El capital en el siglo xxi tiene todos los méritos para haber tenido el éxito editorial que ya conocemos. Empieza por una pregunta sumamente importante: ¿conduce el capitalismo a una creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, el ingreso y el poder (a la Marx), o existen fuerzas que tienden a contrarrestar esas características, haciendo al capitalismo compatible con la democracia e ideales de igualdad (a la Kuznets, bien o mal entendido)?
Al intentar dar respuesta a estas preguntas, Piketty muestra importantes virtudes: hace intentos de presentar un marco teórico hasta cierto punto innovador para dar respuesta al problema; se apoya en un trabajo empírico impresionante, de un amplio colectivo de investigadores, realizado en base a una importante creatividad metodológica; se compromete en la discusión de políticas. En síntesis: teoría, problemas relevantes, sustento empírico, innovación metodológica, compromiso social, todo ello sumado a una clara forma de expresión.
Me he sentido particularmente afín a la forma en que se aborda las características de la ciencia económica y la necesidad de interdisciplinariedad. La defensa de iniciar con preguntas relevantes, construir la información necesaria, realizar una construcción teórica adecuada e históricamente contextualizada, capturar los fenómenos en términos de economía política en el sentido más tradicional del concepto. Son, todas ellas, tomas de posición, particularmente pertinentes, y dejan claramente su huella a lo largo del libro. No por existir muchas claras críticas de la economía convencional, en sus contenidos teóricos y en las formas de concebir los métodos de la ciencia económica, se ha logrado revertir un estado de cosas poco fecundo para el conocimiento y la concepción del desarrollo económico y social.
La relevancia del problema no puede ser exagerada. El capitalismo ha dado sobradas muestras de poder mejorar el nivel de vida de la gente, pero sigue generando desigualdades indignantes, riqueza extrema y desvergonzada, hambre y exclusión. Los Estados de Bienestar de los países desarrollados enfrentan crecientes dificultades. La llegada masiva de inmigrantes a Europa en la actualidad parece ser una guerra sin armas de los desamparados, que pone en evidencia el contraste entre la vocación liberalizadora de flujos comerciales y financieros, y el proteccionismo de los mercados de trabajo, lo desnuda la incoherencia en la aplicación de ciertos principios teóricos bajo la influencia de la fuerza y el poder.
La teoría de Piketty es clara y sencilla. Entiende que la distribución del ingreso entre trabajo y capital ha sufrido importantes cambios a lo largo del tiempo. Dado que sus estimaciones arrojan que la rentabilidad del capital no ha variado demasiado y se encuentra entorno del 5% (en promedio), los cambios en la distribución del ingreso pasan a depender de la relación entre la riqueza o el capital (se usan ambos conceptos indistintamente) y el producto económico. Así, se encuentra que en Europa, esta relación era de 6-7 a principios del siglo xx, cayó a aproximadamente 2-3 en las décadas centrales del siglo, y subió a 4-6 a inicios del siglo xxi. Esto es llamado «la primera ley fundamental del capitalismo», y es una igualdad contable: α=r*β, en la que (α) es la participación del capital en el output económico, (r) la tasa de ganancia y (β) la relación entre las ganancias y el output total. Piketty, que por lo demás aboga fuertemente por el rol de las instituciones y las relaciones sociales para entender las tendencias de la desigualdad, explica la tasa de retorno del capital con una innecesaria referencia al enfoque neoclásico, desconociendo los resultados del debate de Cambridge, y sin recurrir a teorías más coherentes con su enfoque general, como las de Sraffa o Kalecki.
Para explicar estas tendencias de la distribución, Piketty hace jugar la llamada «segunda ley fundamental del capitalismo»: las tendencias de la desigualdad guardan relación con la tasa de crecimiento de la economía. (β), o sea, la relación entre capital y producto económico, se define por la relación entre la tasa de ahorro (s) y la tasa de crecimiento económico (g): β=s/g. Si la tasa de ahorro es del 12%, y el crecimiento económico del 2%, la relación capital/producto será del 600%. Esta constatación es muy importante a la luz de la experiencia histórica: podría decirse que los períodos de rápido crecimiento económico son los que pueden tender a una reducción de las ganancias en el producto, mientras que, por el contrario, períodos de relativamente bajo crecimiento pueden generar una importante acumulación de capital en relación al producto, fortaleciendo la posición del capital. Uno de las hallazgos más sugerentes de este enfoque, es que la tendencia a la reducción de la desigualdad durante la llamada Edad de Oro del Capitalismo, en las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial (o durante los 30 años gloriosos, como gustan llamar los franceses a los años 1950-1980), ya no constituyen una fase de irreversible caída de la desigualdad, como algunos ingenuos lectores de Kuznets quisieron creer. Más bien, esa caída de la desigualdad aparece como un paréntesis, una coyuntura histórica muy especial, que habría de ser seguida por un proceso de fuerte aumento de la desigualdad en las últimas décadas del siglo xx y principios del xxi, proceso claramente documentado y analizado en el libro. Basándose en las tendencias históricas y en diversos debates y proyecciones económicas, Piketty no pronostica ningún estancamiento ni catástrofe para la economía mundial del siglo por venir, pero sí tasas de crecimiento del producto per cápita cercanas al 1% anual, lo que configuraría un escenario propenso a la mayor concentración del ingreso por parte del capital, no solamente por el mayor peso del capital en relación al trabajo, sino también por la mayor desigualdad existente entre propietarios de capital que entre trabajadores. En este contexto, Piketty aboga por enérgicas medidas políticas contra la desigualdad, como una tasa progresiva de impuestos al capital, lo que solamente puede llegar a aplicarse en el marco de importante coordinación internacional.
A pesar de sus mejores intenciones, este libro no deja de ser bastante eurocéntrico, o mejor dicho, centrado en la óptica de los países desarrollados. Es inevitable que así sea, desde que, en la mejor tradición de Kuznets, el trabajo se apoya en una imponente reconstrucción estadística que obviamente es mucho más completa para los países desarrollados, los que, por otra parte, han sido el centro de la acumulación de capital y de las transformaciones tecnológicas. Sin embargo, las deficiencias en este plano van más allá de la falta de información. El autor usa indistintamente los conceptos de convergencia/divergencia e igualdad/desigualdad, y el tema de la convergencia propiamente dicha está tratado con mucha liviandad. El tema no es menor, porque hay trabajos que sistemáticamente han tratado de descomponer la desigualdad mundial al interior y entre países. Si los países en desarrollo efectivamente lograran realizar un fuerte proceso de catching up, siguiendo a Piketty nos enfrentaríamos, a nivel global, a una fuerte tendencia igualitarista. Sin embargo, el caso chino nos está mostrando el doble y ambiguo proceso del catching up con muy creciente desigualdad, bajo un patrón que no acompaña la lógica de Piketty. Aún cuando el libro es global en su ambición, uno se queda con la impresión de que finalmente, más que estudiar las tendencias globales de la desigualdad, el libro está pensado desde la óptica nacional de los países desarrollados.
Por otra parte, puede parecer que su enfoque rinda más para entender el caso de América Latina, que en la última década ha combinado rápido crecimiento y caída de la desigualdad. Sin embargo, aquí la lógica parece ser un poco distinta, ya que juega un rol muy fuerte la valorización de los recursos naturales, un caso particular que no está en el centro del análisis de Piketty, aunque sí es reconocido por el autor como un fenómeno a tener en cuenta.
Finalmente, hay otro aspecto en el que el libro se queda corto. También siguiendo la lógica de Kuznets, y a pesar de adoptar un enfoque de economía política, el libro explora especialmente los resultados distributivos del crecimiento económico, pero poco dice de toda una línea de pensamiento e investigación que ha puesto el foco en la causalidad contraria: ¿cuál es el impacto de la desigualdad sobre el crecimiento? Compartiendo la preocupación y la preferencia por una sociedad más igualitaria, se echa en falta alguna reflexión sobre cómo impacta la desigualdad sobre el crecimiento.
En cualquier caso, se trata de un gran libro, profundo, relevante, escrito en las mejores tradiciones de las ciencias sociales, y que se lee con mucha facilidad.