El artículo ofrece una primera aproximación al estudio de la presencia y actividad de diversos banqueros españoles que operaron en la capital francesa entre 1820 y 1940. Se presta singular atención a la trayectoria de tres diferentes casas de banca que fueron capaces de sobrevivir a sus respectivos fundadores (como fueron la Banca Uribarren-Abaroa, la Banca Mitjans-Movellán y la Banca Gil). En concreto, se analiza cuál fue el origen del capital que permitió fundar dichas casas de banca, en qué medida el horizonte americano estuvo presente en su actividad, cuáles fueron las fuentes principales de su giro así como los intensos vínculos que acreditaron tener dichos banqueros y sus casas de banca con la sociedad y la economía españolas.
This paper presents a first approach to the study of the presence and activity of different Spanish bankers operating in Paris between 1820 and 1940. This study also pays particular attention to the trajectory of three different banking houses that were able to survive their respective founders (the Uribarren-Abaroa Bank, the Mijtans-Movellan Bank, and the Gil Bank). An analysis is also made on the origin of the capital base that allowed these Banking houses, on how the American horizon was present in its activity, and what were the main sources of their activity, as well as the links that these bankers and their Banking houses had with Spanish capitalism.
Numerosos trabajos de diversos historiadores económicos han permitido dibujar un panorama casi completo de las diferentes piezas que conformaron el complejo puzle de la historia financiera española decimonónica. Disponemos tanto de algunos estudios de carácter global sobre dicho sector como, sobre todo, de numerosas monografías centradas en describir la trayectoria de algunas de las susodichas piezas: de los sucesivos bancos públicos, de diferentes bancos con o sin privilegio de emisión, de diversas sociedades de crédito, de algunos comerciantes-banqueros o banqueros particulares así como de diferentes compañías aseguradoras. Para completar el puzle faltan, sin embargo, algunas piezas como, por ejemplo, aquellas relativas a los numerosos banqueros españoles que operaron fuera de nuestro país. Banqueros capaces de actuar como tales en algunas importantes plazas financieras del mundo occidental como Nueva York, Londres o París. En este sentido, mi principal objetivo radica en describir y analizar la trayectoria y la actividad de los diferentes hombres de negocio españoles que giraron como banqueros en la capital francesa en algún momento del sigloXIX y hasta 1940.
Nuestro conocimiento actual de la actividad ejercida por dichos banqueros resulta ciertamente escaso, fragmentario. Esta realidad contrasta con el profundo conocimiento que tenemos de su opuesto; a saber: de la presencia y actividad de la banca francesa en España, en los últimos 200 años, especialmente gracias a las investigaciones de Rafael Castro (2007, 2008). Sus publicaciones han venido a completar el interés mostrado hace años por autores como Rondo Cameron (1971) o Albert Broder (1981) sobre el papel que tuvo la inversión francesa en el desarrollo del capitalismo español decimonónico. Unos trabajos que formaban parte, a su vez, de una línea interpretativa de carácter más general, aunque igualmente fecunda, interesada en destacar la importancia del capital extranjero en la economía española del sigloXIX (Anes Álvarez, 1970; Platt, 1983 y Tascón, 2008). Según los análisis más canónicos de la historia económica española contemporánea, la inversión de capital exterior, fundamentalmente europeo y singularmente francés, en la España peninsular habría servido sobre todo para favorecer el desarrollo de algunos sectores productivos como, por ejemplo, la minería o la construcción de redes ferroviarias (Tortella, 1973; Nadal, 1975). A lo largo del sigloXIX, por lo tanto, España se consolidó como un país dependiente de una inversión exterior que habría servido para suplir determinadas carencias. En esa línea, algunos autores han completado el estudio de dichos flujos inversores de capital abordando su análisis como el resultado de un juego de alianzas entre agentes autóctonos y foráneos (Puig, 2001; Valdaliso, 2003; Puig y Álvaro, 2004; Díaz Morlán, 2007; García García, 2007).
De acuerdo con dicha interpretación, me propongo aquí abordar el estudio de una pieza apenas conocida en el marco de esas relaciones internacionales de la economía española: la de los banqueros españoles que operaron en el París decimonónico. Entiendo que mi aportación puede leerse como un complemento necesario de aquellas teorías interpretativas que han afirmado que la ausencia de un verdadero espíritu empresarial autóctono, propiamente schumpeteriano, y que han afirmado que este hecho ha resultado ser uno de los factores determinantes en el atraso relativo de la economía española contemporánea (Tortella, 1994, pp. 179-195). Al insistir en dicho fenómeno no se ha tenido en cuenta, sin embargo, el argumento contrario; es decir, la importancia que muchos empresarios españoles llegaron a alcanzar fuera de nuestras fronteras, en ocasiones en plazas tan cosmopolitas y competitivas como la propia capital francesa.
Este trabajo puede leerse también en el marco del análisis histórico de uno de los elementos principales que contribuyó a configurar la primera globalización registrada en la economía atlántica, de la que han hablado O’Rourke y Williamson (2000), como fueron los flujos internacionales de capital. Ambos autores han afirmado que esa primera oleada del proceso globalizador tuvo lugar en los años previos a la primera guerra mundial y, en todo caso, no antes de 1870. En ese aspecto, a su impecable trabajo pueden hacérsele, al menos, dos observaciones. La primera, que O’Rourke y Williamson apenas han considerado la presencia de flujos internacionales de capital antes de aquella fecha, en particular en el segundo y el tercer cuarto del sigloXIX. Y la segunda, que su análisis solo tiene por objeto, por decirlo con sus propias palabras, «la exportación de capitales del centro a la periferia». Mi trabajo tiene por objeto, precisamente, aportar diversas evidencias que apuntan que sin una visión más a largo plazo, que incluya las décadas centrales del sigloXIX, no podrá aprehenderse, en toda su complejidad, la configuración de los mercados globales de capitales y su marcada integración en los años finales de aquella centuria. Unas evidencias que muestran también que cualquier análisis de los flujos transnacionales de capitales en el mundo atlántico debe ser, necesariamente, bidireccional: de la periferia al centro y viceversa (Lamikiz, 2013; Rodrigo, 2014).
Debo advertir, no obstante, que no he podido localizar el archivo de ninguna de las casas de banca a las que voy a hacer referencia. He sido capaz de reunir información de fuentes diversas y dispersas, tanto privadas como sobre todo públicas, pero no he contado con la suerte de poder analizar la documentación generada por ninguno de los banqueros que he analizado. Este hecho representa, sin duda, una seria limitación tanto para los objetivos de mi trabajo como para la solidez de algunas de mis afirmaciones. Desde el punto de vista metodológico planteo, por lo mismo, un ejercicio más cualitativo que cuantitativo, a partir de un método inductivo y basado en la acumulación de evidencias sobre las que pretendo sustentar mi análisis. No resulta posible, al menos por el momento, realizar un enfoque cuantitativo.
1¿Cuántos y quiénes fueron los banqueros españoles de París?Uno de los rasgos que definían a las principales plazas financieras europeas a finales del sigloXVIII era la presencia de banqueros de diferentes orígenes. Así, tanto Londres como Amsterdam, París, Ginebra, Frankfurt, Viena o Amberes, por citar las más destacadas, se caracterizaban por contar con numerosos agentes financieros extranjeros. Este hecho no solo confería a dichas ciudades un carácter cosmopolita, sino que las conectaba entre sí en una densa red de negocios internacional (Lisle-Williams, 1984a). Fue, precisamente, la ausencia de agentes financieros extranjeros en las principales urbes españolas el hecho que explica el carácter absolutamente periférico de España en aquel incipiente entramado financiero intraeuropeo (Broder, 2010).
A diferencia de la capital española, la ciudad de París acabaría destacándose como un importante centro de negocios cosmopolita e internacional. Por ese motivo, la capital francesa pudo atraer a numerosos hombres de negocio de distinto origen, entre ellos también a empresarios españoles. Sabemos de un financiero español que giró en el París de principios del sigloXIX: el granadino José Martínez de Hervás «dueño de una casa de banca en París y muy bien relacionado con importantes personajes del entorno de Bonaparte»; un individuo que intentó mediar, en junio de 1803, entre Godoy y Tayllerand para fijar un concierto entre ambos países (La Parra, 2002, p. 316). Aunque Martínez de Hervás regresó después a España, donde acabó ejerciendo como ministro de Hacienda de José I, en 1810, se vio finalmente obligado a exiliarse en París tras la derrota de las tropas francesas en la península. La ciudad de la luz acabó convirtiéndose, de hecho, en un lugar privilegiado para el exilio de numerosos empresarios españoles. Uno de ellos fue el también banquero Vicente Herreros de Tejada (Aymes, 2008, p. 31). Otro afrancesado exiliado fue el sevillano Alejandro M. Aguado, quien empezó a desarrollar actividades financieras a partir de 1823. Siguiendo su estela, a París llegaron otros hombres de negocio quienes acabaron abriendo una casa de banca. He podido documentar la presencia de al menos otros 23 banqueros españoles más, quienes giraron como tales en dicha ciudad, algún momento u otro, entre 1800 y 1940 (tabla 1).
Listado de banqueros españoles de París (según fecha y lugar de nacimiento)
Nacimiento | |||
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Nombre | Año | Localidad | Territorio |
José Martínez de Hervás | 1760 | Ogíjares | Andalucía |
José Ignacio Aguirrebengoa Aguirre | 1765 | Zumárraga | País Vasco |
Alejandro Mª Aguado Ramírez de Estenoz | 1785 | Sevilla | Andalucía |
José Javier Uribarren Marcue-Herquiaga | 1791 | Lequeitio | País Vasco |
Fabián Uribarren Marcue-Herquiaga | 1793 | Lequeitio | País Vasco |
Canuto Calvet | 1792 | Palamós | Cataluña |
Baltasar Mitjans Ricart | 1798 | Vilanova i la Geltrú | Cataluña |
Leopoldo Werner Wolf | 1800 | Bad Soberheim | Alemania |
Juan de Villalaz Madrazo | 1808 | Bárcena de Carriedo | Cantabria |
Pedro Gil Serra | 1814 | Tarragona | Cataluña |
Fermín Riera Alsina | 1815 | Mataró | Cataluña |
Pablo Gil Serra | 1816 | Barcelona | Cataluña |
José Luis Abaroa Uribarren | 1816 | Lequeitio | País Vasco |
Pascual Abaroa Uribarren | 1825 | Lequeitio | País Vasco |
Francisco de Paula Mitjans Colinó | 1826 | La Habana | Cuba |
Leonardo Brochetón Muguruza | 1828 | San Sebastián | País Vasco |
Prudencio Ibáñez Vega | 1831 | Vezdemarbán | Castilla |
Claudio Abaroa Abaroa | 1847 | Lequeitio | País Vasco |
Rafael Angulo Heredia | 1850 | Matanzas | Cuba |
Ricardo Gaminde Torres-Vildósola | sd | sd | sd |
Lorenzo Sánchez de Movellán Mitjans | 1854 | París | Francia |
José María Abaroa Abaroa | 1855 | Lequeitio | País Vasco |
Fabián Algorta Abaroa | 1855 | Lequeitio | País Vasco |
Manuel Sánchez de Movellán | 1886 | Montgeron | Francia |
Antonio Sánchez de Movellán | sd | sd | sd |
Fuente: ver texto y notas.
Atendiendo al lugar de nacimiento (que conocemos en 23 casos), sabemos que dos de aquellos banqueros vieron por primera vez la luz en Cuba, otros dos en Francia, uno en Alemania y el resto, o sea, 18, nacieron en la España peninsular. Entre estos últimos predominaron los vascos (nueve individuos) y los catalanes (cinco banqueros), por delante de andaluces (dos casos), cántabros o castellanos (un individuo, en cada caso). Siguiendo otro criterio podríamos clasificar a dichos 25 banqueros en dos grupos: (1) aquellos que fundaron una casa de banca que acabaría cerrándose con su muerte, si no antes; y (2) aquellos otros que formaron parte de casas de banca que fueron capaces de sobrevivir a sus respectivos fundadores. Entre los primeros podemos incluir a Martínez de Hervás, Aguado, Calvet, Werner, Brochetón e Ibáñez Vega. El resto, o sea, los otros 19 banqueros relacionados (así como los franco-alemanes Charles F. y Paul L. Goguel Boissard) gestionaron, en algún momento, alguna de las tres casas de comercio y banca españolas domiciliadas en París que sobrevivieron a sus fundadores: me refiero a las firmas Uribarren-Abaroa (1826-1902), Mitjans-Movellán (1834-1940) y Gil (1846-1896), las cuales cambiaron varias veces de dueños y de razón social. Determinado, pues, su origen geográfico, cabe preguntarse dónde y cómo consiguieron los capitales con los que abrieron sus respectivas casas de banca en París. Lo haré proponiendo una breve aproximación biográfica intentando seguir un eje cronológico y empezando por el más rico de todos, el sevillano Aguado.
2Acumulación de capital y comercio colonial en el origen del capital financieroLa trayectoria vital de Alejandro Aguado y Ramírez de Estenoz (1785-1842) resulta bien conocida: llegó a Francia en 1813 acompañando a las derrotadas tropas napoleónicas; empezó a girar en París y cinco años después, como comerciante de vinos; pasó también a dedicarse, a partir de 1820, a la gestión de bienes adquiridos por ciudadanos españoles en Francia; y desde 1823 sumó la intermediación financiera al conjunto de sus actividades empresariales. Pronto se convirtió, de hecho, en el banquero de la corona española en París, cargo que ejerció entre 1824 y 1832. En esos ocho años, Aguado obtuvo, según Jean-Philippe Luis, unas ganancias netas de 28 millones de francos, resultado de su intermediación en los diferentes empréstitos contratados por Fernando VII en Francia (Luis, 2009).
Mientras Aguado acumulaba su fortuna y se incorporaba al mundo de la haute banque parisina, otros cuatro hombres de negocio españoles optaron también por trasladar su residencia a la capital francesa, donde acabaron abriendo tres casas de banca diferentes. Me refiero a los catalanes Canuto Calvet y Baltasar Mitjans y a los vascos José Ignacio Aguirrebengoa y José Javier Uribarren. Aquellos cuatro empresarios compartían sendas características: antes de ejercer como banqueros en París se habían dedicado (como el propio Aguado, por otra parte) a la actividad comercial; y los cuatro lo habían hecho en tierras americanas: Mitjans en Cuba; Aguirrebengoa y Uribarren en México y Calvet en Perú.
Nacido en Palamós, Canuto Calvet marchó joven al virreinato del Perú, donde ejerció como hombre de negocios durante varios años. Llegó por primera vez a París, en junio de 1823, sumando 31 años. Su socio en la ciudad del Sena era entonces el empresario español Tomás Ortiz. Años después realizó diferentes expediciones mercantiles a la América del Sur y, finalmente, optó por instalarse en la capital francesa, donde abrió una casa de comercio bajo su nombre propio, concretamente en la calle Laffite, 39, muy cerca del despacho de Rothschild Frères. Allí se dedicaría tanto al comercio de vinos como a la actividad bancaria1. Es más, tras la creación, en 1844, del Banco de Barcelona, Canuto Calvet asumió la representación de dicha entidad en la capital francesa. Y si Calvet se había enriquecido en Perú, el comerciante José Ignacio Aguirrebengoa y su yerno, José Javier Uribarren, hicieron lo propio en México, acumulando allí el capital que les permitió abrir una casa de banca en París, en 1834. Nacido en Zumárraga (Guipúzcoa), en 1765, José Ignacio Aguirrebengoa marchó joven a la capital del virreinato de la Nueva España. Allí se integró rápidamente en las redes empresariales tejidas por los vascos, unas redes que le ayudaron a hacerse un hueco en el mundo de los negocios, primero de la propia Ciudad de México y más delante de todo el virreinato (Huerta, 1999). Destacado realista y miembro de la élite económica del país, la proclamación de la independencia mexicana, en 1821, aceleró su regreso a Europa, dejando sus negocios mexicanos al cargo de su principal empleado, el vizcaíno José Javier de Uribarren, quien se encargó sobre todo de realizar sus bienes en América y enviar hacia Europa los caudales americanos de su principal2. Cumplida su función, a finales de 1825 Uribarren abandonó también México para reencontrarse con su principal. Acabó casándose con María Jesús Aguirrebengoa, hija del veterano José Ignacio, para inmediatamente constituir junto a su suegro y su cuñado, en Burdeos y en noviembre de 1826, la razón Aguirrebengoa Fils et Uribarren3. No hay que olvidar que Burdeos era entonces un importante puerto para la entrada de mercancías (así como también de capitales) enviados a Europa desde la América hispana y, en particular, desde México (Ruiz de Gordejuela, 2006).
Fue ocho años después, en septiembre de 1834, cuando los mismos tres socios optaron por abrir una delegación de aquella empresa familiar en París, adonde Uribarren trasladó pronto su residencia4. Tres años después, el despacho de París dejó de actuar como mera sucursal para convertirse en la Casa matriz del familiar negocio mercantil y financiero de los Aguirrebengoa-Uribarren. Se incorporó entonces un cuarto socio: Fabián Uribarren, hermano de José Javier; un antiguo confitero cuya primera esposa había sido Gertrudis Aguirre Solarte, hermana de José Ventura de Aguirre Solarte, un destacado banquero de Londres, nacido en Lequeitio y enriquecido en Perú (Duo, 1997; Díaz Morlán, 2007).
También en 1834 el catalán Baltasar Mitjans abrió su casa de comercio y banca en la capital francesa. Nacido en Vilanova i la Geltrú, en 1798, Mitjans había marchado con 13 años a la capital cubana reclamado por su primo Cristóbal Ricart (Soler, 2003). Allí se casó con la francesa Catalina Colinó, nacida en Tabanac, cerca de Burdeos, y allí tuvo a sus cuatro hijos. Mitjans giró en la capital cubana como comerciante bajo su nombre propio hasta que decidió regresar a Europa; un retorno que planificó con cierto tiempo. Así, el 12 de marzo de 1834 Baltasar Mitjans formó en La Habana una sociedad regular colectiva con el francés Rafael Laffite, bajo la razón Mitjans y Laffite, a la que aportó 8.000 pesos fuertes en efectivo y otros 7.000 pesos «en las especulaciones que llegarán a este puerto de mi cuenta y riesgo […] Yo, el socio Mitjans [consignaron en la escritura social] estaré empleado en las negociaciones que ocurran en Francia, donde he de fijar mi residencia, sin perjuicio de ocurrir a cualesquiera ciudad de Europa si fuese necesario y útil a los intereses de la sociedad», mientras que Laffite «queda[ba] al frente de la casa en esta ciudad [de La Habana], con obligación de llevar cuenta y razón de todas las operaciones de la compañía»5. Cinco meses después, exactamente el 10 de agosto de 1834, Baltasar Mitjans se asoció en París con el empresario Juan González de Villalaz Madrazo para crear una nueva empresa, bajo la razón Mitjans Villalaz y Cía.6. Una firma independiente de su casa cubana a la que Baltasar Mitjans acabaría trasfiriendo, no obstante, los capitales que amasara en la gran Antilla7.
Igual que los Aguirrebengoa, Uribarren, Calvet o Mitjans, también Alejandro Aguado había ejercido como comerciante antes que como banquero. Un perfil similar acreditaba Pedro Gil Serra, quien abrió también una casa de banca en París en tiempos de la Monarquía de Julio. El joven Pedro Gil era, de hecho, hijo y nieto de comerciantes: su abuelo materno, José Serra Riba, se había dedicado al comercio marítimo con América desde, al menos, la década de 1780, mientras que su propio padre, Pedro Gil Babot, había empezado a girar como comerciante en 1810, primero desde Tarragona, después desde Mallorca y finalmente, a partir de 1814, desde Barcelona. Pronto se convirtió en uno de los más activos y ricos hombres de negocio de la capital catalana, ejerciendo como armador de una amplia flota de veleros mercantes, dedicados sobre todo al comercio con América. Para su implicación en sus diferentes negocios contó con el auxilio de su primogénito Pedro Gil Serra (Rodrigo, 2010, pp. 21-100). Fue en 1846 cuando el joven Pedro quiso labrarse su propio camino lejos de su padre y optó por dejar Barcelona para abrir una casa de banca en París, auxiliado por sus jóvenes hermanos Pablo y Leopoldo Gil. Lo hizo bajo su propio nombre aunque con los capitales que le había proporcionado su acaudalado padre, acumulados en primera instancia en el comercio marítimo.
Años después, en tiempos del Segundo Imperio, se instaló en París otro ciudadano español que acabaría ejerciendo como banquero, a título individual. Me refiero al guipuzcoano Leonardo Brochetón, quien había nacido en San Sebastián, en 1828, aunque residía en la capital francesa desde, al menos, 18648. Antes, sin embargo, de dedicarse a los negocios de banca se había dedicado (como Aguado, como Calvet o como los Gil) al comercio de vinos, especialmente a la venta y distribución de caldos del marco de Jerez, ejerciendo como el corresponsal de las bodegas Gonzalez Byass para la Europa continental, en primer lugar, y después como agente también de muchas otros bodegas jerezanas, tal que la de los Domecq (Lignon-Darmaillac, 2004). Su propio hermano, Agustín Brochetón, se dedicaba también al comercio de vinos, en su caso desde Santa Cruz de Tenerife. Tal como recoge, no obstante, una nota necrológica: «Brocheton era un donostiarra establecido desde su juventud en París, donde se dedicó al comercio de vinos, especialmente a los de Jerez […] Después montó una importante casa de banca, que hizo muchos negocios con España». De hecho, ya a la altura de 1872, si no antes, Brochetón aparece en la documentación firmando como «banquero»9.
Un perfil diferente al de Brochetón lo ofrece Leopoldo Werner Wolf, un banquero español nacido sin embargo en tierras alemanas (en concreto, en la ciudad termal de Bad Sobernheim). Werner se acabaría casando, tal vez en 1858, con Elisa Martínez del Campo Obregón, futura condesa de San Isidro. Aquel matrimonio le acercó, especialmente, a la corona (en la persona de Isabel II) así como a las élites políticas y militares españolas del momento. En julio de 1861, por ejemplo, nació su primogénito. Y en el subsiguiente bautizo ejerció como padrino del pequeño el líder del partido moderado y destacado espadón Ramón María Narváez, duque de Valencia, quien llegó a presidir hasta siete veces el Consejo de Ministros10. Años después, exactamente el 24 de agosto de 1878, Werner firmó en Madrid un contrato con el Banco Español de La Habana. Lo hizo como responsable principal de un sindicato de banqueros constituido en la capital francesa. Mediante aquel contrato, el sindicato liderado por Werner se comprometía a entregar 75 millones de francos al Gobierno español para paliar el problema de la deuda de Cuba, a cambio de más de 150.000 Obligaciones sobre la Renta de Aduanas de aquella isla (Roldán, 2004).
Otro banquero español vecino de París y cercano, como Werner, a la corona y a las élites políticas españolas del momento fue el zamorano Prudencio Ibáñez Vega, socio de la banca Vega Ruiz e Ibáñez (primero) y de la sociedad Vega e Ibáñez, después. Desde marzo de 1870 Prudencio Ibáñez ejerció como apoderado general, en Francia, del entonces regente del reino Francisco Serrano Domínguez11. Y acabaría siendo, también, el banquero de Isabel II, especialmente durante buena parte de su exilio parisino. Son numerosas las operaciones de crédito que Ibáñez realizó con la reina destronada como, por ejemplo, un préstamo de dos millones de pesetas otorgado, en marzo de 1879, a un 5% de interés y «a cuenta de lo que le corresponda [a Isabel de Borbón] en la herencia de su finida madre S. M. la Reyna Doña María Cristina de Borbón», fallecida meses antes12.
En definitiva, la trayectoria empresarial de los banqueros analizados indica que (salvo en los casos de Werner y de Ibáñez Vega, de quienes poco sabemos) el resto de individuos analizados se habían dedicado a la intermediación comercial antes de ejercer como banqueros. Su perfil profesional responde, por lo tanto, al de unos comerciantes transformados pronto en comerciantes-banqueros y, finalmente, en propia y meramente banqueros; un fenómeno general apreciable en el mundo de la economía atlántica, a un lado y a otro del océano (Keller, 1967; Roberts, 1993; Lisle-Williams, 1984a; García López, 1987, 1996; Chapman, 2006). En este caso particular, resulta significativa la importancia de su dedicación previa al comercio de vinos (apreciable en Aguado, Calvet, Gil o Brochetón) y, sobre todo, el hecho de que tanto Calvet como los Aguirrebengoa-Uribarren o los Mitjans se hubiesen enriquecido previamente en América, antes de instalarse en París. Representan, por lo tanto, un peculiar tipo de indianos españoles que optaron por regresar a Europa para instalarse no en la península sino en Francia y para ejercer, desde allí, como intermediarios entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Idéntico perfil lo representan José Ventura de Aguirre Solarte y Cristóbal Murrieta Mello, quienes se habían enriquecido en Perú antes de instalarse en Londres para abrir, en 1825, una importante casa de banca con numerosos vínculos con la América hispana: la firma Aguirre Solarte y Murrieta, después transformada en C. de Murrieta & Co. (Gárate, 2000).
3El horizonte americano de los banqueros españoles en ParísEn tiempos de la Monarquía de Julio París era, de hecho, una plaza competitiva y cosmopolita. A la altura de 1840 operaban en aquella ciudad un total de 116 banqueros o casas de banca. Algunos de aquellos empresarios se habían especializado en tejer relaciones financieras internacionales con un país, o grupo de países, en concreto. Así, por ejemplo, Emile Seignot anunciaba sus intensas relaciones con Brasil, mientras que Julius Cohen destacaba tener abierta otra casa de banca en Hannover y, sobre todo, sus tratos «sur l’Allemagne, la Hollande et le Nord». Mención especial merecen los integrantes de la haute banque parisina como A. J. Stern, con casas abiertas en Frankfurt, Berlín y Londres, Leopold S. Konigswarter, que ofrecía una red de casas de banca en Amsterdam, Frankfurt, Londres, Viena y Hamburgo, o los propios Rotshchild Frères, que mantenían las casas familiares en Frankfurt, Berlín y Viena13. En aquel contexto tan competitivo, donde no resultaba fácil abrirse hueco, antiguos comerciantes enriquecidos en América como Canuto Calvet, José Javier Uribarren o Baltasar Mitjans hicieron valer sin duda su profundo conocimiento de la economía atlántica para operar desde la capital francesa no solo con España sino, sobre todo, con las Antillas españolas y con las nuevas republicas hispanoamericanas. Y es que pronto París se convirtió en un verdadero trampolín entre España y América.
Asentados en París todos continuaron, de hecho, sus negocios con las principales plazas americanas. Baltasar Mitjans mantuvo activa, por ejemplo, su firma Mitjans y Laffitte, domiciliada en la capital cubana, mientras vivía en Francia14. Y la parisina sociedad Mitjans Villalaz y Cía. se dedicaba, en buena medida, a negocios con la gran Antilla. Así lo recogió, por ejemplo, un joven Pablo Gil Serra al escribir, desde Londres, a su hermano mayor Pedro, vecino entonces de París, en septiembre de 1838. Le decía entonces que aquella empresa era una «Casa que trabaja mucho y principalmente con La Habana»15. Viviendo asimismo en París, el catalán Canuto Calvet se mantuvo durante años como socio capitalista de la firma Calvet Valle y Cía. de Tacna (Perú) a la par que se dedicaba a la venta de mineral de cobre en la mina de la Chacarilla, en Bolivia, de la que era también propietario16. Alejandro Brochetón, por su parte, se casó en París, en 1870, con la mexicana María Antonieta Barandiarán Yradi, propietaria de bienes en su país natal17. Las redes mercantiles y financieras del donostiarra Brochetón abarcaron no solo México sino prácticamente todo el subcontinente americano, es decir, también Cuba, Colombia, Chile, Perú, Argentina y, de forma especial, Uruguay18. No en vano, en los años 1880 y 1890 Brochetón llegaría a ser propietario del lujoso Hotel Oriental de Montevideo19. Es más, sus relaciones con los países del Cono Sur fueron, en general, tan estrechas que acabó asociándose con el empresario Luis Clavé, a quien nombró «su representante y viajante para asuntos de su casa […] en las Repúblicas de Chile, Perú y República Argentina»20. En el caso de la Banca Mitjans hay que recordar no solo que sus sucesivos gerentes nacieron o vivieron largo tiempo en tierras americanas, sino que uno de los miembros de la familia, Antonio Eulogio Sánchez de Movellán y del Piélago, se había enriquecido en tierras mexicanas. La propia firma Mitjans Movellán y Angulo conservaba (todavía en 1891) una porción importante del capital de la razón Fernández Somellera Hermanos, de la mexicana plaza de Guadalajara21. Esos vínculos tan estrechos con la América hispana se expresaron, por ejemplo, en una determinada práctica crediticia: la concesión de préstamos por importes elevados (superiores a los 400.000 pesos fuertes, en más de un caso) con la garantía hipotecaria de fincas rústicas radicadas en el Nuevo Mundo22. Es más, interesada especialmente en impulsar la construcción de líneas ferroviarias, en el verano de 1892 la parisina firma Abaroa y Cía. llegó a prestar 1.000.000 de francos a la compañía del ferrocarril de Matamoros a Acapulco23.
Tal vez, la expresión más clara de aquellos dilatados nexos transatlánticos fue la capacidad de los banqueros españoles de París para convertirse en un importante vehículo para la transferencia de capitales desde el Nuevo al Viejo Mundo. En otras palabras, buena parte de aquellos individuos que contaban con suculentos patrimonios en América (habidos por herencia o acumulados merced a su propia labor como hombres de negocio), quienes quisieron después liquidarlos para reinvertirlos en Europa, se sirvieron a menudo de banqueros como los que aquí analizamos (Bahamonde y Cayuela, 1992; Rodrigo, 2016). No cabe duda, por lo tanto, de que buena parte de los clientes de aquellos banqueros españoles de París eran precisamente los más ricos individuos entre los empresarios hispanoamericanos. Algunos de los cuales optaron, al final de sus vidas, por trasladar su residencia a la capital francesa.
París se convirtió, de hecho, en el lugar de llegada para buena parte de los más ricos burgueses, propietarios o rentistas de la América hispana. En abril de 1861, por ejemplo, al hacerse eco del fallecimiento de José Javier Uribarren, la prensa española definió la firma familiar J. J. Uribarren et Cie. como «una especie de banco de todos los capitales que desde España y desde la América española afluyen a la capital de Francia»24. Su sucesor al frente de aquella casa de banca, su sobrino José Luis Abaroa Uribarren, proyectó esa realidad económica al plano social. Lo hizo al convertir su residencia parisina en un espacio de lujosas fiestas, punto de encuentro de la selecta colonia española y, en general, hispanohablante, en el París del Segundo Imperio. Valga como muestra un relato periodístico, de febrero de 1864. Tal como publicara La España y «según una carta de París, la colonia hispano-americana se divierte este invierno en aquella capital que es un portento: todos los miércoles se reúne en casa del conocido banquero don José Luis de Abaroa, cuyos lindos bailes dejarán fama en París»25.
La ciudad de la luz fue también un lugar de peregrinación para los más opulentos indianos españoles, quienes se habían enriquecido en tierras americanas, tal como recogió en su día el sagaz periodista catalán Pompeu Gener. Enviado por La Vanguardia a París durante los primeros días de la Exposición Universal de 1889, Gener destacó en una de sus crónicas la presencia de «los nababs y los indianos que al pasar una temporada en París no quieren privarse del fasto al que están habituados»26. No parece nada extraño, por lo tanto, que tras la muerte del último banquero de la dinastía Uribarren-Abaroa, acaecida en enero de 1902, El Economista le caracterizase como «un banquero de reputación tan sólida, de crédito tan firme, que durante muchos años a él se le venían entregando con absoluta confianza, no sólo el numerario sino los valores mobiliarios por muchos capitalistas españoles siendo como el tesorero de las familias más ricas de Madrid, de Bilbao, de La Habana, que tenían fondos en París o títulos de valores extranjeros cotizables en aquella Bolsa»27.
4Las fuentes de actividadTal como apunta esa nota de La Vanguardia, los banqueros españoles de París se dedicaban a la gestión de los patrimonios de algunos de los individuos más ricos de su tiempo; a la gestión de parte de las fortunas acumuladas por los más ricos hombres de negocio españoles, aunque también cubanos y, en general, hispanoamericanos, del sigloXIX. Ahora bien, no todo aquel que quería podía acceder a hacer uso de los servicios (financieros y de todo tipo) que le ofrecían los susodichos banqueros españoles de París. Para poderlos contratar era preciso disponer de cartas de recomendación firmadas, a poder ser, por algún cliente, tan solvente como conocido. Así, por ejemplo, un indiano enriquecido en Cienfuegos (Cuba), llamado Agustín Goytisolo (paisano por más señas de los banqueros Abaroa), les escribió desde Barcelona, en julio de 1870, recién llegado de Cuba, diciéndoles: «Don Tomás Ribalta de Sagua la Grande [Cuba] me ha pedido una carta de introducción para Vds. y el día que me la pida se la daré», advirtiéndoles «de antemano que es una persona buena y rica y tiene negocios en la casa de C. de Murrieta y Cía.», de Londres. Años después el propio Goytisolo les presentó a otro de sus socios y amigos, el cubano Agustín Irizar Declouet, pidiéndoles que atendiesen a Irizar «como si fuera mi persona [les decía], pues es sujeto de toda mi confianza», añadiendo, para que no dudasen de su solvencia: «Y es socio de Dn. Tomás Terry de Cienfuegos»28. No hacían falta más datos: Terry era, probablemente, el empresario más rico de la Cuba de entonces.
Aquellas dos cartas de recomendación revelan cuál fue la principal actividad a que se dedicaron los banqueros españoles de París (o de Londres, como Aguirre Solarte y Murrieta): habiendo abandonado su giro mercantil (pero conservando intacto un prestigio conseguido como hombres de negocio, en algún caso durante décadas y en el plano transatlántico), se dedicaron fundamentalmente a la gestión de patrimonios. Quienes querían situar parte de sus caudales en París o en Londres (residiesen en América, en España o en Francia) acudían a ellos para requerir sus servicios convencidos de su honestidad, de su buen hacer y de su profundo conocimiento de la marcha de los negocios en ambas plazas y, singularmente, de la seguridad de sus criterios a la hora de decidir qué valores comprar y cuáles rechazar. Merece destacarse, de hecho, una conducta inversora que se repite en numerosos casos: la compra en bolsa de acciones y obligaciones de todo tipo y, por encima de todo, la compra de bonos de la deuda pública francesa, unos títulos preferidos por muchos inversores a los bonos españoles. Tomando únicamente la casa de banca fundada por Baltasar Mitjans, podemos asegurar que tuvo esta la oportunidad de operar en nombre y por orden de numerosos empresarios enriquecidos en Cuba y en otros puntos de América, algunos de los cuales se instalaron después en la España peninsular o en la propia Francia. Sin afán de exhaustividad, entre su nómina de tales clientes encontramos a Manuel González Carvajal, Gaudencio Masó Pascual, Francisco Cibils, Jaime Torrents Serramalera, José Patxot, Juan Poey Aloy, Francisco Puig Bori, Fernando Riera Alsina, Juan Güell Ferrer o Antonio López y López, entre muchos otros29. Al morir, por ejemplo, este último, en enero de 1883, acreditaba la propiedad de títulos de deuda pública francesa por un valor de 2.637.500 pesetas, depositados en cuenta corriente en la Banca F. Mitjans y Cía.30.
Una nómina similar de clientes de la Casa de Banca Uribarren-Abaroa incluiría también a empresarios nacidos o vecinos del hemisferio americano como Juan Tomás Herrera, Santiago Justo Zuaznavar, Isabel Arozarena Lasa, Juan Montalvo Núñez del Castillo (conde de Montalvo), Salvador Vilanova Bis o Francisco Pérez-Ventana Chico (enriquecidos todos en Cuba) o como Cayetano Regalía (en Uruguay), además de a numerosos capitalistas españoles como los aristócratas Narciso Salabert (marqués de Valdeolmos y de la Torrecilla, además de conde de Ofalia), Manuel Martínez de Irujo (marqués de Irujo), su hermana Piedad Martínez de Irujo (vizcondesa de Benaesa), Felicia de Alvear (condesa de San Félix), Juan de la Cerda (marqués de Bárboles) e incluso al propio duque de Riánsares. Incluiría también a diplomáticos como Salvador Bermúdez de Castro (marqués de Lema) o como Salvador de Zea Bermúdez, y a rentistas como Cristina Pi Rougier, vecina de Madrid, o como los vascos José Arana Unda, Fernando Ceballos Torre, Antonia Inchaurrandieta, Pedro Ortiz de Zugasti, entre muchos otros31. Los rasgos biográficos de unos y otros ponen de relieve que los clientes de los banqueros españoles de París, como los Mitjans o los Abaroa, respondieron a cuatro perfiles predominantes: (1) naturales de las colonias de Cuba y Puerto Rico o de alguna república hispanoamericana, quienes necesitaban operar en la capital francesa; (2) indianos españoles enriquecidos en América, quienes los utilizaban para transferir sus caudales hacia Europa, antes, durante y después de su retorno; (3) determinados empresarios españoles, quienes optaban por diversificar su patrimonio invirtiendo parte de su fortuna en títulos cotizables en la bolsa de París; y (4) en general, cualquier residente, ocasional o definitivo, en la capital francesa o en algún otro punto del país galo, que tuviese vínculos con España o con la América hispana.
Más allá de su dedicación a la gestión de patrimonios, los banqueros analizados desarrollaron asimismo otro tipo de actividades de intermediación financiera. Una de las operaciones repetidas, por ejemplo, con mayor frecuencia por la Banca Gil fue la intermediación en el comercio de maderas entre las casas exportadoras de los puertos escandinavos y de otros puntos del norte de Europa y las compañías importadoras españolas. Los Gil actuaron financiando las compras de madera de diferentes empresas y empresarios de Barcelona, como Francisco Pich o la firma mercantil Compte y Cía.32. Al hacerlo recibían en París, como garantía de las letras libradas, el conocimiento de los embarques. Y cuando el importador no podía hacer frente a sus compromisos de pago, les tocaba a ellos gestionar directamente la venta del género e ingresar los productos recibidos. Así sucedió, por ejemplo, a partir de las dificultades acreditadas en 1881 por el importador barcelonés de origen sueco Carlos Gustavo Wemberg33. En otras ocasiones la Banca Gil financió la importación de material ferroviario para la construcción de diversas líneas en territorio peninsular, tal que en 1881 y a requerimiento de Francisco Gumá, impulsor de la línea de Barcelona a Valls por Vilanova i la Geltrú34.
Una de aquellas casas de banca, la J. J. Uribarren y Cía., participó asegurando una vasta operación de crédito con el Gobierno peruano. En mayo de 1853, las autoridades de aquel país realizaron sendas operaciones que le permitieron convertir en deuda externa lo que había sido, hasta entonces, deuda interna. En aquellas operaciones, firmadas en Londres, intervinieron dos banqueros de París, un tal Montané (quien emitió títulos por valor de 20.000.000 de francos) junto a José Javier Uribarren, emisor entonces de títulos con un valor nominal total de 45.000.000 de francos (o sea, de 1.800.000 libras esterlinas) (Marichal, 1988, pp. 282 y 294-295; Vizcarra, 2009)35. Antes, entre abril y diciembre de 1836, la firma Aguirrebengoa Hijo y Uribarren había adelantado 650.000 francos al Tesoro español (Tedde de Lorca, 1999, p. 74). La propia Hacienda española volvería a acudir en varias ocasiones a dicha casa de banca (dirigiéndose, en concreto, al sobrino y sucesor de José Javier Uribarren, José Luis Abaroa), intentando cerrar diversas operaciones de crédito. En una de ellas, negociada en diciembre de 1863, los enviados españoles optaron por aceptar la oferta de Rothschild Fréres rechazando la del banquero vizcaíno. Tampoco pudieron cerrar con Abaroa una nueva operación, desarrollada en octubre de 1864. Aun así, en marzo de 1866, la razón Abaroa Uribarren y Goguel actuó como intermediaria en una operación entre el Tesoro y el Banco de España, por un lado, y un consorcio financiero de Londres liderado por la firma Baring Brothers and Co.36.
Otra línea de actividad propia de aquellas parisinas casas de banca radicaba en el impulso a la actividad productiva en la España peninsular mediante la concesión de créditos a determinadas empresas. Podemos recoger, a título de ejemplo, un préstamo de 70.000 francos concedido en 1859 por la casa J. J. Uribarren y Cía. a los impulsores de un Alto Horno en Vera de Bidasoa así como otro préstamo, de 100.000 francos en este caso, concedido en 1863 por José Luis Abaroa a la sociedad minera Esperanza de Reinosa37. Es más, desde su privilegiada atalaya parisina, aquellos banqueros españoles actuaron con frecuencia como impulsores o partícipes de determinadas empresas creadas en París (o con capital aportado desde dicha plaza) para operar en España. Pedro Gil Serra fue, por ejemplo, el banquero de la Real Compañía de Canalización del Ebro, una firma nacida en 1852 para hacer navegable dicho río desde Escatrón y hasta su desembocadura (Rodrigo, 2010). Ahora bien, la casa de banca que más parece haber destacado en esta línea de negocio era la que se había creado con los caudales del indiano mexicano José Ignacio Aguirrebengoa: en los años que dicha firma giró bajo la razón Aguirrebengoa Fils et Uribarren (1826-1852), sabemos que participó como accionista en el Banco Español de San Fernando, el Banco de Fomento y Ultramar y la Compañía General de Comercio, y que contribuyó a impulsar nuevas iniciativas como una sociedad de seguros mutuos en Guipúzcoa, en 184838. Cuatro años antes, en 1844, aquella firma había participado también en el impulso de la empresa siderúrgica vizcaína Santa Ana de Bolueta, a la que aportaron un 10% de su capital (Alonso et al., 1998).
Quien más se significó en dicha tendencia inversora fue José Luis Abaroa Uribarren, el cual se incorporó a la gerencia de dicha casa de banca en 1853, junto a su tío José Javier Uribarren. Abaroa fue, por ejemplo, miembro fundador del Crédito Mobiliario Español, un banco impulsado en 1855 por los dinámicos hermanos Péréire. Su persona representaba, como pocas otras, el mejor puente entre dos mundos empresariales, distintos aunque vecinos y profundamente interrelacionados: el español y el parisino, en los años 1850. Por eso, no solo formó parte del primer Consejo de Administración de aquel nuevo banco, sino que a él le correspondió situarse «al frente de las gestiones» que estaba impulsando el recién creado Crédito Mobiliario para «abrir bancos de emisión en Bilbao, Sevilla, Valencia y otras ciudades» (García García, 2007, p. 70). También de la mano de los Péréire, Abaroa participó en la creación de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España (suscribiendo un 4% de su capital fundacional), de cuyo primer Consejo de Administración fue asimismo miembro. Muerto José Luis Abaroa Uribarren, en 1865, sus sucesores al frente de la susodicha casa de banca continuaron con sus inversiones en la península. Así, al fundarse en 1873 el Banco Hipotecario de España, la casa Abaroa Uribarren y Goguel quiso colocarse entre sus accionistas fundadores a la par que su gerente, Ricardo Gaminde, se incorporaba a su primer Consejo de Administración (Lacomba y Ruiz, 1990). La misma tendencia a invertir en nuevas empresas de la península la mantuvo el último propietario de dicha casa de banca: José María de Abaroa llegó, por ejemplo, a comprometer la considerable suma de 4.230.247 francos en el impulso de la Compañía del Ferrocarril de Olot a Gerona, una decisión que comportaría a la postre la quiebra definitiva de su casa de banca, en 190239.
5La lógica de la acumulación y el camino al ennoblecimientoInsertos obviamente en la lógica de la acumulación propia del capitalismo, cabe preguntarse cuál fue el montante de los patrimonios acumulados en vida por los diversos banqueros reseñados. Mis datos no son completos pero apuntan a que podemos hablar de fortunas ciertamente notables, tanto en términos absolutos como, sobre todo, relativos o comparativos. Puedo, de hecho, precisar el volumen total de los patrimonios post mortem de, al menos, siete de aquellos empresarios (tabla 2).
Valor de los patrimonios de algunos banqueros españoles de París
Alejandro Aguado | 1842 | 18.405.990 francos |
José Ignacio Aguirrebengoa Aguirre | 1849 | 3.271.826 francos |
José Javier de Uribarren | 1861 | 5.018.024 francos |
Pedro Gil Serra | 1867 | 1.616.965 francos |
Baltasar Mitjans Ricart | 1869 | 5.931.479 francos |
Fermín Riera Alsina | 1885 | 1.208.251 francos |
Pablo Gil Serra | 1896 | 4.367.393 francos |
Fuentes: Luis (2009, p. 262); AHPNM, CEP, protocolo 32017, fols. 119-148; protocolo 32020, fols. 95-98 y protocolo 36203, fols. 139-146; Rodrigo (2010, pp. 204-205 y 216); APMSM, carpeta «Testamentaria de la familia Sánchez de Movellán y de la familia Mitjans: bienes dejados por D. Baltasar Mitjans. Borrador del inventario general que queda en poder de Pancho».
Teniendo en cuenta que varios de aquellos banqueros fueron verdaderos self-made-men, es decir, individuos que acumularon sus fortunas partiendo prácticamente de cero (así fue, sin duda, en los casos de José Ignacio Aguirrebengoa, de José Javier Uribarren y de Baltasar Mitjans), parece bastante claro que los banqueros españoles de París consiguieron acumular fortunas notables; equiparables, en términos comparativos, a las de otros empresarios de su generación, a menudo mejor conocidos, por estudiados. El catalán Juan Güell Ferrer, por ejemplo, ha merecido diferentes biografías así como aparecer en el listado de los 100 empresarios catalanes más destacados de los siglosXIX y XX. Su fortuna, al morir, fue realmente notable: superior a los 6.700.000 pesetas40. Pues bien, como hemos visto, la fortuna de alguien de su generación como Baltasar Mitjans no le andaba demasiado a la zaga, acercándose a los 6.000.000 de pesetas. Si los comparamos, por otro lado, con sus homólogos franceses, o sea, con el conjunto de banqueros que operaban en París, veremos que los patrimonios de los banqueros españoles estarían situados, en general, en la franja media o media-baja.
Un completo estudio prosopográfico dirigido por Nicolas Stoskpf (2002) agrupa los patrimonios de los banqueros franceses del sigloXIX según su montante. Así sabemos que la fortuna de 25 banqueros parisinos superaría los 10.000.000 de francos. Tan solo Alejandro Aguado podría incorporarse en esta franja teniendo en cuenta que Jean-Philippe Luis valora su patrimonio en más de 18.000.000 de francos (Luis, 2009, p. 262). A continuación encontramos otros 17 banqueros cuyos patrimonios se valoraron, al final de su vida, entre 5.000.000 y 10.000.000 de francos. En este grupo deberíamos incluir las personas de Baltasar Mitjans y de José Javier Uribarren. Por debajo, Stoskopf agrupa los 21 banqueros de París cuya fortuna se situaba entre 1.000.000 y 5.000.000 de francos. Y aunque en su estudio no aparece ninguno de los banqueros (españoles) objeto de mi estudio, diría que el patrimonio de esos 21 individuos sería equiparable al de Fermín Riera, al de los hermanos Pedro y Pablo Gil así como al de José Ignacio Aguirrebengoa. Por debajo, aún encontramos otros 12 banqueros cuyos patrimonios en el momento de morir se valoraron en menos de 1.000.000 de francos; todos por debajo de cualquiera de los banqueros relacionados en mi estudio (Stoskopf, 2002, p. 50). No parece, en definitiva, un mal balance para aquellos hombres de negocio españoles que optaron por ejercer como banqueros en la principal plaza financiera de la Europa continental.
Valga resaltar, para concluir, que aquellos banqueros hechos-a-sí-mismos, merced a sus abultadas fortunas, pudieron incorporarse ex novo a las élites económicas, políticas y sociales de España. Y que algunos acabaron ennobleciendo. Un fenómeno apreciado también entre los comerciantes-banqueros de Londres (Lisle-Williams, 1984b). El primogénito del banquero Mitjans, por ejemplo, Francisco de P. Mitjans Colinó, pudo casarse, en París, en 1857, con la única hija del marqués de Manzanedo. Ambos habían nacido, por cierto, en La Habana. Al casarse, con 29 años, su fortuna particular sumaba ya 631.604 francos. La novia, que sumaba apenas 22 veranos, aportó entonces una dote sensiblemente superior: 1.200.000 francos en efectivo más numerosas alhajas valoradas en otros 300.000 francos41. El hijo mayor del matrimonio, Juan Manuel Mitjans Manzanedo, acabaría convirtiéndose en el II marqués de Manzanedo y II duque de Santoña. Antes se había casado con Clara Murrieta Bellido, hija del banquero londinense de origen vasco Cristóbal Murrrieta. Como pasara con Francisco de P. Mitjans, yerno del primer marqués de Manzanedo (y padre del segundo), algunos de los banqueros españoles instalados en París acabaron ennobleciéndose, de una u otra forma. Cabe recordar que Fernando VII otorgó a Alejandro Aguado el título de primer marqués de las Marismas del Guadalquivir, en 1829; que Leonardo Werner se convirtió en el séptimo conde de San Isidro al casarse con la titular del condado, Elisa Martínez de Campos Obregón, y que Isabel II quiso ennoblecer, en 1867, a Amada Batiz, viuda de Fabián Uribarren, con el título de condesa de Uribarren. Treinta y cinco años después, en 1902, era su nieto, un jovencísimo y recién coronado Alfonso XIII, quien otorgaba el título de marqués de Movellán a Lorenzo Sánchez de Movellán Mitjans, socio entonces de la parisina Casa de Banca Movellán y Angulo. Se reproducen en este caso unas pautas similares, aunque a otra escala, a las que Yussuf Cassis describió para el caso de los banqueros de la City, también en el sigloXIX (Cassis, 1985).
6ConclusionesLa importancia de París como principal plaza financiera de la Europa continental atrajo a dicha ciudad a numerosos hombres de negocio españoles quienes allí se instalaron para ejercer como banqueros. Individuos que antes habían actuado, en su mayoría, como comerciantes (especialmente en el negocio de vinos) y que, en varios casos, se habían enriquecido como tales en América, antes de ejercer como banqueros en la capital francesa. Sus respectivas trayectorias vitales apuntan que fue en el ámbito del comercio transatlántico donde casi todos acumularon no solo los capitales con los que empezaron a operar en Europa en el sector de las finanzas, sino también el prestigio y la reputación que les permitió hacerlo. Entre sus diferentes líneas de actividad destaca su capacidad para actuar como los banqueros particulares de algunos de los hombres más ricos de su tiempo, nacidos tanto en España como, sobre todo, en Cuba y en otras plazas de la América hispana. Sus respectivas casas de banca sirvieron, por lo mismo, como vehículo necesario para la transferencia de caudales entre el Nuevo y el Viejo Mundo durante todo el sigloXIX. Desde París todos ofrecieron también servicios financieros y crédito a particulares y empresas de la península, contribuyendo al crecimiento de la actividad económica en el Estado español. En tres casos diferentes, otras tantas casas de banca sobrevivieron a sus respectivos fundadores (la Banca Gil, hasta 1896; la Banca Uribarren-Abaroa, hasta 1902 y la Banca Mitjans-Movellán, hasta 1940). Su propia pervivencia, durante el último tercio del sigloXIX (y, en algún caso, también el primero del sigloXX) revela como, a semejanza de lo que sucediera entonces en Londres, el desarrollo de grandes bancos en forma de sociedades de responsabilidad limitada no implicó la inmediata supresión de la actividad de unos banqueros particulares que supieron mantener su particular nicho de actividad en un mundo tan competitivo, como el financiero, y en una plaza tan competitiva, como la de París (Lisle-Williams, 1984a; Cassis, 1985). Es más, si medimos el éxito profesional de un banquero por su capacidad de enriquecimiento, no cabe duda de que estamos hablando de hombres de negocio caracterizados por la fortuna y la fama: excepto en el caso de José María Abaroa (el cual quebró, en 1902), los datos disponibles nos hablan de notables fortunas acumuladas, en vida y en varios casos, por verdaderos self-made-men. De forma agregada y en su conjunto, cabe concluir que sin el estudio de la actividad de los banqueros españoles que actuaron como tales en el París del sigloXIX no puede aprehenderse, en toda su extensión y complejidad, el panorama de la historia financiera española durante dicho período.
AgradecimientosEste trabajo se publica en el marco proyecto de investigación financiado por el MINECO/FEDER HAR 2015-67365P. Su realización ha sido igualmente posible gracias a sendas ayudas recibidas del Centre d’Història Contemporània de Catalunya y de AGAUR (Beques per a Estades Fora de Catalunya). Quiero además agradecer la gentileza de Leopoldo Gil Nebot (†) y de Manuel Sánchez de Movellán (†) quienes pusieron en su día a mi disposición sus respectivos archivos familiares.
FuentesABE | Archivo del Banco de España |
AHPNB | Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Barcelona |
AHPNM | Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Madrid |
CEP | Consulado de España en París |
ANC | Archivo Nacional de Cuba |
ANF | Archives Nationales de France (Paris) |
MC | Minutier Central de Notaires |
AP | Archives de Paris |
APLGN | Archivo Privado Leopoldo Gil Nebot |
APMSM | Archivo Privado Manuel Sánchez de Movellán |
FLG | Fundación Luis Goytisolo |
FAGL | Fondo Agustín Goytisolo Lezarzaburu |
Almanach-Bottin du commerce de Paris, des Départements de la France et des principales Villes du Monde, par Seb. Bottin, 1840, Paris.
En diciembre de 1822, por ejemplo, remesaron desde Veracruz 23.470 pesos en plata mexicana en una fragata española; cfr. AHPNM, CEP, protocolo 32019, fols. 383-385, 16.06.1865.
Tomo la fecha de la creación de la banca Mitjans de una circular que, con motivo de su centenario, mandaron a sus clientes los gerentes de Movellán y Cía. en 1934 y que empezaba consignando: “Al cumplir el centenario de nuestra casa de Banca, fundada el 10 de agosto de 1834 por don Baltasar Mitjans, nuestro abuelo y bisabuelo, …”; cfr. APMSM, sin clasificar.
Almanach-Botin du Commerce…, 1840, pp. 12-14. Un fenómeno similar tenía lugar en la City de Londres, la mayor parte de cuyos comerciantes-banqueros era de origen extranjero y se habían especializado en operar con regiones concretas, cfr. Lisle-Williams, 1984a.
APLGN, caja 6, carpeta «Pablo Gil Serra, cartas», carta de Pablo y José G. S. (Londres) a su hermano Pedro (París), de 11.09.1838.
APHNM, CEP, protocolo 25566, fols. 114-115, 04.04.1843; fol. 198, 06.12.1843; 32016, fols. 119-120, 24.12.1855; 32017, fols. 307-308, 07.04.1858.
AHPNM, CEP, protocolo 32030, fols. 153-157, 13.04.1874; fols. 673-677, 26.05.1874; 1513-1517, 10.11.1874 y protocolo 34327, fols. 1495-1500, 15.11.1878.
AHPNM, CEP, protocolo 32024, 105-107, 14.04.1868; 32031, fols. 566-567, 18.05.1875, fols. 993-995, 27.08.1875 y fols. 1011-1013, 01.09.1875; 34155, fols. 329-336, 16.02.1877; 34790, fols. 861-863, 30.06.1883; 35399, fols. 7-8, 07.01.1884 y fol. 490, 22.12.1884.
AHPNM, CEP, protocolo 36013, fol. 265, 08.06.1887; 37126, doc. 287, 15.12.1891; 37995, fols. 189-190, 24.08.1895.
AHPNM, CEP, protocolo 32023, fols. 155-166, 14.02.1867 y protocolo 34766, fols. 637-646, 29.05.1879.
FLG, FAGL, caja 95, exp. 5, cartas de Agustín Goytisolo (Barcelona) a Abaroa Uribarren y Goguel (Paris), de 27.07.1870 y de 01.03.1874.
AHPB, Jaime Rigalt Albert, 1845, fol. 222, 02.07.1845; Francisco Jordana, 1862, fol. 112, 24.02.1862; José Pla Soler, 1866, fol. 1797, 19.11.1866 y 1872, fol. 2415, 14.09.1872; Luis G. Soler Pla, 1883, fol. 3887, 11.07.1883; ANF, MC, Étude XVIII, Jean-Jacques Roquebert, 1238, 19.04.1848; 1349, 18.02.1868; 1353, 29.07.1869.
AHPB, Jaime Rigalt, 1849, fol. 189, 13.06.1849; ANF, MC, Étude XXIII, Légay, 1262; Étude XXIII, Antoine Boissel, 1104, 06.04.1866; 1110, 29.01.1867; AHPNM, CEP, protocolo 25568, fols. 259-260, 23.03.1848; protocolo 31.936, fol. 31, 12.07.1871; protocolo 32013, fols. 29-31, 03.05.1849; protocolo 32018, fols. 144-145, 13.01.1860; protocolo 32020, fols. 151-158, 28.06.1862; protocolo 32022, fols. 32-33, 22.01.1866 y fols. 652-655, 26.09.1866; protocolo 32025, fols. 689-691, 14.06.1869; protocolo 320230, fol. 1569 y ss.; protocolo 34764, fols. 1279-1280; protocolo 34767, fols. 1083-1086, 12.10.1880; protocolo 34768, fols. 443-452, 29.04.1881.
APLGN, caja 5, carpeta “Pablo Gil Serra. Cartas”, carta de Pablo G. S. (París) a su hermano Leopoldo (Barcelona) de 02.12.1868.
AHPNM, CEP, protocolo 25568, fols. 267-268, 08.04.1848 y fols. 311-314, 27.10.1848; protocolo 32014, fols. 24-25, 24.12.1851 y fols. 430-431, 16.06.1853; protocolo 31015, fols. 144-145, 02.05.1854.
G. Lemarquis (1911): Liquidation de J. M. de Abaroa. Compte rendu final présenté aux Créanciers de la liquidation, Paris.