El economista, historiador, subdirector del Servicio de Estudios del Banco de España en el año de su fundación (1930) y ministro de Hacienda José Larraz abandonó su ministerio por considerar que estaba predicando en el desierto. Su desengaño se derivó de la imposibilidad de cambiar algunas medidas debatidas y aprobadas en el consejo de ministros del que formaba parte y que presidía el dictador Francisco Franco. Medidas tales como emitir moneda con la intención de ejercer un efecto saludable en el crecimiento de la maltrecha economía española de la posguerra. Anotó en sus memorias que «casi todo el Gobierno, con Franco a la cabeza, entendía que había que gastar mucho dinero, muchas pesetas, para poner en marcha el país. Yo me reía. Todo dimanaba de un error técnico, de un diagnóstico equivocado» (Memorias, Madrid, RACMYP, 2006, página 244). Su risa se congeló cuando finalmente fue consciente de que el dictador no estaba «detrás de mí», sino «contra mí», y dimitió en 1941. En los años 50 el también economista e historiador de temas monetarios Joan Sardá, al ser nombrado jefe del Servicio de Estudios del Banco de España, tuvo la oportunidad —que aprovechó— de enmendar las opiniones que habían causado una profunda frustración a Larraz, y ello a pesar del lastre —en pleno franquismo— que supuso haber servido en el ejército republicano, asesorar al consejero de la Generalitat Josep Tarradellas y pasar una «depuración» política después del conflicto civil.
La tesis de la biografía se resume en pocas palabras diciendo que Sardá desempeñó un papel «clave» en el cambio de orientación de la política económica del primer franquismo —autárquico e intervencionista» que apenas dejaba lugar al mercado. Además, Ros Hombravella afirma que el economista catalán no tuvo veleidades tecnócratas ni arbitristas, es decir, no confió en una «solución única», no se creyó en la posesión de una «fórmula única para convencer necesariamente a todos». Por supuesto que logró persuadir al «elector único», como Sardá llamó a Franco en algunas ocasiones. A pesar de su dudoso pasado para un buen franquista, se apreció su valía como economista sustentada en su sobresaliente formación teórica adquirida en la Universidad de Barcelona (donde entró en contacto con Antonio Flores de Lemus), en la Universidad de Múnich (donde colaboró con Adolf Weber) y en la London School of Economics (donde trabajaban economistas relevantes como Lionel Robbins), así como en su amplio conocimiento de la historia monetaria española (véase a modo de ejemplo su libro más sobresaliente, La política monetaria y las fluctuaciones de la economía española en el siglo XIX, publicado en 1948). Por supuesto que también contaron sus excelentes relaciones con diversas instituciones económicas internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, que se originaron en sus años de asesor del banco central venezolano e imprescindibles para articular el Plan de Estabilización de 1959 dirigido a la liberalización de la economía española.
El estudio de Ros Hombravella, dividido en 10 capítulos, 2 anexos y una bibliografía, repasa cronológicamente los principales hitos de la vida personal y, sobre todo, profesional de Sardá, desde sus primeros estudios en el Colegio alemán de Barcelona hasta su regreso a su ciudad natal, después de prestar sus servicios en el Banco Central de Venezuela (1951-1956) y, sobre todo, en el Banco de España a partir de 1956, primero como jefe del Servicio de Estudios y luego como consejero. Esta biografía intelectual, al tenor de la selección de fuentes secundarias (páginas 178-180), no emplea otras monografías recientes como la de Carmen Martínez Vela (Joan Sardà: economista, Madrid, Editorial AC, 2000), ni profusamente para el anexo primero sobre los economistas españoles de mediados de los años 50 los tomos séptimo y octavo de Economía y economistas españoles editados por Enrique Fuentes Quintana (Barcelona, FUNCAS, Galaxia Gutenberg, 2002- 2004) y dedicados a la consolidación académica de la economía y a la profesionalización de la misma desde los años 40 del siglo pasado. Carece de notas a pie de página, tiene algunas debilidades como convertir al matrimonio Webb, fundador de la London School of Economics, en hermanos (página 41) y en algunas ocasiones adquiere un tono hagiográfico cuando elogia la indiscutible labor de Sardá. No obstante, priman las virtudes, por lo que se recomienda su lectura y la primera de ellas contar con los comentarios de un especialista en política económica como Ros Hombravella, autor de libros tan consultados como Capitalismo español: de la autarquía a la estabilización (1939-1959) (1973). Construye el texto basándose en las publicaciones de Sardá, así como en documentos depositados en el archivo del Banco de España, e incluye los testimonios de algunos familiares del biografiado y economistas de la época, como el del propio prologuista Félix Varela. El resultado de este esfuerzo sustenta su tesis que mantiene que Sardá desempeñó un papel principal en la reforma del Banco de España y en el cambio de rumbo de la política económica española en los años 50 y 60 del siglo pasado. Sardá, en definitiva, se añade a la nómina de economistas catalanes, como Laureano Figuerola, Joaquín María Sanromá, Román Perpiñán, Fabián Estapé o Ernest Lluch, que gracias a su treball ben fet contribuyeron a modernizar la economía española.