En las últimas dos décadas el mundo atlántico, en sus múltiples vertientes, entre las que destaca la económica, ha recibido la atención de numerosos historiadores, sobre todo norteamericanos. Fruto de ello es lo que conocemos como «Atlantic History» (el estudio de los continentes y regiones atlánticos durante la Edad Moderna). Sin embargo, este fructífero campo de investigación, pese a su creciente popularidad, no ha estado libre de críticas. Una de ellas, quizás la más persuasiva, es la que acusa a la historia atlántica de no ser más que historia colonial o imperial enmascarada bajo un nuevo nombre. Precisamente uno de sus grandes retos es demostrar que las regiones del litoral atlántico participaron en la formación de un mismo sistema económico y cultural, y que dicho sistema trascendía los límites —aparentemente impenetrables en la historiografía tradicional— de los diferentes imperios europeos. En otras palabras, la historia atlántica está necesitada de estudios de carácter manifiestamente transimperial. En Oceans of Wine, libro que analiza en profundidad importantes transformaciones ocurridas en torno al vino Madeira en el periodo 1640-1815, David Hancock acepta el reto de mostrar y examinar conexiones transimperiales. El resultado es un ambicioso trabajo que presenta la «invención» del Madeira (léase su transformación en vino de gran calidad) como un proceso económico y social, fruto de multitud de conversaciones, tanto orales como escritas, entre productores, distribuidores y consumidores situados a lo largo y ancho del espacio atlántico.
Desde la publicación del libro Citizens of the World: London Merchants and the Integration of the British Atlantic Community (1735-1785) (Hancock, 1995), los trabajos de este autor se han convertido en referente imprescindible para el estudio del proceso de integración comercial del mundo atlántico durante el siglo xviii, siguiendo así la estela de autores más clásicos como Jacob Price, Thomas Doerflinger o Kenneth Morgan. Oceans of Wine se enmarca en esa misma línea, empleando el Madeira como piedra de toque para analizar nuevas formas de comercialización (y de sociabilidad) en el marco de las importantes transformaciones económicas y políticas acaecidas desde mediados del siglo xvii hasta el final de las Guerras Napoleónicas. El libro está compuesto de once capítulos agrupados en tres grandes bloques que acotan la vida del Madeira desde su elaboración en una isla portuguesa en medio del Atlántico hasta su consumición en los hogares y tabernas de Norte América, el Caribe, Europa y Asia. Las tres partes son «Making wine», «Shipping and trading wine» y «Consuming wine».
Para Hancock este fue un proceso descentralizado («decentralized», debido al papel fundamental del extenso conjunto de individualidades que lo hicieron posible), auto-organizado («self-organized», porque ponerlo en marcha no fue iniciativa de un Estado ni de ninguna fuente única, sino de multitud de participantes con objetivos diferentes) y articulado por numerosas redes comerciales y sociales («networked»). Estas tres características son los pilares que sustentan los principales argumentos del libro. En las partes primera y segunda Hancock proporciona abundantes datos cuantitativos sobre diversos aspectos del comercio, tales como precios del vino en Madeira, movimiento de barcos, exportaciones de vino y su destino, número y nacionalidad de los comerciantes exportadores, y número y localización de los clientes de varias firmas exportadoras. En la tercera parte, sin embargo, el autor se centra en aspectos culturales y sociales propios del consumo de bebidas alcohólicas en general, y del vino en particular.
Gran Bretaña y Europa nunca fueron importantes mercados para el Madeira. Ni siquiera la propia Portugal lo fue. En el siglo xviii el Madeira era conocido como el «vino de América», pero no de la América portuguesa, donde era el Oporto el que gozaba de privilegios, sino de las colonias británicas en América. Gran parte de ello se debía a la localización de la isla en medio de la ruta de navegación más transitada para llegar a América. Entre 1640 y 1815 los comerciantes de vino establecidos en Madeira (muchos de ellos británicos y americanos) pasaron de vender a pie de puerto a responder a los pedidos de sus agentes y corresponsales en ultramar, y, más tarde, a situar a sus propios socios allí donde residían los consumidores.
Precisamente una de las grandes aportaciones de Oceans of Wine es mostrar la participación activa de los consumidores en el proceso de invención del Madeira. Sin ir más lejos uno de los sellos del vino, su fortalecimiento mediante la adición de brandy, introducido a mediados del siglo xviii, fue fruto de las peticiones de exportadores y vendedores americanos, que conocían como nadie las preferencias de los consumidores. Para 1800 el gusto de los consumidores había prevalecido y todos los Madeiras llevaban algo de brandy. Otra importante transformación se produjo a raíz de los efectos del medio de transporte: los vinos que llegaban a las colonias británicas en barcos que pasaban primero por el Caribe comenzaron a ganar aprecio entre los consumidores, ya que, al parecer, el calor al que el caldo se veía sometido en el interior de la embarcación mejoraba su calidad. Así, desde mediados de siglo, tan pronto llegaron noticias de los beneficiosos efectos del calor, los exportadores comenzaron a embarcar sus vinos en barcos que hacían largos circuitos por el Caribe o el Índico, llegando incluso a prescindir de rutas más rápidas y directas. Una tercera contribución del consumidor fue la de promover el envejecimiento del Madeira. Hasta 1775 los distribuidores ofrecían vinos nuevos de cerca de tres meses de edad y viejos de no más de año y medio. Era tarea de los propios consumidores envejecer el vino. Sin embargo, en vista de las preferencias de los consumidores, los distribuidores comenzaron a encargarse del proceso de envejecimiento. Para 1793 muchas firmas exportadoras ya embarcaban caldos de hasta diez años de edad, y para 1815 era común que tuvieran hasta quince años.
El grado de concurrencia al que se vieron sometidas la compañías exportadoras de vino aumentó tras la Guerra de Independencia de los EE. UU. (1775-83), cuando más comerciantes portugueses comenzaron a situar agentes en Londres y a adoptar comportamientos competitivos hasta entonces más propios de los británicos. Para finales del siglo xviii, nos cuenta Hancock, «their organizing, together with taking the risks and receiving the profits, marks the Madeira exporters as capitalists and makes their work notable in the construction of a transimperial Atlantic economy» [pág. 198].
En la tercera parte del libro, junto con el Madeira, Hancock incorpora a su relato multitud de vinos (Porto, Bordeaux, Canary, Málaga y Jerez, entre otros) y bebidas alcohólicas (sobre todo sidra, cerveza, brandy y ron) con objeto de explorar los comportamientos de los consumidores. Algo que queda patente es que «imported wine was the drink of officers, doctors, ministers, and wealthy men; artisans and soldiers bought rum» [pág. 263]. En efecto, la posición social del bebedor determinaba sus preferencias y, viceversa, la propia bebida funcionaba como marcador de clase social. De ahí que el Madeira, el más caro y prestigioso de los vinos, fuera adoptado por las capas sociales más selectas. En palabras de Hancock, «just as Consumer Revolution was making goods like wine available to more people, elite consumers were eager to highlight how the ways they drank were special —economically, socially, culturally, and politically—» [pág. 315]. Fruto de ello fue la fabricación de una variedad sin fin de botellas, decantadores y vasos, y, junto a ellos, la aparición de nuevas formas de utilizarlos. Servir vino que había alcanzado estatus social —práctica habitual para finales del siglo xviii— era una señal inequívoca de «Atlantic cosmopolitanism».
El libro es fruto de una ardua investigación llevada a cabo en 77 archivos repartidos por diez países. La lectura se completa con 160 páginas de jugosas notas y aclaraciones. Aunque la prosa de Hancock es clara y amena, por momentos el exceso de ejemplos hace que una de las virtudes del libro, su enorme cuidado con el detalle, se convierta en pequeño obstáculo para la lectura fluida. Ello no empaña que Oceans of Wine sea, sin lugar a dudas, una gran contribución a la historia económica del espacio atlántico. Su valentía reside en abordar el proceso completo de producción-distribución-consumo, con toda su carga económica y cultural, desgranando tanto las conexiones entre los distintos actores como el desarrollo de las instituciones que contribuyeron a que, en los 175 años que abarca el libro, el Madeira pasara de ser un vino de mesa mediocre a convertirse en una bebida refinada.