medio centenar de novelas, magna obra de la cultura francesa del siglo XIX y de la relación de la geografía y la literatura que ha marcado toda una época de aventura e imaginación. Catedrático y emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, Martínez de Pisón ha indagado las huellas de Verne y con su mirada sobre la letra impresa lo ha seguido “por polos, mares, islas, montañas, cavernas, volcanes, ríos, bosques, estepas, ciudades, caminos, el aire, la luna, los cometas y el futuro” (Martínez, 2014:11). El resultado, una lectura diferente que integra las inquietudes del autor y el mosaico de paisajes, mapas y libros que caracterizan la obra del escritor galo (Ibíd.: 35).
Este libro se divide en dos partes: una primera y breve dedicada a las geografías fantásticas que emplean el mapa para localizar mundos imaginados por donde viajan los personajes. Así, “el que sabe manejar el mapa se vuelve el guía de la expedición y el mismo mapa revela el derrotero de la novela” (Ibíd.: 36). Martínez de Pisón señala que Verne vivió en una época productora de abundante información geográfica, él mismo pone sus ojos sobre una fuente clásica de la geografía francesa: “tengo abierto ante mí el Atlas manuel de Géographie moderne de Hachette en su edición de 1884, que posiblemente podría haber utilizado Verne para los planteamientos generales de algunos de sus novelescos viajes” (Ibíd.: 37). En este atlas no toda la Tierra se representa igual en los mapas, el Polo Ártico y África requieren de exploraciones, en cambio Europa tiene una alta precisión en los detalles de la cartografía.
Las búsquedas de Verne se extendieron a su biblioteca, donde había las obras que necesitaba, entre libros de sabios, como los de Humboldt, la información de las sociedades geográficas y las revistas con múltiples noticias de lugares remotos. Verne contaba con “obras más descriptivas, los dos tomos con sus 1 546 páginas de La Terre de Élisée Reclus, editados en 1870 con abundantes ilustraciones, donde se exponían con rigor y asombrosa información los caracteres, dinamismo, historias, teorías y lugares de llanuras, mesetas, montañas, nieves, glaciares, ríos, lagos, volcanes, terremotos, costas, océanos, mares, islas, atolones, atmósfera, vientos, lluvias, huracanes, nubes, monzones, climas, flora y fauna” (Ibíd.: 42). Los lectores de Verne buscaban, en los atlas, los trazos de los “escenarios inventados” por donde se movían los “exploradores, colonos, náufragos, piratas, héroes y traidores” (Ibíd.: 44).
De este modo, el “viaje verniano” preparaba al lector, era aquel “donde hay que aprender, que descubrir, adonde se encuentran otras costumbres, otras comarcas, otros pueblos, para estudiarlos en el ejercicio de sus funciones” (Ibid.:47). Con esta clave para leer al francés, hoy como ayer, junto a un atlas, Martínez de Pisón propone una lectura para “reordenar a Verne por continentes, mares y archipiélagos para darle más carácter descriptivo” (Ibid.:48). Este anuncio deja paso a la segunda y parte más larga del libro: “Los lugares de la aventura”, con seis capítulos que presentan los escenarios de la “Tierra entera como una novela”.
En la segunda parte comienza la relación de la geografía y la aventura. Primero los dos extremos de la Tierra, el Ártico y la Antártida, espacios que los mapas dejaban en blanco, por desconocimiento de sus rasgos durante el siglo XIX. Verne abre estos escenarios en varias de sus novelas y cautiva a los lectores con los misterios y la “especulación geográfica” a partir de los 84° de latitud. Para sobrevivir ahí se requiere “valor, competencia, trabajo y aguante” (Ibíd.: 71). La situación era similar en la Antártida, el contorno rocoso del continente era aproximado, Verne aprovecha la gruesa capa de “hielo antártico” para situar las aventuras de los personajes, los deshielos y las peripecias de la navegación.
En el siguiente capítulo, Verne situaba varias novelas en una “geografía descriptiva amplísima de mares y costas, mezclada con sucesos históricos, aventuras, intrigas, glorias y desastres” (Ibíd.: 112). En esta parte, por medio del Nautilos, Verne llevaba al lector por los “incontables secretos del mundo sumergido” de la Tierra representado en el atlas geográfico. El autor examinaba ahí los océanos: Ártico, Atlántico, Pacífico, Indico y Antártico; las aventuras continuaban, también, “fuera del agua”, en los barcos donde los tripulantes pasaban por arriesgados estrechos geográficos y episodios sorprendentes en las islas (Ibíd.: 139).
Las montañas, cavernas y volcanes eran los escenarios elegidos por Verne y aquí da un giro el libro. El autor, aficionado a las grandes alturas, indaga si la montaña más alta estaba en Europa, América o Asia. Ha leído a los clásicos, como Humboldt o Whymper; sin embargo, indica que Verne no llevó su relato a las cumbres más altas, se quedó con los elementos que le daba Reclus sobre climas, valles, orogenia, fósiles, erosión, nubes, tormentas, nieves, glaciares, bosques o pastos (Ibíd.: 184). En el Viaje al centro de la Tierra se abre el mundo del volcanismo, de laberintos internos del Globo, de lavas, erupciones y explosiones que tanto fascinaron a Verne y que dieron intrepidez al relato de personajes como Lidenbrock.
El Orinoco y el Amazonas tienen un lugar especial en el apartado de los ríos. Humboldt describió el primero de ellos de una manera amena y Verne lo sigue desde las fuentes y río abajo; en el segundo, la descripción señala: “aguas claras y negras, pueblos variados, fauna peligrosa, intrigas, personajes alegres y taciturnos, nobles y pérfidos” (Ibíd.: 245-246). El otro gran paisaje fluvial de Verne era el largo y complejo río Danubio, en este caso, desde sus orígenes hasta su salida en el Mar Negro. Verne, por otra parte, adentra al lector tanto al “bosque cultural” (Ibíd.: 252) del África ecuatorial, de intensas lluvias, como al bosque de montaña de los Cárpatos, a las estepas y desiertos del Sahara, donde hay moros y asaltos.
Luego de los grandes paisajes planetarios, el autor dedica dos capítulos a las grandes obras sobre la Tierra, primero, los caminos, trenes y carretas y, luego, las ciudades. En este orden, el libro termina con los relatos en los trenes por largos tramos, del Tíbet a Gobi. El mapa, en el país de la seda, se convierte en aventura y la aventura en relato (Ibíd.: 299). Con Verne “se aprende geografía porque, ante todo, la aventura la necesita” (Ibíd.: 301). De ahí que el viaje, en el autor fránces, pasa por una “sucesión de los paisajes” y continúa en la ciudad. Una parte de las novelas pasa por las ciudades que sitúa a su conveniencia. Ahí hay problemas como la vivienda y el transporte o la contaminación del aire, cargada de humos negros. Verne, en cambio, traza una alternativa, France-Ville, a la orilla del Pacífico, un “lugar saludable al pie de la montaña, con rio caudaloso, puerto natural, atmósfera limpia” (Ibíd.: 341).
Luego del largo recorrido, Martínez de Pisón “cree haber viajado por un mundo a la vez real y paralelo y, al final, es como si hubiera regresado de una expedición compuesta por incontables expediciones encadenadas” (Ibíd.: 381). Como un homenaje, el autor se complace con la edición de este ensayo geográfico y extiende su entusiasmo al lector para que inicie la lectura de las novelas, se sorprenda y viaje al mundo geográfico de Verne.