Entre norteños, el algodón siempre aparece como un referente que, de alguna forma, condiciona el imaginario. Es común escuchar que décadas atrás, sobre todo en referencia a los años cincuenta del siglo xx, los campesinos llegaban a los centros de diversión con tanto dinero que lo tiraban en las calles, pero, sobre todo, en distracciones de todo tipo. Eran, en tradiciones orales, los años del algodón, época en la que la fibra marcaba el derrotero de la economía de varios centros agroindustriales del norte mexicano.
Los coordinadores del libro Algodón en el norte de México (1920-1970). Impactos regionales de un cultivo estratégico han logrado construir una prueba evidente de la significación de este producto que se convirtió, en palabras de Mario Cerutti, en un cultivo estratégico. Es decir, en una fibra que, por sus relaciones con los mercados nacionales e internacionales, generó dinámicas de activación económica que convirtieron el cultivo de la fibra en un promotor de la colonización, el surgimiento de zonas agroindustriales así como de áreas urbanas vinculadas de manera indirecta con su cultivo.
¿Por qué el norte? La explicación está relacionada con el clima, donde las altas temperaturas son un factor importante para el crecimiento de la fibra. Pero también hay que considerar el vínculo con la ampliación de la frontera agrícola, es decir, con las oportunidades que ofreció la gran hidráulica: la capacidad de que los avances tecnológicos permitieran la apertura de nuevas tierras y la nueva posibilidad de utilizar el recurso hídrico a grandes distancias. También, la intensa actividad de particulares e instituciones gubernamentales para transformar la manera de producir una fibra que se cultivaba en diversas partes del mundo y que, por lo tanto, implicaba una intensa competencia.
Los retos, pues, eran muchos: plagas, mano de obra, medios de transporte, competencia internacional, falta de agua o desbordamientos de alguna corriente, en fin, una historia que cambia ante la idea de que los campesinos simplemente llegaban a gastar su dinero en centros de diversión. La infraestructura que se necesita construir para producir en sentido comercial implicó la intervención de numerosos factores que conllevaron el surgimiento y consolidación de la producción algodonera.
Los coordinadores tomaron una decisión que le da forma al libro: presentar los capítulos por regiones algodoneras. La excepción es el trabajo de Cerutti, quien ofrece en el primer capítulo una visión de conjunto, sustentada en cifras de producción, precios, exportaciones, porcentajes comparativos, que dejan claro por qué decidieron colocar en el título la propuesta de cultivo estratégico. El algodón cobra relevancia en México desde el gobierno de Porfirio Díaz, pero es en las décadas de mediados del siglo xx cuando se llega a los topes máximos de producción, industrialización y exportación. Se convierte en un cultivo que genera otras actividades económicas y promueve la colonización, factor importante para el caso del norte mexicano. Hombres y mujeres deciden migrar hacia las zonas algodoneras para establecerse, a pesar del desierto y las evocaciones de triunfo y derrota que surgen de ello.
Eva Rivas aborda una de las zonas de mayor peso agrícola en el país, como es la comarca lagunera. Analiza con cuidado y detalle los factores que determinaron la competitividad de la fibra en los mercados y por qué eran importantes las diferenciaciones. Observa las rotaciones de cultivos y su importancia para no agotar la tierra. También, la relevancia que tuvo el sistema de bombeo que permitió ampliar las zonas de cultivo y llegar a crear excedentes que permitieron pasar de abastecer el mercado nacional al internacional. De igual forma, la autora plantea una idea que consideramos de especial relevancia: el reparto agrario cardenista, que al entregar tierras que no contaban con posibilidades reales de ser irrigadas, provocó la falta del recurso hídrico para el conjunto y, por tanto, el incremento en los costos de producción. Con ello, quedaron fuera de competencia. En la década de 1960 se desarticularon las cadenas productivas ligadas al algodón.
Casey Walsh y Cirila Quintero, ambos con trayectoria académica en investigación sobre el noreste de México, escriben sobre el algodón en el norte de Tamaulipas, sobre todo en la zona agrícola de Matamoros. Aquí, la confluencia se generó en el vínculo entre la realización de la toma de El Retamal y el reparto agrario cardenista. Cabe señalar que El Retamal fue una obra sin autorización del gobierno mexicano, pero tuvo alto impacto en las negociaciones con Estados Unidos por el agua del río Bravo. Posteriormente, la Presa Internacional Falcón y la toma Anzaldúas, ambas ya como producto de la negociación con el vecino del norte, permitieron la apertura de más de 200.000ha, buena parte de ellas dedicadas al algodón. Los autores plantean los numerosos conflictos entre productores y cómo los costos fueron el imperativo que conllevó otros cultivos.
Gustavo Aguilar y Ana Isabel Grijalva abordan los estados de Sonora y Sinaloa, área denominada como franja costera del noroeste. De nuevo, las obras hidráulicas resultan el antecedente directo que explica por qué la frontera agrícola permitió un crecimiento y auge algodonero desde la década de 1920 en adelante: los valles Yaqui y Mayo, en Sonora, el de Culiacán y El Fuerte, en Sinaloa. Una empresa de importancia internacional, como la Anderson & Clayton, fue clave, al igual que en otras zonas del norte, para la refacción de ejidatarios y pequeños y medianos propietarios. El pacto de Lázaro Cárdenas con dicha empresa, secreto durante esos años, permitió que la confiscación de tierras no dejara la producción sin vínculos con los mercados internacionales. Por el contrario, dicha empresa explica la continuidad del proceso hasta la década de 1960. Por su parte, los autores son muy claros al afirmar que, a diferencia de otras regiones como Matamoros o Mexicali, no se puede hablar de monocultivo.
Luis Aboites analiza el algodón en su tierra natal, Delicias, Chihuahua. Autor de una reciente publicación intitulada Norte entre algodones, elabora en el capítulo correspondiente una explicación regional sobre el surgimiento, auge y decadencia de este cultivo estratégico. Se centra en los conflictos que se generaron entre lo que denomina una minoría próspera y el gobierno federal. Sobre todo, por las diferencias debidas a temas tributarios, mano de obra suficiente y sumisa, acceso a tierras y agua, y apoyo en momentos de endeudamientos y quiebras. Este grupo de agricultores resultó anticardenista, ya que su éxito no lo consideraron parte de las políticas del mencionado. En su discurso integrador, se sentía parte de la apología de los conquistadores del desierto, la misma que tiene raíces en el vecino del norte.
Finalmente, Araceli Almaraz plantea cómo en el valle de Mexicali, en Baja California, donde el algodón fue de suma importancia desde la segunda década del siglo xx, se generó una intensa inversión de extranjeros para ser sustituida, con la clara intervención del Estado mexicano, a finales de la década de 1930. En las décadas siguientes, agricultores y empresarios mexicanos se convirtieron en los principales inversionistas, con una regulación del estado muy significativa a través de las instituciones financieras creadas por este. Aun así, el algodón mexicalense estuvo estrechamente vinculado a los mercados internacionales.
Sin duda, una obra que permite conocer más a fondo la historia mexicana del siglo xx.