Aunque existe cierto consenso en que la Revolución industrial del siglo xviii no se caracterizó por un cambio drástico, también es cierto que los inventos que se dieron durante el siglo xix hicieron que el progreso tecnológico fuera continuo, y en este sentido, sí podemos calificarlo como algo sin precedentes en la historia económica. Esta es la razón por la que cualquier estudio sobre la Revolución industrial siempre es de agradecer, y especialmente, en el caso del presente libro por el enfoque adoptado.
Estamos frente a una obra maestra, un trabajo denso y consistente, sobre una nueva historia de la Revolución industrial británica. Este trabajo trata de dar respuesta a una pregunta que muchas veces se han hecho otros investigadores: las razones que explican que Gran Bretaña se convirtiera en la pionera del crecimiento económico moderno dentro del mundo industrializado. Como la literatura sobre el origen de la Revolución industrial ha sido amplia y controvertida, uno esperaría encontrar pocas novedades; sin embargo, Mokyr nos sorprende en este libro con un enfoque nuevo y conclusiones originales, que hacen de este una aportación clave en la historia económica británica y europea. Este libro va más allá de las explicaciones tradicionales sobre la importancia que han tenido factores como el comercio, el crédito, la política o la sociedad en el origen de la Revolución industrial, para centrarse en el papel indiscutible que la «ilustración industrial» (Industrial Enlightenment) tuvo en el moderno crecimiento económico, resultado del progreso tecnológico. Por tanto, más que en los factores económicos, la atención se centra en los factores intelectuales como clave para entender el crecimiento económico moderno. El dinamismo que trajo consigo la Revolución industrial no se explica únicamente gracias a la innovación tecnológica, sino sobre todo gracias a las nuevas ideas e instituciones. Fueron pues las ideas y las actitudes de los que creían en el conocimiento útil y en la posibilidad de un crecimiento continuado las que cambiaron la historia económica, en primer lugar de Gran Bretaña y, más tarde, del mundo.
Mokyr es una de las personas más indicadas para acometer con éxito esta ardua tarea, dadas sus inquietudes sobre el crecimiento y la tecnología. Precisamente su principal foco de interés en los últimos años ha sido la historia económica de la tecnología, el origen de la creatividad tecnológica y la Revolución industrial, como bien muestran sus últimas obras, La palanca de la riqueza (1990), La Revolución industrial británica (1993, segunda edición revisada, 1998) y Los dones de Atenea (2002).
El tema central del libro es el estudio de la relación y la influencia que la «Ilustración industrial» tuvo en el origen de la Revolución industrial. A lo largo de los diversos capítulos, expone cómo el Siglo de las Luces afectó a las distintas áreas de una sociedad: agricultura, industria, servicios, política, ideología, familia, Estado, banca, empresa, oferta, demanda, inversión, ahorro, fiscalidad, demografía, empleo, tecnología, ideología, instituciones o normas sociales. La Ilustración es la causa que explica que la Revolución industrial fuera el comienzo del moderno crecimiento económico, gracias a que unas cuantas invenciones clave dieron como resultado un profundo cambio macroeconómico. A partir de la Ilustración, las nuevas tecnologías originaron un crecimiento continuo y sostenido, y no cayeron en el olvido, como ocurría antes de la Revolución industrial.
El autor expone el desarrollo económico que tuvo lugar en Gran Bretaña en el periodo que discurre entre la Revolución gloriosa de 1688 y la Gran Exposición de 1851. El país mostraba ser una economía más avanzada hacia el año 1700 y, aunque su crecimiento económico estaba limitado por el crecimiento de la población, las instituciones y la tecnología, se trataba de una sociedad con un gran potencial de crecimiento. La influencia que tuvo la Ilustración en el cambio económico, tecnológico e institucional que se dio en el siglo xviii hizo realidad dicho potencial. Con la Ilustración se empezó a creer en la posibilidad de que, gracias a las innovaciones, a un mayor conocimiento útil y a unas buenas instituciones, se pudiesen lograr progresos sociales y de la humanidad de manera constante. El mejor exponente de este nuevo pensamiento fue Francis Bacon, aunque no podemos olvidar otros nombres, como los de Condorcet, Kant, Adam Smith, Benjamin Franklin, D’Alembert, David Hume, Voltaire o Diderot. Mokyr sostiene que la Ilustración estableció las bases para que se diera el progreso económico y explica cómo estas fueron mucho más sólidas en Gran Bretaña que en cualquier otra economía. Aunque la Ilustración y la creatividad tecnológica no fueron exclusivas de Gran Bretaña, sí lo fue la capacidad para desarrollar las innovaciones y darles una aplicación comercial práctica, siendo las ideas del Siglo de las Luces más fácilmente establecidas en Gran Bretaña que en el resto del continente. Los principales intelectuales del país eran contrarios a utilizar el poder político para redistribuir en lugar de crear riqueza, como ocurría en otros países. Además, a diferencia del continente, los ingenieros británicos pensaban que el conocimiento debía ser útil principalmente para la industria. Dicho pensamiento se difundió a través de canales formales e informales, como fueron la Royal Society, Societey of Arts, las universidades de Glasgow y de Edimburgo, o los cafés, expresión del modo en que la cultura influía en la tecnología y, a su vez, en el progreso económico. La comunicación entre los científicos y los técnicos, así como la mayor difusión de los conocimientos a través de las enciclopedias, fue sumamente importante si tenemos en cuenta que entre 1790 y 1830 la mitad de las innovaciones patentadas en la industria textil británica procedían de gente sin conexión alguna con la industria.
La ventaja de Gran Bretaña no vino por el lado de las ideas, pues estas muchas veces se importaban de otros países europeos, sino por su habilidad para mejorar las ideas importadas a través de micro-invenciones (donde Gran Bretaña tenía ventaja comparativa), utilizar el mercado y explotarlas de manera rentable; en resumen, su mayor énfasis en la generación y la difusión del conocimiento útil.
Las ideas que trajo consigo la Ilustración no solo influyeron en la tecnología, sino también en la política económica y en la estructura institucional de las sociedades. Lo que diferenció a Gran Bretaña de otras naciones fue que dispuso de instituciones flexibles, capaces de adaptarse a los cambios del entorno. Y ello fue posible gracias a que existía una institución por encima de todas ellas que lo permitió, como fue el Parlamento británico. Por tanto, innovación y reforma institucional han de convivir si queremos que una economía tenga un crecimiento moderno. La Ilustración creó dicha sinergia. La aplicación eficiente con que Gran Bretaña utilizaba las nuevas tecnologías fue posible gracias a una gran masa de artesanos muy competentes, con unas grandes destrezas y un elevado conocimiento tácito y unas instituciones que ofrecían grandes incentivos. Estos hombres no trabajaban para el Estado, como sucedía en otros lugares, sino para el sector privado. Esto fue lo que hizo que este país se convirtiera en la fábrica del mundo.
A lo largo del libro, Mokyr no solo ofrece una nueva interpretación de la Revolución industrial, también pone en entredicho algunas de las afirmaciones que se han hecho sobre ella. En primer lugar, considera que ni el progreso tecnológico se debió a la gran demanda exterior ni a la política imperialista. Mucho más fundamental que estos factores, en el período 1776-1815, fue la importante demanda del mercado interior. En segundo término, el autor piensa que no puede hablarse de una Revolución agrícola durante el siglo xviii, aunque sí de una mayor capacidad de la agricultura británica para alimentar a una población creciente, resultado de una mayor productividad. El aumento de la producción que se registró entre 1750 y 1850 fue posible gracias a que los cercamientos permitieron una mejor organización del trabajo, una mayor intensificación de los cultivos y, sobre todo, poner en cultivo mayor superficie de tierra. Tercero, Mokyr defiende la idea de que el cambio tecnológico de la primera Revolución industrial se encaminó más que al ahorro de la mano de obra, dados los elevados salarios, como sostiene Allen, al ahorro del factor capital. Los altos salarios de los trabajadores británicos eran reflejo de unas mayores destrezas y competencias, así como de un mayor capital por trabajador. Cuarto, si bien es cierto que el aumento de la población no fue consecuencia de la Revolución industrial, pues dicho aumento se produjo antes, la relación entre el crecimiento de la población y el crecimiento económico que se dio en el siglo xviii aún no está clara. Finalmente, Mokyr pone en duda que la revolución «industriosa» que sostiene De Vries sea la principal causa de los cambios en la oferta de trabajo (más horas de trabajo, más trabajo infantil).
En resumen, estamos ante un libro muy bien escrito y muy atractivo, que no versa tanto sobre la Revolución industrial como sobre la Ilustración y la Revolución industrial, es decir, sobre cómo la Ilustración influyó en los cambios que se produjeron en Gran Bretaña durante la Revolución industrial. En definitiva, se trata de una obra esencial para cualquier interesado en las raíces del capitalismo industrial, en la Revolución industrial y europea, en el continuo cambio tecnológico, así como en el futuro de la economía moderna.