Fruto de su tesis doctoral, Marc Ferri nos presenta ahora una adaptación de la misma en formato libro. Conocido ya por algunas publicaciones anteriores, en especial por el papel que los ingenieros de caminos desempeñaron en la organización de los regadíos a mediados del siglo XIX en Valencia, con este volumen se acerca a la ingente labor ejecutada por este tipo en ingenieros entre 1833 y 1868, unos años fundamentales en la construcción del Estado liberal. Hay que recordar que en esas décadas se produjeron acontecimientos de gran envergadura para nuestra historia política y económica. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, no solo estalló la primera Guerra Carlista, sino que España comenzó su propia revolución liberal. De hecho, fue a partir de esos años cuando quedó conformado el sistema parlamentario y de partidos que estuvo en vigor hasta la Revolución de 1868. Es más, desde el punto de vista económico, se fueron tomando medidas claves para la expansión del capitalismo, en especial durante el bienio progresista. Incluso, estaríamos hablando de unos lustros emblemáticos para las infraestructuras. No solo para carreteras, puertos y regadíos, sino también para los caminos de hierro a partir de 1844. En este sentido, la ley de ferrocarriles de 1855 constituye uno de los hitos más importantes para la historia de las obras públicas en nuestro país. Precisamente, en este contexto de formación del Estado liberal, de ascenso de la burguesía al poder y de la necesidad de unos profesionales especializados a la manera de los existentes en Francia, por ejemplo, se creó la Dirección General de Caminos en 1833, la Escuela de Ingenieros de Caminos en 1834 y el Reglamento del Cuerpo en 1836. Así quedaron sentadas las bases fundamentales del cuerpo de ingenieros de caminos en España, cuyos antecedentes habían sido auspiciados por la ingente labor de Agustín de Betancourt desde finales del siglo XVIII. No obstante, la fuerte inestabilidad política y económica que vivió España en las primeras décadas del siglo XIX hizo que la consolidación del cuerpo no se diese hasta el reinado de Isabel II. Desde esos instantes el rol en la promoción de los equipamientos de todo tipo llegó a ser fundamental, tal como se aprecia en este tomo.
Articulado en 4 capítulos, quizás el menos original de todos ellos sea el primero, aquel en el que se aborda los orígenes y el desarrollo del cuerpo de ingenieros. Y lo es porque el autor es deudor de las investigaciones de Horacio Capel, Rumeu de Armas, Pan-Montojo y, sobre todo, de Sáenz Ridruejo, entre otros, quienes han dedicado excelentes monografías a estos años. Con todo, me parece un apartado fundamental en el que el autor, manejando muy bien la bibliografía, ha sido capaz de distinguir los distintos tipos de ingenieros existentes antes de la consolidación del citado cuerpo, de analizar la evolución del escalafón y de hacer comparaciones con Francia, el principal modelo de referencia. Los 3 capítulos restantes, en los que se centra en el reinado de Isabel II, resultan más interesantes para el historiador en la medida en que son más novedosos, no en vano, además de la bibliografía existente, maneja fuentes de archivo tanto locales como nacionales y hace un espléndido uso de las publicaciones especializadas de la época, tales como la Revista de Obras Públicas, entre otras. En estos años el autor no solo analiza las realizaciones llevadas a cabo por este ejército de paz, que fueron innumerables, sino también las veleidades políticas que muchos de ellos tuvieron. Sin duda, es bien conocido el caso de Sagasta, pero, evidentemente, hubo muchos más, tal como Ferri nos lo recuerda en su escrito. Deteniéndose, sobre todo, en la Comunidad Valenciana, aunque no solo, el autor hace un repaso de las intervenciones más emblemáticas en las que trabajaron estos ingenieros, como pudieran ser el puerto de Valencia, las carreteras que la unían al centro peninsular, las infraestructuras de regadío de la huerta valenciana o las obras relacionadas con los abastecimientos urbanos en un momento clave de expansión de las ciudades. Sin olvidar, por supuesto, algunas figuras de renombre, tales como el valenciano Juan Subercase, uno de los ingenieros de caminos más sobresalientes de este periodo.
En definitiva, un trabajo que recomiendo encarecidamente a todos aquellos especialistas en la historia de las infraestructuras y de la ingeniería civil en la España del siglo XIX, pues se trata de un texto perfectamente documentado, bien escrito y que hace aportaciones de gran interés para entender el protagonismo que los ingenieros de caminos jugaron no solo en la modernización económica de España, sino también en la construcción del Estado liberal de esos años, un aspecto fundamental de nuestra historia.